Yo lo intento. De verdad. Pero no puedo reducirlos.
Todos los
días el cartero me trae papeles de banco, revistas no solicitadas, documentos
varios. Y yo, ¡no doy abasto!
Además, tengo
que recortar las noticias importantes del periódico. Pero luego, no me da
tiempo a archivarlas y se acumulan, acumulan, acumulan…; sobre la mesa, la
cama, el suelo, el radiador, e incluso la papelera.
Son pilas
móviles que se van trasladando de un lugar a otro, unas veces en bolsas, otras
en cajas, pero que continuamente crecen y crecen.
Yo me lo
repito a mí misma todos los días: los chinos piensan que hay que tener los
menos objetos posibles, y hago propósito de enmienda. Pero nunca me da tiempo.
¡Céntrate,
hija, céntrate!, pero voy saltando de una cosa a otra y ni las clases de
tai-chi me equilibran el cerebro.
Así, empiezo
un nuevo día brincando por encima de los papeles, rodeándolos o resbalando
sobre ellos.
En el salón,
me propuse no tener nada a parte de la tele y una cama que hace las veces de
sofá. Pero, poco a poco, voy llevándome un diccionario de inglés, la última
revista, unos mapas del Ministerio de Agricultura, informes de todo tipo y
condición, una mochila... Luego, me da pereza quitarlo, y puedo estar viendo la
tele con los cojines de la cabeza rodeados de diapositivas y, a los pies, la
funda de un disco, una crema de manos y el próximo sobre de burbujas que voy a
enviar mañana.
“¡Pero hija!
¡Así como te va a querer alguien...!”- dice la desesperación de mi madre. Yo
procuro enmendarme, ¡de verdad! Pero creo que tendrá que ser un amor muy grande
para que tienda la ropa por prendas y tamaños y mantenga siempre despejada la
mesa de trabajo.
Mi última
estrategia ha sido agrupar los papeles que me da pena tirar por gustos de
amigos y ¡endilgárselos a ellos! Así,
yo no me siento culpable por tirarlos -les sirven a alguien más- y, son ellos,
en última instancia, los que tienen la responsabilidad de echarlos al
contenedor azul (a no ser que se los pasen a otro alguien). Inteligente, ¿no...? Y, si deciden tirarlos, yo por lo menos, ya no lo veo.
Entretanto,
la duna móvil sigue creciendo y avanzando. Ya ha invadido la alfombra y llega
hasta el primer piso de la librería. ¡Que alguien me ayudeeee...!
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