miércoles, 8 de abril de 2015

DIARIO DE UNA VIAJERA EN TREN (DE CERCANÍAS) II

II TRIMESTRE. ENERO-MARZO 2015

(Si quieres ponerte en antecedentes, lee aquí el primer trimestre: http://ficcionesdeloreal.blogspot.com.es/2014/12/diario-de-una-viajera-en-tren-de.html. DIARIO DE UNA VIAJERA EN TREN DE CERCANÍAS I.

Como ya estamos en invierno, he decidido este trimestre empezar con la parte horizontal de la “T” ferroviaria en Cantabria, de Unquera, en el oeste, a Gibaja, en el este, por la línea del litoral, de tiempo más templado y a menor altitud sobre el nivel del mar.

Comenzaré por los pueblos que siempre me han sonado a “visigóticos”, como Golbardo.

No sé cuál sea su etimología, pero Golbardo me suena a “goliardo”; según el Corominas, “clérigo que llevaba vida irregular” y que, María Moliner, mucho más clara, explica: “dado a la gula y al libertinaje”.

La Wikipedia recoge que es uno de los doce núcleos que forman el Ayuntamiento de Reocín, a 83 metros sobre el nivel del mar. El puente que cruza sobre el río Saja, al parecer, fue uno de los primeros en España construido en hormigón armado a principios del siglo XX, diseñado por el ingeniero José Eugenio Ribera en 1902. http://elpais.com/diario/1982/06/03/cultura/391903205_850215.html. Y en un sitio tan pequeñito… (193 habitantes en 2011).


Miércoles, 14 de enero de 2015

Hoy empieza mi segunda etapa de viajes en tren de cercanías, ahora en ferrocarril de vía estrecha, FEVE.

En la taquilla, a las 8 de la mañana, me mandan “a la máquina” para comprobar mi saldo en la tarjeta transporte.

Como soy novata y no sé qué máquina es, pregunto a uno de seguridad.

Luego, vuelvo a pedir un horario de la línea de FEVE desde Unquera (en dirección Oviedo) hasta Gibaja (en dirección Bilbao), pero ya no existen los folletos de hace unos años. No sé si es la crisis o que lo fían todo a internet como si fuéramos nativos digitales.

Sentada esperando a que pongan la vía -una vez pasado el torno-, comparto banco con una pareja mayor que lleva un montón de barras de pan en un saco de harina trabado por una garrota y dos enormes bolsas de Carrefour con patatas de siembra.

La señorita del altavoz -que debe de estar metida en una tinaja- anuncia que “el tren destino Cabezón está en la vía dos”…, pero aún no ha llegado.

Este es un tren corrido sin puertas entre los vagones y con un acordeón chirriante  en medio, que bota que parece que se va a descerrajar.

En mi “vagón” van un bicicletero y tres jóvenes que consultan  afanosamente su móvil. En esta línea se sube mucha más gente y no me quedo sola en ningún momento como en la de Reinosa.

A las 8 y 20 está empezando a clarear. Cielo naranja, de sur.

En Adarzo, solo destacan las farolas. La iglesia de Peñacastillo se recorta sobre el cielo a mi izquierda. A estas horas, el paisaje es un teatro de sombras como el teatro negro de Praga.

Antes de llegar a Boo, diviso el faro en tierra en lo alto de una colina, a mano siniestra.

Voy hojeando la guía No pierdas el norte que hizo la FEVE en 1988 en tono que quería ser desenfadado y juvenil. ¡Cuántos cambios…!

Hacia Mogro pasamos sobre el río donde siempre que el día es lluvioso, está lloviendo, como si sus aguas atrajeran las nubes.

Fuera el paisaje es grandioso, pero nadie lo mira. Incluso el revisor consulta su móvil con la cabeza gacha en un receso.

La torre de Gornazo se alza como un rectángulo sobre el monte, y la estación está invadida por los “plumeros”. A mi lado, una pareja dialoga sobre el “buen dormir” y la “higiene del sueño”.

La salida de Mar se ve llena de chalés, y el monte de Cortiguera  (¿), “la masera”, de fondo.
Una pedrera artificial inmensa anuncia la llegada a Requejada. Luego, atravesamos Barreda y me asomo a los chalés de Solvay “por detrás”.

Mientras llegamos a Torrelavega, corremos paralelos al río Saja/Besaya. En la estación de Altamira, leo las pintadas en una pared: “Hacerlo juntos en el ascensor” y “Te quiero ARDILLITA”.

El propietario de la bici se apea en Ganzo. La estación me parece invadida por la Reynoutria japonica. Pasamos ante la fábrica de Bridgestone.

Siempre me ha gustado la estación de Santa Isabel y el paisaje alrededor (decido que será mi próximo destino).

Vamos muy despacio hacia San Pedro de Rudagüera entre un bosque de ribera y la pared de roca.

Detrás, bisbea un hombre: no sé si reza.

Veo camiones con grúas en la carretera junto a las vías, y mallas de acero antes de llegar a Golbardo para sostener las piedras que se desprendan. El año pasado hubo un accidente y algunos de los vagones casi cayeron al río.

Golbardo

Los adosados verdes permanecen inmóviles mientras se asoman los coches por las dos carreteras y los cuervos cruzan el cielo.

La salida de la estación atraviesa por un parque infantil – lleno de cáscaras de pipas y con los bancos desvencijados-y enfila entre la urbanización La Ribera.

Tirando hacia la derecha, enseguida se llega a la carretera general, así que decido tomar hacia la izquierda, con más “caserío”.

El ambiente rezuma una humedad del demonio que incrementa la sensación de frío. Rodeo una pared de “cudones” de una finca (¿de los Bustamante?) que parece magnífica, con una palmera y unos pinos/abetos gigantes.

Llego a la bonita iglesia (de San Juan) que veía desde el tren cada vez que iba a Cabezón. Se alza junto a una finca que acoge minicaballos.

Todo es musgo y rocío sobre la hierba. Los caballos me miran impertérritos, pero uno es curioso y se va acercando como quien no quiere la cosa. Poco a poco, los otros le siguen, pastando para disimular.

En la portalada de la iglesia, los teléfonos del párroco y el aviso de “Cierren la puerta”, no recuerdo si con o sin “por favor”.

Rodeo la iglesia por el lado del parque infantil -junto a la vía del tren, un campo de futbito alquitranado- y desciendo hasta las vías para dar con mi vista favorita, el ángulo exacto, de la iglesia desde el tren. La escarcha cruje bajo mis pies.

Cruzo las vías en busca de mi instantánea y, a poco, pasa el tren de vuelta.


De regreso a la civilización, sigo el sendero que rodea la finca de los caballos y atraviesa por  un pasadizo bajo las vías hacia el río que discurre plácido y del que se alza una especie de neblina. Las gotas, quizá hielo que acaba de fundirse, relucen en las ramas desnudas.

