Martes,
8 de septiembre de 2020
Como le prometí a Sarita,
mientras esté por aquí cerca (el viaje es tan largo…), voy a verla un par de
días a La Coruña. Este año, con la intención de ir a la casa-museo de Emilia
Pardo Bazán, cuyo centenario se celebra en 2021.
En Santiago, dejo para otro
año, la visita a Padrón, el pedrón
que celebra la llegada de la barca con los restos del santo, y su amarre en
dicho lugar.
A Coruña, dársena 17 a las
10 h. Pues no sé dónde está el bus, si ya son más de las 10 h y yo he llegado a
menos diez (ni siquiera me he atrevido a ir a taquilla, por si lo perdía…).
Estoy hasta los webs de los buses en Galicia: ni puntualidad, ni sabes nunca en
qué dársena se ponen. Un conductor que -apiadado de mí- ha preguntado, me dice
que ahora es a las 11 h...
Cojo un taxi y me voy a la
estación de tren. No puede ser peor… ¿Para qué sirve tanta digitalización si
luego no tienen a un informático que actualice los horarios en cada momento…?
Miércoles,
9 de septiembre. Paseo mañanero hacia la casa-museo de EPB
Sobre las 8 h salgo de casa
a ver despertarse la ciudad. Sigo la ruta del 6 hacia abajo, hacia la playa y
el centro, desde la Avenida de Fisterra.
Esta noche he oído voces
destempladas, hasta bien tarde, por las calles.
Algunos postes del bus
tienen incorporada una placa solar. No entiendo por qué ponen plantas pinchudas
en los parques o donde hay niños cerca.
Llego a la praza de
Pontevedra y cojo San Andrés hacia la parte vieja. En el número 106, café
Macondo, precioso, paro a tomarme un té y una caracola. Un poco antes, el
grafiti de un zapatero y dos comercios, el antiguo y el nuevo, contiguos:
Roberto Purriños, zapatero, luego Purriños Zapateros.
Enfrente, en el número 113,
“Cándida”, desde 1939. Vende tela TNT para filtros de mascarillas y tela de
algodón, hidrófuga y con tratamiento antibacteriano. También vende el puente de
aluminio y las cintas. Renovarse o morir…
En la praza de San Andrés,
la taberna de Pintxos donde desayuné el año pasado. A las 9.30 h están limpiando
y regando las calles. Operarios hasta quitan los chicles y repasan las esquinas
con un cuchillo.
De repente, desde la praza
de San Agustín, veo una especie de tripa que sale, como los hornos antiguos:
pertenece a la Congregación del espíritu Santo y Nuestra Señora de los Dolores.
Contiene unas vidrieras con Cristo crucificado y otros motivos. Al lado, la
mercería Elvira, cierra.
El mercado de San Agustín
tiene forma de elipse. Junto a él, la parroquia de San Jorge. A un lado del
mercado, la relojería Nemesio (desde 1964), en la rúa San Agustín.
En la puerta de Aires (Porta dos Ares) empieza la parte vieja
(peatonal). La calle de la Amargura, a la derecha, baja a la casa-museo de EPB;
pero aún tengo tiempo hasta las 11 h, en que he quedado.
Apenas hay nadie por la
zona: una señora mayor, con el carro de la compra, que viene, seguro, del
mercado de San Agustín; paseantes tranquilos, vecinos silenciosos.
En la guardería (las
antiguas Escuelas Populares Gratuitas, fundadas en 1888, por Don Camilo
Rodríguez-Losada y Ozores), siguen cantando las mismas canciones: “Disimular
que soy una cojita…”.
Llego a la tranquila praciña
de Santa Bárbara, con sus castaños, su cruceiro y sus bancos de piedra. El
edificio principal es un beaterío fundado en el siglo XIV, actual convento de
las clarisas. Presenta relieves medievales (el Juicio Final, en la puerta de
acceso, y la virgen con santa Bárbara y santa Catalina, dentro).
Al principio de la calle
Santa María nació Ramón Menéndez Pidal. Y la praza do Xeneral Azcárraga tienen
unos magnolios y unos plátanos impresionantes.
Casa-Museo Emilia Pardo Bazán
Un poco antes de las 11 h estoy ante la fachada de la Casa-Museo. Nos atiende su directora y conservadora, Xulia Santiso Rolán. Nos iba a hacer una introducción de 10 minutos (“Tengo mucho trabajo…”), pero está con nosotras casi tres cuartos de hora. No hay nadie más. Estamos a placer por las salas…
El edificio, descrito en
1971 por Carlos Martínez-Barbeito, amigo de Blanca, una de las hijas de Emilia
Pardo Bazán: “…Balcón de hierro, volado, en la planta principal y una pequeña
galería de cristales en la segunda…En la planta principal, un gran salón con
dos balcones a la calle de Tabernas 11, con retratos de familia…los retratos de
los abuelos maternos, de Madrazo, y alguna copia de pintura clásica hecha por
doña Amalia [El Ecce Homo, de Murillo; El triunfo de Baco, de Velázquez], la
madre de la escritora; bargueños, sillerías solemnes y…un arcón tallado por las
manos de su marido (don José Quiroga). Luego, un saloncito íntimo, con chimenea
de mármol…De él salía el largo comedor…”.
