viernes, 28 de diciembre de 2018

VIAJES EN TREN 6. LOS PUEBLOS QUE ME QUEDARON. LAS FRAGUAS (3)

LAS FRAGUAS. Iglesia de San Jorge y Palacio de los Hornillos


 Miércoles, 12 de diciembre de 2018

9.52 h. 13 grados en el luminoso del tren. Hoy iba tan ensimismada por la calle que se me ha olvidado mirar el termómetro de la farmacia. El tren lleva la calefacción a tope. Hace un calorrr…

Al ir a rellenar la tarjeta transporte en la taquilla, me dicen que tengo pendiente una salida en un pueblo (¿¿?). ¿Y cómo no me lo ha cobrado al salir por el torco de Santander, que es insoslayable…? Ninguna de las dos lo entendemos, pero como lo dice la máquina…


El tren tiene apagados los monitores y el de la vía también está en barras horizontales; solo funciona la banda corrida de los laterales. El día está un poco pocho y ha llovido por la noche (las aceras están mojadas), aunque el pronóstico no da empeoramiento hasta la tarde.

Salimos en punto a las 9.58 h. El de seguridad hoy es un hombre serio-serio. Hoy somos todas mujeres en el primer vagón. No he visto a los de la Asociación de Mayores que hacen senderismo ni tampoco a ningún ciclista. ¿Será por el tiempo…?

En Valdecilla hay una pequeña retención para entrar en Santander y las garcillas bueyeras trastean por los prados un poco antes de Muriedas. Bajo las nubes grises y blancas se ven trocitos de azul cielo.


El tejado de la estación de Las Caldas sigue roto y caído. Hoy no se sube nadie para ir al mercado de Los Corrales, quizá porque se vuelven a sus casas (un grupo de mayores espera otro convoy con las maletas en el andén).

Un chaval se sube en Viérnoles hasta Lombera, sin billete. El revisor le explica, calmo, que hay que sacarse la tarjeta.

Cuando llego a Arenas (voy a ver a mis parientes antes de echarme a andar), hay 10 grados a las 10.57 horas.

Tras tomarme un té (y llenarme de caramelos el bolsillo del chaleco), estiro los bastones sobre las 11.30 h.

Al cruzar las vías, pregunto a una chica con un perro negro por dónde ir al “Partenón” que veo en la distancia. Me indica, pero veo una carreterilla y la tomo; no tiene salida hacia la carretera general, pero rodeo la cerca de alambre y…la guardia civil está haciendo un control a los conductores en la rotonda. Uno de ellos me dice que puedo atravesarla con cuidado (no hay mucho tráfico). “Como no vueles, no hay otra manera…”. Hay que coger la desviación que pone a San Vicente de León.


Y de repente, al dar una curva, lo veo: el Palacio de los Hornillos, a la derecha del Partenón. Con el día nublado que hace hoy, sin sombras, resulta un poco fantasmagórico.


En el exterior, un poste de “Rutas de cine” con las localizaciones exactas de las películas realizadas en Cantabria en grados, minutos y segundos.  Además de Los otros, Primos, Altamira, La vida que te espera, el Invierno de las anjanas y Airbag.


No sé qué hacer; si rodear primero la finca del palacio o ir hacia la iglesia de San Jorge, en un alto…Elijo lo segundo. Mientras subo por la carretera, a la izquierda, entre zarzas y amentos, veo el Partenón como una mole griega trasplantada al valle de Iguña. Un ciclista, tan fascinado como yo, desde la bicicleta o tirándola en cualquier zarzal, toma incontables fotos de la mansión de Los otros. Los rosales de pie que yo saqué hace años se alzan solitarios sin una rosa.


¡¡¡Mirada a Grecia!!! -oigo a voz en grito. Dos ciclistas se han sumado al solitario y… ¡se acabó la paz! Pensaba que el Partenón/iglesia de San Jorge estaría dentro de una finca vallada, pero no. ¡A ver si se van los bulliciosos y subo! -pienso mientras cirvunvalo el edificio. Un caballo pasta tranquilo alrededor de las columnas, en la parte de atrás.

