domingo, 3 de septiembre de 2023

Tres días en Castilla. Un viaje a los orígenes

Lunes, 17 de julio de 2023. A Aguilar de Campoo

Lo primero que hago al llegar, como siempre, comprobar que la huerta sigue en mitad del trigal. Eusebio me dice que ahora está un poco descuidao porque viene una semana sí y otra no, para estar con el nieto. Ha cedido una parte de la parcela a otro vecino, porque “para mi mujer y para mí, ya tenemos bastante”.

Otra novedad en el pueblo: Fernando, el de la charcutería de la plaza, se ha jubilado. Ahora lo lleva Agustín, un chico joven. Me doy cuenta al ver las dos hojas de la puerta abiertas y el cartel con el nuevo horario: Abierto de 9 a 15 h.

Frente al colegio San Gregorio están construyendo un edificio nuevo. “Es el nuevo consultorio y no sé si van a poner Especialidades, porque ningún médico quiere venir aquí…” -me explica una parroquiana. “Tienen que desplazarse desde Palencia, donde tienen los hijos y…”.

En mi tienda de camisones Nelly ya no tienen el largo hasta los pies que quiero que sea mi mortaja (tendré que preservar el que tengo…), con la corona de flores de Aurora (Casanova), como si fuera una Ofelia…

En el bar de mi hotel, en un grupo de hombres, mientras miran las noticias: “No hay otra cosa de qué hablar…? Manada…”. A costa de otra violación grupal.

Decido acercarme a Brañosera, el primer Ayuntamiento de España, en el año 824, siglo IX. Está a 19 kilómetros de Aguilar. Y antes, a 16, Barruelo y la senda de Ursi. Mucha gente viene andando desde Barruelo por la senda peatonal-ciclable.

Junto al monolito que se hace eco de este municipalismo precoz, varios niños están haciendo pulseras con gomitas de colores. “¿Me compras una…?”. Valen 1 euro y, con el dinero que saquen, comprarán más material en Aguilar. Yo soy la segunda compradora.

En las calles huele delicioso a pisto y en muchas casas hay rosas. El platillo volante que yo pensaba que sería un edificio de apartamentos, me dice una señora del pueblo que es la casa de un matrimonio con dos hijos…

A la vuelta, me acerco a ver la senda del escultor Ursi. Es un sendero circular, una pista de tierra, que parte de Villabellaco, con desnivel de 300 m y 11 kilómetros en total. Me como en un banco las dos empanadillas que me traje de Reinosa y un cuarto de picotas que compré a Agustín. A falta de agua…

Este año, la habitación del hotel está renovada con estores y una tele gigante que no sé cómo descifrar. Al fin consigo saber que Live es la “tele normal”. Tras ver mi serie voy a la piscina municipal a darme un baño pasadas las 17 h. Con el sonido de los desaguaderos a mi espalda, echada en el prado, estoy en la gloria tras un baño fresco.

Luego, voy a la biblioteca a leer los periódicos y, a las 19 h, al cine. Me encantan los cines de pueblo: ya casi no quedan. Me río.

Martes, 18 de julio. A Herrera de Pisuerga

Como este año el desayuno no está incluido en la habitación (luego me entero que es una manera de mantener el precio, sin subirlo…) salgo a la calle sobre las 7 y 20 de la mañana. Los pájaros pían y el cielo está despejado.

Hoy es día de mercado, pero aún está montando poca gente. En la calle Tobalina, en un solar abandonado, están construyendo un pedazo de edificio…

A las 8 h ya aparece el sol en el horizonte. Miedo me da… Como aún no está abierta mi cafetería El 37, ni Peña Aguilón, los “mercadistas” están todos desayunando en la cafetería Linajes.

