Igual que me
pierden el chocolate negro con naranja o la coliflor con bechamel de queso, no
puedo soportar al leer un libro que le falten acentos, que haya faltas de
ortografía o que las letras estén trastocadas o sin terminar. Me pongo enferma y tengo que parar de leer e ir a
buscar corriendo un bolígrafo con el que arreglar el desaguisado al instante.
Otra
manía que tengo son las etiquetas: en los sujetadores, pican; se te salen para
arriba en las camisetas, y, en general, molestan. Así que las corto siempre que
puedo.
También me
gusta llevar las uñas muy al cero:
tanto las de las manos como las de los pies. Que no se vea lo blanco.
Una vez que
había estado plantando semillas en tierra, soñé que iba al médico y este, en
vez de mirarme la garganta o auscultarme, me ordenaba: ¡Enséñeme las manos! Yo
no quería, y las escondía a la espalda. Cuando por fin se las mostré, a
regañadientes, miró mis uñas y dijo: “Usted ha comido chocolate, naranja, etc”.
Y yo, con una vergüenza terrible por tener las uñas sucias. En cuanto a las de
los pies, si uno anda mucho y, sobre todo, baja cuestas o pendientes, enseguida
se da cuenta de que las uñas largas se
clavan como una garrapata en los dedos. Por lo demás, cuando me aburro o si
decido dedicarme un tiempo a mí misma, a veces me da por ahí y me pinto todas
las uñas, las veinte, de una tacada; y así, hasta la próxima sesión, que puede
ser tres o seis meses después, cuando el esmalte ya se ha quitado y
requetequitado...Pero, ¡qué más da...!
De
la casa, no me gusta nada salvo cocinar. Bueno, tampoco me importa lavar los
platos, aunque odio fregar los tenedores. La ropa, me da igual tenderla en las
puertas, por una manga o sin pinzas. Planchar para mí es quitar las arrugas de
un sitio para ponerlas en otro. En cuanto al polvo, me encanta limpiarlo cuando
hay mucho, y casi tengo que tirar la bayeta de lo sucia que queda. Si debo
limpiar, por lo menos, que se note.
Otra
manía son los felpudos bien alineados. ¡Quién lo diría en una persona tan
desorganizada como yo! Pero cada vez que bajo la escalera, no puedo evitar
poner rectos a cualquiera salido de su sitio, aunque el ángulo sea sólo de 10º.
Con el pepino -pasando a las manías gastronómicas- me sucede una cosa curiosa. No me gusta
solo o en ensalada -me parece que todo sabe a pepino- pero, en cambio, con piel,
en rajas muy finitas, me encanta en los sanwiches o cuando lo ponen en las
hamburguesas. Raro, ¿no...? Creo que debería alquilarme a algún psiquiatra a ver
si me da contestación a tanta y tanta
rareza...
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