Acabo
de terminar mis primeros 11 días, al ritmo de mi cadera. Ahí os dejo mis “notas
camineras”.
Como no estoy segura de que
algún día me desaparezca la trocanteritis y, viendo que hay gente de toda
condición y estado (de salud) que lo emprende, este año, a mis 51, decido
empezar en septiembre MI camino de Santiago particular.
El año pasado, para
conmemorar haber llegado a los 50, quise iniciarlo en Suances el 3 de septiembre,
en homenaje a mi hermano David, pero no me atreví a pesar de haberme comprado
ya la mochila (nada que ver con la de lona verde de mis 18 años).
Tras leer opiniones varias y,
aprovechando que el fin de semana estoy en Comillas, he decidido empezarlo
allí. La etapa a partir de Santander es muy larga y con mucho cemento y
alquitrán de por medio, que destrozan los pies.
Llevo un saco ligero, un
“quita y pon” de ropa, más otro juego, por si no se seca; los bastones;
en vez de toalla, más gruesa y pesada, un foulard multiusos. Y más cosas
esenciales. Así y todo, no sé cómo hacer para que quepa lo imprescindible y que no pese más de los 6
kilos recomendados.
Voy a hacer el Camino del
Norte, al menos, en principio. Según el cartel del albergue de Comillas, me
quedan 455 km…Pero no sé si el de la Costa o el que llaman “Primitivo”, a
partir de Oviedo. Veremos…
De preparación, dos semanas
antes, me he hecho -con la mochila al hombro- el tramo de la Vía Verde del
Besaya, Torrelavega-Suances, 12 km, y en el otro sentido, Torrelavega- Barros
(Los Corrales de Buelna), parecido en distancia.
Me he dado cuenta de que
tengo que poner una goma y/o cintas al gorro para que no se me vuele; que la
vaselina entre los dedos de los pies es imprescindible para que no se te hagan
ampollas…
Creo que salir en cuanto
amanezca, sobre las 7. 30 h y caminar, con sus paradas, hasta las 12 del
mediodía, es un buen logro en mi estado. 10-12 km diarios, a ver qué tal.
Mis recomendaciones, al hilo
de la experiencia: llevar pantalones “de gabardina”, que son ligeros, no dan
calor y secan rápido. Entre las cosas que no pesan ni abultan, que pueden
resolver un desayuno, una cena o un tentempié: bolsitas de té, varios sobres de
sopinstant, caramelos pequeños y barritas de cereales y frutos secos.
Mi
Credencial del Peregrino
Ya tengo dos sellos: de la
Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Santander, del 2 de mayo de
2002, cuando íbamos a ir mi hermana Bea y yo (que se truncó), y del albergue de
peregrinos La Peña, de Comillas, con fecha 2 de septiembre de 2013, que me
sellan en Turismo.
La siguiente certificación y
sello de paso será San Vicente de la Barquera, a 12 kilómetros.
De mi segunda etapa de preparación
(Torrelavega-Barros en la Vía Verde del Besaya), llevo a mano la vaselina para
dármela cuantas veces sea necesario, en cuanto empiece el más ligero resquemor.
De ello depende la salud de mis pies y que pueda continuar el Camino sin
demasiado sufrimiento.
La podóloga me dijo que
algunos peregrinos le habían comentado que ellos se echaban vicks vaporub en los pies. Me llevo un
tarro, pero decido probarlo cuando descanse, ya una vez duchada, en el
albergue. Como tiene mentol, eucalipto, alcanfor y trementina, supongo que
refresca y alivia. Voy a tener que prescindir de algunas medicinas y
potingues…porque todo pesa.
Otra cosa que aprendo sobre
la marcha: Hay que formar un todo con la mochila y las botas, como si fuera un
centauro, sin partes diferenciadas. Somos uno, perfectamente ajustado y
adaptado “la una a las otras”.
Lunes,
2 de septiembre de 2013. ¿Andar? Es vivir en la dicha.
7. 45 h: Salida de Comillas.
455 km. Según mi Guía, 474. Aún no ha aparecido el sol por el Miradoiro. Día
claro y brisa suave. ¡Perfecto!
Llevo el sol a mi espalda.
¡Claro! Voy hacia el oeste.
En el camino a La Rabia me
adelantan una asiática, que hace fotos a todo, y una pareja, que lleva los
calcetines secándose por fuera de la mochila.
Olor a heno, sonido de
campanos, el chip-chip de los pájaros y el graznido de los cuervos.
Parafraseando a Goethe:
“¿Andar? [¿Viajar?]. Es vivir en la dicha”.
Me pierdo varias veces antes
de encontrar el camino correcto. Empiezo a ser consciente de la importancia de
descubrir la flecha amarilla, que puede estar en cualquier parte: en el suelo,
en un poste de la luz, en un muro, en un quitamiedos, detrás de una señal de
tráfico…
A las 10.15 h. estoy en el
camino correcto: tras el puente de La Rabia, frente al primer aparcamiento,
subida por una estrecha carretera con un transformador.
Subo oyendo el sonido de mi
respiración, con la mochila encajada en la curva de mi espalda.
A las 10.45 h. llego, por
fin, a la ermita de Santana, solitaria, con vistas al mar, un buen
aparcamiento, campo de futbito, miniparque infantil y cementerio: un lugar para
venir a comer.
Vuelvo a perderme y bendigo
al alma/almas caritativas que se han dedicado a pintar flechas amarillas por
doquier…aunque, a veces, sea hasta su alojamiento.
Me doy cuenta de que, a
medida que estoy más cansada, necesito beber más a menudo.
Mientras bajo el cuestón que
llega el puente de San Vicente, oigo el sonido de mis botas. Me duele un poco
la rodilla izquierda.
