viernes, 29 de septiembre de 2023

EL CAMINO DEL NORTE POR SU LADO ESTE (2). Desde Laredo

Como este año quiero estar también cerca de casa, he decidido continuar lo que comencé el año pasado: el Camino del Norte en su lado este, en Cantabria, hasta Santander.

Lunes, 18 de septiembre

7.49 h. 24 grados en la farmacia de Jesús de Monasterio, en Santander. Aún sin amanecer. Bufff. Sur. Tengo que volver a casa porque me dejaba el cargador del móvil…

El bus lleva una cámara que parece grabar el exterior. Son las 8 y 5 y aún no hemos salido a pesar de tener el motor en marcha. Uno de seguridad habla con el conductor. No sé…

Bajo a preguntar y el conductor me dice que él no es el conductor: que tiene que llegar en otro autobús. Al final, salimos pasadas las 8.15 h. Unos chavales, que debían llegar tarde a clase, salen corriendo del bus de llegada como las ratas de un barco que se hunde.

Al ascender a la calle desde la estación, ya ha amanecido. La zona de las estaciones es un reguero de personas que van a trabajar, al mercado o al cole. La gente anda en mangas de camisa, o en brazos.

Amanece amarillo y azul por Peña Cabarga. En el bus, silencio total (no hay música, cosa que se agradece, ni fútbol, ni presentadores graciosos), y solo el aire silba por entre los intersticios.

Antes de la ría de Boo, invasión de plumeros. Las botas de Llanes, a las que he puesto tapas, me dan la impresión de tener una suela más delgada (y eso, a pesar de las plantillas…).

Día 1. “Caminar reconcilia con el mundo, da sosiego” (David Le Breton).

El bus llega a Laredo sobre las 9 h. Recuerdo mientras voy hacia el Paseo marítimo (se me olvidó sellar) todos los paseos que me he dado por Laredo cuando he hecho algún curso de verano.

Una amiga de los tiempos de Barreda me acompaña un rato mientras nos ponemos al día: de jesusera, como dice Luz.

A las 10 menos 10, estoy, ya sola, ante una especie de pérgola de cemento. Un barrendero descansa tumbado boca abajo en un banco (de cerca, veo que es que está mirando el móvil). El paseo es todo cemento: no quiero ir por la playa ni por las dunas. Y casi que prefiero que no salga el sol… Aunque me dé por la espalda. ¡Qué calor!

En el hotel Playamar, el camino tira hacia la izquierda, hacia el Puntal.

El día se ha ido poniendo negro y el arcoiris me indica que está lloviendo en algún lado, cerca. Hasta que cae. Menos mal que tenía el chubasquero a mano en el transportín de la mochila. Corro hacia la pasarela de madera para descubrir que el barco, por la marea, amarra en la arena unos metros más allá. El segundo chaparrón ya cae en el barco mientras cruzamos a Santoña.


Al bajar del barco (2´50 euros), tiro de frente hacia el centro, siguiendo las flechas amarillas. En la oficina de turismo pregunto por un alojamiento sencillo y me indican el Miramar y El Cantal. Llamo al primero y Rebeca me dice que le queda una habitación con cama de matrimonio por 40 euros. También me explica que el baño es compartido y que hay una sala de café. Como no tengo ganas de buscar más, me lo quedo. El piso consta de 8 habitaciones, un aseo y dos baños completos, además del cuarto del café.

Tras establecerme, sobre las 12 h salgo a la calle, a ubicarme y reconocer el lugar (muy cerca de la lonja y del puerto). Siguiendo hasta el final la calle General Santiago encuentro en el número 4 de la calle Rentería Reyes un chalé maravilloso… comido por la hiedra, la budleia y la parietaria. Una señora que pasa me dice que “lo pintan muchas veces…, en cuadros”.

Recuerdo que, cuando venía a Santoña, a quedarme en casa de mi hermana, hacía del centro la plaza de San Antonio, para recorrer cada una de sus calles radiales. En un lateral me doy con Casa Tino, que me suena como un lugar al que solían ir a comer los profesores. Empiezan a las 13.30 h. El menú cuesta 14 euros. Pido una ensalada, unas albóndigas, y manzana asada de postre. Todo casero y delicioso.