Sobre las 10 asoma el sol por detrás del monte frente a la iglesia. ¡Menos mal! Estoy aterida del todo. Creo que si me metieran en una secadora, me sacarían un litro de agua, o dos.

Rodeando la tapia de los cudones, oigo a mi izquierda unos ronquidos. Son cerdos durmiendo sobre la paja, y otros, que parecen hipopótamos,  chapoteando en el barro. Un perro casi tan alto como un pony me ladra, advirtiéndome. Pienso en los alanos, esos perrazos medievales que acompañaban a los reyes y  a los condes.

“Pronto seréis parte de los embutidos Meli, “con toda confianza”, -me digo al dar la vuelta a la finca y ver la nave junto a las cochiqueras. Al pasar, incluso me huele a morcilla…

Cojo luego una carretera de montaña  entre los chalés (en el único bar que he encontrado, sin anuncio de ningún tipo, me dicen que llega a Casar de Periedo). Los perros en las fincas son enormes, y todos  me ladran. Huele a higuera caliente en verano, o a picadura dulce de pipa. Quizá estén quemando alguna quima en la chimenea. ¡Dios mío! Atraigo a toda la perrería del lugar. ¡Qué escándalo! Es una sinfonía de ladridos agudos, graves y esdrújulos.

Una mujer que me encuentro por la calle me dice que ella prefiere perros pequeños, “porque guardan igual”, y de los grandes, nunca se sabe…

Como me queda tiempo hasta la hora de comer, decido ir a San Pedro de Rudagüera: así mato dos pájaros de un tiro.

SAN PEDRO DE RUDAGÜERA

Recuerdo que, en una ocasión, situé un cuento en esta localidad, que me sonaba a El pequeño vampiro y a uno de sus personajes principales, Rüdiger.

Aquí la doble vía se transforma en única. Junto a la estación, un “chalé- mansión” con una piscina descomunal, vacía, sorprende por su volumetría excesiva.

Subo hasta la casa a medio construir que, vista desde el tren, sugiere el límite del espacio habitado. En los pueblos, trato de ir siempre por las calles de afuera para tener una visión más integradora y global. Apartarse un poco para ver mejor y más claro.


En el camino, una acelga solitaria en mitad de un huerto cuya tierra acaba de ser volteada. Varios limoneros me indican que el clima aquí no debe ser muy extremo, y bandadas de jilgueros se trasladan, ágiles, de un árbol a otro.

En un jardín, descansan -apoyadas en el muro- varias columnas. Y la posada y hostería La Ermita, en un edificio de 1826, anuncia que cierra los martes por descanso (pero hoy es miércoles).

Cuando regreso de las alturas, resuena el mensaje del chatarrero con su letanía, repetida –invariable-, de pueblo en pueblo: “Ha llegado el chatarrero. Recogiendo toda clase de chatarra…”.

En la estación, un cartel: “Recuerde validar su tarjeta en origen y destino”.  De no hacerlo, la máquina cobrará el máximo trayecto -resuena la advertencia de un revisor. Me siento a tomar el sol unos minutos mientras espero ver asomar la máquina. A las 12.50 el cielo empieza a entelarse. Es “high time” de volver a casa.

MADRID, MUSEO DEL FERROCARRIL (POR FUERA)


Como llevamos dos semanas de lluvia que no me han permitido desplazarme a ningún lado, voy a rellenar el hueco con otras experiencias “ferroviarias”.

El domingo 4 de enero -en buena hora- decidí acercarme al Museo del Ferrocarril, en el Paseo de las Delicias, muy cerca de donde yo me quedaba en Madrid.

Debería haberme alarmado el ver a las 12 del mediodía una “procesión” de padres con niños, que aquello parecía el Día de las familias (Más tarde leeré en internet que el domingo es el Día del visitante…).

Cuando llegué a la puerta de entrada a la estación, ¡mi gozo en un pozo! Entre el llamado “tren de Navidad” y la masificación propia de las fechas navideñas y las vacaciones escolares, había una cola de mil demonios que no estaba dispuesta a esperar. Así que me dediqué a fotografiar los exteriores de la antigua estación de Delicias del “Monopoly”. Dentro, dejé las locomotoras de vapor, eléctricas y diesel, y los coches de viajeros (de salón, restaurante y de 3ª clase). La sala de relojes y la de modelismo… Otra vez será…


 ÁVILA, VIAJE EN TREN AL CORAZÓN DE SANTA TERESA UN 7 DE ENERO


Aprovechando que este año se celebra el V Centenario de su nacimiento, uno de los días decidí viajar a Ávila en tren a reconocer algunos de los lugares que habían formado parte de su biografía.

Voy a la estación de Atocha bien de mañana para sacar el billete “presencial”. En la taquilla me dicen que el tren que yo quiero sale ¡de Chamartín! Y que ya no llego. “Pero si he mirado los horarios en internet…”.

Por lo visto, en la web, no distinguen si salen de Atocha o de Chamartín. “No sabe la de personas que lo pierden por esta razón…”- me dice la señorita.

“Pues transmítaselo a los informáticos”. “Uy, la de veces que lo hemos dicho…”. “¡País…!”.
Así que me saco el billete para el tren de 40 minutos después… desde Chamartín. El tren, considerado de media distancia, tarda 90 minutos en llegar a Ávila. Solo para en Villalba (de Guadarrama), a unos 40 minutos de Madrid.

En el vagón, va muy poca gente, así que me muevo a una mesa de cuatro vacía para desplegar todos mis pertrechos. El campo de encinas está todo escarchado y los montes lejanos tienen un poco de nieve. El horizonte llano aparece despejado, y charcos y arroyos están helados en la superficie. 3º C a las 9. 27 horas.

Mientras miro por la ventana (El Escorial se ve magnificente en la distancia) y tomo notas, me hago mi “película”, de serie negra, sobre algunos pasajeros del tren…

A las 10.41 llegada a Ávila. 13 º C. ¡Menos mal!

Cuando regreso, a las 16 horas, hace tres grados más, 16. Pienso que no estaría mal que en la marquesina de las vías 2 y 3 instalaran algún banco. Aunque fuera de esos fríos, “cistíticos”, que digo yo.

Durante el trayecto de vuelta me leo todos los folletos que me han dado en turismo. A mí el tren siempre me cunde mucho y saco adelante una gran cantidad de trabajo, o de lectura.


EL FERROCARRIL EN LA LITERATURA

En 1997, un editorial de la revista Quercus, afirmaba: "El ciudadano responsable viaja en tren".

