No es broma, no.
Estaba yo visitando un jardín -y escuchando atentamente al guía- cuando, de
repente, sentí un dolor agudo en el dedo gordo del pie derecho.
¡Cachis! -me dije. Al principio, pensé que se me había metido un palito,
incluso un pincho, en la sandalia. O quizá había pisado una colilla encendida
(ya me pasó una vez. No conseguía sacarla y, aullando, fui dando saltos por
toda la Gran Vía ).
Pero no. Cuando me convencí de que tampoco era una ampolla, me quité
rápidamente la sandalia y...¡allí estaba ella! Salía toda indignada y con
prisa, como si le costara respirar. Era una hormiga enorme..., ¡y roja!
Entonces, me acordé de la película La
marabunta y de las hormigas-soldado que hacían de vigías e iban en
vanguardia inspeccionando el terreno. Aquello era en Sudamérica, creo.
Pero, ¿qué podía hacer una hormiga roja en mitad de un Jardín
Histórico en Puente San Miguel? ¿Habría venido en globo...? ¿Era una turista...? ¿Vino con una de las plantas exóticas... ¿O
sería una atracción del jardín contratada por sus dueños?
Lo cierto es que -lo crean ustedes, o no- me mordió. Como los tábanos,
que también dan mordiscos (una vez estaba plantando árboles en el monte, y uno
gigante me mordió... en las posaderas. Sin ningún respeto). Algunos saltamontes color verde manzana también hacen lo propio. Y no pican, como las
avispas, mu-er-den. Menos mal que, tras salir
furibunda de mi sandalia, el dedo me dejó de doler.
Ya pensaba que era la única en el mundo mundial a la que le pasaban
estas cosas, cuando un día, mi madre –que
es una señora muy seria- me dijo que a ella también una vez una hormiga le
había mordido el pie.
Así que, hagan memoria, queridos lectores. Quizá en algún momento de
sus vidas una hormiga les haya mordido un pie… ¿Recuerdan aquella “abeja
muerta” de la película por la que preguntaba a todo el mundo Walter Brennan:
¿”A usted le ha picado alguna vez una abeja muerta…?”.
Muy chulo!!!!!
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