Luego, me acerco al hostal El Cantal (para ver si he elegido bien). Creo que sí. Aquí me llega mucho olor a anchoa. Aunque está más cerca de la salida para mañana… Las pensiones, todas son iguales ahora: que no llames al timbre (porque no hay nadie allí) sino a un número de teléfono donde te dan las instrucciones...

Frente a la estación de autobuses, hostal El Paloma con pensión El Paloma y taberna El Paloma: todo queda en casa…

Y hay estatuas…, para parar un tren: al maestro, al regador...

Mientras descanso un rato en la habitación, aprovecho para llamar a la piscina de Santoña y preguntar si puedo ir de externa. Cuesta 5 euros. No cierra bien ni una taquilla: o no gira la llave o la moneda se cae al suelo, o… Pido ayuda a unas niñas que vienen a clase de natación, y nada. Al final. Lidia, la socorrista, me dice que es cuestión de mano y de muñeca y que pruebe la número 87. Pero ni por esas: solo su golpe de mano consigue cerrar la puerta. ¡Qué placer! Además, hay un spa con agua más caliente y chorros. No sé cómo no lo publicitan más entre los peregrinos como final de día…


A las 18.45 h me siento en el café-bar Buciero. Desde 1910, en la plaza de San Antonio. He llegado justo: “No tenemos mesa, yaya…”. Por la mañana, me dicen que abren a las 8.30 h.

La plaza sigue siendo el centro: los niños juegan al fútbol, los padres se toman algo...

Frente  a El Buciero ha surgido La Cañuta (Pan y mucho más). Habrá que probarlo mañana.

Pido una tónica con el último rayo de sol de la tarde. Luego, subo a la “proa” del mirador de las marismas. Con viento sur y las nubes negras concentrándose, es una experiencia sublime. Me siento como en el Titanic (sin Di Caprio, y sin ser yo una Kate Winslet…).

Mi cena consistirá, además de la tónica de El Buciero y una galleta Hello Kitty de la pastelería, en un trozo de sándwich de queso rochefort  y unos frutos secos que traía de casa. ¡Suficiente!

Día 2. Martes, 19 de septiembre. Saliendo “a la hora de los piares”

Así es como los lugareños de la isla de Appledore llamaban en 1894 al amanecer, según cuenta la poeta estadounidense Celia Thaxter en El jardín de una isla. Me gusta la frase: “a la hora de los piares…”. Al amanecer, aún en silencio de los humanos, se oyen los distintos cantos de los pájaros, que nos acompañan en nuestro caminar.

Esta noche he pasado calor.

La etapa Laredo-Santander son 40 kilómetros: no sé si podrá hacerla entera este año…

De Santoña a Helgueras (creo que un barrio de Noja), la etapa que quiero hacer hoy,  hay 8´8 kilómetros.

Detrás de la puerta de mi habitación, me señalan como hora de salida las 11 h. “Si desean que se haga la habitación (cada dos días), cuelguen el cartel antes de las 12”.

Quiero ir de nuevo a la “proa”, antes de recoger las cosas y desayunar. Hoy amanece a las 7.57 h.

A las 7 h, aunque el tráfico ya se oía desde antes, oigo los pitidos de las máquinas cuando dan marcha atrás (es una que lleva palets a pescados Dalí).

Voy a desayunar  al bodegón del muelle, junto al puerto. A las 7.45 h solo hay hombres. El encargado me dice que abren a las 6. Me tomo un cortado y medio sandwich vegetal por 2´90 euros.

La proa es un observatorio maravilloso: se puede hacer interpretación del paisaje desde su cúspide.  Veo cómo amanece detrás del Buciero y dejo mi habitación a las 8.15 h.

Empiezo un poco perjudicada: me duele la ¿cabeza del fémur?, la parte superior del muslo izquierdo, y cojeo un poco.

En la plaza de San Antonio, frente al estanco, dos parroquianas esperan que abra para comprar su “droga”. Hago tiempo para llevarme algo apetitoso de La Cañuta (dos cruasanes pequeñitos, uno vegetal y otro con huevo, por 3´60 euros. El hojaldre es muy rico).

