Jueves, 11 de marzo de 2024
11 grados a las 8.11 h. Hacía mucho de mi última “excursión” en tren de medio día. Como ahora estoy menos en Santander, tengo que cuadrar más cosas y disponer de medio día libre (y que haga bueno…).
Salimos, o´clock, a las 8.35 h. ¿Son majuelos en flor los que veo en Cazoña…? Definitivamente, las flores de
los castaños de Indias, este año, son más pequeñas (¿por los calores…?). Las
(falsas) acacias también tienen flor (y son de mayo, leo en mi Guía). El “pan y
quesillo” -que dice mi madre, que se las comía de pequeña.
Después de Torrelavega,
vamos cuatro gatos (6 gatos, 4
hombres y dos mujeres).
Vuelvo a confirmar que me
encanta la estación de Santa Isabel de Quijas, tan recoleta. Vamos muy despacito
en el tramo hasta San Pedro de Rudagüera. Están construyendo un
puente/viaducto. El río lleva poca agua.
Después de Golbardo también
vamos lento hasta Casar de Periedo. Se
ven restos del reciente incendio en los cortados de la estación.
En Cabezón (llego casi a las
10 h), lo primero es re-desayunar (lo he hecho a las 5 de la mañana) e ir al
baño (dos horas son mi límite…). Entro en el bar restaurante Saja, nada más
salir de la estación. Creo entender a Vicente (para mí ya más que en edad de
jubilación…), a un parroquiano, que lleva abierto desde el "4 del 4 de 1981". El
menú del día cuesta 13 euros (con pan, bebida y postre) y empiezan a dar de
comer a las 13 h. Es la primera vez que pruebo una tortilla de patatas con
“smash potatoes”, patata como cocida y aplastada. Con un cortado me cuesta 3
euros. Una señora viene a recordar que el cocido comunitario pedido es sin
“condumio” (chorizo y demás carnes). Otro habitual le cuenta que está aquejado
de estrés paralizante…
Luego, cojo mi camino habitual
hacia el centro - cuando venía a dar las charlas de Unate en el Palacio del
Conde San Diego-, por el pasillo de
plátanos en arco.
Aprovecho para entrar al
parque – nunca me había fijado en que contiene un arboreto. En los carteles,
bastante deteriorados, leo Pinus nigra, tejo e incluso una sequoia.
Cuando salgo, me dejo llevar
por las zonas de sombra (el sol empieza a cascar)
y peatonales, por donde nunca había estado. Decido llegar hasta los límites de
Cabezón, por todos los puntos cardinales.
En la plaza del Carmen
descubro fotos antiguas en blanco y negro de personas, pegadas a las fachadas y
balcones. Lo mismo en la Avenida Doctor Arines. Me recuerda a un proyecto que
se llevó a cabo en Mazcuerras hace unos años (¿Aselart…?).
Me vuelvo en la vía del tren
junto al centro de salud (hace demasiado calor para enfrentarme a la recta
inclemente…). En el Centro de Estudios Rurales hice al menos un curso de verano
con la Universidad de Cantabria. Con Darío Álvarez, paisajista y arquitecto
maravilloso.
Rodeo el centro de adultos.
Lo moderno (urbanización Hermanos Maristas) y lo antiguo se juntan sin solución
de continuidad.
Llego a un parque muy triste
con solo un tobogán y jardineras ruinosas -nada apetecible. Los parques infantiles son sitios desolados.
A veces, encuentro
callejucas que me encantan (y son frescas).
Llego a la Hostería El
Cruce, desde cuya parada de bus distingo el final del pueblo, hacia Treceño.
De repente, recuerdo la
historia de una pastelera de aquí que pone confitería en Madrid. Busco en
Google y pregunto a un chico dónde está la calle Santander. Me acompaña hasta
ahí (para acordarme, me apunto que está junto a la librería Sancho Panza y muy
cerca del río encauzado). Ahora se llama Las hijas de Pedro. Compro unos
hojaldres, que no pesan ni abultan mucho.
Después, sigo el río
encauzado en dirección a Virgen de la Peña. Son casi las 12 h y el sol aprieta.
El parque, sombreado, a pesar de estar cerca de la antigua carretera
general, es muy agradable.
Veo el final de Cabezón por
este lado, frente al hotel Viar, y me vuelvo. Me duelen las plantas de los
pies. Me tomo un mosto, para ir al baño, en un bar del parque y regreso a la
estación.
En el mesón El Paraíso, a
las 12.30 h, están en el ídem, todo el mundo al sol en la terraza, socializando.
Me como mi sanwich en el
parque del Conde San Diego, ahora ocupado por personas
solitarias o en pareja que disfrutamos del piar de los pájaros.
En la estación, sigue
ocupando la vía 1 el tren de lujo (El Transcantábrico). De uno de los vagones cae
agua en cascada. El nuestro, viene puntual, por la vía contigua. ¡Qué día tan
bonito! Me doy cuenta de que las veces anteriores que había estado en Cabezón
eran para algo puntual (un curso, una charla, un día de mercado…) y, como
mucho, había dado un paseo pequeño los minutos que me quedaban de margen, pero
no había estado callejeando con libertad, a mi albur. ¡Que placer…!
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