Quizá no todo el mundo tenga conciencia de esta máxima ecológica, pero el tren -sea de cercanías o de largo recorrido-, ha formado parte de las vidas y las obras de muchos escritores, por una u otra razón. He aquí un breve recorrido, sin orden ni concierto:

ANTONIO MUÑOZ MOLINA (n. Ubeda, Jaén, 1956) escribió en 1989 un artículo titulado "Los libros y los trenes". En él,  nos compartía: "... de todos los ámbitos propicios a la lectura, yo prefiero la butaca de un tren, junto a la ventanilla, de uno de esos trenes casi vacíos que circulan en las mañanas de domingo o que comienzan su viaje cuando la tarde declina y llegan en plena noche". Y continúa "... no abrimos el libro hasta que el tren no se ha puesto en marcha, asociando de manera inconsciente el principio de los dos viajes, el de nuestra imaginación a través de las palabras escritas y el de nuestra mirada que de vez en cuando se aparta de ellas para detenerse en los lugares que huyen al otro lado del cristal".


AMÉRICO CASTRO cuenta en 1935 en la Revista de Pedagogía que Manuel Bartolomé Cossío, uno de los presidentes de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) " en el tren, de no estar enfermo, iba siempre en tercera. No por afectación de humildad, sino para poder acercarse a mayor porción de la España esencial".

Esos trenes que ya no quedan - aunque a veces la experiencia pueda revivirse por unos segundos- como explica JOSE LUIS SAMPEDRO, en Octubre, octubre: “Aquella plataforma última en los viejos vagones de tercera, respirando ozono y olor a tierra mojada...Vinimos con el pueblo, dos estupendos viejos, trajes de pana y tapabocas, dos mujeres de negro cargadas con cestas, más jóvenes que ellos, pero ya envejecidas, incluso una rifa de caramelos con un vendedor ambulante, ofreciendo tiritas con cuatro naipes cada una, “ya están vendidas, señoras y señores, ahora una mano inocente”, se baraja, una niñita saca el as de oros, lo tenía yo, el hombre me entregó “el pequeño juguete para el nene o la nena”, una barquillerita de hojalata, llena de caramelos con su ruletita y todo...”.

ROBERT L. STEVENSON -un viajero más contemplativo-, en un magnífico libro de ensayos, Virginibus puerisque ( A las doncellas y a los muchachos)-, se refiere también al  “principal atractivo" de un viaje por ferrocarril (claro está, de su época, fines del siglo pasado): ..."La velocidad es tan suave y el tren perturba tan poco la escena a través de la cual nos lleva, que nuestro corazón se satura de la placidez y quietud del campo; y mientras el cuerpo es llevado hacia adelante en el huidizo engranaje de coches, los pensamientos se apean, según los mueve la fantasía, en estaciones poco frecuentadas: se apresuran por la venida de chopos arriba, camino de la ciudad; se quedan atrás con el guardabarrera, que, dándose sombra a los ojos con la mano, mira cómo el largo tren se desliza y se pierde en la dorada lejanía".

Los viajeros contemplativos nunca podremos viajar a gusto en el AVE, donde mirar da vértigo y los ojos no pueden vagar por el paisaje queriendo abarcarlo todo con esa "gula de los ojos" que decía Manuel Llano.

Yo solo pediría que -para los viajeros curiosos- junto a las vías pusieran indicaciones de los pueblos que se ven en la lejanía. Para soñarlos con más propiedad.

DÍA 12. A SANTA ISABEL DE QUIJAS

Pensaba que ya nunca podría viajar a Santa Isabel…Entre olas de frío y lluvias, este trimestre voy a tener que rellenar los huecos con viajes pasados (para que mi Diario no se me quede con las páginas en blanco…).

Siempre me ha encantado la estación de Santa Isabel, de camino a Cabezón de la Sal, y el puentito, y los caminos que salen de ella. Así que antes de que llegue la próxima ola de frío, o de lluvias, el jueves 12 de febrero, me la señalo como destino.

En la wikipedia leo que fue abierta al tráfico el 2 de enero de 1895; que está a 43 metros de altitud (sobre el nivel del mar), y que el tramo es de vía única.

En otra página encuentro que, junto a la estación, hay una cueva -de nombre “La Estación” (muy original)- con algunos elementos de arte rupestre paleolítico. ¡A ver si la encuentro!

Jueves, 12 de febrero de 2015

9 º C a las 8 menos 5. Empieza a clarear. ¡Qué bien! Salir de casa ya casi de día. Aún se ve la luna, menguante (en forma de C). Para saberlo, tengo que acordarme de la “regla” “¿tiene forma de C o de D?”, y pensar justo lo contrario (forma de C, pues Decreciente, o menguante). Igual hay fórmulas más fáciles, pero yo no me las sé.

Cerca de la estación, en el breve jardín entre ambas -FEVE y RENFE- los pájaros pían como locos. ¿Presentirán la primavera…?

Pasado el torco, y antes de salir al andén, vuelvo a encontrarme con el paisano que lleva barras de pan “a esgalla”. ¿A dónde llevará tanto pan desde Santander, antes de Cabezón de la Sal, que es el final de trayecto…?

A las 8.15 horas, cuando iniciamos el recorrido, ya es de día.

En Bezana, confirmo que se baja mucha gente. Intento localizar en el tren corrido al paisano del pan -desde el primer vagón, donde voy, de espaldas a la máquina- pero no lo veo. ¿Y si esperaba otro destino u otro tren…?

En esta ocasión, mucha gente va conectada a la música, y a mi lado, un señor lee un libro electrónico.

El cielo está de sur, bastante entelado. El sol parece un ovni saliendo detrás de las montañas.

Llegando a Boo, reconozco los “cubitos“ blancos de los adosados en una ladera, a la derecha. En un muro cercano a la estación, un dibujo de Mafalda con un “bocadillo” en el que se lee: “El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta”.


El revisor esta vez es un hombre voluminoso. Le digo a dónde voy. -¿Ha pasado la tarjeta? –Sí (En Santander es imposible entrar al andén si no pasas la tarjeta…).

Veo un ratonero posado en un cable de la luz y recuerdo la envidia del investigador principal en la isla de Mull (en Escocia), en 1995, al saber que procedíamos de España (para él debía ser la “Jauja” de los ratoneros).

Llegando a Barreda, se ve el Dobra nevado en la lejanía. Es el único monte que reconozco por su silueta. De todos los demás, que me han mostrado varias veces a lo largo de mis salidas a la montaña durante años, no he conseguido fijar ninguno en la memoria. Me parecen todos iguales.

Qué bonita a estas horas la silueta de las campanas en la espadaña de Santa María de Barreda.

Santa Isabel-Quijas



La estación está en sombra, con mucha humedad. El río va crecido y se oye una especie de cascada -es una presa- y el piar de los pájaros.

Conmigo se han bajado tres hombres que parecen ir a trabajar. Son las 9.

Una señora que estaba en el andén inicia su paseo por el camino paralelo a las vías. Hace tanto frío que me como la mitad de mi sándwich, a ver si el alimento me calienta un poco.

Bajando de la estación, a la izquierda, veo una especia de senda, delimitada por rocas, que se interna en el monte. Alargo los bastones, por si el firme resbala, y ¡a caminar!

