No he
conocido nunca a nadie más “bondadoso”, que diría su antigua patrona. Su cara irradia tal sosiego que desarma y te da
ganas de darle besos a todas horas. Además, huele tan bien...
Yo la conocí
de pequeña. Entonces, en las meriendas, nos untaba con mantequilla, a pares, un
montón de galletas María Fontaneda. Luego, le perdí la pista durante muchos
años para encontrármela aquí, en la Residencia, con 99, y más feliz de vivir
que nada- aunque expresado de forma pacífica y no ruidosa como doña Terremoto.
Toda esa
tranquilidad, esa beatitud, se le refleja en la cara, y en la sonrisa. Así,
cuando le dijeron que le podían operar de cataratas a su edad, dijo: ¡adelante!
Y se preparó para ver mejor que en muchos años.
Por las
tardes, no perdona su cafetito -acompañado de galletas o un bollo- en la
cafetería del asilo. Me lo paga el señor -dice agradecida, y orgullosa, para
quien quiera oírlo.
Eso sí:
andar, lo que se dice andar, no anda nada. ¿Pues no llevaba allí más de un año
y en un paseo la llevé yo a conocer la biblioteca, a tan sólo 50 metros de la
sala común…? Por eso, la riñen y la acusan el resto de las residentes: “Ella y
Julia no andan nada. Son las que menos andan de la Residencia...”.
Pero Obdulia
está orgullosa de otras cosas, como de constar como una de las más viejas en la
cartulina del corcho, o de aparecer en las fotos que han hecho para la revista
del asilo. “Y el otro día salí en Vegavisión”- me cuenta.
Obdulia, a
pesar de su edad, es aún muy coqueta. No se pinta, pero como tiene buen color y
es de cara redonda, queda resultona aunque no se haga nada; sin embargo, el
otro día, que iba a venir su sobrino para llevarla a Roiz, se fue después de
comer a la peluquería a ponerse toda pinturera para la ocasión.
Es consciente
de que el cariño hay que merecerlo: ¡Hay que ganárselo!- me dice, con mucha
clarividencia. En ella se cumple a la perfección la máxima de que uno recoge en
la vida lo que siembra. Obdulia sembró atenciones y ahora le devuelven besos a
manta.
La existencia
se compone de pequeños placeres: ella disfruta como una chiquilla comiendo
gusanitos y patatas fritas. O chupando caramelos que le dejan en los bolsillos.
A la tensión y a la diabetes, ¡que les den!
Sin embargo, en su corazón guarda quién no le ha ido a ver
todavía: “Dice que no tiene tiempo. Pero, ¿me va a decir que no saca diez
minutos para venir a darme un beso...?". Y sigue esperando...
¿Tú crees que
llegaré a los 100…? -me pregunta cuando apenas quedan cinco días para que sea
santa Obdulia. ¡Ojalá estuviera yo igual cuando cumpla setenta! - le contesto.
Así, entre
meriendas, pequeños paseos, grandes siestas (“me han dicho que después de
comer, como se me hinchan las piernas, ponga los pies un poco en alto”),
conversaciones telefónicas y visitas, se pasa el tiempo. Ya no queda nada para
que sea centenaria y le preparen una gran fiesta. La verdad es que se lo
merece...
Qué bonito, llegar a cien años y disfrutar de la vida como Obdulia. Seguro que tú llegas así de encantadora Aída.
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