jueves, 26 de mayo de 2016

A PUERTO LÁPICE (CIUDA REAL) SIGLOS DESPUÉS DE DON QUIJOTE

Viernes, 20 mayo 2016

Madrid, 6.30 h. ¡Qué gusto el fresquito de la mañana…!

No sé si de la alergia, el aire acondicionado, o la sequedad, esta noche se me ha deshidratado la garganta que me cuesta hasta tragar.

Madrid, a estas horas, apenas tiene tráfico: al menos, en la calle Áncora.

Casi cojo el autobús al revés, y como la calle es de solo un sentido, decido seguirlo en dirección contraria hacia Méndez Álvaro y la estación Sur. He preguntado a medio Madrid: “Siga hasta el final de la calle y luego todo para abajo”. Ya. Pero ¿hasta dónde…?.

Veo a dos arrastrando maletas, así que deduzco que la estación debe estar cerca. Los gorriones están escandalosos.


Delante de las oficinas de Repsol, descampado con ailantos y mechones de hierbas con amapolas y viborera. Una señora que también va a la estación me dice que antes había ahí naves industriales.

La estación Sur, en comparación con la que yo conocí en Palos de la Frontera, es un “monstruo” y nosotros parecemos hormiguitas sin cabeza corriendo de un lado para otro. Busco la caseta de Información para preguntar dónde está la taquilla de mi autobús entre tanta inmensidad. “Samar, la 45”.

…Al final, no me ha sobrado mucho tiempo, cinco minutos. Los asientos son pegados unos a otros, estrechos-estrechos. Es el autobús que va a Jaén, pero no vamos muchos, “ni medio coche”- dice uno.

A las 7.30 h, la entrada a Madrid por Méndez Álvaro está colapsada. El cielo, todo despejado y azul. Los dos carriles de salida también van bastante llenos, pero el tráfico es fluido hasta cementos Villaverde.

Leo “Getafe” en un puente de cemento, tallado a buril. “Jaén, 321[km]”. Buffff.

Se suceden naves y urbanizaciones a los lados de la autopista. Genistas florecidas en los ribazos.

A las 7.50 h se me seca el boli. ¡Damn! Mira que siempre llevo más de uno y podía haber traído el de la libreta del Thyssen, pero pensé que no era necesario. Así que, apunto breves notas con la punta del boli seco, apretando mucho para que quede la “muesca”.

Veo las desviaciones a Toledo y Aranjuez, ITV Ocaña; a las 8.15 h,  cartel que indica “Puerto Lápice-Bailén-Córdoba”; luego, Puerto Lápice 64 (km), Restaurante Venta El Molino…A las 8.30 h el firme de la carretera es malo. Primera parada en Tembleque, “la puerta de La Mancha”. Cerca, Turleque, nombre que no había oído nunca. La segunda parada es en Madridejos. La tercera, la mía: Puerto Lápice, primer pueblo de Ciudad Real (los otros pertenecían a Toledo). Solo me bajo yo. Lo primero, comprar un boli…

Puerto Lápice, “un lugar muy pasajero…”


Me llama la atención una cola ante una furgoneta que pone “Churrería Muñoz”. La estanquera me lo aclarará luego: “Aquí no tenemos churrería y la furgoneta solo viene los viernes, así que si quieres churros…”. Me recomienda ir a la venta de don Quijote y a los 3 molinos que se ven detrás del pueblo, en una colina: “Las vistas merecen la pena”. Compro el bolígrafo y tres postales de los únicos modelos que tiene. Como ahora todo el mundo manda fotos y comentarios por wásap, ya nadie escribe postales. Pero yo sí…


La venta de don Quijote está al voltear una esquina (frente a la iglesia parroquial Nuestra Señora del Buen Consejo). Encalada en blanco, con las puertas y ventanas pintadas de azul. Entro a tomarme un café y una “flor de azúcar” (3 euros) que nunca había probado antes (masa frita muy fina, en forma de flor, espolvoreada con canela y azúcar, crujiente y nada grasienta). El café es “potente”, fuerte, pero está rico. Aprovecho para ir al baño. Luego, echo un ojo a la tienda de suvenirs (“puedes probar los vinos en el bar, si luego quieres llevarte alguno…”). “Cuando termine la visita del pueblo; no quiero ir cargada con peso…”. 

En cuanto abre el “museo”, tres salas con recreaciones, láminas y manuscritos, me acerco a verlo antes de que lleguen las “hordas” de turistas. El aparcamiento, generoso, al otro lado de la venta, me indica que caben muuuchos autobuses.

Después, como siempre, decido llegarme hasta el final del pueblo por la calle principal, Cervantes, por el lado de la sombra. Son las 10 h: acaban de dar las campanadas en la iglesia.

En la farmacia (botica del Licenciado R. Muñoz Royán), a donde voy a por unas pastillas de chupar para la garganta, una señora me dice que el olivo allí está ahora en plena floración…En cada casa, unos cortinones de tela, o flecos, para que entre el fresco, pero no las moscas, supongo…


A la salida del pueblo, hacia Villarta de San Juan, un camino paralelo a la carretera enmarcado por acacias jóvenes “Ruta de don Quijote. Uso preferente no motorizado…”. Tiene bancos de cuando en cuando, e incluso farolas, pero no me animo. Hace ya una solana…

A las 10.30 h me sobrepasa el primer autobús de turistas, pintado en colores chillones. Han hecho una entrada directa, con paso de cebra incluido, desde el aparcamiento de autobuses a la venta de don Quijote (para que no tengan pérdida y no les atropellen cuando sean “manadas”…).

Al volver por la misma calle Cervantes, dejando atrás la calle Las Labores, que circunvala el pueblo, paro en la ermita de San José, una pequeña capilla con un abrevadero y un pozo. Al otro lado de la calle, frente  a la ermita, rosas. Es algo que siempre me admira en estos lugares de Castilla, en mitad de un secarral, en la tierra desnuda: rosas frescas y vivas.


