Viernes,
20 mayo 2016
Madrid, 6.30 h. ¡Qué gusto
el fresquito de la mañana…!
No sé si de la alergia, el
aire acondicionado, o la sequedad, esta noche se me ha deshidratado la garganta que me
cuesta hasta tragar.
Madrid, a estas horas,
apenas tiene tráfico: al menos, en la calle Áncora.
Casi cojo el autobús al
revés, y como la calle es de solo un sentido, decido seguirlo en dirección
contraria hacia Méndez Álvaro y la estación Sur. He preguntado a medio Madrid:
“Siga hasta el final de la calle y luego todo para abajo”. Ya. Pero ¿hasta
dónde…?.
Veo a dos arrastrando
maletas, así que deduzco que la estación debe estar cerca. Los gorriones están
escandalosos.
Delante de las oficinas de
Repsol, descampado con ailantos y mechones de hierbas con amapolas y viborera.
Una señora que también va a la estación me dice que antes había ahí naves
industriales.
La estación Sur, en
comparación con la que yo conocí en Palos de la Frontera, es un “monstruo” y
nosotros parecemos hormiguitas sin cabeza corriendo de un lado para otro. Busco la
caseta de Información para preguntar dónde está la taquilla de mi autobús entre
tanta inmensidad. “Samar, la 45”.
…Al final, no me ha sobrado
mucho tiempo, cinco minutos. Los asientos son pegados unos a otros,
estrechos-estrechos. Es el autobús que va a Jaén, pero no vamos muchos, “ni
medio coche”- dice uno.
A las 7.30 h, la entrada a
Madrid por Méndez Álvaro está colapsada. El cielo, todo despejado y azul. Los
dos carriles de salida también van bastante llenos, pero el tráfico es fluido
hasta cementos Villaverde.
Leo “Getafe” en un puente de
cemento, tallado a buril. “Jaén, 321[km]”. Buffff.
Se suceden naves y
urbanizaciones a los lados de la autopista. Genistas florecidas en los ribazos.
A las 7.50 h se me seca el
boli. ¡Damn! Mira que siempre llevo más de uno y podía haber traído el de la
libreta del Thyssen, pero pensé que no era necesario. Así que, apunto breves notas
con la punta del boli seco, apretando mucho para que quede la “muesca”.
Veo las desviaciones a
Toledo y Aranjuez, ITV Ocaña; a las 8.15 h,
cartel que indica “Puerto Lápice-Bailén-Córdoba”; luego, Puerto Lápice
64 (km), Restaurante Venta El Molino…A las 8.30 h el firme de la carretera es
malo. Primera parada en Tembleque, “la puerta de La Mancha”. Cerca, Turleque,
nombre que no había oído nunca. La segunda parada es en Madridejos. La tercera, la
mía: Puerto Lápice, primer pueblo de Ciudad Real (los otros pertenecían a
Toledo). Solo me bajo yo. Lo primero, comprar un boli…
Puerto
Lápice, “un lugar muy pasajero…”
Me llama la atención una
cola ante una furgoneta que pone “Churrería Muñoz”. La estanquera me lo
aclarará luego: “Aquí no tenemos churrería y la furgoneta solo viene los
viernes, así que si quieres churros…”. Me recomienda ir a la venta de don
Quijote y a los 3 molinos que se ven detrás del pueblo, en una colina: “Las
vistas merecen la pena”. Compro el bolígrafo y tres postales de los únicos
modelos que tiene. Como ahora todo el mundo manda fotos y comentarios por
wásap, ya nadie escribe postales. Pero yo sí…
La venta de don Quijote está
al voltear una esquina (frente a la iglesia parroquial Nuestra Señora del Buen
Consejo). Encalada en blanco, con las puertas y ventanas pintadas de azul.
Entro a tomarme un café y una “flor de azúcar” (3 euros) que nunca había
probado antes (masa frita muy fina, en forma de flor, espolvoreada con canela y
azúcar, crujiente y nada grasienta). El café es “potente”, fuerte, pero está
rico. Aprovecho para ir al baño. Luego, echo un ojo a la tienda de suvenirs
(“puedes probar los vinos en el bar, si luego quieres llevarte alguno…”). “Cuando
termine la visita del pueblo; no quiero ir cargada con peso…”.
En cuanto abre
el “museo”, tres salas con recreaciones, láminas y manuscritos, me acerco a
verlo antes de que lleguen las “hordas” de turistas. El aparcamiento, generoso,
al otro lado de la venta, me indica que caben muuuchos autobuses.
Después, como siempre,
decido llegarme hasta el final del pueblo por la calle principal, Cervantes,
por el lado de la sombra. Son las 10 h: acaban de dar las campanadas en la iglesia.
En la farmacia (botica del
Licenciado R. Muñoz Royán), a donde voy a por unas pastillas de chupar para la
garganta, una señora me dice que el olivo allí está ahora en plena floración…En
cada casa, unos cortinones de tela, o flecos, para que entre el fresco, pero no
las moscas, supongo…
A la salida del pueblo,
hacia Villarta de San Juan, un camino paralelo a la carretera enmarcado por
acacias jóvenes “Ruta de don Quijote. Uso preferente no motorizado…”. Tiene
bancos de cuando en cuando, e incluso farolas, pero no me animo. Hace ya una
solana…
A las 10.30 h me sobrepasa
el primer autobús de turistas, pintado en colores chillones. Han hecho una
entrada directa, con paso de cebra incluido, desde el aparcamiento de autobuses
a la venta de don Quijote (para que no tengan pérdida y no les atropellen
cuando sean “manadas”…).
