Ayer, en la piscina, me desapareció una
chancleta. No las dos, una; concretamente, la izquierda.
Al principio, pensé que era una broma de mis
compañeras de aquagym, pero no. Marisol me
lo aseguró seriamente. Y yo la creo. “Igual alguien le ha dado un patada
sin querer y está dentro de la piscina…”. “Mira a ver en las papeleras”… Pero
nada de nada.
Así que lo dije arriba para que estuvieran
advertidas las chicas de la limpieza cuando vaciaran los cubos. Estaba segura
de que al día siguiente la tendrían en la habitación de los objetos olvidados.
Pero llegó el día siguiente, ¡y nada! Ni en objetos perdidos ni sacada con la red recogemiasmas, ni en las cubetas varias.
Un misterio de lo más misterioso.
Entonces, mi cabeza empezó a maquinar, desde lo más positivo hasta lo más
oscuro: “Quizá haya un/una coleccionista de chancletas izquierdas, para
ponerlas en un hipotético “Museo de la chancla zurda”. ¿Existirán también fetichistas
de chancletas como de zapatos de tacón de aguja…? No quiero pensar que nadie se
la haya llevado para hacerme vudú… ¿Habrá alguien que me desee tanto mal…?”.
El monitor, el técnico de reparaciones, y la recepcionista
movieron la cabeza con escepticismo: “Si no la has encontrado ya, hazte a la
idea de que no la vas a recuperar, y cómprate otras”.
Así que, me encaminé a mi tienda de deportes
favorita a por unas nuevas. Pero claro, ya estábamos casi en diciembre, lejos
el cálido verano y los tiempos de pies desnudos; solo quedaban unos cuantos pares
desubicados. Mi amiga me sacó unas carísimas de la Bündchen, con un
floripondio; y otras, en color fucsia, de todo menos discretas. Al final,
colocadas de canto, aparecieron -de mi número- unas negras de silicona, de tira
delgada, de las de meter el dedo. Las que llaman de pala no me gustan. Me recuerdan a unas sandalias que llevé a una
boda, que casi me rebanan los dedos de los pies sobre la alfombra de la iglesia.
Además, me resultan un poco machoman
y, en mi humilde opinión, no son nada sexis.
Me quedé encantada cuando la dependienta me
comunicó que, por ser las últimas de su tipo, las rebajaba un veinte por ciento.
En los tiempos que corren, unos euritos son siempre unos euritos.
Aún no las he estrenado. Me las quiero llevar vírgenes a Budapest, sin haberlas metido en lejía para que se les quiten los mohítos y los pelos pegados en las suelas. Espero no encontrar en los baños del Este otro ladrón/ona de chancletas, sean diestras o siniestras. A ver si va a ser esta una epidemia internacional…
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