El cartel informativo recoge que el “Partenón” fue construido en 1890 como capilla-panteón de los duques de Santo Mauro, propietarios del palacio de los Hornillos. Con el tiempo, estos lo donan al pueblo de Las Fraguas y en la actualidad es la iglesia parroquial.

Sigo la carretera que bordea la finca del palacio por arriba en busca de una visión diferente, pero las zarzas y lianas impiden ver mucho más. Así, entre pitos y flautas, llego a la desviación que señala la localidad de “Palacio”. Una casa, en la intersección, así lo certifica. A la izquierda, San Vicente de León, por debajo del túnel.


Detrás del edificio del palacio, un montón de vacas blancas paciendo en el prado. Me doy cuenta de que regreso por un camino paralelo al que cogí el otro día, junto al río. En el campo de cardos secos y lampazos, las ovejas, esta vez, están repanchingadas, rumiando la mar de aburridas. Un poco más allá, las casas de tejado de lajas me recuerdan a las casas de campo inglesas.


Voy rodeando, rodeando, rodeando (lo más cerca que puedo de  la finca por fuera) hasta que consigo verla por su parte trasera. Es casi la una y media. Tengo dos horas más antes del tren.


En un banco frente al letrero de “Finca privada. Prohibido el paso”, me como mi sanwich de quesos varios. Ahora ya me hago una idea espacial de todo: la Casona de la Marquesa a un lado; el Palacio de los Hornillos al otro y, arriba, el Partenón. Para señalar el camino en el prado, una especie de prismas clavados en el suelo, pintados con cal blanca.


Salgo a la rotonda y llego al cruce que el otro día dejé sin investigar. Tengo tiempo de tomar el menú en Casa Victoria. Me mandan al comedor de arriba. “Si me da igual abajo…”. No hay tu tía. Así que como con mantel elegante. Mientras vienen mis alubias rojas, a otro comensal y a mí nos traen una selección de tres aceites para mojar pan (el que tiene sabor a ajo es distinto y delicioso).

Tardan bastante. “Es que solo estamos dos…”. “Ya, pero pensaba que lo que he pedido (alubias y carrilleras) era solo de calentar…”. Las alubias rojas están muy buenas, quizá un poco demasiado templadas. Dejo el tocino (hay texturas con las que no puedo, como los callos, las ostras o el “gordo “ de las chuletas…).

El que está a mi lado (debe ser cliente habitual), se queja del postre: “Es que el arroz con leche no me gusta…”. El helado de vainilla debe ser que tampoco porque le traen un bombón helado.

“Encima, no avisáis”- escucho que  dicen a alguien abajo. Del menú escrito en la pizarra han tachado el pollo a la cerveza. Las voces aumentan de volumen. “Es que mira el ruido que hay…”- trata de explicarme la razón de ubicarnos en el comedor de la primera planta. Aunque eso signifique subir unas ocho veces por persona. Luego, tienen a comer un grupo de seis hombres.

Las carrilleras están bien calentitas y muy tiernas, y las patatas fritas, recién hechas, duras por fuera y blandas por dentro, nada que ver con las de ciudad/supermercado. De postre, arroz con leche, ¡cómo no! Esta recién sacado del puchero, con azúcar quemada por encima.

Cuando termino, voy para la estación. Me pongo el gorro de lana y paseo el andén arriba y abajo para hacer la digestión antes de sentarme otra hora. El día ya está frío y oscuro de invierno a las 15.30 h.


La marquesina de plástico aparece quemada por cigarrillos y un chico con cara cerril se las pasa dando patadas a una columna. Por no verle, me voy a admirar un huerto de repollos y berzas junto a las vías.



En el tren, dos revisores hablan. Están calentitos con lo de la huelga coincidiendo con las fiestas navideñas: “Siempre nos toca a los mismos”…






viernes, 21 de diciembre de 2018

VIAJES EN TREN 5. LOS PUEBLOS QUE ME QUEDARON. SOMAHOZ (1)

SOMAHOZ DE BUELNA


Cuando venía de Madrid en tren, mi referencia para saber que ya estaba cerca de Torrelavega era el ruido infernal metálico que yo identificaba con Los Corrales de Buelna, y ahora sé que era el puente ferroviario de hierro sobre el río Besaya, en Somahoz.

