Como este año quiero estar también cerca de casa, he decidido continuar lo que comencé el año pasado: el Camino del Norte en su lado este, en Cantabria, hasta Santander.
Lunes, 18 de septiembre
7.49 h. 24 grados en la farmacia de Jesús de Monasterio, en Santander. Aún sin amanecer. Bufff. Sur. Tengo que volver a casa porque me dejaba el cargador del móvil…
El bus lleva una cámara que
parece grabar el exterior. Son las 8 y 5 y aún no hemos salido a pesar de tener
el motor en marcha. Uno de seguridad habla con el conductor. No sé…
Bajo a preguntar y el
conductor me dice que él no es el conductor: que tiene que llegar en otro
autobús. Al final, salimos pasadas las 8.15 h. Unos chavales, que debían llegar
tarde a clase, salen corriendo del bus de llegada como las ratas de un barco
que se hunde.
Al ascender a la calle desde
la estación, ya ha amanecido. La zona de las estaciones es un reguero de
personas que van a trabajar, al mercado o al cole. La gente anda en mangas de
camisa, o en brazos.
Amanece amarillo y azul por
Peña Cabarga. En el bus, silencio total (no hay música, cosa que se agradece,
ni fútbol, ni presentadores graciosos),
y solo el aire silba por entre los intersticios.
Antes de la ría de Boo, invasión de plumeros. Las botas de Llanes, a las que he puesto tapas, me dan la
impresión de tener una suela más delgada (y eso, a pesar de las plantillas…).
Día
1. “Caminar reconcilia con el mundo, da sosiego” (David Le Breton).
El bus llega a Laredo sobre
las 9 h. Recuerdo mientras voy hacia el Paseo marítimo (se me olvidó sellar)
todos los paseos que me he dado por Laredo cuando he hecho algún curso de
verano.
Una amiga de los tiempos de
Barreda me acompaña un rato mientras nos ponemos al día: de jesusera, como dice Luz.
A las 10 menos 10, estoy, ya
sola, ante una especie de pérgola de cemento. Un barrendero descansa tumbado
boca abajo en un banco (de cerca, veo que es que está mirando el móvil). El
paseo es todo cemento: no quiero ir por la playa ni por las dunas. Y casi que
prefiero que no salga el sol… Aunque me dé por la espalda. ¡Qué calor!
En el hotel Playamar, el
camino tira hacia la izquierda, hacia el Puntal.
El día se ha ido poniendo negro y el arcoiris me indica que está lloviendo en algún lado, cerca. Hasta que cae. Menos mal que tenía el chubasquero a mano en el transportín de la mochila. Corro hacia la pasarela de madera para descubrir que el barco, por la marea, amarra en la arena unos metros más allá. El segundo chaparrón ya cae en el barco mientras cruzamos a Santoña.
Tras establecerme, sobre las
12 h salgo a la calle, a ubicarme y reconocer el lugar (muy cerca de la lonja y
del puerto). Siguiendo hasta el final la calle General Santiago encuentro en el
número 4 de la calle Rentería Reyes un chalé maravilloso… comido por la hiedra,
la budleia y la parietaria. Una señora que pasa me dice que “lo pintan muchas
veces…, en cuadros”.
Recuerdo que, cuando venía a
Santoña, a quedarme en casa de mi hermana, hacía del centro la plaza de San
Antonio, para recorrer cada una de sus calles radiales. En un lateral me doy
con Casa Tino, que me suena como un lugar al que solían ir a comer los
profesores. Empiezan a las 13.30 h. El menú cuesta 14 euros. Pido una ensalada,
unas albóndigas, y manzana asada de postre. Todo casero y delicioso.
Luego, me acerco al hostal
El Cantal (para ver si he elegido bien). Creo que sí. Aquí me llega mucho olor
a anchoa. Aunque está más cerca de la salida para mañana…
Frente a la estación de autobuses, hostal El Paloma con pensión El Paloma y taberna El Paloma: todo queda en casa…
Y hay estatuas…, para parar un tren: al maestro, al regador...
