En
Praga, para el sábado 1 de diciembre dan temperaturas entre 0´5 º C de máxima y
– 2´7 º C de mínima. La sensación térmica, de – 7 ºC.
En
Budapest, el domingo, cero horas de sol y un 80 % de posibilidades de lluvia.
Uffff.
Mientras
esperamos en Barajas me leo todos los artículos prohibidos en aeronaves (en el
equipaje de mano): pistolas, navajas, palos de golf, arcos (no dice nada de
flechas) y ballestas, hachas, martillos, sierras y destornilladores. En fin,
que se podía poner una ferretería o una tienda de armas.
En
las líneas aéreas checas hay clase “económica”, “negocios”, “elite” y “elite
plus”. Creo que todos vamos en la “económica”. Somos 180 pasajeros, en filas de
seis, divididos por el pasillo. Los compartimentos para equipajes de mano van
petados y las maletas que no caben se llevan a la parte de atrás. No sé si
alguna mochila acabará en el horno…
Probamos
el vino tinto checo y nos dan unos pececillos parecidos a las galletas krit. El
reparto es un poco lento, pero el personal es muy amable: a mí querían darme
cerveza además de vino y al chico de atrás, a quien le habían abierto una
cerveza sin alcohol, le ofrecieron la última que encontraron, con alcohol.
En
el avión, hay un primer momento en el que sientes frío, al principio, cuando
abren a tope el aire acondicionado; luego, comienzas a sudar la gota gorda.
Quizá el vino tenga que ver.
Las
azafatas sirven líquidos más de una vez: no quieren que nadie se reseque o
deshidrate.
En Praga
Jan,
el propietario del hotel familiar La casa
de la bota grande, viene a buscarnos al aeropuerto de Praga. Es un señor
alto, sonriente y amable que hace de cicerone mientras nos lleva a casa: nos
indica dónde sacar dinero con seguridad; la compañía de taxis a la que podemos
llamar, si lo necesitamos, y nos aconseja no llevar mucho dinero en la cartera
y pagar con tarjeta todo lo que podamos.
http://www.dumuvelkeboty.cz/en/gallery.
Nuestra “casa” en Praga.
Es
una casa torre del siglo XVII reformada en el barrio de Malá Strana, a diez
minutos andando del castillo de Praga y del puente de Carlos. Tenemos dos
habitaciones comunicadas.
Dejamos
las maletas y salimos a dar un primer vistazo a la ciudad, ya de noche. Aquí
amanece sobre las 7; por eso, a las 16.30 horas ya es de noche. Bajamos a la
plaza cruzando el puente de Carlos por primera vez. Las torres negras de
Nuestra Señora del Tyn, que parecen de Walt Disney, serán mis referentes cuando
me pierda. Cenamos en Beseda una deliciosa sopa de gulash y cerveza praguense.
Domingo, 2 de diciembre
A
las 9.42 salimos en tren hacia Budapest. Vamos en segunda, en un compartimento
de seis solo nosotras cuatro, en el último vagón, el 366, encantadas de la
vida. En el vagón va poca gente. El campo está helado, con escarcha, y vemos
montones de abedules y muérdago. A ratos, parece la estepa de Dr. Zivago o el Páramo de Masa, en
Burgos. En el trayecto, se alternan las ciudades con casitas de pueblo y
bloques de pisos de la época comunista. Las siete horas de viaje no se nos
hacen nada largas (a la vuelta, incluso nos haremos la manicura). Como no hay
televisión, el tiempo se pasa como antes: leyendo, hablando o mirando el
paisaje. Aprovechamos para intercambiarnos nuestras guías de viaje. También
hacemos fotos de todo: el baño verde con el papel higiénico marrón, el mapa con
las ciudades de Chequia y Eslovaquia, el vagón restaurante, los anuncios… Vamos dejando atrás
las estaciones: Kolin, Pardubice, Adamov, Brno, Bratislava…
Estas,
en el país vecino, son un poco destartaladas. Quizá sea por el tiempo
desapacible, pero Hungría, en una primera impresión, me parece más triste y
fea, más sucia, más desgastada, más vieja y más pobre.
Lunes, 3 de diciembre, Budapest
La
vida empieza a ponerse en marcha sobre las 7 de la mañana, cuando se oyen los
primeros autobuses. Antes, a las seis, el camión de la basura nos atronó bajo
la ventana.
