viernes, 26 de octubre de 2018

PASEOS DE OTOÑO. A VILLACARRIEDO EN AUTOBÚS

Lunes, 15 de octubre de 2018

Hace calor, en el bus, y fuera.  Tengo “descolgao” el hombro derecho y me duele mucho, no sé si de mala postura, o de cargar. El conductor es nuevo: no lo conozco.

Hace sur, pero el cielo está bastante enmarañado. 29 grados al sol en Guarnizo. ¡Bufff! “¡Quita el aire…, que da más calor…!” – vocifera un parroquiano desde el fondo del autobús. En la estación de Sarón, veo 5 viejitos asfixiados dentro de un pentágono de cristal. En Santa María de Cayón, banderines de que acaban de ser fiestas.

En Vega se sube un chico joven que huele a “Fa, limones del Caribe”. Es conductor en los autobuses municipales de Torrelavega e intercambia información con el chófer sobre sus respectivas condiciones de trabajo. Dice que dentro hace un calor…Yo voy con mi abanico todo el rato y haciendo meditación para convencerme de que no sudo nada-nada… En Santibáñez hay un barrio “Berlín”.


23 grados en Villacarriedo a las 16.30 horas. En el centro, me recibe Angelines (no la conozco de otras veces) y le digo que me voy a dar una vuelta para ver lo que hay de nuevo en el pueblo. “Solo han levantado la plaza. Como va a haber elecciones…”.


A las 18.30 h el luminoso marca 22 grados. Mientras espero en el asubiadero el autobús de vuelta, me atufo con los gases de los coches que pasan por la carretera general. Los estorninos hacen oír sus voces agrias desde tejados, chimeneas y antenas.

Llegando ya a Santander, las llamas de Ferroatlántica dan calor a la noche.


A VILLACARRIEDO, SEGUNDO DÍA

Lunes 22 de octubre

Me llaman de nuevo para hacer una suplencia…

Hoy es un día de otoño total: cielo velazqueño y luz anaranjada. Dicen los entendidos que las témporas han quedado de sur…


A las 15.17 h hay 26 grados al sol en Jesús de Monasterio. Con la infiltración, me siento estupendamente de la fascitis tras 7 meses de dolores en el talón.

En el autobús, ya de salida, una trifulca con un taxista “a pie”: algo en torno al color del semáforo. Al chófer de hoy ya le conozco de otras veces. Es afable, socarrón y bienhumorado.

¡Cómo puede decir la gente -que repite recorrido un día tras otro- que el paisaje es siempre igual…!

Una señora vuelve a su casa unas horas tras pasarse en Valdecilla tantos días que la compañera le dice que se va a tener que empadronar en Santander…Le explica que hace ganchillo para pasar el tiempo. Luego, comentan sobre las comidas de hospital: “Son de otros”… (quiere decir que no son "las de casa").

El timbre de petición de parada es tan agudo que te da unos sustos…Es un pitido espantoso.

Hoy en el pentágono acristalado de Sarón, los viejos son 6: dos mujeres y tres hombres, que ríen.

En el autobús, el aire acondicionado está frío de verdad; primero, me bajo las mangas; luego, me cierro la cremallera hasta el cuello, y ¡ganas me dan de ponerme la capucha, por mis oídos…!

El “limones del Caribe” se sube de nuevo en Santa María de Cayón. Esta vez no entabla conversación con el conductor.

Cuando llegamos a Villacarriedo, como me queda tiempo antes de dar la charla, voy hacia Las Piscinas y el parque alrededor. Los “caminos del otoño” están tapizados de hojas secas de avellanos. La cajigona está desmochada y parece seca, pero posa -contra el cielo- como si fuera una modelo de alta costura.


La vuelta, sobre las 19 h

Antes de dirigirme a la parada, me da tiempo a fotografiar un huerto bien guapo y a admirar la colina sin vegetación que me hipnotiza.


En el asubiadero, Miguel es uno de los habituales que vuelve a Santander al caer la tarde. Otro de los pasajeros es un chico que viene a los Escolapios, desde la capital, cada día.

En los campos, hay un montón de “bolas de silo”, unas en plástico blanco y, la mayoría, en plástico negro.


A las 7 de la tarde tenemos 15 grados. Ya hay chimeneas de leña funcionando en las casas de las umbrías. En el cauce del río, se ven un montón de árboles caídos.

Cuando entramos en Santander, el cielo parece "Mordor"...



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