viernes, 16 de septiembre de 2022

VERANO DE 1991. EN FERRY DE SANTANDER A PLYMOUTH. Notas de viaje

(Estas notas, casi telegráficas,  las encontré por ahí, de un septiembre en que mi hermana y yo viajamos a Inglaterra para recorrer Cornualles (Cornwall) en autobuses locales. Teníamos todos los horarios y todas las guías imaginables para compaginar servicios y trayectos).

Así comienzan...

"Vamos sentadas sobre la estela del ferry. El mar está un poco picado pero, en el barco, ni se nota. El sol anda algo picajoso y la costa no se ve por la niebla. Con los prismáticos, avistamos una gaviota solitaria que nos sigue.

12.30 a.m. Nubes bajas y grises. Vamos hacia la boca del lobo.

14.05 p.m. (las 15.05 allá). El tiempo es de cine (aunque el sol pica). Podríamos ir así hasta el fin del mundo.

Detrás tenemos unos ingleses gritones que son la pera limonera. Comemos como cosacas. Es el aire del mar, eso creo…

Somos tan “modernos” que a las 16 p.m. empieza el anunciado tiro al plato y una fiesta para niños, con maquillaje incluido.

Con el sol se me han puesto las rodillas tan negras como las de los pilluelos de barrio.

PLYMOUTH

Estuvimos dormitando en The Hoe, cerca del faro, y vimos The Barbican, un barrio con calles como Southside, llenas de encanto.

Una señora llena de barbas rubias nos indicó donde bajarnos y, a las 5, en punto, estábamos en el albergue, la antigua casa de un rico coleccionista de arte.

Tomamos el té con un sudafricano, de viaje de placer por Inglaterra durante 6 meses. Estaba muy interesado en que fuéramos con él al pub. Pero era demasiado “efusivo”. Le dijimos que no.

A mitad de la cena, llegaron dos chavales de Salisbury que iban a Land´s End (un sitio “lleno de moscas”, al decir del sudafricano, por cuya visita te cobraban ¡4! libras), en bicicleta. Se hacían unas 60 millas diarias. Nos despedimos por si acaso no volvíamos a vernos.

En el albergue también encontramos a una alemana de Hannover, bibliotecaria de risa estridente, que viajaba sola. Nos contó que había estado dos veces en Australia.

En la habitación (con 5 literas) había una chica silenciosa y una anciana con pinta de “rambler” (senderista).

El warden intentaba hacerse amable soltándonos algunas palabras en español. Comimos pollo, yogur, y mi hermana pidió un pastel de manzana con custard (natillas), que no pudimos acabar.

LOOE

Yendo a Looe pasamos St. Germans, un pueblo precioso. Vamos sentadas en la segunda planta del autobús, entre un túnel de vegetación.

En la playa de Looe, el mar tiene el color del verdín y huele mal (a cloaca), así que no hay baño y nos dedicamos a contemplar desde la arena los veleritos y canoas. Parece que aquí es costumbre poner unos grandes escalones de hormigón en las playas, donde la gente se torra sin ningún rebozo.

Cerca de Trelawne hay una granja modelo del siglo XVI, donde se puede dormir. Se ve desde la carretera. ¡Lástima que viajemos en autobús!...

Por la noche, las casas de las colinas encienden bombillas de colores en el porche, lo que les da un aire de verbena o de casa de mala nota. ¡Cómo chillan las gaviotas…!

TRURO-PENZANCE

De Truro a Penzance el paisaje está cubierto -en vez de por molinos de viento, como sería en La Mancha- por una especie de chimeneas (¿tejeras…?). Son tin mines: minas de hojalata (me fascinarán tanto que acabaré comprándome una reproducción en miniatura. Si se pudieran rehabilitar, serían una casa perfecta para mí…).

Aquí, la única manera de viajar – al menos en septiembre- es en coche o andando, porque los autobuses no recorren la costa.

En Saltash, el centro de información está en las afueras. Solo tuvimos tiempo de llegar, preguntar por un autobús de vuelta y regresar con las mochilas a cuestas, y andando- por supuesto-, a tiempo de coger el autobús a Penzance".

 

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