viernes, 13 de julio de 2018

PASEOS DE VERANO. 4 días en Laredo. A LAREDO, EN BUS

Voy a hacer un curso de verano de la UC (Universidad de Cantabria). Hace al menos dos años (son tres, desde 2015) que no he estado aquí. A ver qué ha cambiado…

Día 1. Lunes, 25 de junio de 2018

Santander, 7.44 h, 20 grados. ¡Bufff! Estamos en mitad de la primera ola de calor del verano.

Mi autobús va a Zaragoza, pasando por Laredo y Bilbao. Lleva tan separados los reposapiés que los míos no alcanzan…

En Laredo a las 8.40 h hace una solana que decido coger las calles en sombra. Hoy toca “reconocimiento general del terreno”. Luego, ya profundizaré…


Junto al mercado de abastos, en la calle Menéndez Pelayo, sigue aún en venta un local que me encanta, con columnas de purpurina en el interior. El primer día saco la foto a través de un cristal polvoriento pero, el segundo, descubro un agujero, y el interior me sale claro.


Mi primera parada, la pastelería Anaïs, que tiene unos deliciosos pasteles de manzana SIN crema pastelera, todo compota. Abre a las 9: luego vengo.


Me llego hasta el término de la calle Menéndez Pelayo, en cuyo final está el túnel que lleva al antiguo puerto, debajo del monte La Atalaya. Ante la entrada, una tribuna de la celebración de las fiestas de San Juan. En un campo cercano, una pancarta: “Las Sanjuaneras sí te creemos”…


Al volver por el otro lado de la calle, me llama la atención la carpintería Go-pe en una senda llena de ortigas a la Puebla Vieja. Dejo para otro día la Ruta 1 de subida a La Atalaya, una de las seis, “con encanto”, propuestas por el folleto municipal. Me fijo en el empedrado (luego leo que es un “pavimento de cantos de la cercana playa rocosa de La Soledad”, al otro lado del túnel). Dejo atrás también la calle Cuesta del Infierno, que lo dice todo, y tomo el otro lado del triángulo en la plaza Cachupín, con el antiguo Ayuntamiento, de 1562. Me llego hasta otra de mis paradas habituales, la librería San Fer, en la calle Emperador, donde cada año compraba unas tijeras de niño de cortar papel, pero ha cerrado y ahora se vende o alquila…

Antes de ir a clase, paro a tomar un café en Berna, donde siguen Ángel (pálido como un vampiro) y su mujer Marisa (que está visitando a sus hijos en Madrid). Tengo esa querencia desde que los cursos se celebraban en la Casa de Cultura (era el bar más cercano cuando salías a la calle), antes de pasar a su ubicación habitual en la sede de la Escuela Oficial de Idiomas (EOI), junto a la estación de autobuses.

En la playa, sobre las 15 h, me he quemado la planta de los pies como si estuviera andando sobre brasas encendidas en San Pedro Manrique. Menos mal que sopla nordeste…

Salgo de clase pasadas las 18.30 h. El bus, que viene de Irún, y tendría que haber llegado a las 18.50 h, llega a las 7 y 10. Llego a mi casa muerta y en muerte cerebral de tanta intensidad. Vuelvo a reafirmarme en que me siento mayor para hacer un curso de mañana y tarde fuera de Santander (no puedes ir a tu casa a comer o descansar un rato). Preferiría que hubiera sido de 9 a 14 h, de lunes a viernes.

Me hago una cena ligera, y ¡a la cama!

Día 2. Martes, 26 de junio

19 º C a las 7.35 h. ¡Bufff!

Este año toca ir por encima de la rodilla, ¡y no me da la gana! Yo tengo mi sentido de la estética y no me queda bien esta moda, así que al vestido ligero de viyela que me he comprado, le he añadido una tira bordada de 3 centímetros en el dobladillo (para recrecerlo).