Hoy
hace un viento que corta el cutis. Desde el puente de Isabel, el Danubio no es
azul sino de un verde acerado. El puente tiembla con el tráfico.
Las
aceras son amplias, de unos diez metros, sin azulejar: solo cemento. El hotel
Astoria es nuestro “cuatro caminos”; pasamos frente a él varias veces al día.
Nos llaman la atención las variadas tipografías de los letreros. A dos manzanas
de casa, descubro la posta (correos); aquí los buzones son rojos y descansan
sobre un pie. En nuestra manzana, un supermercado Spar, con el arbolito que lo
identifica. Siempre hay alguien que vigila con ojos de KGB.
Nuestra
casa, Budapest Rooms B&B (www.budapestrooms.eu),
la lleva un chico joven, Balash Boda. Su madre, arquitecta, le ayudó a
reformarla: les llevó 7 meses. Es, a la vez, moderna y acogedora, decorada con
buen gusto.
Nos
hacemos un poco de lío con el dinero (todas menos Cristina, que es de
producción). Tantos billetes para tan pocos euros. Tenemos que hacer la reconversión
todo el rato. Nos inventamos una regla sencilla: 4 euros equivalen a 100
coronas checas (Kc) y 1.000 forints húngaros (ft). No quiero imaginar lo que
pase cuando llegue el euro…
Martes 4 de diciembre. En los baños
Es
un desperdicio estar en Budapest y no gozar de sus balnearios. De hecho,
pensamos en una futura estancia de diez días, cada una en un spa diferente.
Fuimos
a los Baños Gellért, cuya piscina de columnas la Cristi decía que había salido
en un anuncio de Danone hace unos años. Pasamos allí la mañana yendo de una
sección a otra, probando cada piscina -menos la de olas, que solo funciona en verano. Pero
salimos a la piscina exterior, a 36 º C, mientras el ambiente estaba a ¡2º C!
A mí
la trocanteritis no se me quitó, pero sí un pequeño tirón en la espalda gracias
a las aguas a 38 º C.
Marisol,
que no se había decidido a comprarse un traje de baño y paseaba en albornoz
observando personas y espacios, nos confesó que la próxima vez se lo pensaría
porque le habíamos dado un poco de envidia...
Mi única
pena: que el señor de las camisetas, un poco disperso y volátil, no estaba. Y
no pude llevarme una. Habrá que volver…
Por la tarde. Subida a Buda
Budapest
está formada por dos ciudades a uno y otro lado del Danubio: Buda y Pest.
Nosotras morábamos y hacíamos la vida habitualmente en Pest, abajo. Así que, decidimos
echar un vistazo y subir en autobús a Buda, ya anochecido y nevando ligeramente. Apenas
encontramos un alma en el Bastión de los Pescadores, a pesar de sus vistas deslumbrantes:
en la otra orilla, se divisaba el edificio del Parlamento bajo una luz
amarillenta tamizada por los copos. Dimos una pequeña vuelta alrededor de la
iglesia de San Matías y bajamos antes de quedarnos congeladas junto a los
caballeros del bastión. Habíamos empleado bien el billete del día para grupo
(hasta 5 personas) por 3.100 fiorints (unos 12 euros).
En
la memoria quedan el barrio judío y la mayor sinagoga de Europa; la calle
Andrassy, una de las más elegantes, con la ópera y el Oktogon; y la calle Vaci
de las tiendas. A pesar de la fama que tienen de ser un poco setas, a nosotras, en general, nos han
tratado bien. Encontramos una camarera que había estado trabajando en Sevilla
durante la Expo 92 y, si chapurreaban algo de español, enseguida el jefe les
enviaba a atendernos. Sí es verdad que sonríen poco y tienen un ritmo más
lento. Quizá el frío congele un poco las neuronas aquí. Sin embargo, nosotras
les hacíamos reír y pienso que les
caímos en gracia. Y, de todas formas, un buen goulash hace que se perdone todo...
Miércoles, 5 de diciembre, San Nicolás.
Vuelta a Praga
Está
todo nevado de Budapest a Praga: árboles y arbustos. En el tren, fotografío el
mapa con el recorrido inverso: Budapest-Bratislava. En cada trayecto, tres
inspectores supervisan nuestros billetes: unos, con máquina, y otros, poniendo
su firma a mano. Luego caemos en que no hemos atravesado dos países, sino tres:
Hungría, Eslovaquia y Chequia (República Checa).