El sendero sale a campo abierto junto a unas vacas resoplantes. Juro que una tose lo mismito que una persona.

Decido darme la vuelta porque no sé a dónde pueda llevarme el camino, y lo memorizo para si hay una próxima vez.

El suelo, tapizado de agujas de pino y hojas secas, patina al bajar. Trato de no pisar las rocas.

Ya abajo, tomo la carretera a la izquierda, junto al río. Entre los árboles, aparece una casona de piedra. “La llaman “La torre”- me informa una andariega que camina rápido con un forro polar fucsia. Una crecida reciente ha dejado muchos palos en los márgenes.

El entorno es muy tranquilo para caminar; incluso por la carretera -porque apenas pasan coches.

Llego a una gran extensión de prado parcelado por vallas blancas. En una de las fincas, pastan caballos junto a garcillas bueyeras. ¿Será un centro hípico…? Un cartel advierte: FINCA PARTICULAR. PROHIBIDO EL PASO.

Como parece que no hay más que ver, me doy la vuelta en dirección al puentito de piedra. En el camino de regreso, descubro algunas tímidas prímulas (¿) en las cunetas sombrías. Luego, encontraré en mi libro de plantas que es, quizá, una hierba centella (una ranunculácea). La clave: la hoja con forma de riñón, y el tallo hueco.

Tras pasar bajo el puente del tren, tomo la carretera de la derecha. En el río, laureles, y creo distinguir el destello de un colirrojo. Entre los árboles desnudos, al otro lado del río, diviso junto a las tradicionales casas de piedra, una urbanización pintada de color ladrillo, que “canta”.

Saludo a un señor que pasea con un perro negro, pero no contesta a mi saludo. ¿Será ciego, sordo…? También me cruzo con unos ciclistas.

Es este un camino muy transitado; parece que vayamos en procesión, amenizados por el canto de los pájaros y el gorgoteo del río.

Acompaño durante un rato a una señora con bastón (también las caderas), quien me desvela que el camino, “la carretera”, llega a Puente San Miguel. Pero no sabe decirme los kilómetros que haya. Me aclara que “La torre” es el Palacio de los Bustamante y también se indigna porque no nos devuelvan el saludo. “¡Peor para ellos…!”.

Llego con ella hasta el semáforo del tren, pasada la chimenea de ladrillos (¿la central eléctrica de El Pavón…?), y me vuelvo. “Hoy estoy reconociendo el terreno. Quizá nos veamos otro día…”.

Me fijo en un heléboro en la cuneta del lado de las vías que no había visto antes. Tiene las flores acampanadas, así que creo que es la variedad “fétida”- según mi libro.

Esta vez cruzo el puentito junto al letrero “Centro de jardinería Altamira Garden”, en dirección al pueblo.

En un terreno abonado y con la tierra ya dada la vuelta, veo pajarillos que corretean entre la mezcla de paja y caca. Más adelante, un rebaño de ovejas lanudas descansa al sol.

En el lavadero, tiro a la derecha. En primer plano, invernaderos de plástico- supongo que del centro de jardinería. Son 13 en total.

Decido preguntar si tienen una margarita amarilla-arbusto que ando buscando ya hace tiempo. “¿Un euryops…?”- me pregunta la encargada. “Yo pensaba que era un áster…”. Al parecer, los  nuevos vendrán en marzo y los que le quedan son de la temporada anterior, muy pequeños, así que decido esperar. Le agradezco el cartel anunciando que le puerta es “corredera” (más de un@ casi la tira abajo, o se va, creyendo que está cerrado).

La campiña se ve muy bonita por la “carretera de fuera” que rodea al pueblo…hasta llegar a los adosados color ladrillo. Forman un “polígono” de tres en línea y cuatro en fondo, y unos cuantos están en venta. Al mirar hacia arriba me parece reconocer una de las casonas de piedra, una torre singular. ¿Pues no es la que hace años era escuela-taller de Reocín…? De ser así, estoy en Villapresente…

¡Es Villapresente! Como siempre había accedido al pueblo en coche y por carretera…
Mientras regreso a la estación, me sorprende un sonido familiar: ¡Hombre! ¡El chatarrero…! El aire huele a lentejas. Creo que, a quien sea, se le han socarrado un poco…

DÍA 13. A VILLAPRESENTE Y PUENTE SAN MIGUEL

5º C a las 7.52 horas cuando salgo de casa. Hace frío.

De nuevo encuentro en la estación al paisano con las barras de pan. Le oigo decir a una chica: ¡A ver si encontramos quien nos suba…! ¿Irán destinadas a un restaurante…?- me pregunto.

Hoy elijo el último vagón para tener una panorámica de toda la longitud del convoy desde la cabecera. A las 8.15 h, cuando pita el tren antes de salir, el del pan no se ha subido, así que el misterio continúa. ¿Irá a Liérganes…?

Alguien podría pensar: ¿Y por qué no le preguntas y así acabamos de una vez…? Pero me parece más misterioso e interesante hacer cábalas, esperar que una palabra perdida me dé una pista o descubrirlo como si fuera una señorita Marple.

Cerca de mí se han sentado dos chicos que han dejado el vagón impregnado de olor a tabaco. A pesar de haber convivido en mis años de estudiante con fumadores/as, y no haber tenido más remedio que sufrirlo en los bares, ahora no lo puedo soportar.

Antes de llegar a Valdecilla, dejamos atrás el pilar de la pasarela nueva que comunicará dos zonas de la ciudad. Es un día naranja, de sur, aunque a estas horas no se nota. En los techos de los coches se ve escarcha, señal de que esta noche ha helado. La luz sobre los plumeros y las zarzas resecas los vuelve color vino.

El  “pollo” del wásap no deja de sonar. Al parecer, a uno de los chicos le llama su novia. “Hija de p…. ¿Qué pasa? Estoy en el tren” - le dice bastante desabridamente.

Todo el prado está blanco de escarcha y los montes nevados a tope. En Barreda, todavía no ha pasado el revisor y, a la entrada de Torrelavega, de nuevo retención en la rotonda. ¿Será por el mercado de los jueves…?

En Santa Isabel, nos bajamos los mismos: tres chicos (¿Trabajarán en los invernaderos…?) y yo.

Esta vez, a mi izquierda, una valla y cinta de la policía local cierran el paso por la carretera. ¿Habrá habido desprendimientos…? Con mucha cautela, me asomo, y sí, el camino está cortado por unos cuantos pedruscos que han caído de la pared abombada. El río va también más crecido que la semana anterior.

Aun con los mitones, tengo los dedos de las manos congelados. A ver si me van a salir sabañones…Si ahora me cayera al río, seguro que moría de hipotermia ipso facto. ¡Quién fuera una lanuda oveja!- pienso al ver el rebaño mientras subo a Villapresente.