Estoy cansada y cierro los ojos. El calor me aplana. No los abro hasta la ría de Colindres, casi llegando ya a Laredo.

A las 8.40 h las 6 calles están recién regadas. Ando con mucho cuidado: llevo sandalias y odio mojarme los deditos de los pies con agua sucia o agua de lluvia…


Entro por Ruamayor, subiendo las escaleras a la derecha del edificio del antiguo Ayuntamiento (a la izquierda, la casa natal de Bernardino de Escalante).

En Ruayusera, un trampantojo de una maceta en una ventana y, al final de la calle, su propio “escudo” de la familia Ruyasera, integrado por una mujer, unos gatos, una sartén con una raspa y un anzuelo en el plato.


En la calle El medio (Rúa de Enmedio en el plano), otro trampantojo; en este caso, una mujer tras la reja de una ventana en un edificio en obras.


En las 6 calles que conforman el cogollo de la Puebla Vieja (Rúa Mayor, San Marcial y Santa María; San Martín, Rúa de Enmedio y Ruayusera) hay multitud de dibujos, unos más afortunados que otros, que aportan color y proximidad. Me dicen que los han hecho jóvenes de la villa, los “voluntarios” de la Puebla Vieja ¿??.


En mi paseo de hoy por la orilla de la playa, a la hora de comer, encuentro una concha de nácar inmensa y única, como un tesoro. Hacía años que no veía una…

De vuelta a Santander, a las 18 h, la bruma, luego la nube negra, acechan…

Día 3. Miércoles, 27 de junio

A las 6. 30 h de la mañana cayó una buena…

18 º C a las 7.46 h. Se respira mejor tras el aguacero. Hay más humedad  y frescor en el ambiente. Para mí, temperatura perfecta: firmaría por conservarla todo el verano. Chispea ligeramente cuando voy al autobús.

El conductor se ha dormido en los laureles y llega a las 8 o´ clock, cuando ya deberíamos haber salido, como un Fangio, distribuyendo a la gente aquí y allá: los de Zaragoza, los de Bilbao…
El día está plomizo y cerrado. Hay mucho tráfico, fluido, en la autovía, en ambos sentidos, y tan poca claridad, que todo el mundo va con las luces puestas. Hasta me levanto las gafas, pensando que llevo gafas de sol, pero no, llevo las de ver normal.

En las enormes grúas del astillero lucen una especie de bengalas verticales para anunciar su posición. Llegando a la salida de Treto jarrea pero bien.


En Laredo ya no llueve y, al bajar del autobús, me huele ligeramente a jazmín o a flor de tilo.

En mi paseo de hoy, esta vez me paro ante la exposición “Tejiendo un mercado” en la plaza de abastos: son cuadros tejidos en lana, con elementos ingeniosos; reconozco pulpos, langostinos, acelgas, zanahorias…Hay gente que tiene un arte…


Luego, tiro hacia el puerto, el pesquero, y el macro-puerto deportivo, que, a mí, me parece un disparate, demasiado sobredimensionado.


A la hora de comer, hoy, que hace malo, tiro la casa por la ventana  y, en lugar de un pincho, me tomo un menú calentito en el restaurante Niágara, en la calle Espíritu Santo: alubias blancas con langostinos y pechuga crujiente rebozada rellena de  jamón y queso. De postre, para compensar, cerezas. Todo me sabe a gloria.


Luego, voy hacia la playa. El mar queda hoy tan lejos…No hay un alma: la Cruz Roja y un paseante solitario por la orilla.


En la primera línea de playa, una pancarta en una urbanización baja: “No se puede derribar mi vivienda adaptada” (y una petición de ayuda en change.org).

Tres horas entre el final de la mañana, a las 13 h, y el inicio de las clases por la tarde, a las 16 h, se me hacen muy largo; sobre todo, en un día tan desapacible. Yo hubiera preferido acabar a las 14/14.30 h todos los días, y ¡cada uno a su casa hasta el día siguiente a reposar los conocimientos…!



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