Mientras descanso un rato en la habitación, aprovecho para llamar a la piscina de Santoña y preguntar si puedo ir de externa. Cuesta 5 euros. No cierra bien ni una taquilla: o no gira la llave o la moneda se cae al suelo, o… Pido ayuda a unas niñas que vienen a clase de natación, y nada. Al final. Lidia, la socorrista, me dice que es cuestión de mano y de muñeca y que pruebe la número 87. Pero ni por esas: solo su golpe de mano consigue cerrar la puerta. ¡Qué placer! Además, hay un spa con agua más caliente y chorros. No sé cómo no lo publicitan más entre los peregrinos como final de día…
La plaza sigue siendo el
centro: los niños juegan al fútbol, los padres se toman algo...
Frente a El Buciero ha surgido La Cañuta (Pan y
mucho más). Habrá que probarlo mañana.
Pido una tónica con el
último rayo de sol de la tarde. Luego, subo a la “proa” del mirador de las marismas.
Con viento sur y las nubes negras concentrándose,
es una experiencia sublime. Me siento como en el Titanic (sin Di Caprio, y sin
ser yo una Kate Winslet…).
Mi cena consistirá, además
de la tónica de El Buciero y una galleta Hello Kitty de la pastelería, en un
trozo de sándwich de queso rochefort y unos
frutos secos que traía de casa. ¡Suficiente!
Día 2. Martes, 19 de septiembre. Saliendo “a la hora de los piares”
Así es como los lugareños de la isla de Appledore llamaban en 1894 al amanecer, según cuenta la poeta estadounidense Celia Thaxter en El jardín de una isla. Me gusta la frase: “a la hora de los piares…”. Al amanecer, aún en silencio de los humanos, se oyen los distintos cantos de los pájaros, que nos acompañan en nuestro caminar.
Esta noche he pasado calor.
La etapa Laredo-Santander
son 40 kilómetros: no sé si podrá hacerla entera este año…
De Santoña a Helgueras (creo
que un barrio de Noja), la etapa que quiero hacer hoy, hay 8´8 kilómetros.
Detrás de la puerta de mi
habitación, me señalan como hora de salida las 11 h. “Si desean que se
haga la habitación (cada dos días), cuelguen el cartel antes de las 12”.
Quiero ir de nuevo a la “proa”,
antes de recoger las cosas y desayunar. Hoy amanece a las 7.57 h.
A las 7 h, aunque el tráfico
ya se oía desde antes, oigo los pitidos de las máquinas cuando dan marcha atrás
(es una que lleva palets a pescados
Dalí).
Voy a desayunar al bodegón del muelle, junto al puerto. A las
7.45 h solo hay hombres. El encargado me dice que abren a las 6. Me tomo un cortado y medio sandwich vegetal por 2´90 euros.
La proa es un observatorio maravilloso: se puede hacer interpretación del paisaje desde su cúspide. Veo cómo amanece detrás del Buciero y dejo mi habitación a las 8.15 h.
Empiezo un poco perjudicada:
me duele la ¿cabeza del fémur?, la parte superior del muslo izquierdo, y cojeo
un poco.
En la plaza de San Antonio,
frente al estanco, dos parroquianas esperan que abra para comprar su “droga”.
Hago tiempo para llevarme algo apetitoso de La Cañuta (dos cruasanes pequeñitos,
uno vegetal y otro con huevo, por 3´60 euros. El hojaldre es muy rico).
Y salgo por donde me indica
la flecha amarilla, por delante del IES Manzanedo.
Cuando voy por delante de la
Guardia Civil y la gasolinera, recuerdo que había una camino paralelo por detrás,
con menos tráfico (y con ranas o sapos pisoteados), pero ya no voy a volver.
Empiezo cansada. Frente al
Dueso, en una minimarisma a la derecha, fochas de pico blanco. No me había dado
cuenta, pero la prisión y la playa aparecen en el mismo cartel con la misma
dirección. Huele a regaliz.
Por fin veo una flecha
amarilla que me manda hacia El Dueso. Son flechas muy pequeñitas, en el
arcén. Llegando a la rotonda de la cárcel,
el prado está lleno de matas de achicoria silvestre.