Hoy es día de mercado. En Puerto Lápice (alrededor de mil habitantes) hay mucha gente mayor. Me cruzo con varias mujeres que llevan el “andador-silla” y una que lleva la muleta en el carrito de la compra. De camino, una señora con ganas de hablar, me confiesa: “Esta es la comunidad más entrampada…”. También me informa de que para subir a los molinos del cerro, “antes se subía por un camino más directo, pero ahora nos han dicho que es particular…”. Si quiero ir, tengo que llegar hasta la gasolinera a la entrada del pueblo.

Echo un vistazo al mercadillo y me compro un puñado de albaricoques. En otros puestos, que me ofrecen viandas, digo que después, al final de la mañana, porque aún tengo que andar mucho y no quiero llevar demasiado peso a la espalda. Todo el mundo me habla como si tuviera coche, o hubiera venido en coche, como si la única manera de viajar fuera en automóvil particular. Se da por hecho. Pero yo he venido en autobús (otras veces voy en tren) y me desplazo andando por los alrededores, no trasportando  mi vehículo de cien en cien metros...

Paso de nuevo por la plaza mayor (con forma de corral de comedias), y ahora me paro ante el cartel. Así me entero de que el nombre de Puerto Lápice es por la piedra “lapícea” que hay por los alrededores. En el siglo XV se llamó “Las ventas de Puerto Lápice”, porque entonces era un lugar de paso donde paraban los comerciantes y feriantes que iban  de camino a Murcia. Sobre los edificios, explica que la plaza mayor tiene soportes de madera, pintados de almagre [óxido rojo de hierro que se emplea en pinturas] y que las casas tienen paredes enjabelgadas, encintadas de añil.


Junto a la plaza, alrededor de una noria, unos bancos de azulejos con frases del Quijote: “Autores hay que dicen que la primera aventura…fue la de Puerto Lápice”,  “Siguieron el camino del Puerto Lápice porque allí decía Don Quijote…era posible… hallarse muchas aventuras por ser lugar muy pasajero”,  “Otros dicen que la de los molinos de viento”,…

Hacia los molinos…aunque sean las 12 del mediodía

Siguiendo las indicaciones de la señora parlanchina, voy en dirección contraria a la que me trajo el autobús, hacia la gasolinera de la entrada. Es una tirada, pero estoy decidida a contemplar las vistas desde el cerro.


Antes de llegar a la gasolinera, me meto por un camino nuevo -entre eucaliptos lacios y ¿moreras…?-, y descubro el “puente romano de Puerto Lápice”, reconstruido, un puente de un ojo de 2´20 m. de luz. Estaba en el camino de Consuegra (Consabura) sobre el arroyo de Valdehierro, en el camino histórico de Madrid a Andalucía, que a su vez seguía el trazado de la calzada romana “Vía 30 del Itinerario de Antonino”, que unía Alhambra con Toledo pasando por Consuegra.

Pregunto a un señor en un tractor que trabaja en un campo de vides cuánto me llevará subir a los molinos (a las dos menos cinco tengo el autobús de vuelta a Madrid). Me dice que en un cuarto de hora lo tengo hecho (no sabe que, con lo que me paro yo, tardo más del doble…). El campo bulle de vida (malvas, amapolas…) en mitad del aire caliente. La cuneta me huele a anises.


Tenía que haberme traído los bastones para la última parte del recorrido, más pindia. En la subida, dejando atrás una franja de olivos, me encuentro con jaras pringosas, tojos pinchudos, hipérico y gamón, que siempre me recuerda al huso con el que se pinchó la Bella Durmiente (al final del tallo tiene como un capullo de algodón).

Y sí, merece la pena subir. Desde lo alto, veo el paisaje en mosaico. La tierra rojiza y los distintos tonos de verde hacen una combinación perfecta. Solo el polvo en suspensión de una cantera, al fondo, enturbia un poco las vistas.


Al bajar, me encuentro con el hombre que cavaba en el campo de vides, que ha venido en bicicleta: “Otra vez, venga en San Isidro, para la romería en la ermita”- me recomienda.

Reflexiones para/sobre don Quijote

Supongo, don Alonso, que usted no tendría problemas de alergia. Seguro que no era alérgico y seguro que el calor de la armadura en julio le hizo amojamarse más y perder cualquier gramo de grasa o agua que pudieran quedarle. Yo misma, me estoy amojamando por momentos, como si fuera jamón curado al aire de la sierra…

Si yo hubiera sido usted, habría salido a cabalgar en mayo (en vez de en julio). Así hubiera visto todo el despliegue floral y pajaril…


SABER MÁS




jueves, 12 de mayo de 2016

DIARIO DE UNA VIAJERA EN AUTOBÚS (11). SELAYA

Martes, 10 de mayo de 2016

Hoy decido ir al final de trayecto del autobús que el otro día cogí hasta Villacarriedo: Selaya.

18º C a las 8.18 h. El primer autobús del día sale a las 8.30 h.

Tres paisanos esperan con sus bolsas frente a la dársena 12 a Selaya por Sarón. Uno lleva plantitas de huerta, con su cepellón, en una caja. Se les suma una joven que conozco del día que estuve en Villacarriedo (no pasaremos de 12 pasajer@s en el momento de más pasaje). El billete me cuesta 2´70 euros (ida) con la tarjeta transporte.

Hay atasco en la glorieta de Valdecilla Sur. “Algo ha pasado…Está la policía…”. Han impactado un coche y una moto y la moto está tirada en el pavimento, pero todos parecen estar bien y de pie.

Más tarde, nos detiene un camión que no acaba de entrar en Frigoríficos Ortiz. En Maliaño, como en el autobús voy más alta, me doy cuenta de que la casa de “los dorados”, que fotografié el otro día, tiene dos estatuas egipcias a la puerta de entrada, también doradas…

En el autobús hace calor (no llevamos puesto el aire acondicionado). “Agustín, ¿qué pasa con las cortinas:..? No hay…”- le dicen al conductor.