Y salgo por donde me indica la flecha amarilla, por delante del IES Manzanedo.

Cuando voy por delante de la Guardia Civil y la gasolinera, recuerdo que había una camino paralelo por detrás, con menos tráfico (y con ranas o sapos pisoteados), pero ya no voy a volver.

Empiezo cansada. Frente al Dueso, en una minimarisma a la derecha, fochas de pico blanco. No me había dado cuenta, pero la prisión y la playa aparecen en el mismo cartel con la misma dirección. Huele a regaliz.

Por fin veo una flecha amarilla que me manda hacia El Dueso. Son flechas muy pequeñitas, en el arcén.  Llegando a la rotonda de la cárcel, el prado está lleno de matas de achicoria silvestre.

Voy a la sombra de los altos muros del penal. En la parte peatonal han insertado, de cuando en cuando, vieiras en el suelo. Hay bancos, pero no me siento porque levantarme y empezar a andar de nuevo me cuesta un triunfo.

Recuerdo cómo veníamos, como galgos, a la playa de Berria,  cuando mi hermana era profesora en Santoña, en mis treinta y… Andar se convierte ahora en un automatismo.

Me cruzo con, y me adelantan, muchos paseantes habituales de esta senda. Me paro a llamar al hostal El rincón de Helgueras. “¿Es peregrina…? Entonces, 35 euros…”. Reservo para la noche.

En Berria, todo es surf. Frente a la urbanización Bella Berria dejo pasar a una peregrina/excursionista que va hablando por el móvil todo el rato…

Dejo atrás el hotel Juan de la Cosa, con una excursión de mayores de 60, o de 70… Antes de llegar a El Brusco, me adelantan un montón de peregrinos jóvenes: en parejas, tríos o cuadrilla, a toda flecha. Supongo que intentarán llegar a Santander hoy…

Pasan dos ciclistas: “… lo de las navajas, es una moda…”. Supongo que se refieren a la noticia de que para muchos jóvenes llevar una navaja es como antes llevar un sacapuntas.

El Hostal de Berria. Hamburguesería. Bar, me llama antes de iniciar la ascensión al monte. Un asiático tiene dudas de si ir por la carretera, rodeándolo, pero dos locales le convencen de que por el monte es más corto (aunque más empinado…).

Pasadas las 10 h cojo la pista de tierra que se adentra en el monte: espero que no haya garrapatas… Corto alguna zarza y algún helecho al principio del sendero arenoso.

Luego, ya no hay opción… Como te caigas para atrás, te desnucas. No quiero pensar lo que puede ser lloviendo a jarros como ayer. Del miedo se me han quitado hasta las ganas de hacer pis y ya no me importa coger todas las garrapatas del mundo al rozarme con helechos y zarzas.

En uno de los pasos más peligrosos -casi se me caen la Guía y la funda de las gafas- me doy de bruces con un habitual, que viene de vuelta y tiene ganas de platicar. Al final casi le dejo con la palabra en la boca, deseosa de salir del “desfiladero”.

Son las 11.15 h cuando consigo bajar de El Brusco a la playa de Trengandín -y ni un millón de euros, a pesar de las vistas- podrían hacerme volverlo a recorrer. ¡Qué miedo he pasado!

Menos mal que la arena está dura de las lluvias de ayer. En la primera salida de la playa que veo,  pregunto a una bañista por el hostal y me dice que mejor por la carretera asfaltada.

Estoy tan agotada y me tiemblan tanto las piernas que le hago caso. Las cunetas están flanqueadas por la flor azul de la achicoria. Como ya no me queda agua,  me como a mordiscos la manzana granny que metí en la mochila. Su acidez me refresca.

Dos parroquianas me dicen  que este camino es “mucho más tranquilo” que por la playa y que el hostal está pintado en un llamativo color azul.

Al final de la carreterita,  veo la desviación a Helgueras junto a una casa pintada de blanco con las ventanas rojas.

Llego a lo que parece el aparcamiento de la playa. Al fondo, la torre de una iglesia (¿San Pedro en Noja…?). Ya voy en modo “piloto automático”. Me duelen  mucho las plantas de los pies y la inserción con el tobillo derecho. ¿¡Cuánto faltará...!? Ya son más de las 12 y la playa sigue y sigue. La carretera está llena de baches, y los coches -que lo saben- hacen filigranas para sortearlos.