Voy a la sombra de los altos
muros del penal. En la parte peatonal han insertado, de cuando en cuando,
vieiras en el suelo. Hay bancos, pero no me siento porque levantarme y empezar
a andar de nuevo me cuesta un triunfo.
Recuerdo cómo veníamos, como
galgos, a la playa de Berria, cuando mi
hermana era profesora en Santoña, en mis treinta y… Andar se convierte ahora
en un automatismo.
Me cruzo con, y me
adelantan, muchos paseantes habituales de esta senda. Me paro a llamar al
hostal El rincón de Helgueras. “¿Es peregrina…? Entonces, 35 euros…”. Reservo
para la noche.
En Berria, todo es surf.
Frente a la urbanización Bella Berria dejo pasar a una peregrina/excursionista que
va hablando por el móvil todo el rato…
Dejo atrás el hotel Juan de
la Cosa, con una excursión de mayores de 60, o de 70… Antes de llegar a El
Brusco, me adelantan un montón de peregrinos jóvenes: en parejas, tríos o
cuadrilla, a toda flecha. Supongo que intentarán llegar a Santander hoy…
Pasan dos ciclistas: “… lo
de las navajas, es una moda…”. Supongo que se refieren a la noticia de que para
muchos jóvenes llevar una navaja es como antes llevar un sacapuntas.
El Hostal de Berria.
Hamburguesería. Bar, me llama antes de
iniciar la ascensión al monte. Un asiático tiene dudas de si ir por la
carretera, rodeándolo, pero dos locales le convencen de que por el monte es más
corto (aunque más empinado…).
Pasadas las 10 h cojo la pista
de tierra que se adentra en el monte: espero que no haya garrapatas… Corto alguna
zarza y algún helecho al principio del sendero arenoso.
Luego, ya no hay opción…
Como te caigas para atrás, te desnucas. No quiero pensar lo que puede ser
lloviendo a jarros como ayer. Del miedo se me han quitado hasta las ganas de hacer
pis y ya no me importa coger todas las garrapatas del mundo al rozarme con
helechos y zarzas.
En uno de los pasos más peligrosos
-casi se me caen la Guía y la funda de las gafas- me doy de bruces con un habitual, que viene de vuelta
y tiene ganas de platicar. Al final
casi le dejo con la palabra en la boca, deseosa de salir del “desfiladero”.
Son las 11.15 h cuando
consigo bajar de El Brusco a la playa de Trengandín -y ni un millón de euros, a pesar de las
vistas- podrían hacerme volverlo a recorrer. ¡Qué miedo he pasado!
Menos mal que la arena está
dura de las lluvias de ayer. En la primera salida de la playa que veo, pregunto a una bañista por el hostal y me
dice que mejor por la carretera asfaltada.
Estoy tan agotada y me tiemblan tanto las piernas que
le hago caso. Las cunetas están flanqueadas por la flor azul de la achicoria.
Como ya no me queda agua, me como a
mordiscos la manzana granny que metí en la mochila. Su acidez me refresca.
Dos parroquianas me
dicen que este camino es “mucho más
tranquilo” que por la playa y que el hostal está pintado en un llamativo color
azul.
Al final de la
carreterita, veo la desviación a
Helgueras junto a una casa pintada de blanco con las ventanas rojas.
Llego a lo que parece el
aparcamiento de la playa. Al fondo, la torre de una iglesia (¿San Pedro en
Noja…?). Ya voy en modo “piloto automático”. Me duelen mucho las plantas de los pies y la inserción
con el tobillo derecho. ¿¡Cuánto faltará...!? Ya son más de las 12 y la playa
sigue y sigue. La carretera está llena de baches, y los coches -que lo saben-
hacen filigranas para sortearlos.
Después del Paseo del
Brusco, en la rotonda con una barca azul, a la izquierda, está mi hostal. Eso me han dicho. Bufff. Ja, ja, ja. Veo un
cartel que pone: Santoña 7´5 km. 1 h 45 min. Me río otra vez. Yo he tardado ¡4
horas! Son las 12.15 h…
Distingo un edificio azul,
pero es un albergue (Albergue Noja Aventura), y mi alojamiento no es un
albergue. ¿Se habrán confundido…? Al menos, estoy en la calle Helgueras… El
Rincón está enfrente, a la derecha (pintado de amarillo...).
