(Para Concurso de Relatos ENAIRE. Boicoteándome a mí misma...)
Mi primera experiencia de
vuelo fue ya de mayor: tenía 20 años cuando fui a Inglaterra a mejorar mi
inglés durante un curso escolar, de octubre a junio.
Este primer viaje me
encantó: no entendía cómo la gente podía estar haciendo otras cosas aparte de
mirar las nubes por la ventana.
La siguiente experiencia que
recuerdo ya no resultó tan positiva, y fue donde cogí miedo al avión: íbamos a
hacer unas animaciones a la lectura en Sevilla y volvíamos ya de noche. El
aparato era un Aviaco y sonaba como si se fuera a desalambrar en cualquier
momento: cla-cla-cla.
Un señor a mi lado, que me
veía con los ojos cerrados, trataba de distraerme hablando, pero yo solo
pensaba: ¡Cállese! ¡Que nos vamos a caer!...
Llegamos bien a Madrid, pero
ya nada fue igual. Eso no quiere decir que haya dejado de volar en avión: fui
en avión a Nueva York, a Buenos Aires, a Florencia… En este último destino nos
perdieron las maletas y aprendí todo lo que se podía hacer con un “quita y pon”
(aparecieron al tercer día).
A Buenos Aires volamos a
medianoche justo antes de que fuera la huelga de controladores: debimos ser el
último o el anteúltimo vuelo que salió. Nos enteramos de todo el pastel al
llegar al destino. Recuerdo el trayecto como espantoso: 12 horas en un asiento
que, por muy reclinable que fuera, no permitía estar tan horizontal como en una
cama. Me prometí a mí misma que hasta
que no diseñaran asientos-cama a
precio módico no volverían a verme el pelo en destinos a más de seis horas del
lugar de salida. ¡Adiós a mi soñada Australia…!
En avión he ido a Roma, a
Praga… Pero me he dado cuenta de que yo, soy de tren. Quizá por ser Tauro me
gusta ir pegada a la tierra. Aunque siempre digo que me quedé en los TALGO,
porque los AVEs van demasiado rápido para poder mirar… y pensar. También he ido
en barco, desde los raqueros de los cursos de vela al Brittany Ferry. Como
floto en vertical, mi única preocupación ha sido que el palo mayor me diera en
la cabeza o quedarme sin aire bajo el casco. Nunca iría en submarino: me
asfixio solo de pensarlo (tampoco en cohete, aunque me pagaran el viaje). Y mi
trocanteritis ya no me permite la bici. Pero creo que el medio de transporte
que más me gusta son mis pies: solo pateando los sitios se los puede conocer de
verdad.
Cuando diseñen aviones de
bajo consumo con camas a precio módico…, entonces me tendrán a la cola en sus
taquillas.
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