Mi móvil antediluviano que no tenía blutuz, ni cámara fotográfica, dejó de funcionar un buen día: supongo que le había llegado la obsolescencia programada...
Yo, es verdad que solo lo usaba para llamar y que me llamaran, si estaba perdida en el monte o si el coche me dejaba tirada en algún pueblecillo. Por no saber, no sabía ni enviar mensajes ni leer mensajes. Con deciros que, para marcar, usaba el dedo índice en vez del pulgar…
Sin embargo, una vez muerto, echaba en falta no poder disponer de él, así que le pedí a mi hermano que me acompañara a comprarme uno de nueva generación, entre otras cosas, porque ya no existían de los antiguos.
La
de la tienda, al preguntarle por las instrucciones básicas, me dijo que el uso
del móvil era “intuitivo”. Será para ti –pensé yo. A partir de entonces, me paso el día tocando todos los botones para
encontrar algo.
La
primera vez que lo llevaba encendido,
sonó en el autobús, y no fui capaz de contestar. Tocaba la tecla con el teléfono verde, pero no me salía nadie
al otro lado. Y, cada vez más nerviosa, me parecía que el sonido era más fuerte
y que me miraba todo el mundo. Luego me enteré de que tenía que tener la tecla
apretada varios segundos. ¡Pues haberlo dicho, hombre! ¿O era eso que tenía que
arrastrar el teléfono verde hasta donde se ve la silueta de una persona en el
centro de la pantalla? Dudo…
He
aprendido que los teléfonos nuevos he de guardarlos en la tarjeta SIM. Que la
tecla “Datos” ha de estar siempre en verde y desactivarla si voy al extranjero.
Que para leer los códigos QR tengo que bajar la aplicación BIDI…
Yo
solo puedo aprenderme una cosa al día; así que le dejaré a mi hermano que
investigue, y luego, que me baje las aplicaciones y me explique lo básico. En
el manual de instrucciones apenas viene nada: como todo es intuitivo…
No
sé si me convence mucho este teléfono smart (pensaba, al principio, que eran teléfonos
“elegantes”, como el Superagente 86). Te tienen localizado en todo momento y
saben todo lo que haces. Como un Gran
Hermano. Por ahora, sigue apagado en mi bolso. Paso de estar conectada
continuamente en la “postura del rezo”. Y no quiero volverme una adicta.
Como
me dijo Cristina, he desconectado el contestador para que a la gente no le
cueste la llamada. Aunque siempre le digo a todo el mundo que no guarde mi
número de móvil porque me localizan -en el fijo- en casa, a la hora de comer o de cenar, o
casi más rápido, mediante el correo electrónico, que miro varias veces al día.
Por
ahora, me conozco: la tecla de encendido; la tecla de inicio, el WhatsApp (pronúnciese “wásap” o "wasap"), la tecla de menú, la tecla para ir a la pantalla
anterior y la de la lista de las aplicaciones. Uffff. Algo es algo…
Espera. Me acaban de
escribir: “Se te ha pasado estudiar el apartado "bloqueado del
teclado"; si no lo pones, puedes tocar accidentalmente una tecla y hacer
una llamada, conectarte a internet, quitar el timbre…,¡y un millón de cosas
más! ¡Que es un móvil de última generacióóón...!”.
¡Dios mío! ¡Ya sudo…!
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