7 de octubre de 2016
Aprovechando que, esta tarde,
empiezo un taller en la biblioteca de Mazcuerras, y que hace bueno, he venido
un poco antes para “andar Luzmela”, el nombre que le diera Concha Espina al
lugar en una de sus novelas.
Frente a Las Magnolias, un cartel
detalla la ruta. Sigo las señales hasta llegar a un puentecillo de madera sobre
un arroyo. El poste dice: “Ruta de los Foramontanos. A Cos 1´5 km”. Lo comparte
con el sendero de largo recorrido GR-76 (pintado en rojo y blanco).
En el río Saja, que no va muy
lleno, veo varias lavanderas andando sobre las piedras, y una pareja de garzas
sobrevolando el cauce.
A las 12.40 h (he empezado a
caminar a las 12) estoy en Pedromozo. Esta vez no han destrozado el panel
informativo. Hasta ahora solo me he cruzado con un señor, de vuelta, una señora
con chándal, en bici, y un ciclista vestido de ciclista.
El circuito coindice con el
sendero de pequeño recorrido (amarillo y blanco) PR-S 120. En Carrejo, a donde
llego sobre las 13 h, el cartel me dice que el camino que he seguido es la
Senda fluvial El Minchón. 3 km/1 hora (ida). Transcurre por la orilla
izquierda del río Saja, entre Carrejo y Ontoria. Me apunto para el próximo día
que he llegado hasta el molino harinero, muy cerca del Museo de la Naturaleza
de Carrejo. Ahora, ¡a volver!
Sobre las 14 h estoy de nuevo en
Mazcuerras y busco un sitio para comer. En el centro solo se toman vinos, pero
me indican un lugar en las afueras: la taberna Placidín, en dirección a Cos, por
la carretera.
Del menú (10 euros), escojo unas
alubias y unas albóndigas de la casa acompañadas por una tarta de pera. Levito…
Todo está delicioso.
Ahora, a pasear de nuevo, para no
hacer “la boa”.
Mazcuerras está lleno de arte. Es
la exposición “Landart. Arte en el pueblo”, de Aselart. Nada más llegar al
pueblo, me habían llamado la atención unas fotografías silueteadas a tamaño
natural de personas vestidas como antaño. Las ha recopilado José Antonio Andrés
Vera (son 36 de las 4.000 de que dispone) y han sido colocadas en calles y
rincones a los que estuvieron vinculados dichas personas.
Después, en la quietud de las
horas de siesta y de un octubre luminoso, me sumerjo en los Viveros Escalante, llenos del colorido de flores y
hojas otoñales. Me encanta una crossandra de color naranja (pero es delicada y
yo solo quiero cosas que “se cuiden solas”). También veo un serbal – que me
enamora desde que lo vi en Escocia, asociado a mis amigos mañaneros, los
cuervos. Pero todos los ejemplares son demasiado largos para caber en mi
coche… Así que, al final, elijo una cineraria, de color gris y hojas carnosas,
que siempre me ha gustado.
Luego, cojo el camino que se
eleva sobre el pueblo, desde donde se divisa todo el valle, quieto y tranquilo.
Y bajo a sentarme en el banco junto a la biblioteca.
Las hojas secas van correteando
sobre lajas y adoquines al compás de los soplos de la brisa. La casa de
Josefina Aldecoa está con las ventanas abiertas, ventilándose… A las 16 h el
cielo se va enmarañando de nubes y el sol desaparece a ratos. Me quedo medio
adormilada. Si no fuera por el tráfico, esto sería idílico…
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