Después del Paseo del Brusco, en la rotonda con una barca azul, a la izquierda, está mi hostal.  Eso me han dicho. Bufff. Ja, ja, ja. Veo un cartel que pone: Santoña 7´5 km. 1 h 45 min. Me río otra vez. Yo he tardado ¡4 horas! Son las 12.15 h…

Distingo un edificio azul, pero es un albergue (Albergue Noja Aventura), y mi alojamiento no es un albergue. ¿Se habrán confundido…? Al menos, estoy en la calle Helgueras… El Rincón está enfrente, a la derecha (pintado de amarillo...).

Mi habitación tiene terraza, y baño, y ascensor para subir a la segunda planta. Tras ducharme y hacer la colada, bajo a comer a las 13.30 h. “Hay raciones, pinchos…; te puedo hacer un plato combinado…”. Pido una ensalada mixta y media ración de ensaladilla, con una caña. Pero la ensalada es tan grande que le digo a la chica si lo puedo anular. Puedo. De la cocina me traen un pocito de lentejas. “Es lo que comemos nosotros…”-me dice Eduardo. Se lo agradezco. Con un helado de postre, un botellín de agua y un aquarius para rellenar mi termo, me cuesta todo 19´60 euros.

“Aquí, de 10 establecimientos, están cerrados ya siete”- me dice Eduardo, quien también me comenta que, en Noja, no hay nada que ver. “Mejor, si quiere dar un paseo de tarde, haga una senda al final de la playa”.

Tras descansar un rato, pasadas las 17 horas, le dejo la llave (es un llavero enorme) y me acerco a la playa (la entrada queda a unos cien metros) con el traje de baño puesto. La gente está sentada en sus sillas y hamacas de cara al sol, todos en la misma dirección. Las olas son olitas pequeñas y continuas.

Pregunto a una señora si el sitio es seguro para bañarme y lo hago con otra del lugar, que vive en  las casas de enfrente. La temperatura del agua, para mí, sigue siendo buena. Tras secarme un poco (creo que es la primera vez, este verano, que me tumbo al sol), me visto para llegar antes de la hora de cierre para descanso de la familia (de 18.30 a 19.30 h), y coger la llave.

En la habitación, me quito el bañador mojado y vuelvo al mismo sitio, que me ha encantado, ya con ropa seca. La estampa me recuerda a un balneario: todo el mundo disfrutando del calor como girasoles en un campo. Por orientación, las sombras no cubren la playa de atrás adelante y se aprovecha el sol hasta última hora.

Sobre el centro de Noja se van concentrando nubes con la tripa negra. Un fotógrafo con trípode no sé qué fotografía durante tanto tiempo. A las 19 h sigue llegando gente cuando me marcho. Observo que todos los establecimientos están cerrados: Pan-prensa-bebidas, el supermercado-carnicería… La temporada veraniega ha terminado.

En el hostal, los de siempre, se concentran abajo, en la terraza del bar. Me suben las voces. Menos mal que se acallan pronto. Hoy, según mi App, he dado 16.665 pasos o, lo que es lo mismo, he andado 9´85 kilómetros en total.

Día 3. Miércoles, 20 de septiembre

“No hay más forma de apropiarse de un paisaje que la del caminar” (David Le Breton).  

No había caído en la cuenta, pero en mi ruta de este año no hay hitos: no he encontrado ninguno donde depositar mis piedrecillas por los muertos y por los vivos.

También asumo que, con el covid, me ha quedado un poco de aprensión por las aglomeraciones y ya no me atrae lo de ir a un albergue. Quizá cuando vuelva a hacer un Camino largo, y más días, me anime. De todas formas, como voy tan despacio y siempre tengo que partir las etapas, al menos en tres tramos, solo me tocaba un albergue oficial cada tres alojamientos. Además, lo de levantarme tantas veces al baño… Diez años ya; no, once, desde que empezara, en Comillas, en septiembre de 2013...

