Hizo señas al autobús para que parara. Llevaba una caja grande de
cartón y una bolsa. ¡Ah! Era negro, por cierto.
Dijo “buenos días” al conductor
con una sonrisa, y apuntó tímidamente: Llevo una caja...
-
Pues métela en el
maletero – le dijo el conductor, de una forma un tanto desabrida.
Otra vez el hombre se aproximó a la puerta: ¿Puede abrir? – preguntó
con educación.
-
Sólo tienes que
tirar de la manija.
En ningún momento, un gesto para ayudarle. ¿Lo haría igual si fuera un
anciano o una madre con su cochecito de bebé...?
El hombre subió al autobús con una sonrisa, dijo “buenos días” al
pasaje, pagó su billete y se sentó en un autobús que iba casi vacío en una
mañana de domingo.
Casi al llegar al destino, volvió a preguntar: ¿Va hasta Santiago de
Cartes? – No, respondió el conductor. Sin añadir nada más. ¿Acaso dejaría de
saber que había un autobús con ese destino que salía al lado de su propia
parada? Ciertamente, no tenía obligación de darle más información. No se lo
habían preguntado, pero... ¿hubiera actuado igual si no hubiera sido un
inmigrante negro y pobre...?
El hombre sacó la caja y la bolsa del maletero con una sonrisa y se
dispuso a recorrer andando los cuatro kilómetros hasta el mercado de Cartes.
Llegaba tarde y aún tenía que poner el puesto. Pero él contaba con ánimo para
eso y para mucho más. Estaba en España y, aunque el mundo no fuera de color de
rosa, aquí no podía perder más que en su país de origen…
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En un garaje cerca de casa trabaja un ecuatoriano. Es servicial, que
no servil, y habla con un lenguaje antiguo: Por favor, tenga la bondad...
El otro día, su novia, su hermana, una amiga, se
acercó a compartir con él un momento de ocio y unos melocotones en la calle,
apoyados en un coche...
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Un muchacho argelino me preguntó en la calle por una dirección. A mí
no me sonaba de nada, así que estuvimos indagando. Un guardia municipal nos
envió a la oficina de turismo. Eran las 7.30 p.m. La encargada estaba hablando
de sus cosas con una señora, tal vez una amiga,
pero una vez se despidieron,
tenía prisa por cerrar. Casi le supliqué que me dijera por dónde caía
esa calle. También le pedí un plano, pero me dijo que lo sentía, que ya tenía
que estar cerrada y que no podía dar ningún material. ¿Acaso uno debe ser tan
estricto y burocrático sin excepciones...? ¿Acaso a veces se carece de
humanidad...?
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