Mi habitación tiene terraza,
y baño, y ascensor para subir a la segunda planta. Tras ducharme y hacer la
colada, bajo a comer a las 13.30 h. “Hay raciones, pinchos…; te puedo hacer un
plato combinado…”. Pido una ensalada mixta y media ración de ensaladilla, con
una caña. Pero la ensalada es tan grande que le digo a la chica si lo puedo
anular. Puedo. De la cocina me traen un pocito de lentejas. “Es lo que comemos
nosotros…”-me dice Eduardo. Se lo agradezco. Con un helado de postre, un botellín
de agua y un aquarius para rellenar mi termo, me cuesta todo 19´60 euros.
“Aquí, de 10
establecimientos, están cerrados ya siete”- me dice Eduardo, quien también me
comenta que, en Noja, no hay nada que ver. “Mejor, si quiere dar un paseo de tarde,
haga una senda al final de la playa”.
Tras descansar un rato,
pasadas las 17 horas, le dejo la llave (es un llavero enorme) y me acerco a la
playa (la entrada queda a unos cien metros) con el traje de baño puesto. La
gente está sentada en sus sillas y hamacas de cara al sol, todos en la misma
dirección. Las olas son olitas pequeñas y continuas.
Pregunto a una señora si el sitio
es seguro para bañarme y lo hago con otra del lugar, que vive en las casas de enfrente. La temperatura del
agua, para mí, sigue siendo buena. Tras secarme un poco (creo que es la primera
vez, este verano, que me tumbo al sol), me visto para llegar antes de la hora
de cierre para descanso de la familia (de 18.30 a 19.30 h), y coger la llave.
En la habitación, me quito el
bañador mojado y vuelvo al mismo sitio, que me ha encantado, ya con ropa seca. La
estampa me recuerda a un balneario: todo el mundo disfrutando del calor como
girasoles en un campo. Por orientación, las sombras no cubren la playa de atrás
adelante y se aprovecha el sol hasta última hora.
Sobre el centro de Noja se
van concentrando nubes con la tripa negra. Un fotógrafo con trípode no sé qué
fotografía durante tanto tiempo. A las 19 h sigue llegando gente cuando me
marcho. Observo que todos los establecimientos están cerrados:
Pan-prensa-bebidas, el supermercado-carnicería… La temporada veraniega ha
terminado.
En el hostal, los de siempre,
se concentran abajo, en la terraza del bar. Me suben las voces. Menos mal que
se acallan pronto. Hoy, según mi App, he dado 16.665 pasos o, lo que es lo
mismo, he andado 9´85 kilómetros en total.
Día
3. Miércoles, 20 de septiembre
“No hay más forma de apropiarse de un paisaje que la del caminar” (David Le Breton).
No había caído en la cuenta,
pero en mi ruta de este año no hay hitos: no he encontrado ninguno donde
depositar mis piedrecillas por los muertos y por los vivos.
También asumo que, con el
covid, me ha quedado un poco de aprensión por las aglomeraciones y ya no me
atrae lo de ir a un albergue. Quizá cuando vuelva a hacer un Camino largo, y más
días, me anime. De todas formas, como voy tan despacio y siempre tengo que
partir las etapas, al menos en tres tramos, solo me tocaba un albergue oficial
cada tres alojamientos. Además, lo de levantarme tantas veces al baño… Diez
años ya; no, once, desde que empezara, en Comillas, en septiembre de 2013...
A las 6 y 25, ¿el camión de
la basura…? Se oye el sonido bronco del mar (pensaba yo qué podía ser ese ruido
sordo y continuo, y es eso). Ya estoy cansada de estar en la cama y empieza el
tráfico rodado.
Salgo pasadas las 8 h, con los
pájaros piando. Eduardo me ha puesto el desayuno. Hoy es su día libre. Me dice
que son 37 años en el tajo. “Ya pesan”…
El mar está fuerte, sí. ¡Qué
diferencia con ayer! Debe de ser la tormenta que se acerca, primero por el mar.