En mis últimos paseos, siempre veía, al otro lado, una línea de casas más allá de Los Corrales, por las que tenía curiosidad. Hoy es el día…

Miércoles, 19 de diciembre de 2018

[En homenaje a Laura Luelmo, asesinada en El Campillo, Huelva, sigo saliendo al monte y al campo, sola. ¿Me puedo decir alguien qué daño, qué mal hago…?].


12 grados a las a las 9.42 h en la farmacia de Jesús de Monasterio. Las nubes son un poco raras, no sé si de sur o de niebla nebulosa. Veremos…


Hace frío y las yemas de los dedos se me han quedado heladas. En el andén, el luminoso de la vía 2, otra vez, está “en barras” y, dentro del tren, no funciona nada. ¡Nos estamos deteriorando por momentos…!

De repente: “9.49 h. 13º C”… Debía ser que todo estaba apagado hasta llegar el nuevo maquinista…

Una pasajera ayuda a subir a una mujer mayor con una muleta y el carro de la compra. Estos trenes son demasiado altos, ya casi para cualquier persona. No sé en quién piensan los que diseñan…

El de Seguridad se sube en la parada de Valdecilla. Observo que mira de reojo los bolsillos abultados de mi chaleco. El cielo está azul pero cruzado por nubes blancas teñidas de gris por los bajos.

Tengo un poco de hambre ( he desayunado sobre las 6) y le doy unos cuantos mordiscos a mi sándwich antes de Muriedas. Una “lengua” sobre Peña Cabarga tapa, ¿momentáneamente?, el sol antes de llegar a Guarnizo. Hoy tampoco han venido “los chicos” de la Asociación de Mayores. Quizá la cercanía de las fiestas y todos los preparativos…

En el primer vagón, solo vamos tres, mujeres: la señora del carrito, otra que se ha subido en Maliaño, y yo. A la salida de Guarnizo, me vuelven a impactar los plumeros, diseminados por todas partes.

En Renedo, ayudo a bajar a la señora del carrito. “Otras veces está el de seguridad…”- me dice (para ayudarla). Pero hoy, no. Y vuelvo a preguntarme: ¿Para quién diseñan los que diseñan…? ¿Para ellos mismos…? ¿Son usuarios del tren…? ¿Preguntan, u observan, a sus usuarios…?  No sé por qué no se generalizan las buenas ideas como la del Talgo a ras de andén y, en cambio, se dedican a pensar nuevos reposabrazos y reposapiés para cuyo despliegue hay que saber latín…

Sigue roto el tejado en Las Caldas. ¡Qué dejadez…! 


A las 10. 44 h con 11 grados, me bajo en Los Corrales.

Intento preguntar a dos hombres junto a una hormigonera a dónde va la carreterita paralela a las vías, pero entre el ruido propio y el de la fábrica Nissan al lado, no me oyen;  así que decido seguir y ver a dónde llego.


Un señor que sube al final del andén por unas escaleritas me confirma que, efectivamente, la carretera conduce a Somahoz, como a un kilómetro, y que luego puedo regresar por otra carreterita del mismo estilo. ¡Perfecto!


Llego a una zona de chalés y adosados bajo dos montes. A la izquierda, una especie de gran pilar con una caseta encima que me recuerda a una torre medieval, no sé por qué. Esforzándome mucho, creo leer: “CORRALES DE BUELNA. AÑO 1948” (Luego, al descargar las fotos, me doy cuenta de que pone: “FORJAS DE BUELNA”). ¿Un depósito de agua de La Quijano…?- me dice un paisano que pasea con una garrota tallada. No lo sabe bien; dice que lleva desde siempre. [Más tarde, en casa, descubro en internet, en una foto de 1960 que es un depósito elevado construido por Nueva Montaña Quijano en 1948].


Al fondo, la iglesia parroquial de Somahoz. “A las 19.30 h el 22 de diciembre cantará la Coral de Los Corrales”- según el tablón de anuncios junto a la parada de autobús. Comparte el espacio con la noticia de que se ha encontrado un cachorro [de perro] en la zona de la bolera. En el estanco, una parroquiana, a gritos: “Y el Koala, ¡¿cómo despuntó…!? Supongo que se refieren al concurso de Gran Hermano...

