Era el 7 de agosto. La
Fiesta de la
Cosecha.
Como todos los años, en las colinas de majuelos, las hadas abrían sus
casas para cambiar de morada sus tesoros.
Por la noche, habría una gran celebración. Y en el claro del bosque,
danzarían en círculo hasta el amanecer.
Todas tenían preparados sus vestidos de ala de mosca, del color de la aurora, en la gama del rojo
al amarillo. Para sus cabezas, habían
tejido guirnaldas de helechos, y escarpines de musgo para sus pies. Más tarde,
se enjoyarían con pendientes de escarcha y collares de perlas del rocío de la
mañana.
En las mesas, adornadas con rubíes, esmeraldas y zafiros, se había
desplegado pan de semillas, amasado con aceite de oliva y miel de colmena. Caprichosamente,
en cuencos y bandejas de nácar, se distribuían frutas apetitosas como uvas
rojas y verdes, endrinas o avellanas. El vino de espino, endulzado con
madreselva y trébol morado, era la única bebida.
Los instrumentos ya estaban dispuestos sobre la hierba: arpas,
rabeles, violines, cajas de música con melodías misteriosas...
Ese día, en los campos se recogería el trigo. Por ello, los ratones
estaban felices; y ya se veían con la panza llena de granos.
Al amanecer, empezaron a oírse las canciones de los segadores. Cuando
volvieran, al caer la tarde, habrían de tener mucho cuidado y no comer ni beber
nada que les ofrecieran las hadas, pues entonces quedarían hechizados, sin
posibilidad de regresar con sus familias nunca jamás.
Se me ocurren un monton de ilustraciones!!!!
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