A las 6 y 25, ¿el camión de la basura…? Se oye el sonido bronco del mar (pensaba yo qué podía ser ese ruido sordo y continuo, y es eso). Ya estoy cansada de estar en la cama y empieza el tráfico rodado.

Salgo pasadas las 8 h, con los pájaros piando. Eduardo me ha puesto el desayuno. Hoy es su día libre. Me dice que son 37 años en el tajo. “Ya pesan”…

El mar está fuerte, sí. ¡Qué diferencia con ayer! Debe de ser la tormenta que se acerca, primero por el mar. “Esta mañana bajaban muchos surfistas y eso es cuando el mar está fuerte”…- me ha comentado el hostelero.

Voy por la acera del Paseo del Brusco en dirección al centro de Noja. “Es más corto por este lado, pero no quiero confundirla”…- me ha dicho Eduardo. Hoy he salido más ligera que ayer, que ya empecé cansada y cojeando.

La señalización del Camino parece ir por libre (deja mucho que desear): una pegatina, una flecha de cuando en cuando… Huele a pis de vaca. Cruzo por el puente medieval (puente romano) que he leído en mi Guía. Han semialquitranado el pavimento… El río baja con espuma. No puedo leer la explicación porque el cartel está pintarrajeado. Grffff. 👿

Antes de entrar en el centro de Noja, en una farola te dirigen recto y, en un azulejo, hacia la izquierda. 😲. Un paisano me dice que ambas llegan al mismo sitio. Ahhh. ¡Qué desolación con tantas casas cerradas!

Frente al café El Barco, la playa de Helgueras. Arriba, en una isleta, frente a la iglesia, un cartel informa: Bareyo 11´4 km. 3 h. ¡Ja! Sobre la iglesia de San Pedro -este cartel no ha sido vandalizado- me ilustran: empezó a construirse hacia 1500 y en ella participó uno de los canteros de El Escorial, Lope García de Arredondo. Entro a encender unas velitas. Solo el cura medita, arrodillado.

Del hostal a la iglesia de San Pedro, según mi App, he recorrido 2´5 km en una hora, de 8 a 9. ¡Mucho me parece! Frente a La Casona, nuevo cartel: Isla 5´4 km.  1 h 25 min.

A partir de ahora tengo que ir atenta a la señales, para no perderme. Libero con la podadera, de hiedra, un azulejo.

Cojo la calle de Cuadrillos. Voy entre urbanizaciones y descampados plagados de plumeros. ¡Anda! Y ahora me hacen decidir entre Castillo o Soano. Según mi Guía, Castillo… Esto significa coger la calle del Valle.

Un huertano ha adornado su valla metálica con esculturas variadas y creativas hechas con palos, trozos de redes, boyas… ¡Por fin estoy en la campiña!

Al rato, salgo a la carretera general y sigo en dirección Castillo por la calle del Carmen. Frente a una  casa azulejada de nombre Carazo, la flecha amarilla me manda a la derecha. El camino va serpenteando entre la vegetación por una pista de guijo (arrocillo).

Llegando a un túnel lleno de grafitis, tengo dudas de por dónde ir; pero, al acercarme, distingo al otro lado las flechas amarillas. Eso sí: bastante desvaídas. Es esta una zona muy humanizada en la que no pisas tierra ni a tiros. Huele a goma quemada.

En un chalé leo que estoy en el barrio San Pantaleón de Castillo. Junto  a una encina un letrero en madera indica “Güemes”, a la izquierda, en la casa de nombre La Tablona.

Me duelen las plantas de los pies. En un cruce de caminos apunto un teletaxi en la zona de Castillo y Villas (por si acaso…).  Al cruzar el paso de cebra para leer mejor los números, veo la flecha amarilla, a la derecha, junto al asubiadero/marquesina. A la izquierda, sería volver a Santoña, y no voy de frente, a Beranga. En esta dirección, Ajo me queda a 7 kilómetros. Pero, apenas a 50 m, la flecha me ordena tirar hacia la izquierda.