La iglesia está frente a la bolera; un sufrido árbol sirve de “corcho” para las esquelas, pegadas con celo, o las menos amistosas grapas.


Dejo atrás la plaza Gedio [Gedío, como el pico y la peña], con un pequeño aparcamiento. Oigo el rumor del río a mi izquierda. Unas cuantas lavanderas [pájaro] bajan a beber y una pareja de azulones se deja llevar por la corriente.

Más adelante, una casona estupenda [La Casona de Somahoz, hotel], con dos arcos, frente al hotel restaurante Fleming. Junto a él, un monolito  de 1964 dedicado al científico de la penicilina, con unas palabras de su compadre, el doctor Marañón: “El hombre que más vidas humanas ha salvado en tiempos en que tantos otros han hecho lo posible por destruirlas”...

El puente Ranero pone que está cortado por obras, pero los coches pasan de ida y vuelta. ¿Se habrán olvidado de quitar el cartel…?


Entro a tomarme un café y un pincho (y a ir al baño) en el Fleming (2´30 euros). “Tenían que ponerle a secar…”-dice uno de los comensales ante la noticia de que ha confesado el  asesino de Laura Luelmo. Luego, dejo atrás el Fleming y el pueblo. Unos operarios trabajan en el vallado de madera. “Nos han dicho que tenemos que quitarlo” (¿?¡?)…- le dicen a una vecina.


Desde el vallado, distingo una garza real, inmóvil en el centro del río, sobre una roca. Un poco más allá, empieza un voladizo de cemento, que retumba con mis pisadas. Voy lo más a la derecha que puedo, para agarrarme al quitamiedos en caso de que ceda…

"Los Corrales de Buelna 2. Km 171 de la N-611". Es una referencia de lo ya andado (2 kilómetros).


Decido continuar mientras haya una senda junto a la carretera, fuera del arcén. A la derecha, la montaña plagada de eucaliptos.

Llego a una bajada al río (será la primera, pero eso aún no lo sé). No tiene ningún cartel. Está un poco enmarañada, así que decido seguir adelante (Al hilo de lo que viene después, creo que es la “Primera playa”).


La carreterita asfaltada baja al llegar a una especie de depósito. “…Más o menos 1 kilómetro hasta el cruce de Cieza”- me dice un corredor que viene de vuelta.

Camino hasta la llamada “Segunda playa” (esta vez sí hay cartel), unas escaleras de bajada al río, y… pienso en volverme y dejarlo para otro día que tenga menos miedo. Es un camino solitario, por tramos encajado entre el río y la carretera general…


Un señor con dos perros viene detrás de mí: le pregunto por el final de la senda y veo bajar al de la garrota labrada. Quizá el cruce de Cieza sea una distancia adecuada para muchos. Decido continuar. ¿Qué daño, qué mal hago andando sola…?

El camino va encajado entre dos laderas (es un desfiladero, una hoz) y el río está cavando su curso. De cuando en cuando, atravieso “desaguaderos?/, aliviaderos de los montes?” que cruzan el sendero para ir a desembocar en el río, abajo.


Solo me cruzo con una chica que va corriendo con un perro atado a la cintura. El resto, hombres.

Llego a unas mesas con un cartel informativo: “Tramo Somahoz-Cieza de la senda fluvial del río Besaya”. Así que es una senda fluvial…


Un poco más allá, el Pozo del cura, otro nombre tradicional, según me contó el vecino de los perros. En los tramos de suelo más blandos se ven huellas de bicis, pero hasta el momento (son las 12.30 h)  no me he cruzado con ninguna. Los pinos han sustituido a los eucaliptos en las laderas.

Otra bajada más: “La Mesuca”. Podían haber señalado los kilómetros…Al final del camino hay, efectivamente, una mesa de madera, ya casi en el río.


“Pozo La nutria”. La “Bajada empedrá” es, ciertamente, de grandes lajas de piedra. “¡Buen selfi!- me dicen unos ciclistas desde la carretera. Yo, que no soy de selfis, de repente me doy cuenta de que me hago uno, y lo mando, como referencia del sitio donde estoy, por si me sucede algo, que sepan dónde empezar a buscarme…


Me cruzo con una pareja que se hace 13 kilómetros todos los días. Hablamos de los habitantes del río: patos, lavanderas…”He visto una garza…”. El señor me ilustra: “Las garzas se comen las truchas…”. No sé si quiere decirme con ello que no tienen derecho a la vida. Las personas también nos comemos las truchas…

“Bajada de Cieza”.