“Esta mañana bajaban muchos surfistas y eso es cuando el mar está fuerte”…- me ha comentado
el hostelero.
Voy por la acera del Paseo
del Brusco en dirección al centro de Noja. “Es más corto por este lado, pero no
quiero confundirla”…- me ha dicho Eduardo. Hoy he salido más ligera que ayer,
que ya empecé cansada y cojeando.
La señalización del Camino parece ir por libre (deja mucho que desear): una pegatina, una flecha de cuando en cuando… Huele a pis de vaca. Cruzo por el puente medieval (puente romano) que he leído en mi Guía. Han semialquitranado el pavimento… El río baja con espuma. No puedo leer la explicación porque el cartel está pintarrajeado. Grffff. 👿
Antes de entrar en el centro
de Noja, en una farola te dirigen recto y, en un azulejo, hacia la izquierda. 😲. Un paisano me dice que ambas llegan al
mismo sitio. Ahhh. ¡Qué desolación con tantas casas cerradas!
Frente al café El Barco, la
playa de Helgueras. Arriba, en una isleta, frente a la iglesia, un cartel
informa: Bareyo 11´4 km. 3 h. ¡Ja! Sobre la iglesia de San Pedro -este cartel
no ha sido vandalizado- me ilustran: empezó a construirse hacia 1500 y en ella
participó uno de los canteros de El Escorial, Lope García de Arredondo. Entro a
encender unas velitas. Solo el cura medita, arrodillado.
Del hostal a la iglesia de
San Pedro, según mi App, he recorrido 2´5 km en una hora, de 8 a 9. ¡Mucho me
parece! Frente a La Casona, nuevo cartel: Isla 5´4 km. 1 h 25 min.
A partir de ahora tengo que
ir atenta a la señales, para no perderme. Libero con la podadera, de hiedra, un
azulejo.
Cojo la calle de Cuadrillos. Voy entre urbanizaciones y descampados plagados de plumeros. ¡Anda! Y ahora me
hacen decidir entre Castillo o Soano. Según mi Guía, Castillo… Esto
significa coger la calle del Valle.
Un huertano ha adornado su
valla metálica con esculturas variadas y creativas hechas con palos, trozos de
redes, boyas… ¡Por fin estoy en la campiña!
Al rato, salgo a la
carretera general y sigo en dirección Castillo por la calle del Carmen. Frente
a una casa azulejada de nombre Carazo,
la flecha amarilla me manda a la derecha. El camino va serpenteando entre la
vegetación por una pista de guijo (arrocillo).
Llegando a un túnel lleno de
grafitis, tengo dudas de por dónde ir; pero, al acercarme, distingo al otro
lado las flechas amarillas. Eso sí: bastante desvaídas. Es esta una zona muy
humanizada en la que no pisas tierra ni a
tiros. Huele a goma quemada.
En un chalé leo que estoy en
el barrio San Pantaleón de Castillo. Junto
a una encina un letrero en madera indica “Güemes”, a la izquierda, en la
casa de nombre La Tablona.
Me duelen las plantas de los
pies. En un cruce de caminos apunto un teletaxi en la zona de Castillo y Villas (por si
acaso…). Al cruzar el paso de cebra para
leer mejor los números, veo la flecha amarilla, a la derecha, junto al
asubiadero/marquesina. A la izquierda, sería volver a Santoña, y no voy de frente,
a Beranga. En esta dirección, Ajo me queda a 7 kilómetros. Pero, apenas a 50 m, la flecha me ordena tirar hacia la
izquierda.
A las 10.45 h estoy en la
plaza San Isidro de Castillo, con una fuente, tres bancos, un parque infantil y
una iglesia/ermita con un campanario muy cuco. “El chatarrero ha llegado recogiendo toda clase de chatarra…
Compramos aluminio, zinc, metal…”. En la
ermita hay un letrero diciendo que han plantado un roble en recuerdo de los antepasados, pero
yo solo veo nogales…
El cielo se va enmarañando con nubes de sur. A las 11 h llevo andados 5´42 kilómetros. 9.117 pasos, según mi App. En los campos ya se ha cortado el maíz y quedan los rastrojos. Huele a abono y he perdido la flecha amarilla (voy siguiendo una roja...). También he perdido la iglesia, que era mi referencia. En un poste de la luz vuelvo a ver la flecha amarilla. ¡Ahí está todavía la iglesia! ¡En el quinto pino…! A mis narices llega el olor a higuera y a heno dulce fermentado y ensilado.
