Jueves,
19 de enero de 2017
5º C a las 10.15 h. Un frío
de bigotes. O quizá es la humedad…
Han blanqueado de nuevo el
Pasaje de Peña (el túnel). Los niños de los coles van a repintar los “cuadros”
sobre Santander, que ya estaban llenos de pintadas. [El tema será El Quijote,
me entero luego].
El autobús lleva la
calefacción a tope y empiezo a despojarme de prendas. Está muy nublado, pero no
han dado lluvia. Espero que levante.
En el parque de la Marga, a
la salida de Santander, se han caído a manta las hojas de los abedules, que
tapizan el suelo.
Sube un señor impregnado
(lleva una aureola alrededor) de olor a tabaco negro que casi me hace vomitar.
¡Cómo es la cosa…! Recuerdo lo que tuvimos que aguantar los no fumadores porque
era “políticamente incorrecto” quejarte…Se fumaba en las aulas universitarias,
en los pisos de estudiantes, en los bares, en los trenes…La ropa olía siempre
fatal. Y ahora es como si nunca hubiera sucedido…
Juraría que ha nevado un
poquito en Peña Cabarga…En Villanueva hay un montón de chalés y adosados, no me
había fijado antes.
Tras bajarme en Vega (de
Villafufre), cojo la desviación donde he visto, en fucsia, el cartel “Casa de
Lope de Vega”. Acaban de terminar un trozo de acera y el encintado de la
carretera también es nuevo.
La casa está muy cerquita,
apenas unos 100 metros. En el jardín, una columna (un rollo heráldico) coronada
por un águila (a sus patas, las fechas 1655-1955???) y la efigie del que
pudiera ser Lope de Vega, con una calavera –coronada de laurel- sobre la
cabeza.
Bajo el escudo, una placa rajada con el nombre
“Plaza Ramón López”, con el yugo y las flechas. En el escudo, una torre,
árboles a la vera de un río, unas llaves y una cruz (¿de Santiago???).
Pasada ya la señal de fin
del pueblo, llego a un puente sobre un cauce abandonado, lleno de maleza. El
río va un poco más a la derecha. Tras cruzarlo, el barrio de Saro de Abajo.
Estoy en Saro.
Leo en un cartel que hay un
Museo del Indiano, una quesería artesanal, un taller de cerámica y una casona
que es posada, así que decido seguir un poco más. Atrás, en un roble, he dejado
una bandada de carboneros, y un rebaño de ovejas carranzanas de cara roja.
Ante una casa malva el
cartel de Quesería La Sobanuca, queso artesano de cabra de venta directa. Lo
dejo para luego.
Desde luego, no se han
matado para hacer la acera…Una lechada de alquitrán, y guijo encima.
Me cruzo con una
camioneta-tienda de ultramarinos y me sorprende una casa con un flotador y un
par de remos colgados en la pared exterior. ¿La casa de un marino…?
Andando, andando, llego a
una especie de “complejo”: iglesia/ermita-casona, juntas y separadas, a la vez,
por una tapia. Con un escudo magnífico -dentro-, de caballeros. Es el palacio
de Gómez-Barreda, una casona con torre del siglo XVIII, con capilla dedicada a
la Virgen de Guadalupe.
Alcanzo los talleres
metálicos Saro, y me doy la vuelta. Son las 12. 30 h. Llevo una hora caminando.
En el bar Camino, un hombre abre la puerta para escupir en la calle.
Ahora sí llamo al timbre de
la casa malva, pero no me abre nadie. El perro blanco y negro amigable me
parece el mismo que pastoreaba -sin mucho éxito- a las ovejas carranzanas.
El río tiene nombre de
sirena: Pisueña.
Paro en el café-bar La Terraza
–paradero de todos los hombres del lugar- para calentarme con una bebida
caliente e ir al baño. La iglesia de san Andrés, junto a la carretera y el
cementerio, es digna de ser interpretada por la cantidad de estilos y épocas
que concentra: una torre redonda, piedra de cantería y de sillería…
En el cementerio busco a ver
si hubiera algún Mantecón, de la familia de Juan Ramón Jiménez (su madre, Mamá
Pura [Mantecón], era hija de Ramón Mantecón, oriundo de Villafufre); solo veo
un nicho de un hombre joven, pero ningún panteón familiar. Luego, descubro otro
sepulcro, exento: pone Mª Ángeles Mantecón Ruiz; pero también es moderno.
Decido seguir andando junto
a la carretera hacia el final del pueblo. Me paro ante una casa con encanto…abandonada.
Atención al detalle de las columnas de entrada a la finca.
En el campo, aún quedan
balsas de las lluvias de los últimos días: la tierra no ha podido tragar tanto…
Yendo de La terraza hacia el
inicio del pueblo, en una perpendicular, me maravillo ante una portalada bestial,
escondida y desconocida (luego leeré que es la Portalada del Obispo). La casa,
con adiciones de bloques, para mí, no vale nada [O sí; en casa, descubro
mirando en internet que está en venta y que cuesta 275.000 euros…], pero esa
portada magnífica…
Compro unas barritas de
cereales en el Covirán junto a la gasolinera (abre ininterrumpidamente de 9 a
21 h), paso delante de una peluquería glamurosa, y voy a hacer tiempo hasta que
venga el autobús al café-bar La Terraza que, además, es su parada natural. Ahora
hay dos chicas (y 12 señores). El ruido de voces es ensordecedor. A las 14. 30
h muchos vienen, en coche, a tomar el vino antes de comer, y luego, se vuelven,
conduciendo, a sus casas…
En Santander hace sol.
¡Bien…!
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