Sobre las 13 h llego a un cruce de caminos, con un asubiadero, una señal de obras y la desviación a Villayuso de Cieza: este debe de ser el final del camino. “Aún podría continuarse unos 500 metros más…”- me ha dicho el último paisano.”Luego, ya, viene la carretera…”.


Sí, podría continuar pasando al otro lado de la carretera general, donde hay una caseta de obras?, pero “It´s too late”; no tengo tiempo para más (el tren de vuelta es a las 15.30 h).

Los coches vienen f…….s por la carretera general; y eso que primero recomiendan, y luego, obligan, a ir a 70…4 km “de ciervos” –señala el cartel. N-611. Km 169. Quería saber cuánta distancia había recorrido y, tratando de leer el cartel, voy por el arcén buscando un sitio por donde bajar a la senda de nuevo, sin tener que dar marcha atrás.

He recordado que había un momento en que carretera y sendero iban muy cerquita, casi paralelos, sin el talud de algunas partes y sin tener que saltar el quitamiedos. Está a la altura del Pozo de la nutria, pero hay que tener cuidado y tantear bien con los pies porque hay agujeros.  Una vez en la senda, me doy cuenta de que el mejor paso está justo antes de comenzar el siguiente quitamiedos.


A las 13.30 h estoy en la Bajada La mesuca de nuevo. Después de ver tantos monolitos en el Camino de Santiago, a veces cada 200 metros, aquí me hubiera gustado ver algún tipo de indicación sencilla de las distancias…

Sobre las 14 h ya estoy en la señal que indica “gasolinera a 600 metros”, cerca de la Primera playa ¿ (sin cartel), junto al vallado que primero es de metal y luego de madera.

Llegando a la entrada de Somahoz, la iglesia, el hostal Fleming y el depósito de aguas son los tres edificios que más destacan. La gente viene andando por el arcén de la carretera general, rodeando el pueblo por fuera, pero no me apetece ir por ahí, así que regreso por el mismo camino,  desandando lo andado.


Justo al inicio, veo el cartel que inaugura la senda fluvial. Como a la ida estaban trabajando en la zona, liberando los postes de la barandilla, no vi el cartel. Me entero ahora de que el sendero tiene 2. 440 metros, una pendiente máxima de 5´5 % y 146 metros de elevación máxima.


Dejo para otro día la desviación hacia el río Ranero. Recorreré el cauce del río Besaya hacia Los Corrales por la otra margen.

Como tengo tiempo antes del tren, me tomo una clara (0´70 euros) en “La parada”, ya en el centro de Los Corrales. “¿Quieres un caldito…?”. El tema sigue siendo el mismo…”Dice que no puedo violarla al estar inconsciente…”.


SABER MÁS

https://es.wikiloc.com/rutas-a-pie/somahoz-senda-fluvial-del-rio-besaya-30660835. Senda fluvial del río Besaya entre Somahoz y Cieza, en wikiloc.







lunes, 17 de diciembre de 2018

VIAJES EN TREN 4. LOS PUEBLOS QUE ME QUEDARON. LAS FRAGUAS (2)

LAS FRAGUAS. Sus alrededores


Miércoles, 5 de diciembre de 2018

El miércoles anterior me quedaron pendientes el “camino rojo” a Los Llares y La ruta del Navajos, en dirección Molledo. Sin embargo, quiero parar antes en Arenas porque un tío mío me ha dicho que allí vive una pariente.

14 grados a las 7.55 h. Hoy quiero coger el tren de las 8.14 h porque he de volver antes para comer en Torrelavega y, si no, no  me da tiempo.

Cuando salgo de casa, aún es de noche. En la sala de espera, me sonrío, entre irónica e incrédula, cuando “La Voz” dice, como un papagayo: “No está permitido “jugar” en el recinto de la estación”…Je, je. A estas horas, solo estamos 4 gatos y, ninguno, es un niño…Se me está quedando el culo frío sentada en los asientos metálicos, pero no me apetece salir fuera: aún no ha llegado el tren procedente de Los Corrales.