En
el tren, hacemos de todo: incluso la manicura con pintado de uñas incluido (dos
capas). Vamos bien aprovisionadas: diversos tipos de manzanas y plátano
deshidratados; quesitos, biscotes, galletas dulces y avellanas – además de agua
embotellada marca Teodora. En el
solitario vagón restaurante, la primera y descorazonadora visión es la de un camarero
dormido cara al techo con la boca abierta.
Jan
vino a recogernos a la estación y, sobre las 18 horas, salimos a la calle para
ver a los niños disfrazados de ángeles o demonios, una tradición del día de San
Nicolás. Esto sería así hace tiempo; ahora, solo algunos niños y algunos
mayores -que son como niños- portaban unos cuernos industriales y
estandarizados en color rojo y/o azul, que vendían incluso por la calle como
aquellas gargantillas fosforescentes
hace unos años. ¡Viva la uniformidad!
Jueves, 6 de diciembre
Después
de desayunar, subo al “castillo”. A las 9 de la mañana veo el cambio de guardia
y la ronda. A tan temprana hora, ya hay dos excursiones. Al otro lado del río,
en la distancia, está la colina de Vysehrad, donde estuvo la residencia de la
princesa Libuse antes de que Carlos IV trasladara la corte a esta colina.
Praga
es una ciudad que te aplasta con su belleza. Mires donde mires, todo es bonito:
el pavimento, de adoquines haciendo dibujo, y las aceras, con azulejos
chiquitos en blanco y negro; las cúpulas, las fachadas... Huele dulce a leña de chimenea.
Bajo
por la calle Nerudova. Hacia la mitad, compro sellos y postales en un quiosco.
Los sellos para España cuestan 30 coronas. También encuentro un cajero
Bankomat. Y una tienda, que me apunto, con muñecas de maíz y dedales.
Sobre
las 10.30 recojo a las “niñas”. Hoy nos toca el barrio judío, Josefov, y las
sinagogas. En el cementerio judío viejo
dejamos una piedrecita cada una en la
tumba del rabino Loew. Es impresionante con tantas lápidas apiñadas inclinadas
unas sobre otras.
Viernes 7 de diciembre.
A Karlstein
Quería
ver alguno de los lugares en los que se desenvolvió el escritor Ota Pavel. Karlstein estaba
a solo media hora en tren desde la estación Smíchov; así que me dispuse a
entenderme con quien hiciera falta.
A
las 12 y 20 cojo al tren a K. La señora de información me ha imprimido
amablemente los horarios de ida y vuelta y me apunta también por escrito el
andén: Platform III. Temerosa de subirme a otro tren o estar en otra vía,
pregunto a todo el mundo. Doy con una chica de Missouri que vive aquí con su
marido y su hija de dos años. Va a Beroun, una parada después de la mía, y me
toma bajo su protección.
El tren tiene dos pisos (es como un Cercanías en Madrid) y segunda clase es abajo. Va petado y las ventanas están tan sucias que apenas se ve el paisaje y la luz anaranjada, caramelo, como la de septiembre . El trayecto dura 32 minutos. El final, la localidad de Beroun. Ha caído un poco de nieve y se sube gente con
mochila que va a hacer senderismo, o con bicicleta de montaña.
A las 2.36 h, apenas dos horas después, cojo el tren de vuelta. El pueblo estaba muerto: solo suvenirs, pero nada donde comer y beber. Tras andar por una de las orillas del río Berounka, tratando de imaginar los días de pesca de Pavel, no me queda nada más por hacer. Mejor, leer sus libros...(http://quefluyalainformacion.blogspot.com.es/2012/05/ota-pavel-lo-mas-hermoso-de-mi-vida-el.html. CÓMO LLEGUÉ A CONOCER A LOS PECES, de Ota Pavel).
A las 2.36 h, apenas dos horas después, cojo el tren de vuelta. El pueblo estaba muerto: solo suvenirs, pero nada donde comer y beber. Tras andar por una de las orillas del río Berounka, tratando de imaginar los días de pesca de Pavel, no me queda nada más por hacer. Mejor, leer sus libros...(http://quefluyalainformacion.blogspot.com.es/2012/05/ota-pavel-lo-mas-hermoso-de-mi-vida-el.html. CÓMO LLEGUÉ A CONOCER A LOS PECES, de Ota Pavel).
