viernes, 19 de enero de 2018

RELATOS DEL ASILO (3). FLORA, JUGADORA DE CARTAS SIN TIMBA

Flora es hermana de Oliva, pero muy distinta a ella, incluso en el físico. “Yo salgo a mi padre, y ella, a mi madre”.

De carácter, también fueron siempre muy diferentes, y en Liérganes, antes de ir a la Residencia, se llevaban mal: “Cuando tengamos que ir al asilo, tú te vas a Santoña y yo a otro sitio”.

Pero ahora que Oliva está enferma, Flora no la deja ni a sol ni a sombra. “Ya ves qué prontito hemos venido” -dice mientras me enseña sus retratos, unas fotografías coloreadas de las de antes.

Flora fue siempre muy andarina. Durante veintisiete años iba andando a una fábrica de tejidos y volvía andando. También subía al monte y le gusta aún que el sol le dé en la máxima superficie de su cuerpo, sin pantis ni mangas de por medio.

Tomando un café descafeinado con sacarina  me cuenta que empezó a fumar a los sesenta años  (ahora tiene 85) por una amiga, pero que no las cala porque una vez se mareó y casi se cayó redonda al suelo.

Su pasión son las cartas, y en Liérganes,  bajaba siempre del monte con 200, 300 o 400 pesetas más rica de lo que había subido, después de ganárselo a las amigas a la brisca.

Las dos hermanas son solteras. “Yo tuve pretendientes hasta de Madrid, ¿eh? Pero soy muy exigente”.

Nadie lo diría de esta mujer apacible, de apariencia bonachona, que compra pan sin sal y sin azúcar, y cigarrillos sin nicotina ni alquitrán, para fumarse tres al día.

Al salir del estanco, me comenta que le encantan los peluches, pero que de Liérganes apenas si pudo traerse nada (apunto en mi mente: buscarle un peluche).

En la Residencia, por las tardes, se aburre mucho y le gustaría encontrar un grupo que jugara a las cartas regularmente. Pero también tiene que pasear porque cada vez está más torpe de las piernas. Ella, que había andado a razón de seis kilómetros la hora, subido y bajado montañas. Los años no perdonan a nadie...

Su hermana Oliva ha muerto y le han metido otra compañera en la habitación. Ahora tendrá que compartir el armario con una extraña.

Le he llevado un pato de peluche que hace cuá. No recuerda muy bien quién soy, pero me dice que le gustan los peluches que hacen algo y lo pone encima de la cama junto a la almohada.


Con las prisas de última hora se me olvida decirle que abajo, en el salón, hay un grupo que juega a la brisca todas las tardes después de comer....

[Publicado en la revista MH. Julio 2001]









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