Viene petado…En mi vagón se han subido dos jubilados, venerables, con sus barbas blancas, vestidos (como yo) de senderistas. Hoy, la temperatura que marca el tren (14 º C) es la misma que la del termómetro de la calle (Jesús de Monasterio).


Salimos o´clock: a las 8.14 h. Como siempre, lo sillones (que suben por la parte final) se me clavan y cortan los muslos. No sé quién diseña, pero siempre debe pensar en los mismos: altos y sin celulitis…

Llevo mi sándwich de quesitos untados, frutos rojos y pepitas de calabaza espolvoreadas; y el termo lleno de agua, por si no encuentro un lugar donde tomar algo.

Acaba de pasar el “armario” de hoy, que casi da con la cabeza en el techo. Las luces anaranjadas de las casas fuera parecen las de un belén en miniatura. Ayer salí a ver las luces de Navidad este año en Santander: el buen gusto en unas calles y comercios y el colorín y el kitsch en los lugares más multitudinarios...


De repente, oigo: “Esto es lo que he encontrado sobre Sofía de Grecia…”; una voz parecida a la de Siri, en el sillón de atrás, ocupado por un hombre, que mira su móvil.

Me empiezan a entrar los calores, pero es tanta la parafernalia de empezar a quitarme ropa, que solo me subo las mangas del forro y me abro la cremallera un poco. Eso sí: saco el abanico de mi bolsa “de todo” y aprovecho para ponerme en la cara crema solar.

Hay niebla sobre Parbayón ahora que empieza a amanecer (8.33 h). El día está un poco “mortecino”. Se ven charcos en los campos después de Renedo.

En Torrelavega están fumigando las malas hierbas entre las vías y, en Las Caldas, sigue sin arreglarse el tejado caído y acordonada la zona. ¿Hasta cuándo…? Hace 10 grados centígrados, pero empieza a parecer un tímido resol.

Cuando bajo en Arenas a las 9.07 h, hay 6 grados. Huele a pis de vaca y el aire está húmedo y frío. “Desde pequeños les inculcan el odio hacia Cristo…”- le dice una señora mayor a su hijo (¿), también mayor.


En El Rincón me tomo un café y medio sanwich (2´20 euros). Hay a estas horas más mujeres que otras veces, y también está el revisor. Fuera, un cartel anuncia la fiesta de  La Vijanera, en Silió, el 6 de enero de 2019.


En el quiosco de prensa y chuches me dicen que la tienda que busco está más arriba; pero no saben el nombre y la indicación no es muy precisa. Vuelvo a preguntar y ya consigo saber que está frente al consultorio médico; les hago una visita, prometiendo que la próxima vez estaré más rato.

Mientras voy hacia Las Fraguas, cruzando por el paso a nivel, veo en la distancia la llamada iglesia de San Jorge, que recuerda a un templo griego o romano (luego leo que le llaman “El Partenón”…).


Mi primera intención es ir hacia el poste que indica La ruta del Navajos, pero decido rodear la finca de La Casona siguiendo el muro, dejando un caqui a mi derecha. He acertado: he salido al café-bar El Chiringuito.


Veo a dos mujeres vestidas de chándal venir andando por un camino y ¡allá que voy!... Pues porque las he visto a ellas, que, si no, me voy por la carretera…No hay ninguna indicación. El sendero empieza junto a un aparcamiento de alquitrán, cerca del río, con un gran pino a la izquierda y una barandilla de madera a la derecha. El firme al comienzo es de adoquines rojos con hierba entre las junturas.


Son las 10.30 h. Tengo dos horas hasta el siguiente tren (a las 12.30 h). Me tengo que administrar: una hora de ida, hasta donde llegue, y otra de vuelta.

El camino rodea la bolera, el parque infantil y el campo de futbito. Tras otros 100 m de hierba, se llega  a una cadena baja (se puede saltar cómodamente) que conecta con una pista de asfalto.


Siempre con el sonido del río a la derecha, de pronto una garza real sale volando de entre los cudones. Dos cormoranes vuelan río arriba poco después y una bandada de urracas va de acá para allá como pollo sin cabeza. Huele a papel quemado.