Veo a Fernando caminando a toda flecha por entre los puestos y le llamo. Me dice que, hasta ahora, no ha sentido el rucu-rucu de la nostalgia tras jubilarse y dejar de trabajar en la charcutería. Tanta gente del curso le ha parado y preguntado…

A las 8.30 h cuando abren El 37 me tomo un desayuno homérico: un chocolate, un triángulo vegetal y un pincho de tortilla. Todo 8´40 euros, incluida una pulguita de jamón para media mañana.

Solo había reservado una noche en Aguilar porque no sabía bien qué iba a hacer y ahora no queda nada (hay gente de empresas que se quedan una semana o varios días y, además, están los del curso del románico…), así que llamo a Herrera de Pisuerga a ver si hay suerte. Sí, la hay: encuentro sitio en el hostal La piedad.

Son 23 kilómetros a Herrera y antes está Alar, donde empieza el Canal de Castilla. Así que decido echar un vistazo. De Alar a Herrera hay solo 8 kilómetros…

Dejo para otro día el lugar del nacimiento y voy directa a las dársenas. El Canal de Castilla coincide con el Camino de Santiago. Veo las naves de los almacenes y decido que de ahí partiré al día siguiente para hacerme la ilusión de caminar algún kilómetro…

En el restaurante La piedad empiezan a dar comidas a las 13.30 h, así que llego a tiempo para la primera tanda. Pido ensalada y bonito con tomate, todo casero y delicioso. Con el postre, flan de café, me cobran 13´40 euros.

Luego consigo, por fin, contactar con el teléfono del barco Marqués de la Ensenada, que hace un tramito del Canal de Castilla. “Solo queda sitio hoy a las 17 horas”. “Pues hoy a las 17…”.

Me hubiera gustado que el paseo, en vez de una hora, durara dos o tres. El barco es silencioso: es eléctrico; y, a pesar de que tanta explicación me desconcentra, a veces, de mi observación, la experiencia es maravillosa.

Apunto: “Los chopos se balancean con el viento mientras las hojas susurran. En el jardín, una budleia, y salicarias junto al canal”… “Desde 1958 salen árboles en el camino de sirga, antes limpio para que las mulas pudieran arrastrar los barcos”. “Son 49 esclusas y 49 casas de escluseros, de ladrillo y teja”.

Cuando termina el viaje, como aún es pronto, subo a recorrer el pueblo (por la sombra) y me tomo una tónica y un botellín de agua con los más venerables. Luego, en el hostal, ceno las picotas de Aguilar y una pera. Un día perfecto.

Antes de dormir, me estudio lo que voy a hacer al día siguiente: Alar. Kilómetro 00: nacimiento del canal. Km 0´380: Dársenas. Km 2´400: 1ª esclusa. Barrio de San Vicente.

Miércoles, 19 de julio. Canal de Castilla, primera esclusa

Desayuno opíparamente pasadas las 7 h en el bar La Piedad (bar, bistró y pecado -dice su logo): un café, una napolitana de chocolate y medio sándwich vegetal. Con una pulguita de jamón para el camino, me cuesta todo 8 euros.

A las 7.45 h hace un viento huracanado en el nacimiento del canal, en Alar: me pongo todo lo que tengo. El monolito que me decían, está al hilo de las vías del tren: “1791-1991: Aquí nace el Canal de Castilla. Obra de ingeniería hidráulica del siglo XVIII”.

Por lo visto, el Canal Norte iba a unir Reinosa con Calahorra de Ribas (unos 118 kilómetros), en Palencia, pero finalmente se hizo desde Alar a Calahorra de Ribas (73 kilómetros). Las obras empezaron el 16 de julio de 1753 en Calahorra de Ribas.

El Canal de Castilla, a paso de caracol, de esclusa en esclusa

Desde el principio sé que no podré acometer la primera etapa, de 9 kilómetros, entre Alar del Rey y Herrera de Pisuerga, pero un lugareño me da la solución: puedes ir hasta la primera esclusa en el barrio de San Vicente y dar la vuelta por el otro lado del canal. ¡Dicho y hecho! Creo que unos 5 kilómetros, entre ida y vuelta, sí puedo hacer…


Empiezo a las 8.15 h, junto a las naves, pegada al Canal, por un enlosado de piedra, entre flores de hipérico y de achicoria, malvas y alfalfa silvestre.