Como una autómata voy
llegando a la iglesia. La inserción de la tibia en el pie derecho me duele
mucho. Según mi Guía, me quedan 1´8 kilómetros a San Miguel de Meruelo, mi
destino hoy. ¡Menos mal!...
En la iglesia de Castillo me
junto con un chico de Sevilla que el año pasado se hizo el País Vasco y, este
año, quiere hacer toda Cantabria desde Castro Urdiales. Cuando le cuento lo que
hago yo, me dice: “Yo, por comunidades autónomas, y tú, por provincias”… Si
supiera… Por provincia…, en varios
años… “Pero, ¿es que aquí no hay ninguna iglesia abierta…?
Le contesto que la de Noja, sí, y le
dejo comiendo algo: “Seguro que me alcanzas luego. Todo el mundo me adelanta…”.
Al dar la vuelta a una
esquina, de repente, en un rincón, descubro un “bodegón” de cebollas trenzadas,
pimientos choriceros y calabazas. Su dueña está orgullosa de los productos de
temporada así expuestos, brillantes y jugosos.
En la CA-452, que no 454, a
San Miguel de Meruelo, voy por un camino rojo peatonal, con una solanaaa… No
hay bancos ni sombras. En algunos campos aún no han cortado el maíz. Las nubes
se van poniendo negras y el aire se va humedeciendo. Ummm.
A las 12.30 h estoy ante el
cartel de San Miguel de Meruelo. El barrio Moner, por donde sigue el Camino,
está a la derecha. Pero yo voy al barrio La Maza, a la pensión hostería Sol,
que ya he reservado por teléfono (diciéndoles que llegaría… cuando llegase).
Una madre de la zona me manda bajar hasta el Ayuntamiento y tirar luego a la
izquierda. Güemes, mi siguiente parada (ya el año que viene), está a 5´5
kilómetros.
En la hostería me dan la
habitación 4, con tres camas para mí sola (me siento como Ricitos de oro), a
elegir (cojo la del medio, cerca del baño, alejada de la ventana y de la
pared). Hoy he andado 9´48 km, 15.719 pasos.
Llamo a la piscina pública, aunque
los dueños del hostal creen que ha cerrado el día 15. Desde el Ayuntamiento me dicen “que ya no iba
nadie”. Es un clásico cuando hago el Camino la segunda quincena: veo aguas transparentes
e instalaciones maravillosas a las que no puedo acceder.
Para ir a comer me mandan a la calle paralela a la mía: “la de las tiendas” -que digo yo. “Tienes Antomar y La Milla. El otro [El Brigantium], hoy está cerrado”. Cuando intento confirmar con una vecina de la zona, me recomienda La Milla. “Cocina Asun. Diles que vas de parte de Cioni”. Eso hago.
Como estupendamente. Del menú [14 euros], esta vez cambio la ensalada mixta por unas alubias rojas (el cocido montañés ya me parecía demasiado) y unas albóndigas caseras. La chica me trae una botella de agua de litro. “Que veo que eres peregrina, y tienes que beber mucha agua. Luego te la llevas…”. La crema de café, con nata, de postre, debe ser una bomba, pero está muy buena. Ya compensaré no cenando…
Cuando salgo, me doy cuenta
de que la calle “de las tiendas” es la que sale del IES San Miguel de Meruelo.
Lavandería Las Coladas, Carnicería Laso, peluquería Kentia, librería y prensa
Meruelo, un autoservicio, una farmacia, un estanco… Veo una parada de bus frente a la farmacia junto al centro de salud. Tengo que
preguntar si es donde para el bus a Santander.
