En 1993 y
1994 hice dos cursos de vela, en Madrid, según me recuerdan mis licencias
deportivas. Desde entonces, me encanta -casi me hipnotiza- el sonido de las
drizas en el palo mayor, y siempre que paso ante el mástil de una bandera, el clink,
clink, me traslada a mis días en el pantano de Valmayor.
Otra cosa
que me ocurre es que, cuando veo un curso de vela en cualquier sitio, no puedo
evitar empezar a hacer cábalas sobre cómo y cuándo podría hacerlo. Es una
especie de “mono”.
Y eso que en
vela no he sido precisamente una “lumbrera”, sino más bien “zote”.
El segundo
año (más bien, la segunda primavera) recuerdo que quería repetir el curso de
iniciación (creo que aún me veía un poco verde)..., pero en secretaría no me dejaron, así que tuve que apuntarme al de
perfeccionamiento.
Seguía siendo
tan desastre como siempre. Si tenía un poste enfrente de la salida, me chocaba
con él, o entraba en la playa a toda mecha como en las películas de James Bond
a bordo de una motora último modelo.
Lo cierto es que, conmigo, la ley de Murphy se cumplía
siempre. Si las cosas pueden salir mal, salen mal... Pero el caso es que la vela me gustaba,
me gustaba mucho. Y como eran pacientes conmigo...
Así llegamos
al tema "monitores". Los había de todos los tipos y pelajes: más locos y menos
locos; tranquilos hasta la irritación o nerviosos como lagartijas. Pero, por lo
general, destilaban ilusión y transmitían pasión, que es lo más importante: “¿No
oyes cómo se queja el barco? ¿No sientes de dónde viene el viento...?” Y, aunque
una fuera insensible como un leño, se ponía a escuchar -toda oídos-, en busca
de esa información confidencial y
reservada a los iniciados.
Luego, o
mejor dicho, más tarde, estaban las cenas, so pretexto de no coger el atasco del
domingo de entrada a Madrid -picoteos pantagruélicos y risas sin fin hasta la medianoche...
Lo único que
no consiguieron – y mira que se esforzaron- fue que me sintiera relajada y a
gusto llevando la caña.
Así, todavía hoy, reivindico el derecho a querer
ser solo “foque” o “Pinito del Oro” en el trapecio... ¿Acaso no sobran
patrones…?
P.S. Años después, ya viviendo en Santander, me descubrí un buen día notando cómo cambiaba el viento y se volvía más húmedo, señal de que iba a llover en breve: algo aprendí...
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