Pasamos ante los “faros en tierra”, que me encantan, y dejamos atrás también el puente de piedra de Solía. En Villaescusa han hecho rotondas “a esgalla”.

El conductor es un chico joven que conduce rápido y frena brusco (yo soy de conducción más sostenida y sosegada…). En la carretera advierten de que este es un tramo con ciclistas y hay que respetar la distancia de 1´5 m al adelantarlos.

El eslavo sentado a mi lado se apea en Sarón: lleva un ordenador y una bolsa grande de viaje. El señor de las plantas se baja en Santa María de Cayón. La chica joven, por lo que comentan, trabaja en la hípica antes de llegar a Villacarriedo.


Las praderías lucen magníficas a la luz mortecina de las nubes de sur. ¡Qué diferencia el día de hoy de cuando vine a principios de marzo!: 6º C  a las cuatro y media de la tarde y un frío que pelaba…

A las 9.38 h continúan los 18 grados de Santander. Nada más apearme, veo una pintada contra el fracking. Aquí, en Cantabria, nadie lo quiere. Lo igualan al cáncer…


Como siempre, voy hasta el final del pueblo  por el extremo más lejano. Huele  a leña frente al palacio de Donadío. Han vuelto a florecer las camelias – enloquecidas con este tiempo- con el viento sur. La temperatura es suave y agradable.


Llego hasta el río Pisueña y la desviación a San Roque de Riomiera, a 18 kilómetros (Villacarriedo está solo a kilómetro y medio), y me vuelvo.

En Casa El Macho (sobaos y quesadas), compro la quesada más pequeña (de 600 gramos, envasada al vacío) para que me quepa en la mochila y no me pese mucho, y un sobao (todo por 7´20 euros).

Tras tomar un delicioso café (1´10 euros), con galletita, cortesía de la casa, en el bar El Macho, cojo el camino que rodea el palacio de Donadío hasta el barrio El Riviro. Frente al palacio, por el lateral, un horror arquitectónico…

Selaya, a mi parecer, ha crecido un poco desordenado: junto a casas de dos alturas, en hilera, otras que las sobrepasan y acogotan. ¡La escala, la escala- que decía aquel…


De vez en cuando, algunas portaladas y escudos me dejan sin aliento.

A las diez y media empieza a apretar el calor, así que me dejo llevar por los caminos…, pero por los de sombra (Cada vez llevo peor el calor. Siempre digo que -si llego- me voy a jubilar en Suecia…).

El centro cultural Casona del Patriarca, de 2006, donde también está la biblioteca municipal Ricardo León, es un lugar “regio”. Según el panel informativo, la casona perteneció – en el siglo XVII- a José Arce Rebollar, “Patriarca de las Indias”, de ahí su nombre.


Voy a la sombra de las tapias que, al menos, tienen dos metros de altura. Cada vez que veo (en el palacio de Miera), y huelo, glicinias, me recuerdan a las de la escuela de Solvay, que se entrelazaban entre los barrotes de la verja de cierre. 


Muy cerca, el restaurante-albergue Valvanuz ofrece un menú por 9´90 euros.

La brisa se ha transformado en viento, pero yo casi lo agradezco. Poco a poco se van acumulando nubes en el horizonte: llevan la tripa un poco negra, de lluvia. El aire empieza a notarse más frío y húmedo. “Igual, a la tarde…”- me dice un paisano.

Como me queda un poco de tiempo hasta la llegada del autobús a las 11.45 h, decido ir a Villacarriedo andando. (Si hubiera dispuesto de algo más, me hubiera acercado al Santuario de Valvanuz, a 2´5 km, y al Museo de Amas de Cría Pasiegas...).

En la desviación a Tezanos, dejo el cartel de “Quesería artesana La jarradilla”. Luego, en el kilómetro 26, me sorprende una casa hipermoderna en acero corten y, sobre un asubiadero (dedicado a “Nuestra Señora de Valvanuz”) una calavera como la los barcos piratas. Frente a éste, ya en la linde Villacarriedo/Selaya, una ristra de casas a medio construir, producto de la crisis.


En la parada del autobús charlo con un paisano sobre los alimentos de antes y de ahora, las calefacciones y las ropas.

Me he ahorrado 5 céntimos en el billete, gracias al kilómetro que he desandado (2´65 euros). A las 12.50 h se nubla definitivamente. En los campos, siegan  y recogen la primera hierba de la primavera ???

El autobús lleva ahora el aire acondicionado (que odio porque, en el pasado, me ha dejado sorda y afónica). Me pongo el forro polar por encima y me ato con un nudo en la cabeza el pañuelo multiusos para taparme las orejas.

Las nubes vienen corriendo hacia Santander como los 4 jinetes del Apocalipsis…



viernes, 6 de mayo de 2016

DIARIO DE UNA VIAJERA EN AUTOBÚS (10). COLINDRES

Miércoles, 4 de mayo de 2016

Siempre que pasaba por Colindres, pensaba: tiene que haber una parte vieja. Hoy, decido ir a descubrirla…

El primer autobús del día sale a las 9.15 de la estación de autobuses de Santander, con destino final Laredo.

15 º C a las 9 h. Menos mal que llevo puesta crema protección 50…

El billete me sale por 3´40 euros, ida, con tarjeta transporte (en vez de 4 €, que he leído por internet).

Hoy me duele la ingle izquierda. ¿Tendré una hernia…? Pero no quiero dejarlo para otro día, por si llueve. Cada semana, el primer día bueno que sale, ese es el día perfecto para mi excursión de medio día en autobús.

Con las prisas, me he olvidado mi cartera de plástico con el abanico, la podadera y otros “aditamentos”. Ya sentía yo como que me faltaba un bulto...