En Villapresente


Constato que hay casas muy buenas, y portaladas. Quizá una sea la del cirujano Diego de Argumosa y Obregón (1792-1865), quien introdujo en España en 1847 la anestesia por inhalación de éter sulfúrico.

En Madrid, donde fue segundo alcalde y diputado en Cortes, tiene una calle cerca de la estación de metro de Lavapiés (la Calle de Argumosa).

Callejeando, llego hasta la Residencia El Estanque para personas mayores. Parece inactiva y abandonada, sin ningún movimiento a media mañana, y con el cerramiento un tanto deteriorado. Enfrente, el restaurante La Casona del Valle, que se publicita como de 1764 (la casona, supongo), pero super restaurada.

Luego, bajo por la “trasera” del pueblo, por detrás de la nave SIEC y los camiones hormigonera y volquetes. Paso ante más naves industriales donde se oyen máquinas de serrar o cortar. Es el Polígono Industrial Río Besaya  (calderería, transportes y excavaciones, metalúrgica…).

Llego de nuevo al río: ¿Será esto lo que llaman la playa…? Unos cuantos adosados se alzan sobre una escollera  a su lado. En el “bombeo” de Villapresente acaba, o empieza -según se mire-, una senda enlosada (¡Qué manía de alquitranar el campo!). La sigo, pero termina a los pocos metros cerrada por una tapia (¡Pena de dinero gastado para nada!) Muchas lajas se han descoyuntado debido al terreno y otras aparecen llenas de musgo.

Salgo a la carretera y, junto a la alta chimenea de ladrillos, me encuentro la casa más kitsch que haya visto en mi vida: en ella conviven un escudo tradicional con una veleta en forma de pastor con su rebaño, un dragón y un algo indefinido sobresaliendo de una ventana (¿un robot, una armadura…?).



La carretera serpentea entre praderíos y mi referencia es una torreta de la luz en el monte que hace de atalaya y se ve desde todos sitios, junto a la estación de Santa Isabel.

Cruzo el puentito de piedra y sigo por la senda junto a la vía del tren que dejé a medias el otro día. Los farallones están cubiertos por tela metálica para prevenir que caigan pedruscos a la vía. Al llegar a un paso a nivel sin barreras cruzo hacia la derecha y sigo por el camino umbrío. A la media hora (sí, pueden ser dos kilómetros), llego a una casa con el letrero “Ricardo. Cocinas, baños”. Estoy en Puente San Miguel.

Regreso en tren desde Bilbao. 9  de mayo de 2014 (para suplir otra semana de lluvias…)



He preguntado hasta cinco veces para ponerme bien en la vía del tren a Santander.

Casi hasta las 13 horas ocupa la vía el que va a Balmaseda, que no es el mío. ¡A ver si se marcha de MI vía…!

Yo pensaba que no vendría tanta gente, pero sí. Son solo dos vagones de un tren moderno con asientos tapizados en rojo y pantalla donde se anuncian las paradas.

Hasta el Hospital de Basurto, circulamos por un túnel. En las cunetas, acacias, majuelos, saúcos, mil amores y rosal silvestre están en flor.

Traqueteamos junto al río antes de Zaramillo. Frente a la papelera de  Aranguren, nos cruzamos con el Transcantábrico. Las fábricas lucen un poco destartaladas y destacan entre el verde primaveral. Después de Zalla, nos asombra un campo lleno de viñas. A ratos vamos entre bosque -robles, avellanos, sauces- entreverados con manchas de pino y eucalipto.

Las “maris”, un grupo de mujeres que van sentadas juntas hablando,  se bajan en Carranza (donde hacen las galletas de mantequilla que gustan tanto a mi padre). “Agur”- se despiden.

En Karrantza, último pueblo de Euskadi, se baja mucha gente. Junto a la vía, hay un circo con camellos o dromedarios. Nunca recuerdo lo de las jorobas.

Gibaja es el primer pueblo ya en Cantabria. En Marrón, se bajan dos señoras pitifinas con pinta de tener un chalé de verano. Y llegando a Treto, las laderas están plagadas de digitalis venenosa.

Pasamos sobre la ría y distingo el puente de Colindres. En Beranga se sube un nuevo revisor. Y dejo de tomar notas porque ya reconozco el paisaje.

Teniendo tiempo, es bonito hacer el viaje en tren desde Bilbao. Aunque se tarde el doble que en autobús…

En Bilbao, la estación de FEVE más cercana a la estación de buses, no está fácil de encontrar. Es nueva, de cemento, y no se ve de lejos hasta que te das de bruces con ella. Parece un búnker de la guerra civil. Además, no hay indicaciones (luego me entero de que esta no es la estación central (Bilbao Concordia), sino la del Hospital de Basurto…). ¡Algo era ello!

DÍA 14. A LIÉRGANES

En Liérganes, http://www.aytolierganes.com,   la “patria” del hombre-pez, hemos estado muchas veces de pequeños; y después, para tomar chocolate con churros.

En una época en que estuve haciendo un curso sobre Patrimonio (en 1996, hace ya casi veinte años…), también lo visité a menudo. De entonces tengo el libro  de Fermín Sojo y Lomba, “tuneado” – que diría mi amiga Marta, lleno de subrayados y apuntes.



Jueves, 15 de marzo de 2015
8º C a las 7.50 h en el panel de la Farmacia. El nordeste está empujando las nubes hacia el oeste, en dirección a Oviedo. Hoy han dicho que iba a hacer un buen día.
En la estación vuelvo a encontrarme de nuevo con “el hombre del pan”. Trata de meter a presión, en el saco de barras, los panes más pequeños.
Va vestido como habitualmente: un tres cuartos de paño azul y unas playeras gruesas.
Cuando se hace la hora, alrededor de las 8.15 h, coge con esfuerzo el saco sobre el hombro, ayudado por la garrota,  y las dos bolsas, que no son de patatas, sino de panes más pequeños, cuartos y así.



