viernes, 24 de julio de 2020

COMILLAS: RUTA BALLENERA


En Comillas se comienza a capturar la ballena franca septentrional o la llamada “ballena de los vascos” (Eubalena Glacialis) durante la Edad Media, pero el momento de auge es entre el siglo XVI y 1720, año en que concluye la actividad ballenera en la localidad -según el folleto turístico (de él están sacados todos los datos).

Desde las atalayas o las torres vigía se las divisaba entre noviembre y marzo. Aún se pueden encontrar restos en Portillo, Santa Lucía, Trasvía y Oyambre, a veces formando parte de otras estructuras, como faros.

El atalayero avisaba mediante señales a las tripulaciones de las pinazas o chalupas  (embarcaciones de unos 10 metros de eslora con una tripulación integrada  por unos 12 marineros y 10 remeros, aparte del timonel y el arponero, a proa. Las imágenes, las tenemos vivas de la película Moby Dick.

La ballena solía medir entre 14 y 18 metros y la grasa suponía entre el 35 y el 45 % de su peso total; era una ballena de movimientos lentos y que nadaba cerca de la costa.

Una vez cazada, se la descuartizaba en la denominada Roca o Piedra de la Ballena, una roca blanca muy lisa cerca de las actuales bodegas del puerto. El primer trozo era para el atalayero; otra parte era para la iglesia y una más para el Ayuntamiento.

En la llamada Casa de las Ballenas (lo que es hoy el cuartel de la Guardia Civil), se transformaban sus diferentes partes en objetos útiles: de las barbas se hacían cerdas para cepillos, varillas para paraguas o corsés. Los huesos se convertían en piezas de ajedrez, botones o collares. De la grasa se hacía un aceite para las lámparas que no desprendía humo ni olores. La sangre se convertía en ingrediente de embutidos, abonos y adhesivos. La piel se curtía para hacer cuero y con el intestino se hacían pergaminos. En cuanto a la carne, no muy consumida aquí, se conservaba en salmuera para venderla en Europa.

Ignacio Fernández de Castro fue uno de los balleneros más destacados de la villa. Creó una saga familiar con barcos y empresas adscritas. Los arponeros comillanos aún eran reclamados en Canarias hacia 1780, años después de que la actividad hubiera cesado en el pueblo.

El itinerario

Comienza en el Mirador de Rovacías, sigue por el Mirador de Santa Lucía, la playa, la Piedra de la Ballena y termina en La Garita, más allá del puerto.

Yo la he empezado por el revés: primero, buscando La Garita, el número 5 en el plano (que luego me he enterado que era “La punta de la garita”…) hasta llegar al Mirador de Rovacías, el número 1 (en una puerta que yo pensaba que no llevaba a ninguna parte…).



Salí con chirimiri buscando una torre como la que está cerca de Casasola, en Portillo: no recordaba haber visto una construcción, o restos, similares por la zona, pero nunca se sabe… Miré a ver si había algo cerca de los utensilios para subir la caloca, yendo hacia Trasvía, pero nada. Luego, tomé el camino que bajaba al centro de depuración de moluscos. Allí encontré un camión enorme que me había sobrepasado a toda mecha (recuerdo que pensé: si va a Trasvía con el GPS equivocado, se va a quedar encajado…). 

Iba a preguntarle al conductor, que se estaba comiendo un plátano, pero me hizo gestos como de que no me acercara, o que no le preguntara, o de que no sabía nada, o de que no sabía mi idioma…

Me di la vuelta pensando que el lugar era propio para desembarcar un alijo (has visto muchas películas…).

Bajé entonces al puerto. Miré a un lado y a otro, en busca de piedras grandes  y lisas donde pudiera descuartizarse una ballena. Luego, pregunté a un pescador joven: “¿Es usted de aquí?”. “Bueno, llevo aquí 20 años…”. Al enseñarle el plano, me dijo que la piedra de la ballena tenía que estar en frente de la lonja.



Allá que me fui. Antes, al pasar por el cuartel de la Guardia Civil (según el folleto, antigua Casa de las Ballenas), me di cuenta de que la  que llamábamos “flecha”, de niños (ya de mayor pensaba que, si se desprendía, iba a dejar a uno como un Guillemo Tell…), tenía forma de arpón.



Para confirmar, pregunté a otros dos pescadores, uno joven y otro mayor. El más viejo me dijo que llamaban “piedra de la ballena” a dos rocas que me parecieron ridículas. “Pero si ahí no se puede despiezar ni un atún”… “Bueno, en el espacio entre las dos…”. Al ver mi incredulidad, añadió: “Los antiguos decían que era esa piedra lisa de la izquierda”... Aquello ya me cuadraba más…Una ballena entre 14 y 18 metros, con un peso de entre 30 y 70 toneladas…



Aproveché para preguntarles por La Garita. “Ah, punta La garita…”. Es ese mirador con bancos detrás del puerto, al final del sendero…”. ¡Acabáramos!: es un accidente geográfico… Seguro que conserva el nombre de la atalaya en tiempos. Para allá que fui de nuevo.

Al subir hacia la carretera general, saqué la foto al faro construido sobre los cimientos de una torre vigía.



En la punta La garita, me subo al banco junto al  cartel y, desde ahí, se ve todo…


Ya solo me quedan el mirador de Santa Lucía y el de Rovacías.

Asciendo por las escaleras, cruzando el paso de peatones cerca del  hotel restaurante Joseín. Hay un faro y, desde la ermita, se tiene una panorámica de toda la playa.


Doy más vuelta para llegar, y encontrar, el mirador de Rovacías. Al final, resulta ser un cenador, una pérgola, en mitad de un jardín con encanto, a pesar de su abandono (en la portada de entrada dice que es obra del Taller de Empleo de Comillas, una restauración “jardinera” de patrimonio). Es un camino de guijo a lo largo de la urbanización (por debajo), con agapantos, una araucaria, una palmera… En una placa solar, descansa un ¿cernícalo…?


Me parece un lugar increíble. ¿Cómo no lo he conocido antes…?


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