Llego a la parada de Colindres sobre las 10 h y camino hacia el Ayuntamiento, al final de la plaza. En un lateral, leo que es de 1909.


Decido dejarme llevar por los caminos y tiro por la calle de Puerta. A la izquierda, la Policía Local está instalada en Casa Serafina junto a la Casa de Cultura, otra finca impresionante.

Dejo a la derecha una subida a “Residencial Camino del Gurugú”, que me parece muy empinada y, tras pasar bajo un puente en la autovía, tomo por el Camino de la Merced, a la derecha. En la distancia, distingo una iglesia junto a un grupo de casas que quizá sean la parte vieja…Pero hoy hay que buscar la sombra, que hace mucho calor.


La carretera continúa por un sendero de grava, paralelo a la autovía; pero hay una desviación, en cemento, a la izquierda, hacia la iglesia, que baja, y decido ir por ahí y alejarme del ruido de los vehículos. Sopla una brisa muy agradable, que se agradece.

Veo una zarza enorme cayendo hacia la calle, pero no puedo cortarla porque se me ha olvidado la podadera. ¡Qué rabia…! En la cuneta descubro aristoloquia blanca y una ¿buglosa…? No estoy segura mientras busco en mi libro de plantas silvestres.

Al llegar a otra intersección, decido subir por el camino de cemento rayado en vez de dirigirme hacia unos chalés coloreados a la derecha.

En una finca, veo una plantación de habas inmensa. Ahora distingo mejor una especie de torre comida por la vegetación. Al darle la vuelta, un cartel abombado de la “Ruta de Carlos V” me informa de que es el Palacio del Condestable (del siglo XIV), el Camarero Mayor del Rey, de la Casa de Velasco. Hoy solo sirve como nido y descansadero a los pájaros.


La iglesia, a mi derecha, es una “señora” iglesia, enorme, de piedra. De lejos, me recuerda, no sé por qué, al monasterio de Yuso…

Los campos están llenos de vinagrera y cerrajas. Dejando atrás el palacio, entro en un paseo de plátanos. Y empiezan las casas con escudos magníficos. En la casa-torre de los Agüero, del siglo XV, veo una muerte pequeñita con su guadaña. Al lado, un abrevadero de piedra con ombligo de Venus en sus muros.


La iglesia parroquial es del siglo XVI y está dedicada a San Juan Bautista. Como me he dejado los papelillos en casa, estoy sin referencias.


Tras dar la vuelta a la iglesia, una cosa que siempre me gusta hacer, me llama la atención una tapia con contrafuertes muy originales, como pináculos, en una subida. Leo en una placa que en la casa nació, en 1726, el historiador José Pérez García, que escribió la primera Historia General de Chile. La casa está hecha una pena, pero tiene detalles llenos de encanto.


Ya de regreso, antes del Palacio del Condestable, veo una desviación a mi derecha, donde pone: Subida Los Piñares, Fuente Santolaja. Empiezo a subir. Son las 11 y 20 y solo se oyen pájaros y, muy en sordina, el tráfico de la autovía. Parece que estoy fuera del mundo, en un espacio bucólico. A media ladera, me paro: es demasiado para mí hoy y hace mucho calor. Así que contemplo el paisaje una vez más, y me bajo. Junto al palacio, me siento en un banco a comerme una manzana (Cuando llegué, a las 10, no pude aguantar y me comí el sanwich de tortilla de atún con mayonesa. Había desayunado a las 6 y ya se me daba la vuelta el estómago…). La manzana está bien jugosa y refrescante.

Luego, ya “restaurada”, sigo de frente, en vez de volver por el mismo camino de cemento rayado, y paso ante el Palacio Gil de la Redonda, superarreglado, del siglo XVII (no leo bien el año, 1626? ¿1696?...).

Así llego a la casa Hoyo, Alvarado y Valle, donde nació Pedro del Hoyo, Secretario real y Corregidor de Laredo, del siglo XVI. Hoy es una posada que acoge peregrinos.


De repente, me entra prisa por coger el autobús de las 12.05 (el siguiente es a las 13.30 h) y vuelvo a toda prisa a la marquesina frente al Ayuntamiento. Antes, me tomo un café en el bar “Esmeralda” y aprovecho para ir al baño. El propietario me informa de que, pasando la iglesia, hay un camino precioso a Seña. “En tres horas, te lo haces”. Le digo que ya será otro día, pero que me ha encantado la campiña y la parte vieja de Colindres.

Aún sale a la parada de autobús, para recomendarme otros dos caminos preciosos: ¿a la ermita de San Roque…?, y circunvalando Liendo hasta Laredo, si no le he entendido mal. Me los apunto para una próxima vez…

¡Qué maravilla es que ya no me duela el talón…! Para mí, andar es vivir…




domingo, 1 de mayo de 2016

A MIS 50 AÑOS, MIRANDO ATRÁS (SIN IRA)


A los 54 años murió mi tía Uca, de un cáncer de pecho. A los 55, de un infarto, en 1937, mi bisabuela materna. En su memoria, publico este año el diario “A mis 50, mirando atrás” [Terminado el 1 de mayo de 2012].


Siempre he sido muy consciente del tiempo, del paso del tiempo. No de una manera dramática ni trágica, pero sí realista.

He estado expurgando entre mis papeles de infancia -yo no tiro nada-,  para confeccionar esta primera recopilación al cumplir los 50.

LOS INICIOS

Marisol, la maestra del primer año de Parvulitos (4 años), siempre me tiraba de las orejas: hiciera lo que hiciera. No nos dejaba usar goma de borrar y, como si hacíamos mal las oes o las aes, nos tiraba de las orejas, tratábamos de corregirlas usando saliva. El resultado era peor: se nos hacía un agujero en el papel. Y nos volvía a tirar de las orejas…


Tomasita, la maestra del segundo año (5 años), por el contrario, me encantaba: Cada día me ponía en la esquina del cuaderno una calcomanía y me dibujaba la letra mayúscula que empezaba el texto que tenía que copiar.