Va a la vía 1, la de Liérganes. Primer misterio disipado. Ahora, a ver dónde se baja.
Me subo en el mismo vagón, el primero. Ha dejado las bolsas en un grupo de cuatro asientos y él se ha sentado en el siguiente, frente a mí. Los 70, ya no los cumple y, al hilo de su paso, corto y cansado, igual tiene los 80.
Cierra los ojos y deja caer la cabeza sobre el pecho, con las manos entrecruzadas en el regazo. Son manos anchas, acostumbradas al trabajo duro. Le miro a la cara: parece muy cansado. Tiene bolsas bajo los ojos y los párpados hinchados. Se come un poco el labio inferior: igual no lleva la dentadura postiza.
Siempre he admirado a los fotógrafos que retratan a personas en primeros planos: a mí siempre me parece una intrusión. Intento hacerle una foto, pero abre los ojos, y guardo, apurada, la cámara.
A mi lado, va una chica con casquitos que dejan pasar la música. Va oyendo rock duro. No sé cómo puede dormirse.
En la parte delantera, han aparcado dos bicis: una de paseo y otra, de ciclista.
El día aún no está muy “católico”.
Entre Nueva Montaña y Valle Real están aplanando una gran  extensión de tierra, ¿la autovía…? En Astillero, descansa el ferry. ¿Qué hará en este dique? ¿Estarán reparándolo…?
Aquí se baja el bicicletero “de paseo”. El que parece más atlético, sigue.
La niebla rodea Peña Cabarga por su base y se va elevando a instancias ¿del sol? Los árboles aún se muestran desnudos y la hierba está cubierta de rocío.
A la izquierda queda el instituto de Heras, una mansión gigantesca que me recuerda a los colegios de internos de tiempos pasados. A la derecha, la chimenea del búnker del Santander con su símbolo arriba, que se vislumbra desde la capital.
De Fermacell (fabricación de paneles de fibra-yeso) se alza una columna de humo, o vapor -como ponen en las calderas de Solvay, con letras bien grandes, para que no haya lugar a dudas.
La luz es muy bonita, naranja en Orejo.
En Solares, baja mucha gente, estudiantes y ¿trabajadores…?. Huele a pan caliente, a levadura madre.
Cerca de Ceceñas, el otro ciclista se ata el casco. Nunca he estado en Ceceñas. No parece un mal lugar para pasearlo. Es una llanura entre montes bajitos.
Llegando a La Cavada, en una ladera, se alza una plantación de eucaliptos jóvenes. Desde allí, ya se ven “las tetas de Liérganes” y la iglesia en alto de San Pantaleón.
Sobre las 9 h. llegamos a Liérganes. También es el destino del “hombre del pan”. Descansa un poco el saco en el alféizar de una casa a la salida de la estación, y continúa por el Paseo de Velasco, calle arriba, muy despacio. Un señor tan mayor cargando tanto peso…
Lo he perdido de vista mientras voy al quiosco de turismo, y me doy cuenta de que solo lleva las dos bolsas. Ha dejado el saco con las barras en la ventana del número 21. ¿Para quién…?
En el puente, presencio la pelea salvaje entre dos mirlos macho, a picotazos.
Como Turismo abre a las 9.30 h. decido seguir a mi hombre-enigma. Lo encuentro junto a un banco ¿descansando, esperando a alguien…? frente a la Casa Consistorial.
Decido tomar un camino a la derecha en el Barrio La Costera donde un cartel anuncia la Casa del Intendente Riaño. Las prímulas ya se muestran en los ribazos y lugares escondidos
Encuentro una panadería sin nombre (¿La Costera?) y entro a comprarme un pan pequeño que no pese ni abulte. “¿Va a la nieve?”- me pregunta la mujer de la panadería. “Voy a donde me lleven mis pasos”- le respondo.
Ando en cada dirección hasta donde terminan las aceras. Hoy es el primer día, de reconocimiento.
El sonido del río, no sé si porque va crecido estos días, tiene una presencia abrumadora, omnipresente. Es el ruido de fondo junto a los ladridos de los perros y el trinar de los pájaros.
En el completo mapa que me han dado en Turismo aparecen reflejados hoteles y posadas; bares, restaurantes y pubs; comercios y servicios, además del patrimonio del lugar.
La señora de la pastelería Mª Luisa, “sacristanes, corazones, sobaos y quesadas”, me informa de que por el camino de la estación, a unos 6 kilómetros, por carretera, puedo ascender a las “tetas” de Liérganes y disfrutar de una panorámica extraordinaria. O también bajarme en La Cavada e ir a su pueblo, Rucandio, a 2´5 kilómetros, que es estupendo. Me lo apunto para otra vez mientras le pido dos corazones, “para probar”, que espolvorea generosamente con azúcar glas.
Luego prosigo mi paseo por las calles del pueblo, dejándome llevar. Paso ante La Giraldilla, una casa que me encantaba -vista de lejos- y que ahora han abierto al público como posada y restaurante, con un menú de 12 euros, y chocolate con churros para las tardes.



Yendo en dirección hacia la cruz de Rubalcaba por la acera, la campiña, la vega, es muy bonita. Los mimosos están en flor y los avellanos muestran sus amentos. Llego hasta el barrio Las Porquerizas y el Barrio Rubalcaba y me doy la vuelta, sin ver la cruz, porque ya son las 11 h y mi tren es a las 12.
Al regresar, en el pueblo de nuevo, oigo cantar una montañesa y, al principio, pienso que es un disco, pero no: es un paisano que canta mientras arregla algo, con la ventana abierta. Una señora de un grupo de turistas, que para ante la casa, me dice: “Canta como mi primo el de Luarca. Hasta pensaba que era él…”.
En la estación, mientras espero el tren de vuelta, me tomo un café del termo y “mis dos corazones”. ¡Delicioso! Como sopla un ligero vientecillo, me pongo mi gorro de goretex para que no se me caigan las orejas. ¡Qué día tan bien aprovechado…!
DÍA 15. A LIÉRGANES (2). RUTA DE LOS BARRIOS
Martes, 10 de marzo de 2015
10 º C a las 7. 47 h. Niebla.

Hoy es martes y, al principio, no veo a mi “hombre” y su saco de pan, una vez pasado el torco. Quizá solo lleve el pan los jueves, Tengo que investigar.

¡Ah, sí! Acaba de llegar al filo de las 8. Quizá entonces vaya todos los días a la misma hora para llegar allí a las 9. Hoy solo lleva el saco y una bolsa de pan.  Bien repeinado con agua, viste los mismos vaqueros desgastados y el tres cuartos de paño.

El tren llega con retraso.  “Últimamente siempre viene tarde”- me dice una habitual en el andén. En el primer vagón, creo que vamos los mismos: los dos bicicleteros, la chica de la música heavy, la señora refunfuñante, el hombre del pan y yo.

Hoy se ha sentado frente a mí en el segundo grupo de asientos. Igual es para vigilarme mejor…Pronto vuelve a cabecear. ¿A qué hora habrá tenido que levantarse? ¿Dormirá en Santander o viene aún de noche en el tren de las 7 desde Liérganes…?

La niebla es espesa y nos envuelve en la marisma de Astillero. Llegando a Villa Real empiezan a verse hojitas en los arbustos, aún una ligera pelusilla.

En Ceceñas, no se ve a 50 metros. Mi “hombre” no tiene dentadura postiza, sino que le faltan varios dientes de abajo. Lo veo mientras se ríe con una conocida. Los que nos bajamos en Liérganes como final de trayecto, vamos todos en el primer vagón; supongo que para estar más cerca de la salida - como hacíamos en el metro de Madrid.