A las 10.45 h estoy en la plaza San Isidro de Castillo, con una fuente, tres bancos, un parque infantil y una iglesia/ermita con un campanario muy cuco. “El chatarrero  ha llegado recogiendo toda clase de chatarra… Compramos aluminio, zinc, metal…”.  En la ermita hay un letrero diciendo que han plantado un roble en recuerdo de los antepasados, pero yo solo veo nogales…

El cielo se va enmarañando con nubes de sur. A las 11 h llevo andados 5´42 kilómetros. 9.117 pasos, según mi App. En los campos ya se ha cortado el maíz y quedan los rastrojos. Huele a abono y he perdido la flecha amarilla (voy siguiendo una roja...). También he perdido la iglesia, que era mi referencia. En un poste de la luz vuelvo a ver la flecha amarilla. ¡Ahí está todavía la iglesia! ¡En el quinto pino…! A mis narices llega el olor a higuera y a heno dulce fermentado y ensilado.

Como una autómata voy llegando a la iglesia. La inserción de la tibia en el pie derecho me duele mucho. Según mi Guía, me quedan 1´8 kilómetros a San Miguel de Meruelo, mi destino hoy. ¡Menos mal!...

En la iglesia de Castillo me junto con un chico de Sevilla que el año pasado se hizo el País Vasco y, este año, quiere hacer toda Cantabria desde Castro Urdiales. Cuando le cuento lo que hago yo, me dice: “Yo, por comunidades autónomas, y tú, por provincias”… Si supiera… Por provincia…, en varios años…  “Pero,  ¿es que aquí no hay ninguna iglesia abierta…? Le contesto que la de Noja, sí, y  le dejo comiendo algo: “Seguro que me alcanzas luego. Todo el mundo me adelanta…”.

Al dar la vuelta a una esquina, de repente, en un rincón, descubro un “bodegón” de cebollas trenzadas, pimientos choriceros y calabazas. Su dueña está orgullosa de los productos de temporada así expuestos, brillantes y jugosos.

En la CA-452, que no 454, a San Miguel de Meruelo, voy por un camino rojo peatonal, con una solanaaa… No hay bancos ni sombras. En algunos campos aún no han cortado el maíz. Las nubes se van poniendo negras y el aire se va humedeciendo. Ummm.

A las 12.30 h estoy ante el cartel de San Miguel de Meruelo. El barrio Moner, por donde sigue el Camino, está a la derecha. Pero yo voy al barrio La Maza, a la pensión hostería Sol, que ya he reservado por teléfono (diciéndoles que llegaría… cuando llegase). Una madre de la zona me manda bajar hasta el Ayuntamiento y tirar luego a la izquierda. Güemes, mi siguiente parada (ya el año que viene), está a 5´5 kilómetros.

En la hostería me dan la habitación 4, con tres camas para mí sola (me siento como Ricitos de oro), a elegir (cojo la del medio, cerca del baño, alejada de la ventana y de la pared). Hoy he andado 9´48 km, 15.719 pasos.

Llamo a la piscina pública, aunque los dueños del hostal creen que ha cerrado el día 15.  Desde el Ayuntamiento me dicen “que ya no iba nadie”. Es un clásico cuando hago el Camino la segunda quincena: veo aguas transparentes e instalaciones maravillosas a las que no puedo acceder.

Para ir a comer me mandan a la calle paralela a la mía: “la de las tiendas” -que digo yo. “Tienes Antomar y La Milla. El otro [El Brigantium], hoy está cerrado”. Cuando intento confirmar con una vecina de la zona, me recomienda La Milla. “Cocina Asun. Diles que vas de parte de Cioni”. Eso hago.

Como estupendamente. Del menú [14 euros], esta vez cambio la ensalada mixta por unas alubias rojas (el cocido montañés ya me parecía demasiado) y unas albóndigas caseras. La chica me trae una botella de agua de litro. “Que veo que eres peregrina, y tienes que beber mucha agua. Luego te la llevas…”. La crema de café, con nata, de postre, debe ser una bomba, pero está muy buena. Ya compensaré no cenando…

Cuando salgo, me doy cuenta de que la calle “de las tiendas” es la que sale del IES San Miguel de Meruelo. Lavandería Las Coladas, Carnicería Laso, peluquería Kentia, librería y prensa Meruelo, un autoservicio, una farmacia, un estanco…  Veo una parada de bus frente a la farmacia junto al centro de salud. Tengo que preguntar si es donde para el bus a Santander. El sol está un poco picón.