Al volver por la misma calle
Cervantes, dejando atrás la calle Las Labores, que circunvala el pueblo, paro
en la ermita de San José, una pequeña capilla con un abrevadero y un pozo. Al
otro lado de la calle, frente a la
ermita, rosas. Es algo que siempre me admira en estos lugares de Castilla, en
mitad de un secarral, en la tierra desnuda: rosas frescas y vivas.
Hoy es día de mercado. En
Puerto Lápice (alrededor de mil habitantes) hay mucha gente mayor. Me cruzo con
varias mujeres que llevan el “andador-silla” y una que lleva la muleta en el
carrito de la compra. De camino, una señora con ganas de hablar, me confiesa:
“Esta es la comunidad más entrampada…”. También me informa de que para subir a
los molinos del cerro, “antes se subía por un camino más directo, pero ahora
nos han dicho que es particular…”. Si quiero ir, tengo que llegar hasta la
gasolinera a la entrada del pueblo.
Echo un vistazo al
mercadillo y me compro un puñado de albaricoques. En otros puestos, que me
ofrecen viandas, digo que después, al final de la mañana, porque aún tengo que
andar mucho y no quiero llevar demasiado peso a la espalda. Todo el mundo me
habla como si tuviera coche, o hubiera venido en coche, como si la única manera
de viajar fuera en automóvil particular. Se da por hecho. Pero yo he venido en
autobús (otras veces voy en tren) y me desplazo andando por los alrededores, no
trasportando mi vehículo de cien en cien
metros...
Paso de nuevo por la plaza
mayor (con forma de corral de comedias), y ahora me paro ante el cartel. Así me
entero de que el nombre de Puerto Lápice es por la piedra “lapícea” que hay por
los alrededores. En el siglo XV se llamó “Las ventas de Puerto Lápice”, porque
entonces era un lugar de paso donde paraban los comerciantes y feriantes que
iban de camino a Murcia. Sobre los
edificios, explica que la plaza mayor tiene soportes de madera, pintados de
almagre [óxido rojo de hierro que se emplea en pinturas] y que las casas tienen
paredes enjabelgadas, encintadas de añil.
Junto a la plaza, alrededor
de una noria, unos bancos de azulejos con frases del Quijote: “Autores hay que
dicen que la primera aventura…fue la de Puerto Lápice”, “Siguieron el camino del Puerto Lápice porque
allí decía Don Quijote…era posible… hallarse muchas aventuras por ser lugar muy
pasajero”, “Otros dicen que la de los
molinos de viento”,…
Hacia
los molinos…aunque sean las 12 del mediodía
Siguiendo las indicaciones
de la señora parlanchina, voy en dirección contraria a la que me trajo el
autobús, hacia la gasolinera de la entrada. Es una tirada, pero estoy decidida
a contemplar las vistas desde el cerro.
Antes de llegar a la
gasolinera, me meto por un camino nuevo -entre eucaliptos lacios y ¿moreras…?-,
y descubro el “puente romano de Puerto Lápice”, reconstruido, un puente de un
ojo de 2´20 m. de luz. Estaba en el camino de Consuegra (Consabura) sobre el
arroyo de Valdehierro, en el camino histórico de Madrid a Andalucía, que a su
vez seguía el trazado de la calzada romana “Vía 30 del Itinerario de Antonino”,
que unía Alhambra con Toledo pasando por Consuegra.
Pregunto a un señor en un
tractor que trabaja en un campo de vides cuánto me llevará subir a los molinos
(a las dos menos cinco tengo el autobús de vuelta a Madrid). Me dice que en un
cuarto de hora lo tengo hecho (no sabe que, con lo que me paro yo, tardo más
del doble…). El campo bulle de vida (malvas, amapolas…) en mitad del aire
caliente. La cuneta me huele a anises.
Tenía que haberme traído los
bastones para la última parte del recorrido, más pindia. En la subida, dejando
atrás una franja de olivos, me encuentro con jaras pringosas, tojos pinchudos,
hipérico y gamón, que siempre me recuerda al huso con el que se pinchó la Bella
Durmiente (al final del tallo tiene como un capullo de algodón).
Y sí, merece la pena subir.
Desde lo alto, veo el paisaje en mosaico. La tierra rojiza y los distintos
tonos de verde hacen una combinación perfecta. Solo el polvo en suspensión de
una cantera, al fondo, enturbia un poco las vistas.
Al bajar, me encuentro con
el hombre que cavaba en el campo de vides, que ha venido en bicicleta: “Otra
vez, venga en San Isidro, para la romería en la ermita”- me recomienda.
Reflexiones
para/sobre don Quijote
Supongo, don Alonso, que
usted no tendría problemas de alergia. Seguro que no era alérgico y seguro que
el calor de la armadura en julio le hizo amojamarse más y perder cualquier
gramo de grasa o agua que pudieran quedarle. Yo misma, me estoy amojamando por
momentos, como si fuera jamón curado al aire de la sierra…
Si yo hubiera sido usted,
habría salido a cabalgar en mayo (en vez de en julio). Así hubiera visto todo
el despliegue floral y pajaril…
SABER
MÁS
https://www.youtube.com/watch?v=5apgsMyiKVo&fb_source/.
Ruta de los molinos.
http://www.guiarte.com/pueblos/puerto-lapice.html.
Puerto Lápice.
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