lunes, 24 de enero de 2022

DE YOGA Y OTRAS HIERBAS

Mi profesor de yoga tiene nombre de minino. Se llama Benito, como el colega de Don Gato, el de los dibujos animados.

Tiene cara de asiático, y un día muy frío que iba enfundado en un abrigo gris y un gorro de lana, lo confundí con un agente de la KGB.

Es un señor muy serio, y su mujer, muy dulce y suavecita. No se parecen en nada.

A mí me recomendaron ir a yoga porque dicen que soy un niño hiperactivo y con muchos nervios. En clase, soy el más joven, pero hay una señora de setenta años que se pone patucos para no enfriarse los pies, y gente de todas las edades que vienen a relajarse y a tomarse la vida con más calma.

Los ejercicios son muy fáciles,  casi siempre estiramientos que hay que conjugar con la respiración. Luego, a veces, hablamos en grupos sobre un tema y Benito, al día siguiente, nos comenta lo que el yoga dice sobre eso.

Un día, ya cerca de Navidad, cantamos villancicos. Los hombres, en minoría, cantando, resultábamos penosos. Pero nos lo pasamos muy bien. Y es que el estado de ánimo tiene que creárselo cada uno, día a día, porque si dependes de las cosas que te pasen, estás perdido. Eso es lo que dice el yoga.

Yo, desde que vengo, no soy tan rabo de lagartija, y la profesora no tiene que reñirme tanto por levantarme en clase cada dos por tres. Mis padres, que me traen en coche los martes y los jueves, también están más tranquilos. Y a mí, me gusta estar entre gente  de diversas edades que me escuchan cuando hablo  tan atentamente como si fuera uno de ellos.

El jueves pasado, bailamos una especie de minué, chocándonos las manos como se hace en baloncesto. Y el anterior, teníamos que ser agujas de un reloj y hacer las horas.

Al terminar las clases, en junio, nos fuimos de excursión a Ucieda, un monte donde la gente suele ir de camping, a bañarse en el río y a hacer barbacoas, pero nosotros hicimos una marcha en círculo sin encontrarnos con nadie: solo mariposas, pájaros, grillos y el murmullo del viento entre los árboles.

A mí,  Benito me impone un poco. Cuando me lo encuentro por la calle, nunca sé qué decirle. Me parece como si de repente me hubiera topado con un Gengis Kan salido del siglo XII – aunque Benito no sea en absoluto belicoso -,  y me quedo un poco in albis. Supongo que lo superaré con el tiempo...



 

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