Ya en mi habitación, echo un ojo a la hoja informativa sobre la mesilla,  Hostal Sol News. Ahí me entero de que Sol Rodríguez y Javi Viadero llevan el lugar desde hace más de 15 años. “Somos cocineros… Nunca ultraprocesados o precocinados… Productos de cercanía… proveedores locales…”. Quizá sea en temporada alta; ahora no cocinan nada.

Después de las 17 h, con un sol de justicia, me voy “de tiendas” y a localizar la parada de bus para mañana. Me han dicho que es donde muebles Abascal. El Ayuntamiento es muy moderno: tan moderno que no sé por dónde se entra y si la oficina de turismo está en el mismo edificio. Como no hay nombres… El centro cívico de Meruelo también es muy moderno (tan moderno como el Ayuntamiento). Ahora veo las letras. Si no, no sé qué hubiera pensado que era. Parece estar muerto: no veo horarios ni nada.

En las instalaciones deportivas, la piscina es increíble y costaba 3 euros, pero ya está a media capacidad, y cerrada. Quería llegarme hasta la iglesia de San Mamés de Meruelo, en un alto, pero el día se empieza a “mordificar” y no sé si me caerá un rayo encima. Así que llego hasta el letrero del final de San Miguel de Meruelo, donde empieza el camino rojo serpenteante, y me vuelvo para mis lares. En los campos, recogen la hierba a toda prisa antes de que la lluvia prevista la moje y estropee. Con la andada de la tarde, he cumplimentado 13´45 kilómetros, 22.376  pasos.

Jueves, 21 de septiembre. ¡A casa!            

No he dormido nada: no sé si ha sido el llenazo de la comida, el calor, la “fiebre” de la vuelta o las mantas arremetidas (odio no poder sacar los pies, mi termostato). Me he desvelado y no he conseguido pegar ojo. A las seis, ha empezado la lluvia a golpear contra la persiana. Jarrea, como dijeron. Por eso me vuelvo a casa.

Javier me pasó ayer los horarios de los autobuses a Santander: tengo uno a las 8 y 24. ¡Vaya hora, totalmente británica! Me pongo mi chubasquero naranja y, a las 8 h, salgo lloviendo a todo llover porque no escampa en ningún momento.

En Muebles Abascal (hay dos, un local enfrente de otro) no hay una marquesina donde refugiarse y paso media hora calándome bajo un saliente.

Cuando, impaciente, paro un ALSA, el conductor me dice que tenía que haberlo cogido en la otra dirección, y que ya ha pasado el mío. El siguiente es a las 11.24 h… Me voy a La Milla a desayunar y a preguntar por un taxi: no quiero pasar tres horas calada en un bar. Le digo al taxista de Meruelo que con que me acerque a un lugar con transporte público (tipo Astillero), me basta. A las 10 h puede pasar a buscarme. Me costará unos 40 euros. Fuera, lluvia y viento todo el rato.

Pedro, el taxista, 60 años, me cuenta que ha sido camionero durante 37 años y que acaba de empezar en su nuevo trabajo. Cuando me deja en Astillero, no sé que ha descarrilado el tren [en Heras] y que las vías estarán durante varias horas inutilizadas *. La chica de la estación solo me dice  que ha habido un accidente y que mejor coja un bus a Santander. Casi a las 12 h estoy, por fin, en mi casaaa... El año que viene, más. Creo que, en tres días, podré llegar a Santander. Seis días en total para una etapa de 40 kilómetros entre Laredo y Santander, que algunos se hacen de una tacada

Los gastos este año: han sido 317 euros, entre comidas, alojamientos, y transporte (incluido el taxi a Astillero el día de vuelta).

*https://www.eldiariomontanes.es/cantabria/descarrilamiento-vagon-heras-provoca-cancelaciones-linea-cercanias-20230921113021-nt.html. Otro accidente lanza un serio aviso sobre el estado de vías y trenes en Cantabria. Viajeros de la línea Santander-Liérganes sufren 7 horas de cancelaciones y retrasos tras descarrilar un vagón en Heras a las 7.30h.  Fue retirado de la vía a las 14.20 horas. 




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