Ya en mi habitación, echo un
ojo a la hoja informativa sobre la mesilla,
Hostal Sol News. Ahí me entero de que Sol Rodríguez y Javi Viadero
llevan el lugar desde hace más de 15 años. “Somos cocineros… Nunca
ultraprocesados o precocinados… Productos de cercanía… proveedores locales…”.
Quizá sea en temporada alta; ahora no cocinan nada.
Después de las 17 h, con un
sol de justicia, me voy “de tiendas” y a localizar la parada de bus para
mañana. Me han dicho que es donde muebles Abascal. El Ayuntamiento es muy
moderno: tan moderno que no sé por dónde se entra y si la oficina de turismo
está en el mismo edificio. Como no hay nombres… El centro cívico de Meruelo
también es muy moderno (tan moderno como el Ayuntamiento). Ahora veo las
letras. Si no, no sé qué hubiera pensado que era. Parece estar muerto: no veo
horarios ni nada.
En las instalaciones deportivas, la piscina es increíble y costaba 3 euros, pero ya está a media capacidad, y cerrada. Quería llegarme hasta la iglesia de San Mamés de Meruelo, en un alto, pero el día se empieza a “mordificar” y no sé si me caerá un rayo encima. Así que llego hasta el letrero del final de San Miguel de Meruelo, donde empieza el camino rojo serpenteante, y me vuelvo para mis lares. En los campos, recogen la hierba a toda prisa antes de que la lluvia prevista la moje y estropee. Con la andada de la tarde, he cumplimentado 13´45 kilómetros, 22.376 pasos.
Jueves, 21 de septiembre. ¡A casa!
No
he dormido nada: no sé si ha sido el llenazo de la comida, el calor, la
“fiebre” de la vuelta o las mantas arremetidas (odio no poder sacar los pies, mi termostato).
Me he desvelado y no he conseguido pegar ojo. A las seis, ha empezado la lluvia
a golpear contra la persiana. Jarrea, como dijeron. Por eso me vuelvo a casa.
Javier
me pasó ayer los horarios de los autobuses a Santander: tengo uno a las 8 y 24.
¡Vaya hora, totalmente británica! Me pongo mi chubasquero naranja y, a las 8 h, salgo lloviendo a todo llover
porque no escampa en ningún momento.
En
Muebles Abascal (hay dos, un local enfrente de otro) no hay una marquesina
donde refugiarse y paso media hora calándome bajo un saliente.
Cuando, impaciente, paro un ALSA, el conductor me dice que tenía que haberlo cogido en la otra dirección, y que ya ha pasado el mío. El siguiente es a las 11.24 h… Me voy a La Milla a desayunar y a preguntar por un taxi: no quiero pasar tres horas calada en un bar. Le digo al taxista de Meruelo que con que me acerque a un lugar con transporte público (tipo Astillero), me basta. A las 10 h puede pasar a buscarme. Me costará unos 40 euros. Fuera, lluvia y viento todo el rato.
Pedro, el taxista, 60 años, me cuenta que ha sido camionero durante 37 años y que acaba de empezar en su nuevo trabajo. Cuando me deja en Astillero, no sé que ha descarrilado el tren [en Heras] y que las vías estarán durante varias horas inutilizadas *. La chica de la estación solo me dice que ha habido un accidente y que mejor coja un bus a Santander. Casi a las 12 h estoy, por fin, en mi casaaa... El año que viene, más. Creo que, en tres días, podré llegar a Santander. Seis días en total para una etapa de 40 kilómetros entre Laredo y Santander, que algunos se hacen de una tacada…
Los gastos este año: han sido 317 euros, entre comidas, alojamientos, y transporte (incluido el taxi a Astillero el día de vuelta).
*https://www.eldiariomontanes.es/cantabria/descarrilamiento-vagon-heras-provoca-cancelaciones-linea-cercanias-20230921113021-nt.html. Otro accidente lanza un serio aviso sobre el estado de vías y trenes en Cantabria. Viajeros de la línea Santander-Liérganes sufren 7 horas de cancelaciones y retrasos tras descarrilar un vagón en Heras a las 7.30h. Fue retirado de la vía a las 14.20 horas.
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