ALGUNOS TRABAJOS DE LOS PRIMEROS AÑOS...


1969 (7 años). Composición ESCUELA [tal como la escribí entonces, sin corregirla]

Ami me gusta la escuela. En la escuela aprendemos mucho. Yo de mayor quiero ser maestra porque me gusta enseñar a los niños. En la escuela escribimos mucho hacemos muchas cuentas salimos mucho al recreo. En la escuela explican muchas cosas. En la escuela hay que estudiar mucho. En la escuela hay el crucifijo las mesas los bancos la vola del mundo la señorita la puerta la papelera el calendario el tablero los cuadros las niñas los libros los cuadernos la calefacion las luces las ventanas los tiestos la parec los armarios y los costureros.


1970. PRIMAVERA [sin corregir]


La primavera empieza el dia 21 de Marzo y termina el 20 de Junio.
Los días son cada vez mas largos; el sol brilla más. Los arboles se llenan de flores y los campos y jardines se ponen muy bonitos.
Las mariposas, los pajaros vuelan, y las golondrinas vienen a vivir a sus nidos.


1970. [EN LA ROMERÍA DE SANTA MARÍA DE BARREDA] (sin corregir)

(La fiesta era el primer domingo de junio)


Antes de ayer por la tarde fuimos a los payasos hasta las 6 menos 5 y despues fuimos haber los gigantes y cabezudos, dos cabezudos eran uno Misel [Michel] y otro Luciano.
El Domingo fuimos por la mañana a Misa de 9 y cuarto y despues fuimos a casa, mi mama preparo la comida mientras que papa Beatriz Carlos David y yo hibamos a hechar gasolina despues volvimos y nos preparamos para ir a la playa de Comillas despues de estar un rato paseando y tomando el sol comimos en los pinares y nos fuimos otra vez a la playa con los gorros de ponernos en la cabeza nos los quitamos y los llenamos de arena, en la orilla del mar haciamos montañas y como estaba subiendo la marea nos las derrumbaba todas las que haciamos.
Despues fuimos a la casa de una tia a beber agua y nos marchamos a casa porque mi papa se tenia que marchar al partido.
Entonces con el dinero que teniamos fuimos a las cadenas una vez compramos papeletas, churros y elados al poco rato vino papa del partido y nos llebo a dar otra vuelta.


1970. VERANO [sin corregir]


En el verano vienen los tios.
En el verano vamos al campo.
En el verano hace sol.
El verano es bonito.
En el verano nos ponemos morenos.


[Una historia en un castillo. 12 noviembre 1970]. (Sin corregir)


Era una vez un rey que queria mucho a sus cortesanos, y un dia les dijo: Dentro de unos días va a haber una gerra, y sois muy bravos, hacerla bien y murió. Todos lloraron.

[1970. UN VIAJE A MADRID] (sin corregir)


Un dia antes de salir de viaje preparamos las maletas y por la mañana a las nueve o diez de la mañana salimos para Madrid.
En el coche algunos nos mareamos y mi Mama jugaba con nosotros a veo veo.
Vimos paisajes y muchas señales de trafico en un paisaje bastante bonito comimos y después seguimos el camino después de varias oras llegamos a Burgos y nos paramos un rato a ver un poco Burgos vimos la estatua del Cid y en un restaurante compramos bombones para los Tios y marchamos de Burgos para Madrid y antes de llegar como en un puente con escaleras estaban tres de mis tios pero son doce y con mi mama trece al vernos los tres que estaban allí salieron corriendo detrás del coche y llegamos a la casa descargamos las maletas y dimos a los demás muchos besos y abrazos a todos.

LOS VERANOS, EN SUANCES, CON LOS TÍOS


Si atiendo a mis redacciones de la escuela, mi infancia fue “los veranos y los tíos”. También sale Comillas, que luego se convertirá, tras Baiona, en el más largo lugar de veraneo, de los 18 a los “taitantos”. ¡Quién lo iba a decir cuando relataba los domingos de pesca de mi padre, y nosotros correteando por “el laberinto” junto al puerto…!

Sin embargo, no he encontrado relatos de las excursiones, frecuentes, a “comer el bocata” en “El Remedio” o “El Monte Corona”: los huevos duros, los tacos de queso en un tarro de cristal, las subidas a los árboles, la búsqueda de agua en la fuente, la recogida de castañas en otoño, el tratar de descubrir en el horizonte, los días despejados o de viento sur, a las poblaciones que aparecían en el mirador. Quizá no tocó el día que la maestra nos pidió: “Cuenta qué has hecho este fin de semana”.

Tampoco aparece Puente Viesgo, a donde íbamos a merendar chocolate con churros al bar restaurante El retiro. Recuerdo que nos gustaba jugar “a la rana”.

Pero la sensación más certera que tengo de mi infancia es que todos los fines de semana nos íbamos de excursión con los bocadillos al campo. Aunque sé que, en Cantabria (por la lluvia), eso no puede ser…

SUANCES Y LOS TÍOS (1966-1973)

Hasta 1973, en que murió Papatán (mi abuelo materno), todos mis recuerdos veraniegos están asociados a Suances y a “los tíos”. Aunque bajo este epígrafe   también cabían los “mayores”, fundamentalmente, en ellos incluía a los que eran de nuestra misma edad: Rosana, Sonia, Daniel y Álvaro.

Según las fotos que se conservan, quizá me llevaran a “Santa Justa” y al “Miradero”, pero la primera casa que recuerdo, por mí misma, es “El Cajón”. Tenía un pequeño terreno detrás donde celebrábamos la fiesta de San Agapito, en la que el abuelo calentaba alcohol para hacer volar globos de papel. De esa casa, no sé por qué, recuerdo -vestido todo de negro- al “virginiano”, un personaje televisivo de la época.