A las 9 y 10 h estoy en el barrio de San Vicente. Si ya sabía yo: una hora para 2 kilómetros. ¡Siempre el doble...!

A las 9.30 h vuelvo por el lado contrario. Pasadas las 10 h ya veo las naves de almacenamiento. ¡Bien!...

Ahora, ¡a la búsqueda de los orígenes…!

Recuerdo lo que me dijo un pariente de mi padre: para llegar a Vega de Bur, coge la salida de Alar del Rey y Olmos de Ojeda…

Pero antes de Olmos viene Prádanos de Ojeda (a 4 kilómetros al salir de Alar en dirección a Aguilar de Campoo).

Creo que llevo en los genes el paisaje de mi abuela paterna: por eso pienso me gustó tanto el mes que pasé en Ávila en un curso de inglés, a los 16 años. Me encantan el amarillo y los ocres (pero también los verdes y azules del norte… No son excluyentes).

La gente está en sus labores del campo, con tractores o cosechadoras. En Olmos de Ojeda paro a ver la iglesia. “No tiene mucho que ver” -me dice un paisano, ¿el único…?, sentado en un banco, a sus pies.

Antes de llegar a Vega de Bur, reconozco el cementerio, chiquito, en mitad de la nada (la última vez que estuve fue en 2007, hace 16 años, pero me acuerdo de su portalada). A través de la puerta candada, veo la lápida de la familia Fraile Hijosa (Hijosa era mi abuela Julia).

Luego veo el cartel de la ermita de la virgen del Rebollar y subo con el coche, dejando un reguero de polvo a pesar de ir a menos de 30. No me suena el paisaje de la otra vez, pese a que también subimos.

Al bajar, dejo el coche en una isleta a la entrada del pueblo, frente al consultorio de atención primaria, que parece abandonado. ¡Y tanto! Un cartel recomienda ir a Herrera para las consultas presenciales "ante la falta de facultativos"…

“Yo hace tres años que no voy al médico…”- me dice Sara, 82 años, la primera persona que me encuentro, que sale de la iglesia (de San Vicente). Me pone al día de la familia y me introduce a Sebi (Eusebia), 40 años en Vega de Bur, que me enseña la iglesia de pe a pa: la virgen del Rebollar, del sigo XII; dos capiteles maravillosos tras el altar, la torre de la iglesia y  un "agarradero" donde se acogían a sagrado, literalmente, las personas que pedían asilo eclesiástico. 

Ya en Herrera, por la tarde, tras la piscina – donde cada uno hace lo que quiere: es el caos…- y el parque “de todo” (cementerio, parque infantil, aviario, jardines…), entro al pueblo por la calle Real (en sombra). Son las 18.30 h y, a pesar de la brisa, al sol, hace calor.

En los bancos de la plaza me hago un bocadillo de pan de cristal con chorizo del Lupa. Y me lo como bajo los triángulos de tela mientras miro como dos niños tratan de arrebatar una gorra que le han puesto a uno de los niños meones de la fuente, pintados de rojo chillón.

Jueves, 20 de julio

Desayuno  a las 7 h por 8 euros (con bocadillo de jamón incluido, para el viaje de vuelta).

A las 8 h estoy en Aguilar y recorro el Paseo del Loco al revés, desde el convento- mientras hago tiempo para que Agustín abra a las 9 h y comprar un kilo de picotas (si quedan…), para llevar a casa.

En el Paseo de las Tenerías, veo a dos pescadores que van a cangrejos de río “señal” (o cangrejo del Pacífico, por las manchas blancas en las pinzas -leo ya en casa).



 

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