lunes, 17 de septiembre de 2018

PASEOS DE VERANO. UN DÍA EN SAN SEBASTIÁN



En la parte vieja, sábado 8 de septiembre de 2018

Salgo pasadas las 8, tras disfrutar de un amanecer glorioso desde la calle Andrestegui. No sé cuántos grados hay, pero no hace nada de frío. Lo cierto es que daban sur… Los liquidámbar del paseo (avenida de Tolosa) ya empiezan a “otoñar”, enrojeciendo por la copa.


Cojo el  [bus] 5 al Bulevar. El billete, 1´75 euros. Me dicen que se puede sacar una tarjeta que cuesta 5 euros, un pase “anónimo” [la mugi]. Preguntaré en un quiosco o en turismo. 15 grados. Para mí, perfecto.

Llegando al centro, desde el autobús veo el Centro Talasso-Sport La Perla. Este debe ser el balneario que me dijo Conchi…

En la parte vieja, a las 8.30 h de un sábado, aún están regando las calles. Turismo abre a las 9 h. En el bulevar, una gran carpa: los restos de la Fiesta de la Cerveza. Compro varias postales en el quiosco: dos son dibujos de un estudiante de arquitectura -me dice la quiosquera.


Luego, desde la calle Mayor, como si fueran los pasillos de un supermercado, me recorro, como siempre, lo primero, toda la parte vieja. Están recogiendo la basura y las panaderías/pastelerías dejan sentir sus efluvios.


En la iglesia de San Sebastián (lo digo porque veo el santo traspasado por flechas) no me había fijado antes en el manojo de llaves o el barco en mitad de un esmalte azul cielo. Ah, no, pues es la iglesia barroca de Santa María -leo en un cartel. A la derecha de la iglesia, una escultura blanca llena de ondulaciones: la “Armonía del Sonido”, del irlandés Maximilian Pelzmann. Enfrente, los “pescadores de corazones”  -de mi anterior visita- ya no pescan nada…

Algo más allá, la iglesia de San Vicente, con unas esculturas de Chillida en el exterior. Está abierta y vacía, y suena dentro una música suave. Una de las torres tiene unas ventanitas estrechas como las aspilleras de los castillos.


En el mercado de La Bretxa compro alubias frescas de temporada -las pochas-, un manojo de judías verdes (incluso las venden cortadas, y sin “hilos” para quienes no tienen tiempo…) y unas guindillas para hacer a la plancha con un poquito de sal. Me regalan un ramo de perejil.


Desayuno en el Barandiarán. Ha sido instalar la terraza fuera, y se ha llenado. Hoy hay un cruce a nado de la playa de La Concha, y mañana domingo, traineras. Las chicas están entrenando. Voy al Aquarium , pero hay un “evento” y están cerrados al público. Hace tanto calor que entro a una tienda de suvenirs y me compro un sombrero de paja.

Luego, decido hacer tiempo yendo a la isla de Santa Clara: solo quiero ir y volver (para descansar los pies y porque me encanta ir en barco y ver las ciudades desde fuera). La vendedora de billetes se queda muy sorprendida: “Pero baje un poco y dé un paseo por la isla…”. Le digo que ya estuve en otra ocasión y la recorrí minuciosamente…

Paseo en barco a la isla de Santa Clara

Es una isleta de apenas 5´6 Ha. de superficie que se recorre en un pis-pas por un sendero que bordea la isla y llega hasta el faro en su parte más alta, a 48 m sobre el nivel del mar. Merece la pena hacer la visita en barco y recorrer, de paso, la bahía, para tener otra mirada de la ciudad.


Playa y bahía de La Concha

Esta es una de las bahías, para mí, más aprovechadas, integrada en la ciudad, y donde todo el mundo convive en armonía: bañistas, remeros, palistas…


El cementerio de los ingleses en el monte Urgull

También merece la pena una visita. Es un lugar umbrío lleno de vegetación y humedad debajo del castillo, al que se accede a pie desde la parte vieja.


Me queda pendiente para otra vez  el funicular en el monte Igueldo…Ya me han dicho que el bus 16 es el que te deja más cerca y que abren de 10 a 21 horas.

Y un día en el interior. LEGAZPIA: los caminos del mineral y la marcha nórdica


Solo está, en tren, a una hora de San Sebastián. Es una localidad con un pasado industrial. Los llamados caminos del mineral o veneras iban desde las minas de Mutiloa y Zerain a Legazpia.

En los paneles del pueblo leo que, al principio, el hierro se obtenía en la “haizeolas” (ferrerías de viento), en los bosques. Luego, estas se sitúan en las orillas de  los ríos (el [río] Urola, por ejemplo, significa “agua de ferrerías”).

En el palacio de Olaberria  (la ferrería mayor) se producían las piezas de hierro llamadas tochos.

Por otro lado, junto a la piscina municipal y el polideportivo, un cartel me informa de todo lo referente a la marcha nórdica: la técnica y rutas, desde la más asequible, 7´2 kilómetros a Brinkola, hasta la “muy exigente” a Lakiola, 17 kilómetros y 795 metros de desnivel. Habrá que traerse los bastones la próxima vez…



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