Ana María

Fue la última casa y la del último verano. Yo recordaba solo un par de años en ella pero, según las fotos, fueron cuatro: de 1970 a 1973, de mis 8 a mis 11 años. Recuerdo las guerras de terrones contra los de Valladolid, enfrente, o los Pardo, al lado, en La Escollera; la casa de aligustre que nos levantaron Marco y Jaime, que se llenaba de avispas, por las flores; las bragas inmensas de Luisa la Pinta, colgadas en el tendedero; nuestro túnel del terror con las mantas sobre los tendales, que agitó el genio de papatán, despertado de su sacrosanta siesta; el tocadiscos de miga de pan; las 20 barras para dar de  comer a la familia, y añadidos, de cada día.


Los bocadillos de tomate de mamatán, las luciérnagas en la terraza, las tormentas con rayos y truenos; ir a la fuente a por agua, cerca de El esquilar. Coger “cebolletas” en el pinar y “platanitos” (las hojas carnosas de la uña de gato) para jugar a las comiditas. El toldo y un día de niebla con el mar lleno de pozas traicioneras. Papatán en chándal por las dunas jugando con nosotros a indios y vaqueros. Las fiestas de disfraces de los tíos mayores. La cantidad de bolsas de pipas La Pilarica o Facundo que nos comimos, pintando una vez la bolita de rojo para conseguir un tebeo de Marvel de premio. Nuestras visitas a “Los Castellanos” a comprar sobaos o galletas enormes de canela. La arena picándonos en las piernas en septiembre, cuando íbamos a buscar monedas a la playa, con las mareas vivas, en los últimos días del verano. Las dos o tres horas de digestión, interminables, que había que guardar. 

La playa de La Ribera


Los veranos en el Uchupi. Donvi cantando “Don Juan de Villanaranja, que bien que silba, que bien que canta; tiene la barriga llena de vino blanco, de moscatel. Din- Tel, ¿dónde va usted?”.

El cangrejo que los mayores nos metieron debajo de la cama y subió por la pared. Los cardos de la playa; los niños que se ahogaron en el remolino de la barra o las escaleras del espigón. La barca de Constancio y las galletas -como piedras- que horneamos con Luisa para pasar a Cuchía; su tomate dulce y las hamburguesas que Marco tiró a un camión por encima de la valla. Las subidas a misa por los atajos para quedarnos hablando en el atrio. Las aventuras que nos contaban sobre “El castillo de la Mota”, semiderruido y abandonado, y las meriendas en “los orinales” de Tagle.

¿Y EL REMEDIO Y EL MONTE CORONA…?

Si atiendo a mis redacciones de la escuela, mi infancia fue “los veranos y los tíos”. También sale Comillas, que luego se convertirá, tras Baiona, en el más largo lugar de veraneo, de los 18 a los “taitantos”. ¡Quién lo iba a decir cuando relataba los domingos de pesca de mi padre, y nosotros correteando por “el laberinto” junto al puerto…!


Sin embargo, no he encontrado relatos de las excursiones, frecuentes, a “comer el bocata” en “El Remedio” o “El Monte Corona”: los huevos duros, los tacos de queso en un tarro de cristal, las subidas a los árboles, la búsqueda de agua en la fuente, la recogida de castañas en otoño, el tratar de descubrir en el horizonte, los días despejados o de viento sur, a las poblaciones que aparecían en el mirador. Quizá no tocó el día que la maestra nos pidió: “Cuenta qué has hecho este fin de semana”.

Tampoco aparece Puente Viesgo, a donde íbamos a merendar chocolate con churros al bar restaurante El retiro. Recuerdo que nos gustaba jugar “a la rana”.

Pero la sensación más certera que tengo de mi infancia es que TODOS los fines de semana nos íbamos de excursión con los bocadillos al campo. Aunque sé que, en Cantabria (por la lluvia), eso no puede ser…

MI EXPERIENCIA COMO LECTORA EN LA ESCUELA

Fue siempre grata, fuera lectura individual y silenciosa, o colectiva y en voz alta.


Recuerdo con ocho años la lectura de Historia de un viejo tren, de Aurora Medina. Años después lo encontré en una librería de viejo en la cuesta de Moyano, o no sé dónde, y lo compré, con una emoción especial por poseerlo, por recordar sus imágenes...teniéndolo en las manos y pasando las hojas.

En cuarto de EGB, nuestro libro de lectura fue “Lecturas históricas”: El cerco de Numancia, Viriato, La cervatilla de Sertorio, o la historia de Guzmán el Bueno, me fascinaban. No sé si era el lenguaje patriótico del momento (era a principios de los 70) o la emoción de lo que las palabras permitían imaginar: heroísmo, arrojo, valor...

Luego, ya no recuerdo libros de lectura, pero sí la lectura de libros por las profesoras o monjas: Genoveva de Brabante (nunca olvidé su supervivencia en el bosque gracias a las bayas y la leche de una cierva) o el impactante viaje de la sangre infectada de un niño tras una caída, y su muerte después de luchar con los leucocitos y otros “-itos” contra las bacteria invasoras (mucho antes de Érase una vez ...el cuerpo humano).


Recuerdo que me gustaba que me llamaran a leer y también abismarme durante la hora de lectura silenciosa, por la tarde, en los Cuentos islandeses o en Un castillo en el camino, de Marcela Sánchez Coquillat. También con diez años leí lo que supongo sería una adaptación de Peñas arriba, de Pereda. Y me gustó.

MI PRIMER CUENTO

El primer cuento,  de mis cuatro o cinco años, cuando tuve hepatitis y aún estaba en Parvulitos, es uno titulado Navidad, de la editorial Fher, de Bilbao. Me lo trajo mi padre de algún viaje. Las ilustraciones en el interior, que parecían fotos coloreadas, y los estribillos: “oro como a Rey, incienso como a Dios y mirra como a Hombre”, se me quedaron grabados hasta hoy.


