Cuando nos
vimos por primera vez, ella tenía tres meses y yo quince días. Lo primero que
hicimos fue mirarnos fijamente. Yo llevaba un pijama azul y ella un vestido
rosa. Empezamos a reírnos. ¿Por qué será que los adultos siempre visten a los
niños de azul y a las niñas de rosa? ¿O si no, de color verde piscina o
amarillo pollito? Laura estaba muy enfadada. A ella le gustaban más los colores
de moda esta primavera: el turquesa o el melocotón, incluso el malva clarito,
pero todo el mundo le regalaba trajes con los supuestos y horribles “colores de
bebé”.
Luego,
empezamos a hablar de nuestros primeros días. Me dijo que cuando nació, el 1 de
enero de 2000 (fue la primera niña del milenio o al menos del nuevo año), tenía
el pelo negro pincho y nariz de boxeador. Parece guatemalteca -oyó decir a una
tía suya. Otra, confirmaba: tiene piernas de gacela corredora. Yo le conté que
-según me dijeron- tenía “pecho-toro” y era de pierna delgadita -como mi abuelo.
Esa es otra:
lo de los parecidos. Es lo primero que pregunta todo el mundo: ¿a quién se
parece: al padre o a la madre? Y se pasan horas discutiendo sobre eso. Que si
tiene la boca de fulanita, los ojos de
menganito o la nariz de zutanito. Son más aburridos... Y total: ¿qué más dará?
El siguiente
tema de conversación fueron nuestros respectivos pediatras y lactancias. Porque
aquí también hay escuelas: están los estrictos, que dicen que hay que comer
cada tres horas y ya está, no importa que andes en el décimo sueño tan
ricamente y te tengan que despertar. Los otros son los que dicen que la teta, a
demanda. Así que lloras porque te da la gana y te enchufan rápido a un pecho,
aunque no tengas ni pizca de hambre.
Que te cojan
o no en brazos, también depende del pediatra, y de las enfermeras, en el
hospital. Si te cogen en cuanto empiezas a llorar dicen: Uhh. A este (o esta)
ya le tiene cogido el sobaquillo. A partir de entonces, si tus padres les hacen
caso, te puedes morir de asco llorando, porque ellos, como si oyeran llover: ni
caso. En el lado contrario, están los que te andan a todas horas y te hacen
pasar de las manos de la suegra a las de una vecina o a las del butanero, si se tercia. Tiene que
aprender a ser sociable desde el principio -dicen. En este caso, te conviertes en la mascota de la casa:
exactamente igual que un perro o un gato,
pero sin poder arañar o lanzar un bufido. Lo cual, por lo menos, sería
un alivio.
Mi prima es
de muy buena pasta: se ríe continuamente y, cuando no tiene gases que la
molesten, es capaz de irse con el lucero del alba. Yo, por ahora, solo soy
curioso y, aunque digan que todavía no veo nada, me gusta levantar la cabeza por
encima del hombro de mi padre, mirar las rayas del suelo cuando estoy en el
regazo de mamá, o el oso que tengo en la cabecera de la cama, aunque para ello
me tenga que retorcer el pescuezo. En casa, intentan que me duerma nada más
comer, pero a mí me gusta mirar y, para que se queden a mi lado, soy capaz de
escupir el chupete veinticinco veces en una hora y tenerlos así al lado de la
cuna.
Es que uno
aprende rápido. Laura, además, me ha explicado cuatro o cinco trucos; que para
eso es tres meses mayor que yo. Tengo que ponerlos en práctica enseguida. ¡Cómo me voy a divertir en los próximos
días...!
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Laura y yo nos hemos visto de nuevo en el prado que tienen mis abuelos
en Ruiloba. Ambos pasamos ya de los dos años. Laura habla mucho, y se le
entiende. Yo, también hablo mucho, pero nadie me entiende ni palabra: dicen que
no vocalizo. De todas formas, me hago entender.
Mi prima es
una bendita: te deja todos los juguetes y, en vez de pegarte -si haces algo que
no le gusta-, se vuelve a sus padres con cara de incomprensión. Yo soy mucho
más cabroncete: enseguida empujo o
doy un manotazo, e incluso la engañé tres o cuatro veces alargándole un plato
que luego retiraba en cuanto se acercaba por él. Pero estuvimos regando juntos
los tomates de la abuela y conduciendo su cochecito de bebé por todo el prado,
así que no me porté tan mal.
Laura, mi
prima, tiene pecas en la nariz y unos ojos muy grandes y muy grises. Como es
muy blanquita, le ponen una crema azul
por todo el cuerpo para que no se queme. Yo, en cambio, soy moreno y enseguida
cojo color sin ponerme rojo. He salido en eso a mi abuelo y a mi tía Bea. Por
lo demás, dicen que en los remolinos y en el ceño me parezco a mi padrino
cuando era pequeño. Aunque él era más guapo. Esto no me lo dicen, pero yo lo
sé…
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