Sábado, 8 de diciembre.
Vysehrad
Leo que el de Vysehrad es el
cementerio más reverenciado de Praga. Allí están enterrados Smetana y Dvorak,
el poeta Jan Neruda o Karel Capek. Es un
buen lugar para hacer interpretación
de la ciudad.
Hoy tenemos ópera a las 19
h: Aída.
Tras conseguir billetes para
todas en una estación de metro que nos costó encontrar (la máquina de
Malostranské nos devolvía las monedas y estábamos desesperadas), cogemos un
tranvía a Vysehrad para volver luego, callejeando, hacia el centro. No vemos tiendas abiertas y pensamos que
aquí, en el Nové Mesto, también debe de
ser fiesta el 8 de diciembre.
Después de la ópera, cenamos
estupendamente en Kolkovna. La sopa gulash está al nivel de la de Beseda,
degustada la primera noche en Praga.
Domingo, 9 de diciembre.
Nuevo cementerio judío
Para mí, una de las rutinas
más hermosas que hay es pasar el puente de Carlos a primera hora, sin apenas
turistas, a tu propio paso y no al obligado procesional
– cuando hay multitudes.
Ayer vi una representación que no sé si se
repetirá cada día al caer la tarde: gaviotas y palomas sobrevolaban nuestras
cabezas (y no había nadie alimentándolas) mientras toda la corte de los cisnes,
en V, se dirigía desde la orilla hacia los pilares del puente, en una
orquestación perfecta.
Cogí el metro para acercarme
al nuevo cementerio judío. Sabía que en él estaban enterrados Kafka y Pavel.
Era domingo, pero apenas me crucé con dos o tres personas paseando por las
avenidas principales. A la entrada había un pequeño puesto de flores y compré
dos, rojas: una gran margarita para Kafka (mucho más tarde me enteraría de que
era una gerbera) y un capullo de rosa para Pavel. Justo al entrar, un cartel
señalaba, a 250 metros, la tumba de Kafka. Me costó más encontrar la de Pavel.
Había que dar la vuelta al letrero. Le habían dejado castañas y pequeños
muñecos: un caballito, un pez (qué
lástima, no se me ocurrió…), un pájaro,
así como notas en papeles desteñidos. Yo también le dejé una: “Gracias
por tus libros”.
En barco por el Moldava
Saqué billete para dos horas,
de 15 a 17, pero justo antes de embarcar
empezó a nevar y tuve miedo: ¿Y si, al bajar, estaba el camino de vuelta
cubierto de nieve…? Así que le pedí a la chica que me lo cambiara por uno de 50
minutos (al final, entre pitos y flautas, el viaje resultó ser de solo 40…).
Me encanta ver las ciudades
desde el agua, sea de mar o de río. Los osados no éramos muchos: una pareja, un
grupo de unas doce personas, y yo. El personal de a bordo, excepto la muchacha
que nos servía los tés, parecía deseoso de acabar y de marcharse a su casa.
Pregunté por unos troncos situados frente a los pilares del puente y me miraron
como si fuera de otro planeta, así que opté por callarme. Una cinta iba
repitiendo, en 7 idiomas, cada frase sobre lo que se veía a derecha e
izquierda. Un poco cansino…
Lunes, 10 de diciembre.
Vuelta a España
A las 7 de la mañana, antes
de desayunar, salgo a dar el último paseo por el puente de Carlos. Solo me
cruzo con estudiantes de instituto y fotógrafos con trípode.
Han echado sobre la nieve
unas piedrecillas negras para que la gente no se resbale. El paisaje nevado es
maravilloso.
Algunas personas dicen que
Praga es “una postal”, como si fuera algo falso o postizo pero, para mí, es la
ciudad más bella que he visto hasta la fecha. Yo, de llevar a mis padres a algún sitio, antes que a Londres o a París, los llevaría a Praga: me parece una ciudad "abarcable" y fácil para hacerse con ella.
En el libro de visitas de
nuestro hotel familiar en Praga, ponemos unas letras: yo agradezco que cada día
me hayan doblado el camisón y siempre me hayan ofrecido al llegar, aterida, una
gran taza de té caliente.
P.S. Ya en casa, en España, intento reproducir las estupendas sopas gulash
que nos hemos tomado…
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