Mirando en internet, veo que quizá las muñecas recortables (“mariquitas” las llamábamos entonces) que nos proporcionaba la maestra Mª José Peña en las Escuelas de Solvay, cuando nos portábamos bien, podían provenir asimismo de la  editorial Fher. Aún las encontré en Madrid, muchos años después, en alguna pipera e incluso en la estación de trenes de Santander, recientemente. Me encantaban. Cuánto nos entreteníamos recortándolas y creando nuevos diseños calcando contra un cristal...


LECTURAS EN CASA

Analizando los títulos aún en mi biblioteca, creo que podría hacer dos grupos: los de aventuras, cuando era más joven: Enid Blyton, Julio Verne…De la primera, me gustaban Los cinco pero no Los siete secretos. De Julio Verne, prefería obras menos conocidas como El pueblo aéreo.


…Y que tuvieran un poco de romance, en la adolescencia. Por eso, de Agatha Christie, el que más me gustó fue: El hombre del traje color castaño; de Zane Grey, El caballo de hierro, el primero que leí, prestado; Mi cuna, el mar, de Jean Lowell, una autora totalmente desconocida, de la que nunca volví a saber; Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena, o La niña de Ara, de Rafael Pérez y Pérez, quizá influida por la coincidencia del apellido.


De mi madre, me leí toda su pequeña biblioteca infantil, que incluía varios títulos de Celia y Matonkikí. También todas las novelitas de la colección Chicas, donde mis preferidas eran las de Marisa Villardefrancos.


Y EN VERANO...

Creo que comprábamos en El esquilar, en Suances, todas las semanas, con nuestra paga, Lily y el Capitán Trueno. Las chicas, por el mismo precio, nos leíamos los dos tebeos. Los niños, como eran tontos, y no querían leer una revista "de niñas", solo se leían el Capitán Trueno. Peor para ellos...

EL CINE DESDE MARY POPPINS

Siempre me he reconocido más como público de cine que de teatro. Me encantaba, y me encanta, la sensación de estar con más gente ante una pantalla grande a oscuras. Parte del ritual son –o eran- los “conguitos” (siempre los he preferido a las “palomitas”) y taparme con el abrigo o un pañuelo en verano.

La primera película que recuerdo es Mary Poppins, en el cine Alix de Suances, uno de los primeros veranos con los tíos. Sigue maravillándome la escena en que salen a recorrer el paisaje sobre los caballitos del tiovivo.


Para mí, “lo más” no era que volara con su paraguas, ni que sacara de su bolso las cosas más increíbles, que también (igualmente,  me fascinaron el baile de los buhoneros sobre los tejados, o el color de la habitación en la que ascienden a tomar el té, riendo sin parar (yo la recordaba roja pero, al volver a verla, me di cuenta de  que es marrón -el color de las paredes), sino la escena en que entran en un tiovivo pintado sobre la acera y cogen uno de los caballitos para salir al campo. Que pudieras entrar en un dibujo y este se hiciera realidad…

En la tele, recuerdo como memorable, antes de que aparecieran las cadenas privadas, un ciclo de cine mudo en la segunda cadena (hoy, La2). No recuerdo si tenía algo que ver con el programa La clave o era algo aparte. Me quedé colgada con El viento y Lilian Gish; Amanecer, de Murnau;  El séptimo cielo…

En los 80, en Madrid, vimos en los luego cines Ideal, Blade Runner, con un frío que pelaba y estirando nuestros tres cuartos para que nos llegaran a  los tobillos.

Mi director favorito sigue siendo Nicholas Ray: Los temas elegidos y su manera de abordarlos me siguen pareciendo tan modernos…: Muerte en los pantanos (la primera película “ecologista” que conozco – es de los años 1950); Johnny GuitarEn un lugar solitario…Es un director que habla con los silencios, como el escritor gallego Juan  Farias. No pasa de moda.


LECTURAS EN LA UNIVERSIDAD

En segundo y tercero de carrera, aprovechando que tenía la asignatura de Literatura, leí mucho (creo que era la única asignatura a la que le dedicaba mi tiempo con gusto. Como que me parece que solo “estudiaba” literatura…).

En Pamplona, recuerdo El retrato de un artista adolescente, de Joyce; Por el camino de Swam, el primero de los 7 libros de En busca del tiempo perdido, de Proust. Me encantaba su manera de relatar, “en rosetón”. Disfruté, en especial, la parte llamada “Los nombres”. O “La señora Dalloway”, de Virginia Woolf. A través de un ensayo del profesor Luka Brajnovic (Grandes figuras de la literatura universal...?) accedí en 1980 a autores de literaturas entonces muy poco conocidas como la africana o la japonesa: Chinua Achebe, Kawabata…


En Madrid, me pasaba horas en la Biblioteca Hispánica, rodando por su amoroso suelo de corcho, y en la Biblioteca Nacional -entonces abierta a los estudiantes- donde los bedeles me increpaban por ir allí a leer “novelas”. “Aquí se viene a estudiar cosas importantes: matemáticas, ciencias…”. Me encantaba abrir con un abrecartas libros que nadie había leído antes, o estar en la sala de incunables junto a viejecitos venerables que, seguro, eran unas eminencias en sus países de origen.

Como a mi profesor, Vilaselma, le encantaba la literatura latinoamericana (el manual obligatorio era su propio libro) leí  en tercero un montón de autores y novelas del boom: Carlos Fuentes, Los pasos perdidosPedro Páramo…Recuerdo que Marina y yo hicimos un análisis y presentación memorable del relato Macario, de Rulfo.

