Voy a hacer un curso de
verano de la UC (Universidad de Cantabria). Hace al menos dos años (son tres,
desde 2015) que no he estado aquí. A ver qué ha cambiado…
Día
1. Lunes, 25 de junio de 2018
Santander, 7.44 h, 20
grados. ¡Bufff! Estamos en mitad de la primera ola de calor del verano.
Mi autobús va a Zaragoza,
pasando por Laredo y Bilbao. Lleva tan separados los reposapiés que los míos no
alcanzan…
En Laredo a las 8.40 h hace
una solana que decido coger las calles en sombra. Hoy toca “reconocimiento
general del terreno”. Luego, ya profundizaré…
Junto al mercado de abastos,
en la calle Menéndez Pelayo, sigue aún en venta un local que me encanta, con
columnas de purpurina en el interior. El primer día saco la foto a través de un
cristal polvoriento pero, el segundo, descubro un agujero, y el interior me
sale claro.
Mi primera parada, la
pastelería Anaïs, que tiene unos deliciosos pasteles de manzana SIN crema
pastelera, todo compota. Abre a las 9: luego vengo.
Me llego hasta el término de
la calle Menéndez Pelayo, en cuyo final está el túnel que lleva al antiguo
puerto, debajo del monte La Atalaya. Ante la entrada, una tribuna de la
celebración de las fiestas de San Juan. En un campo cercano, una pancarta: “Las
Sanjuaneras sí te creemos”…
Al volver por el otro lado
de la calle, me llama la atención la carpintería Go-pe en una senda llena de
ortigas a la Puebla Vieja. Dejo para otro día la Ruta 1 de subida a La Atalaya,
una de las seis, “con encanto”, propuestas por el folleto municipal. Me fijo en
el empedrado (luego leo que es un “pavimento de cantos de la cercana playa
rocosa de La Soledad”, al otro lado del túnel). Dejo atrás también la calle
Cuesta del Infierno, que lo dice todo, y tomo el otro lado del triángulo en la
plaza Cachupín, con el antiguo Ayuntamiento, de 1562. Me llego hasta otra de
mis paradas habituales, la librería San Fer, en la calle Emperador, donde cada
año compraba unas tijeras de niño de cortar papel, pero ha cerrado y ahora se
vende o alquila…
Antes de ir a clase, paro a
tomar un café en Berna, donde siguen Ángel (pálido como un vampiro) y su mujer
Marisa (que está visitando a sus hijos en Madrid). Tengo esa querencia desde
que los cursos se celebraban en la Casa de Cultura (era el bar más cercano
cuando salías a la calle), antes de pasar a su ubicación habitual en la sede de
la Escuela Oficial de Idiomas (EOI), junto a la estación de autobuses.
En la playa, sobre las 15 h,
me he quemado la planta de los pies como si estuviera andando sobre brasas
encendidas en San Pedro Manrique. Menos mal que sopla nordeste…
Salgo de clase pasadas las
18.30 h. El bus, que viene de Irún, y tendría que haber llegado a las 18.50 h,
llega a las 7 y 10. Llego a mi casa muerta y en muerte cerebral de tanta
intensidad. Vuelvo a reafirmarme en que me siento mayor para hacer un curso de
mañana y tarde fuera de Santander (no puedes ir a tu casa a comer o descansar
un rato). Preferiría que hubiera sido de 9 a 14 h, de lunes a viernes.
Me hago una cena ligera, y
¡a la cama!
Día 2. Martes, 26 de junio
19 º C a las 7.35 h. ¡Bufff!
Este año toca ir por encima
de la rodilla, ¡y no me da la gana! Yo tengo mi sentido de la estética y no me
queda bien esta moda, así que al vestido ligero de viyela que me he comprado,
le he añadido una tira bordada de 3 centímetros en el dobladillo (para
recrecerlo).
Estoy cansada y cierro los
ojos. El calor me aplana. No los abro hasta la ría de Colindres, casi llegando
ya a Laredo.
