Mientras
estudiaba Periodismo, redacté “minicrónicas de 4 minutos” para la radio, aquel
verano de prácticas no remuneradas. Versaban sobre los cursos de la UIMP y
compartía los 4 minutos con una compañera, así que, quizá, se quedaran en 2. ¿O
también los repartíamos con nuestro jefe, que hacía las entrevistas importantes…?
Recuerdo que tenía que escribirlas porque, ante el micrófono, me quedaba en blanco y se me fugaban todas las palabras…
Luego
trabajé, también de prácticas, tres o cuatro veranos más en un periódico. Mi
jefa no me mandaba nada, así que cada día salía a la calle pensando que yo sola
tenía que rellenar las páginas locales. Después del último verano, recuerdo que
me comentaron: “Aún nos quedan artículos tuyos en la nevera- que era como llamaban al cajón de sastre con lo no
publicado. Todavía leí uno sobre “los pies y los podólogos” la primavera
siguiente.
Más
tarde, escribí en una revista juvenil para adolescentes. Creo que ahí aprendí a
fijarme en las curiosidades, en lo inusual, para atraer la atención de un
público tan selectivo. Quería que leyeran todas las páginas, también las del
informe central, monográfico de 16 folios, y que no solo hicieran el test. Con el
maquetista discutíamos cada número si era más importante la forma o el fondo, e
intentábamos llegar a acuerdos para que las tramas estampadas no dificultaran
la lectura de los textos.
En El País, donde había realizado un curso
el último año de carrera – gracias al inglés- conseguí colocar tres artículos
sobre mis viajes al Reino Unido. Pagaban muy bien y, ojalá me hubieran cogido
más, pero el suplemento de Viajes tenía ya mucho personal colaborador.
También
escribí para revistas de educación, en
un periódico sobre televisión que duró poco, y en un semanario que cerraron por
no poder pagar las deudas, tras una demanda. Coordiné una revista de un colectivo; participé con un artículo gratuito (nadie cobraba) en
una revista anual de una tertulia -hasta
que la subvención, con la crisis, dejó de llegar. Y, entonces, decidí aprender
“un poco” de nuevas tecnologías, mediante el intercambio de saberes con una
amiga, y creé un blog para dar salida a todos esos pequeños textos que había
ido escribiendo a lo largo de los años y que tenía en un cajón. Ahora es un
aliciente y un reto para seguir escribiendo cada día, pues “un blog hay que
mantenerlo”. Así, cada semana, o algo más, cuelgo un relato inédito, un
artículo ya publicado, o nuevo (y no se me olvida cómo hacerlo…).
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