miércoles, 10 de septiembre de 2014

HACIENDO VELA EN EL MAR

Desde pequeña, siempre me ha encantado el viento o, mejor dicho, los vientos: el sur, que pone el cielo rojo y acerca las cosas; el norte, frío y fresco; el este, responsable de los días despejados en verano, y el oeste, que trae la lluvia.
Un año, decidí hacerme a la vela.


Pero una cosa es que te guste el viento y otra -muy distinta- que lo controles. Así que, para más seguridad, decidí  hacer un curso en el CAR.

El primer día  me enseñaron que en un barco no existen cuerdas, a parte de la del reloj. Se llaman cabos, drizas, escotas... Estas fueron las primeras palabrejas de las muchas que tuve que oír a partir de entonces. Porque el lenguaje marinero está lleno de ellas (A mí la que más me gusta es cornamusa. Me suena a musaraña).

Luego, vino la parte práctica: las manos doloridas de colgarte en el trapecio o de aguantar la escota del foque; la atención a las cañas de los pescadores, los barcos mercantes, las boyas, las balizas y los regatistas.

Yo, enseguida decidí que lo que más me gustaba era hacer de Pinito del Oro con arnés o llevar la vela pequeña y hacer de proel.  Ir al timón o ser encargada de la vela mayor, no me hacía ninguna gracia: No conseguía relajarme.

Y cuando me hablaban, estaba tan preocupada con el rumbo, el viento o los catavientos, que no podía atender ni disfrutar si contaban un chiste.

El monitor me decía que con el tiempo...patatín y patatán. Pero yo sé que no y, ¿por qué no puede una especializarse en ser un buen “foque” o una estupenda Pinito del Oro de la Vela…?


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