De mi tía, solo recuerdo los bocadillos de queso de nata que nos hacía
las tardes que íbamos a la tienda (no sé por qué la mayoría de mis recuerdos son
gastronómicos. ¿Tendrá algo que ver mi volumen periférico…?).
Leyendo sus cartas
de juventud, me doy cuenta de que debió de ser mundial: muy poco corriente. ¡Qué pena que muriera tan pronto...!
Se carteaba con mi
padre, cuando este estudiaba en Bilbao para entrar en la universidad..., y le
ponía al día de todos los dimes y diretes
del pueblo: que si menganita se había casado, se había muerto zutanito o venía
una nueva partida de guardias civiles (vecinos de la tienda). Además, le informaba, uno a uno, de
todos los miembros de la familia: en qué estaban o qué hacían.
Como cronista de
la vida social, no tenía precio. Sus cartas eran una mezcla de Jane Austen
y Miguel Mihura.
Ella era la que se
encargaba de escribir al resto de los hermanos cuando estaban fuera. Y, con las
cartas, siempre enviaba algún regalito, fuera un giro de doscientas pesetas,
una cajetilla de tabaco o unas avellanas de la romería del Milagro.
A pesar de no
haber salido apenas de casa, tenía mucha “mundología”. Mucha experiencia se la proporcionaban los libros. Leía todo lo
que caía en sus manos, o lo que le prestaba su amiga Estela. Pero, además, por
carácter, Uca era muy lanzada, muy echada palante.
Cada nueva situación suponía un reto, nunca un obstáculo.
También era muy
sociable y le encantaba parlar. Cuando
las amigas la acompañaban a casa, tardaban en despedirse frente a la puerta.
Mi tía era una
intelectual... de los años 50… del siglo XX: oía música (Las zardas de Montijo);
iba al cine a ver películas de Melvyn Douglas, Charles Boyer o John Barrymore;
leía Los cuatro jinetes del
Apocalipsis...
Eso sí, prefería
vestir cómoda: con traje de chaqueta y zapatos de tacón bajo. Pero, siempre
coqueta, en las fotos se ponía de perfil, con postura estudiada de modelo. Mucho
antes que Noemí Campbell o Irina Shayk. Para que luego digan...
No hay comentarios:
Publicar un comentario