Me paro ante el retrato del
padre de Emilia (José Pardo Bazán, pintado en 1885 por Rafael Balsa de la
Vega), de mirada inteligente y aguda. De
Amalia de la Rúa, su madre, hay varios, y la vemos envejecer desde el primero,
atribuido a Fierros, de 1845/1848 (cuando tenía entre 15 y 18 años), al último,
de Sorolla, en 1913 (con 82). También hay retrato de su marido, José Quiroga
(1848-1912). Y muchos de Emilia (“muchos me han hecho, y ninguno ha salido
bien”), desde el pintado por su madre hasta el de Joaquín Vaamonde, de 1897.
Este pintor inmortaliza a sus hijas, Blanca, con 16 años, y Carmen, con
catorce, en 1895. También a su hijo, Jaime, en 1897.
A la entrada, dos tapices;
La reina Tomiris con la cabeza de Ciro, y La reina de Portugal rindiendo el campamento
de Albalade. Otros dos son: Santa Isabel de Hungría y La caza del mono.
Una vitrina concentra varios
abanicos de su colección: “Al formar la colección, no he mirado solo reunir
abanicos bonitos, sino que en ellos haya algo curioso y que caracterice bien el
momento de la historia a que pertenecen. El abanico es el más expresivo y
revelador de los objetos de arte; el más sensible al ambiente…”.
Tras otro cristal, varios de
los libros de su biblioteca, catalogados por ella misma (de los 18.000
existentes en su casa de Meirás, se donaron ocho mil a la Casa-Museo). También
hay una reproducción/reconstrucción de uno de los vestidos que lució la
escritora. Y una talla de la Inmaculada
Concepción, de Mª Luisa Roldán, La Roldana. Además de su vajilla de Limoges,
con su lema, “de bello lucem” (“De la guerra a la luz” o “Luz en la batalla”,
como ha sido traducido). Pero no está su máquina de escribir (“Escribo por la
mañana, a máquina, para evitar el calambre de escritor…”), por ejemplo, ante la
que doña Emilia aparece en muchas fotografías…Los académicos que seleccionaron
los objetos, no la eligieron…
Desde una de las ventanas, se ve la fachada de la iglesia de Santiago, cuyas dos esculturas serán protagonistas de uno de sus cuentos, Los adorantes.
INSOLACIÓN
(1889), esa pequeña joya
El
humor es una pieza clave. Un crítico acusa a doña Emilia de ser
demasiado alegre, “mejor dicho, optimista”… “La simpática y frívola trama de Insolación”…- dice Pilar Faus. “Insolación respira alegría de vivir…”- escribe Marina Mayoral en el
prólogo.
Para mí, la escritura es chispeante,
traviesa, llena de alegría de vivir y disfrute de la vida. Es una obra
divertida, una pequeña joya.
Pero los hombres, y
escritores, de su época, no piensan lo
mismo… Clarín, por ejemplo, calificará
su novela como “boutade pseudoerótica”...
“Sobran personas
maldicientes y deslenguadas que interpretan y traducen siniestramente las cosas
más sencillas, y de poco le sirve a una mujer pasarse la vida muy sobre aviso
si se descuida una hora…”-se dice en la novela.
Otras reflexiones: “¿Por
qué no han de tener las mujeres derecho
para encontrar guapos a los hombres que lo sean, y por qué ha de mirarse mal
que lo manifiesten…?”.
“Es una hipocresía
detestable eso de acusarlas e infamarlas a ustedes [las mujeres] con tal rigor
por lo que en nosotros [los hombres] nada significa…A nosotros nos enseñan lo
contrario: que es vergonzoso para el hombre no tener aventuras, y que hasta
queda humillado si las rehúye…Lo mismo que a nosotros nos pone muy huecos, a
ustedes las envilece”.
La romería de San Isidro
Es el marco en que se sitúa la acción. Para el comandante Pardo, amigo de la protagonista, Asís Taboada, marquesa viuda de Andrade, “aquello es un aquelarre, una zahúrda de Plutón…Borracheras, pendencias, navajazos, gula, libertinaje grosero, blasfemias, robos…”.
Para Francisca Taboada, “el campo de
San Isidro es una serie de cerros pelados, un desierto de polvo, invadido por
un tropel de gente entre la cual no se ve un solo campesino, sino soldados,
mujerzuelas, chisperos, ralea apicarada y soez; y en lugar de vegetación, miles
de tinglados y puestos donde se venden cachivaches…: pitos adornados con hojas
de papel de plata y rosas estupendas; vírgenes pintorreadas de esmeralda,
cobalto y bermellón; medallas y escapularios igualmente rabiosos; loza y
cacharros; figuritas groseras de toreros y picadores; botijos de hechuras
raras; monigotes y fantoches con la
cabeza de Sagasta o Castelar; ministros a dos
reales; esculturas de los ratas
de La Gran Vía, y al lado de la efigie
del bienaventurado san Isidro, unas figuras que…”.
Para su amiga, la duquesa de
Sahagún, “es de lo más entretenido y
pintoresco…muy original y muy famoso…Tipos…
¿Y los columpios? ¿Y los tíos vivos? ¿Y aquella animación, aquel hormiguero de
la gente…?”.
Hay que releerla en 2021 para conmemorar su centenario...
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