Decido iniciar el camino hacia las “tetas” de Liérganes, pero la niebla es muy espesa y no veré nada desde lo alto, así que me doy la vuelta. Entre mis papeles llevo la “Ruta de los barrios de Liérganes”, que saqué el otro día de la página del Ayuntamiento; puede ser una buena opción para hoy. Como el itinerario pasa por la estación, decido incorporarme aquí al recorrido.


A las 9.30 nadie ha recogido aún el saco del pan del alféizar. Paso ante los quesucos Cobo, cuyo Centro de Interpretación Quesera, de próxima apertura, parece haberse quedado en dos “esculturas” al aire libre.

Al terminar la última casa, comienza una pista pedregosa que la gente recorre en solitario, en parejas o en grupo. El sol es un disco líquido entre la niebla. Por un momento, me huele a porro, pero es imposible: debe de ser el olor a quemado de alguna fogata.

A la derecha veo una especie de pasadizo por debajo de las vías del tren que conduce a una casa fantasmagórica. Una señora -¿quizá su cuidadora?- me dice que el sendero acaba ahí y que más adelante no hay nada.

Junto a un paso a nivel sin barreras me adelanta un ciclista vestido de rojo, que no contesta a mi saludo. ¿También será sordo…? De pronto, diviso entre la niebla lo que al principio me parece una vaca o un toro suelto. Asustada, me fijo en un cable muy finito que cierra la finca, como el de un pastor eléctrico, y respiro aliviada. Pero el alivio solo dura un instante: es un perro enorme, tipo San Bernardo, o mastín, y suelto. Y sin dueño a la vista. Ante mi chasquido antiperros, se acerca con cautela por el lado contrario a donde estoy y cada uno vamos a lo nuestro. ¡Menos mal! Pienso que por ahí ha tenido que pasar el maleducado de la bici, y si no se lo ha comido a él primero…Ay, pero veo por el rabillo del ojo que me sigue. ¿Hasta dónde considerará que llegan sus dominios…?

Acelero el paso en busca del puente sobre el río que marca la vuelta al pueblo. Como me paro tanto y voy tan despacio, tengo que calcular por cada kilómetro del recorrido unos 30 minutos (en vez de los 15 de rigor).

¡Uf! Parece que el puente es su línea Maginot. Ya no me sigue. Salgo a la carretera, sin arcén ni aceras, y me coloco mis tiras reflectantes en los brazos.

A las 10.15 el sol comienza a salir tímidamente en el barrio de Los Prados. En una tapia descubro una mata de vincapervinca que, según mi libro de plantas, ¡tendría que florecer en abril! Regresando por la mies del barrio de Calgar, además de las “tetas” de Liérganes (en realidad los montes Cotillamón y Marimón), se ven las dos iglesias de Liérganes, una a la derecha y otra a la izquierda.

Al llegar a lo que parece un aserradero, me huele a higuera como si entre los listones y pedazos de madera hubieran tronzado uno de estos árboles. “¿Dónde se habrá dejado los esquís?”- me pregunta un paisano joven. No sé por qué les parezco  a todos  una esquiadora. ¿Será por los dos bastones…?

Una señora, paseante mañanera, que me ve haciendo fotos, me encamina a un grupo de casas, desconocido y muy bonito, “que nadie ve”. De hecho, había estado antes, pero el ruido de una rotaflex me había ahuyentado como alma que lleva el diablo. Ahora sí encuentro un manantial que cae a caño libre y un pasadizo que rodea una finca hasta salir a la carretera.



Ante la Posada del Sauce, un lugareño que va con una muleta, me para: “¿Qué? ¿Ahora se llevan los dos bastones…? A mí el médico me acaba de quitar una de las muletas. Estoy operado de la cadera…”.

A las 11.45, de regreso a la estación,  el saco de pan aún sigue en el alféizar de  la ventana.
DÍA 16. A LIÉRGANES (3). EL LIÉRGANES DE PALOMA
He quedado a las 10 con mi amiga Paloma (con la que hice el Diario de dos pintoras en ciernes, ver blog http://ficcionesdeloreal.blogspot.com.es/2014/01/diario-de-dos-pintoras-en-ciernes-i.html).
Esta vez, a Liérganes, nos toca en la vía 9. Dos gorriones han entrado en la sala de espera y buscan miguitas inexistentes en el suelo bruñido como un espejo.
Somos tres vagones y, hoy, martes, aparte de los habituales -el señor del pan, la chica de la música “por fuera de las orejas”, la señora que se queja seguida por su aureola a tabaco, y yo, van una chica rubia y un señor con gafas.
El señor del pan lleva dos bolsas además del saco. He pensado que, quizá, recoja el pan del día anterior para el ganado de alguien, por ejemplo. ¿Le pagarán por ello…? Porque es un duro trabajo para todos los días, tan temprano.
En una de las bolsas viene un nombre: ¿el de la panadería…? He de intentar leerlo disimuladamente…
La bolsa hace muchos pliegues y, siendo discreta, no la puedo ver bien en mi primer paseo, haciendo como que voy a leer algo en la cabecera del tren. Distingo unas letras rojas y un dibujo con muchos círculos.
Vamos parando en todos sitios. No sé qué pasa hoy. ¿Será por ir por la vía 9…). El Brittany ferries, de nombre Barfleur, sigue en el astillero. ¿Estará pasando ahí el invierno? ¿Lo están poniendo a punto…?
Oigo a la señora de enfrente hablar por el móvil: “Hoy hace bueno. Puedes ponerte el chaleco”. ¿El marido, un hijo…? Son  las 8.45.
Me fijo en que la estación de Heras está llena de grafitis y desconchones. Varios estudiantes con mochila se bajan en Ceceñas y tengo mis dudas sobre si el señor con mochila no es el mismo que otras veces va con bici y casco de ciclista. Hoy me doy cuenta de que La Cavada ha crecido enormemente.
El día está un poco mortecino. Debe ser el “huevo frito” que anunciaba el tiempo.
Misterio aclarado: El hombre del pan me ha contado que le gustan mucho los animales y que trae el pan para unas yeguas, que ni siquiera son suyas. Aún queda gente desprendida y generosa en este mundo.
Como hasta las 10 no he quedado con Paloma, decido acercarme al colegio (C.P. Eugenio Perojo) a ver si tienen constancia o saben algo de la dotación con 100 libros a la biblioteca de la escuela en los años 30 (dentro del proyecto de Bibliotecas Populares). Están haciendo inventario y me dicen que eche un ojo por ahí. Encuentro un libro (Dramas, de Shakespeare), sin datar, que me parece antiguo y con un sello que se me antoja peculiar (BIC. Comisaría de Extensión Cultural). Pero cuando,  en casa, lo miro en internet, me aclara que la creación es ya de los años 50…



El paseo con Paloma
Primero vamos al balneario. Yo había estado allí comiendo en una ocasión hace años (en 1996) y había paseado por delante del establecimiento. Pero Paloma me descubre el inmenso jardín de detrás. Nos hubiera gustado tomar un café entre azulejos de los años 20, pero no abren hasta las 12 y, a esa hora, yo estaré de vuelta en el tren.
Luego, caminamos en dirección a la estación, pasando ante El Alfar, una tienda de cerámica, y ante el aparcamiento de FEVE, que suele llenarse de caravanas en verano. Tomamos por la calle donde pone el símbolo de carretera cortada y llegamos al mal llamado puente romano donde han colocado una estatua del hombre pez, sentado mirando al río, que me parece más verosímil que la que se tira al agua desde unas andas en el paseo principal.