El campo a mi izquierda está lleno de cardos secos y unas ovejas pastan lo que pueden. De cuando en cuando, un banco de madera para descansar.


Pregunto a dos caminantes con los que me cruzo, que hasta dónde lleva este camino y uno de ellos me dice que, más adelante, puedo cruzar el puente y volver por el “camino rojo”, que llega hasta Los Llares, al otro lado del río. Me lo repite dos o tres veces, pero ya lo he entendido a la primera (solo le falta decir: “En resumen…”- como hacía mi padre cuando me explicaba los ejercicios de matemáticas, y me repetía lo mismo de nuevo...).

Cuando reanudo la marcha, veo una vaca suelta delante de mí, pastando por la orilla. Oh, Dios mío… Estos que somos de ciudad…Espero que no me moche…, que voy de rojo…

Al cruzarnos, cada una en un extremo, ambas nos miramos de reojo. Ay, que decide no darme la espalda y se vuelve, pastando, en mi dirección…Veo más ganado suelto, pero las vacas siguientes no me prestan la más mínima atención. La grulla cruza de nuevo, con las patas plegadas hacia atrás, como el tren de aterrizaje de un avión.

Paso bajo el viaducto [de Pedredo] y, un poco más adelante, está un toro mascando, este sí, dentro de una cerca de espino. Me mira…, y sigue rumiando. Tiene unos cuernos bien largos y puntiagudos.


En uno de los pilares del viaducto he visto la primera, y única, señal amarilla y blanca, que indica un sendero de corto recorrido. Hacia la izquierda, se ven las casa de una aldea/barrio, pero decido seguir de frente en busca del paso hacia la otra margen del río.

“Por llegar…, puede llegar hasta Bárcena Mayor…”- me dice otro paisano paseante. Pasadas un poquito las 11.30 h llego a Carrocerías Lastre, el lugar del que me hablaron los dos primeros cicerones, junto al mesón El Nogalón.

El puente es muy estrechito, para solo un vehículo cada vez. Al otro lado, El puerto de Veracruz, especialidad en cazuelas caseras. Estoy en Cohiño (leo en el parque infantil). Junto al río va una pequeña carreterita. ¿Llegará a Las Fraguas…?


Una señora me saca de dudas y, menos mal: si no, podía haber llegado a un punto sin paso y haber perdido el tren. Me recoloca hacia el camino rojo por la carretera con la señal Km 2. CA-804. Un gallo canta como un poseído (no es nada cierto que canten al amanecer).

Junto a la marquesina del autobús -como decía la señora- empieza el camino peatonal. De la caseta sale una canción montañesa: es un paisano ciego que dice que se llega hasta ahí todos los días. Lo dejo silbando tan contento, sentado en el banco.


Ahora estoy en San Cristóbal. Paso de nuevo bajo el viaducto (Fracking, ¡no!- leo en un pilar) y estoy en Pedredo. Huele otra vez a pis de vaca como si se hubieran puesto a mear un millón a la vez.

Mientras leo los carteles junto a otra marquesina de autobús, paran dos coches para leer una esquela en el panel de anuncios, sin apearse, desde la ventanilla bajada (debe de ser el deporte comarcal…). En los jardines, animales "de mentiras" y, solo alguno, real.


Llegando ya a Las Fraguas, se intensifica el sonido de un helicóptero, muy molesto, que hace círculos concéntricos, ¿mapeando algo…?

A la estación hay que subir por unas escaleras bien pindias (nada de adaptación). Como no hay a quién preguntar, me agobio con qué vía será. En el panel de anuncios, leo que -según la hora y la dirección- es la vía 1. Me tranquilizo un poco.


Sentada al sol en el andén, me llega un olor a judías verdes.

Un ciclista “listo” me pone en duda: “Suele venir por la vía 2…, pero hay un botón donde puedes llamar…”. “La voz”, masculina, me confirma: “Si no se dice nada, siempre la vía 1”. Me recuerda a la película “Esa gente tan divertida" (1977), de cámara oculta, cuando un señor real hablaba desde un buzón, asustando a la gente que iba a depositar su carta…Je, je, je.

https://www.youtube.com/watch?v=dOOFV6mY9ns. Esa gente tan divertida (Funny People). Una escena.


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