martes, 26 de febrero de 2013

LAURA, MI PRIMA



Cuando nos vimos por primera vez, ella tenía tres meses y yo quince días. Lo primero que hicimos fue mirarnos fijamente. Yo llevaba un pijama azul y ella un vestido rosa. Empezamos a reírnos. ¿Por qué será que los adultos siempre visten a los niños de azul y a las niñas de rosa? ¿O si no, de color verde piscina o amarillo pollito? Laura estaba muy enfadada. A ella le gustaban más los colores de moda esta primavera: el turquesa o el melocotón, incluso el malva clarito, pero todo el mundo le regalaba trajes con los supuestos y horribles “colores de bebé”.

Luego, empezamos a hablar de nuestros primeros días. Me dijo que cuando nació, el 1 de enero de 2000 (fue la primera niña del milenio o al menos del nuevo año), tenía el pelo negro pincho y nariz de boxeador. Parece guatemalteca -oyó decir a una tía suya. Otra, confirmaba: tiene piernas de gacela corredora. Yo le conté que -según me dijeron- tenía “pecho-toro” y era de pierna delgadita  -como mi abuelo.

Esa es otra: lo de los parecidos. Es lo primero que pregunta todo el mundo: ¿a quién se parece: al padre o a la madre? Y se pasan horas discutiendo sobre eso. Que si tiene la boca de fulanita,   los ojos de menganito o la nariz de zutanito. Son más aburridos... Y   total: ¿qué más dará?

El siguiente tema de conversación fueron nuestros respectivos pediatras y lactancias. Porque aquí también hay escuelas: están los estrictos, que dicen que hay que comer cada tres horas y ya está, no importa que andes en el décimo sueño tan ricamente y te tengan que despertar. Los otros son los que dicen que la teta, a demanda. Así que lloras porque te da la gana y te enchufan rápido a un pecho, aunque no tengas ni pizca de hambre.

Que te cojan o no en brazos, también depende del pediatra, y de las enfermeras, en el hospital. Si te cogen en cuanto empiezas a llorar dicen: Uhh. A este (o esta) ya le tiene cogido el sobaquillo. A partir de entonces, si tus padres les hacen caso, te puedes morir de asco llorando, porque ellos, como si oyeran llover: ni caso. En el lado contrario, están los que te andan a todas horas y te hacen pasar de las manos de la suegra a las de una vecina  o a las del butanero, si se tercia. Tiene que aprender a ser sociable desde el principio -dicen. En este caso,  te conviertes en la mascota de la casa: exactamente igual que un perro o un gato,  pero sin poder arañar o lanzar un bufido. Lo cual, por lo menos, sería un alivio.

Mi prima es de muy buena pasta: se ríe continuamente y, cuando no tiene gases que la molesten, es capaz de irse con el lucero del alba. Yo, por ahora, solo soy curioso y, aunque digan que todavía no veo nada, me gusta levantar la cabeza por encima del hombro de mi padre, mirar las rayas del suelo cuando estoy en el regazo de mamá, o el oso que tengo en la cabecera de la cama, aunque para ello me tenga que retorcer el pescuezo. En casa, intentan que me duerma nada más comer, pero a mí me gusta mirar y, para que se queden a mi lado, soy capaz de escupir el chupete veinticinco veces en una hora y tenerlos así al lado de la cuna.

Es que uno aprende rápido. Laura, además, me ha explicado cuatro o cinco trucos; que para eso es tres meses mayor que yo. Tengo que ponerlos en práctica enseguida.  ¡Cómo me voy a divertir en los próximos días...!
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Laura y yo nos hemos visto de nuevo en el prado que tienen mis abuelos en Ruiloba. Ambos pasamos ya de los dos años. Laura habla mucho, y se le entiende. Yo, también hablo mucho, pero nadie me entiende ni palabra: dicen que no vocalizo. De todas formas, me hago entender.

Mi prima es una bendita: te deja todos los juguetes y, en vez de pegarte -si haces algo que no le gusta-, se vuelve a sus padres con cara de incomprensión. Yo soy mucho más cabroncete: enseguida empujo o doy un manotazo, e incluso la engañé tres o cuatro veces alargándole un plato que luego retiraba en cuanto se acercaba por él. Pero estuvimos regando juntos los tomates de la abuela y conduciendo su cochecito de bebé por todo el prado, así que no me porté tan mal.

Laura, mi prima, tiene pecas en la nariz y unos ojos muy grandes y muy grises. Como es muy blanquita,  le ponen una crema azul por todo el cuerpo para que no se queme. Yo, en cambio, soy moreno y enseguida cojo color sin ponerme rojo. He salido en eso a mi abuelo y a mi tía Bea. Por lo demás, dicen que en los remolinos y en el ceño me parezco a mi padrino cuando era pequeño. Aunque él era más guapo. Esto no me lo dicen, pero yo lo sé…

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