Es una nueva vista del Puente Mayor llegando por el lado contrario. Siempre lo había visto viniendo desde el centro urbano.
Callejeamos un poco por el pueblo y, finalmente, me lleva a su zona favorita, la de la casona El Arral, anteriormente un colegio de monjas y hoy un hotel. Es una zona tranquila, en sombra, con una campa enfrente donde descansan tumbados unos caballos. El río queda cerca y desde este se divisan las omnipresentes tetas de Liérganes, los montes Cotillamón y Marimón.
Paloma me cuenta que en Liérganes se rodaron -en 2001- algunas escenas de El viaje de Carol, de Imanol Uribe.



https://www.youtube.com/watch?v=W0c3oPcMdOM. El viaje de Carol, tráiler.
Como nos queda tiempo, vamos andando por la mies a su casa del barrio de Calgar. Nos sale a recibir su perro Toby, que es un santo y debe de ser octogenario. Creo que el primer día, el de la niebla, cuando crucé el puente después de dejar al perrazo que creía era toro o vaca, me crucé con él cerca de la casa, pero entonces no lo sabía.
Fernando, su marido, me acerca al tren en coche. Y ya no me puedo comprar un par de corazones en la pastelería María Luisa…Otra vez será.
DÍA 17. A LIÉRGANES (4). LO QUE ME FALTABA POR VER
El día de la ruta por los barrios algo hice mal y la última parte no la completé, así que hoy voy a hacerla desde el final, en dirección contraria.
Martes, 31 de marzo
Con el cambio de hora el sábado pasado, a las 7.45 horas vuelve a ser de noche. 13 º C en la farmacia de Jesús de Monasterio, antes de cruzar hacia el Pasaje de Peña.
Las farolas de la estación se apagan sobre las 7.50 horas aunque aún haya poca luz. El cielo está lleno de nubes oscuras. Pues, ¿y no decían que iba a hacer bueno…?
Veo llegar a “mi hombre” a la estación cargado como un mulo con el pan “para la yegua y las vacas…La yegua relincha al verme”. Hoy lleva unas zapatillas nuevas, creo. Nos sentamos en el tren en asientos contiguos y le oigo comentar sobre la influencia de la luna (“Algunos dicen que la luna solo va por el cielo…”) en la naturaleza y en las cosas de la vida. También hablamos sobre el Liérganes  de antes y de los establecimientos donde tomar chocolate.
Oigo al conductor del tren (Montero, le llaman) gritar desde atrás (“Es un nervioso”- comentan los habituales). Al parecer, sus gritos son porque la gente abre todas las puertas “y el tren se enfría”.
En Liérganes ayudo a Felipe (mi hombre del pan se llama Felipe)  con las bolsas de pan hasta depositarlas en el alféizar donde luego vendrán a recogerlas en coche.
Luego, subo hasta la carretera y tomo la desviación a la derecha hacia la casa del Intendente Riaño. Hay niebla y huele a leña. Han debido encender la chimenea en alguna casa.
Entro en la panadería La Costera que huele a levadura caliente y me compro un richi bien cocido. Solo venden pan, pero estoy hambrienta y el pellizco que le doy me sabe a gloria.
Ahora ya puedo tirar por el camino que baja frente a la casa del intendente. Al fondo veo la iglesia de San Pedro Ad Vincula y un cartel me informa de que ese es el antiguo camino que atravesaba la mies y el riachuelo.



El prado alrededor de la iglesia está lleno de toperas aplanadas y en el tejado se posan para descansar un momento unos pajarillos que llevan pajas y palitos en el pico para hacer sus nidos.
Todo rezuma humedad: el asfalto, las lajas de las aceras…En la calle La Granja descubro en una tapia otra piedra con una forma que ya he visto antes. ¿Será un tipo de cierre tradicional…? Recuerdo que en Gales, en un campo de trabajo para levantar vallas de piedra sin argamasa (la llamada piedra “seca”), nos explicaron que cada zona tenía su forma de terminar las tapias.
Vuelvo al pueblo  y decido tomar algo en La Giraldilla -que abre a las 9.30 horas, y que también me quedó pendiente la vez anterior. Pido un chocolate que, para mí, tiene demasiada leche, y saco los dos corazones que he comprado en la pastelería María Luisa. ¡Qué reconfortante!
Luego, me deslizo entre las calles delimitadas por los muros y tomo el camino del puente Mayor para ver de cerca y con detenimiento la estatua del hombre pez, sereno contemplando el agua y con el espinazo cubierto de escamas. Me gusta su expresión ausente, fuera del mundo, en su mundo…



De vuelta a la estación, observo en el aparcamiento cómo las caravanas empiezan a tomar posiciones para la Semana Santa.
Como aún me queda tiempo, y algo de dinero, compro en la quesería Cobo una cuña de queso de cabra por 5´50 euros. Pan y queso (además de los corazones, en mi tripa): esta ha sido “mi vuelta la Galia” de hoy
En la estación, esta vez veo mucha gente con maletas. Han venido a “tomar las aguas” al balneario. Unos van a Madrid y otros a Valladolid. Unos llevan viniendo cinco años y otros es la primera vez. Hablan de Cestona, de Pallarés, de que hay pocos balnearios que estén dentro de un pueblo, como este… “Ayer nos pusieron pipirrana para comer, una ensalada con patatas”. “No es pipirrana, pero empieza por “pi”. A mí se me parece a nuestra ensalada campera…”. Supongo que se refieren a la piriñaca, pero como nadie me ha preguntado…
Hoy somos muchos para coger el tren. Se han agregado algunas parejas de extranjeros procedentes de las caravanas. En la intersección de las vías, espera con chaleco reflectante el ¿guardagujas…?
No sé si volveré de nuevo, Liérganes. Quizá a tomar chocolate con churros y a enseñar a la familia algunos rincones que desconocen. Es uno de los placeres de caminar en solitario, sin rutina ni método: descubrir pequeños hermosos lugares ocultos…

http://www.eldiariomontanes.es/bahia-centro-pas/201503/02/lierganes-quiere-solicitar-unesco-20150302000132-v.html. Liérganes quiere solicitar a la UNESCO ser declarado paisaje cultural.
 “No solo inmuebles, también bienes etnográficos (puentes, molinos, boleras...), elementos urbanos singulares (monumentos como el dedicado al Hombre Pez, …), escudos, tapias y cierres”.