A las 8.40 h las 6 calles
están recién regadas. Ando con mucho cuidado: llevo sandalias y odio mojarme
los deditos de los pies con agua sucia o agua de lluvia…
Entro por Ruamayor, subiendo
las escaleras a la derecha del edificio del antiguo Ayuntamiento (a la
izquierda, la casa natal de Bernardino de Escalante).
En Ruayusera, un trampantojo
de una maceta en una ventana y, al final de la calle, su propio “escudo” de la
familia Ruyasera, integrado por una mujer, unos gatos, una sartén con una raspa
y un anzuelo en el plato.
En la calle El medio (Rúa de
Enmedio en el plano), otro trampantojo; en este caso, una mujer tras la reja de
una ventana en un edificio en obras.
En las 6 calles que
conforman el cogollo de la Puebla Vieja (Rúa Mayor, San Marcial y Santa María;
San Martín, Rúa de Enmedio y Ruayusera) hay multitud de dibujos, unos más
afortunados que otros, que aportan color y proximidad. Me dicen que los han
hecho jóvenes de la villa, los “voluntarios” de la Puebla Vieja ¿??.
En mi paseo de hoy por la
orilla de la playa, a la hora de comer, encuentro una concha de nácar inmensa y
única, como un tesoro. Hacía años que no veía una…
De vuelta a Santander, a las
18 h, la bruma, luego la nube negra, acechan…
Día
3. Miércoles, 27 de junio
A las 6. 30 h de la mañana
cayó una buena…
18 º C a las 7.46 h. Se
respira mejor tras el aguacero. Hay más humedad y frescor en el ambiente. Para mí, temperatura
perfecta: firmaría por conservarla todo el verano. Chispea ligeramente cuando
voy al autobús.
El conductor se ha dormido
en los laureles y llega a las 8 o´ clock, cuando ya deberíamos haber salido,
como un Fangio, distribuyendo a la gente aquí y allá: los de Zaragoza, los de
Bilbao…
El día está plomizo y
cerrado. Hay mucho tráfico, fluido, en la autovía, en ambos sentidos, y tan
poca claridad, que todo el mundo va con las luces puestas. Hasta me levanto las
gafas, pensando que llevo gafas de sol, pero no, llevo las de ver normal.
En las enormes grúas del
astillero lucen una especie de bengalas verticales para anunciar su posición.
Llegando a la salida de Treto jarrea
pero bien.
En Laredo ya no llueve y, al
bajar del autobús, me huele ligeramente a jazmín o a flor de tilo.
En mi paseo de hoy, esta vez
me paro ante la exposición “Tejiendo un mercado” en la plaza de abastos: son
cuadros tejidos en lana, con elementos ingeniosos; reconozco pulpos,
langostinos, acelgas, zanahorias…Hay gente que tiene un arte…
Luego, tiro hacia el puerto,
el pesquero, y el macro-puerto deportivo, que, a mí, me parece un disparate,
demasiado sobredimensionado.
A la hora de comer, hoy, que
hace malo, tiro la casa por la ventana
y, en lugar de un pincho, me tomo un menú calentito en el restaurante
Niágara, en la calle Espíritu Santo: alubias blancas con langostinos y pechuga
crujiente rebozada rellena de jamón y
queso. De postre, para compensar, cerezas. Todo me sabe a gloria.
Luego, voy hacia la playa.
El mar queda hoy tan lejos…No hay un alma: la Cruz Roja y un paseante solitario
por la orilla.
En la primera línea de playa,
una pancarta en una urbanización baja: “No se puede derribar mi vivienda
adaptada” (y una petición de ayuda en change.org).
Tres horas entre el final de
la mañana, a las 13 h, y el inicio de las clases por la tarde, a las 16 h, se
me hacen muy largo; sobre todo, en un día tan desapacible. Yo hubiera preferido
acabar a las 14/14.30 h todos los días, y ¡cada uno a su casa hasta el día
siguiente a reposar los conocimientos…!
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