MIS CASAS

De la primera, en Barreda, no recuerdo nada: La dejamos cuando iba a nacer mi hermano David, así que yo tendría unos tres años. De la segunda de Barreda, tras la iglesia (“Vivo detrás de la iglesia en Barreda” era nuestra letanía -tras el nombre y los dos apellidos- en la escuela) –nos enteramos, después de irnos, de que llamaban a ese lugar “el Vaticano”- lo que más recuerdo es la huerta y el jardín. Allí comíamos en verano, bajo el (sauce) llorón; refrescábamos los pinos con la manguera; recogíamos al atardecer las judías verdes y los tomates o me sentaba a leer sobre las escaleras de piedra templada…


Luego, mientras estudiaba en Madrid, estuve de alquiler en varias casas, siempre en el barrio de Chamberí, y cerca de los metros de Iglesia o de Bilbao – excepto el primer año, que vivimos en un apartamento diminuto (casi era más grande la despensa que el dormitorio) en la calle Clara del Rey, cerca del metro de Avenida de América, una zona de oficinas bastante impersonal.

Antes, había estado un año en el barrio de Iturrama, en Pamplona. Preparábamos una obra de teatro infantil, Los tres pelos de oro del diablo, y nuestra casa era el centro de reunión. Recuerdo a Ana Rosa Ortiz de Zárate el día que hubo un terremoto y pensó esconderse en la bañera; los hilos de grasa que se descolgaban de la campana sobre la sopa; los gritos que dimos viendo Quién mató a Baby Jane en la tele; los debates filosóficos sobre crear una universidad paralela…

En Viriato 33, 2º, vivimos varios años. La casa se convirtió en centro de “reunión y descanso” de todo aquel/aquella que pasaba por Madrid, o tenía casa allí…, pero prefería la nuestra.


Recuerdo los trapos de cocina inundándolo todo; el día que una tortilla de patata se nos cayó al patio al darle la vuelta; las noches de la “Edad de Oro” de Paloma Chamorro aprendiendo sobre música moderna, en televisión; las mañanas viendo mientras desayunábamos la primera telenovela matutina: “Los ricos también lloran”; el día que los “secretas” vinieron a casa para preguntar por unos pantalones de pijama “de hombre” en un piso de mujeres (eran los tiempos del Plan ZEN y de la búsqueda de presuntos terroristas entre los apellidos vascos en la capital); el arroz que hizo Paco, con toda su buena voluntad, que se desbordaba de la olla como si fueran palomitas; a Luis Ángel subiendo y bajando en el ascensor porque había apretado todos los botones y éste se había vuelto loco; a Paca, la portera, y su hija Paquita, depilándose el bigote en el portal; el Espasa primera edición y el sillón relleno de paja donde me arrellanaba a ver la tele.

Luego vinieron Santísima Trinidad, Hartzenbusch, Viriato 38 y Bravo Murillo. Seis casas en 13 años. Tras tanta mudanza, ansiaba tener una casa mía de la que no me echaran las cambiantes leyes arrendatarias.

Años después de haber abandonado la capital, mi rincón favorito sigue siendo un sector de la plaza de Olavide, de la que me enamoré la primera vez que fui a Madrid a buscar piso, allá por 1982.

Santander, los vencejos son ahora gaviotas

En diciembre de 1995 me volví para mis lares y alquilé la casa de mi tía Sonia en la calle Laredo. Ahí nos conocíamos todos y, durante un año, tuve una sensación de pertenencia al barrio.

Más tarde, compré mi casa de actual, enamorada del silencio y el sol. Nunca me he arrepentido, a pesar de sus más de cien años y de los continuos arreglos. En verano, llegar de la calle engentada, abrir las ventanas que dan a los tejados, coger un yogur y sentarme en el sillón, no se pagan con nada.

ANDAR, MI DEPORTE FAVORITO

1979-2011: De montañera a senderista

En 1979, en COU, se creó en el colegio el grupo de montaña ASPAZ. Desde entonces, y durante más de 30 años -hasta que me paró una trocanteritis resistente- no he dejado de caminar, “el deporte de mi vida”.


Salí con la agrupación deportiva Rutas, con el grupo de montaña Standard, con la SEO, con Haciendo Huella, con Bosques de Cantabria, con la Deportiva, con Cantabria Infinita… Pasé de montañera a senderista y, últimamente, a caminante de ciudad en periodos de media hora, por la “tendinitis glútea bilateral”...

Salir al campo o, simplemente, a la calle, al aire libre, me ha hecho siempre muy feliz y me ha ayudado a relativizar problemas aparentemente enormes.

VIAJES

Siempre he disfrutado mucho de cada uno de mis viajes, fueran en compañía o sola. Me encanta conocer a gente diversa, comidas distintas; ver diferentes maneras de actuar ante una misma circunstancia.


Los “campos de trabajo” han sido una de las maneras de moverme: para aprender cosas nuevas (cómo hacer una tapia de piedra, sin usar argamasa; o un seto vivo con majuelos y endrinos)… y para practicar el inglés y ver mundo.

Con amigos y hermanos, o sola, he estado en Granada, en Cuenca, en Zahara de los Atunes, en Francia, en Irlanda, en Escocia, en Buenos Aires y la Patagonia; en Florencia, en Nueva York, en la Costa Brava, en Gales, en Inglaterra. En Asturias, en Doñana, en Praga…

[Esto es todo, por ahora: unas pequeñas pinceladas. Habrá más...].

Por si quieres seguir leyendo...



http://ficcionesdeloreal.blogspot.com.es/2016/02/diario-de-salud-de-una-cincuentanera.html. DIARIO DE SALUD DE UNA CINCUENTAÑERA. Diario de 2012-2013.


http://ficcionesdeloreal.blogspot.com.es/2014/12/diario-de-una-viajera-en-tren-de.html. DIARIO DE UNA VIAJERA EN TREN (DE CERCANÍAS). Diario de 2014-2015.

http://ficcionesdeloreal.blogspot.com.es/2016/01/diario-de-una-viajera-en-autobus.html. DIARIO DE UNA VIAJERA EN AUTOBÚS. Diario de 2015-2016.