Son las 14 h. Lo primero que
hago, pedir una clara en el bar de la estación de autobuses. He hecho 11´3
km…si no sumo las veces que me he perdido y he tenido que dar marcha atrás.
En
El Galeón, con Luis, Sofía y Mónica,
hospitaleros
En el albergue de San
Vicente, El Galeón, al lado de la
iglesia, en la calle Alta, nos recibe Pascal Berard, un voluntario francés que,
durante 15 días, realiza la inscripción en el libro, asigna las literas y
explica el funcionamiento. 13 € cama+ cena+ desayuno. ¡Nunca poner la mochila
encima de la litera! Aunque sea nueva.
En el albergue me encuentro
con la pareja que me adelantó a la salida de Comillas, y con dos alemanas a las
que había visto regresar en busca de la Guía y las credenciales que se les
habían caído en el camino entre Comillas y el golf de Santa Marina. De las 44
plazas, ocupamos 29, o 30.
Por la tarde, inicio una costumbre
que llevaré a cabo todos los días. Como no ando más de 10-12 km. cada jornada,
esta me ocupa medio día y el otro medio lo tengo para recorrer el pueblo en el
que estoy y andar sus caminos.
A las 17.20 h., con un
nordeste fuerte, casi hace frío en San Vicente. En el cielo, unas largas nubes
blancas como lenguas gigantes. Voy con
mis sandalias de descanso y calcetines, una imagen nada glamurosa a decir de mi
amiga Cristina, pero me da igual. En una tienda del pueblo, me compro una
pulsera de cuero con mi nombre. ¡Qué macarra soy! ¡A mi edad!
Sobre las 20 h, en el
albergue, cena “comunitaria”: los peregrinos ayudamos en la cocina; unos, a
cortar las verduras; otros, luego, con el lavado y secado de platos. Una
ensalada de garbanzos, con manzana, maíz, lechuga, tomate… y pasta con tomate y
zanahoria. Todo delicioso.
Algunos van más como
turistas que como peregrinos, esperando que les sirvan, como si estuvieran en
un hotel.
En la cocina, coincido con
Richard, de Londres, un británico que corta la lechuga con los dedos en trozos
diminutos y la seca minuciosamente con el “quitaguas”, y con uno de Bilbao que trabaja con marginados y en su tiempo
libre hace cosas de cuero. Le gusta una húngara rubia y menuda con la que ha
coincidido en el Camino.
En el albergue, sobre todo
hay alemanes o gente de habla germana.
Por la noche, un ronquido no me deja dormir. Pensaba que era el chico de al
lado pero, al levantarme al baño, descubrí que era Koiré, la estonia de piernas
como columnas que va vestida como con una falda regional, corta.
Martes,
3 de septiembre. Siguiendo las flechas amarillas
Salgo al amanecer del
albergue con Koiré, la estonia. Vamos por el camino largo en dirección a
Unquera (otros han decidido ahorrarse 5 km yendo por la carretera general).
En inglés me cuenta que el
día anterior había venido con unos “devorakilómetros” y que se quedó molida. Me
habla de su trabajo actual, en una empresa noruega y del anterior, en IBM,
donde había llegado al máximo y donde ya no podía crecer. Hablamos de más cosas:
de chicos guapos en el Camino…lectores de la Biblia, y de que no le gustan las
efusiones afectivas de B.
Al principio, me molestó no
ir sola y que alguien se me “pegara”, pero siguiendo una de las reglas no
escritas del Camino, “acepta lo que te venga”, hacemos un camino agradable “en
busca de… las flechas amarillas”.
Al final, es lo mejor: pasar
de las guías y poner los ojos y todos los sentidos en descubrir la flecha de
turno.
Pasamos La Acebosa y, al
llegar a Serdio, 8 km, me despido de ella a la salida del pueblo. No recuerdo
si va a Colombres o a Llanes, porque camina mucho.
Nos damos un abrazo y yo
vuelvo atrás a una hostería, El Corralucu,
con “precios para peregrinos”. Marimar me dice que la habitación cuesta 20
euros, incluido el desayuno (lo habitual es 45 € la habitación doble).
Antes, me había acercado a
ver la torre de los Estrada, cuyo lema era: “Yo soy la casa de Estrada, fundada
en este peñasco, más antiguo que Velasco, y al rey no le debo nada”. ¡Toma!
Volviendo por otro camino
encuentro la posada Fuente de las Anjanas.
Pregunto el precio: Son 35 euros (para peregrinos). “Si no, serían 50”- me
dicen.
El albergue municipal de
Serdio, en las antiguas escuelas, está cerrado, aunque veo un “pasquín” donde
se convoca la “licitación del albergue de Serdio hasta el 6 de septiembre”.
Ojalá que alguien lo coja, porque el sitio es muy chulo.
En El Corralucu estoy encantada. Marimar me ha dado una habitación que
mira a los maizales, y la mies es hermosísima. Veo unos jilgueros en una mata
de cardos, moras en los bardales de la cuneta, y en el camino a Estrada, salvé
a un ciervo volante de morir aplastado en la carretera. En uno de los caminos
que salen del pueblo, me hago un bocadillo de sardinas de lata que me sabe a
gloria. Por la tarde, ya iré a comer un menú a algún sitio.
En
el bar La Gloria, con Marian
Tras el paseo vespertino
recorriendo el pueblo y sus caminos, voy al bar restaurante La Gloria, del que sale una música
estupenda.
Marian me prepara una
ensalada de cecina deliciosa y en vez de una de las sartenes le pregunto si me
puede hacer “solo un huevo con patatas fritas”. ¡Qué manos de ángel! Disfruto
como una enana. De la mañana me había guardado media botella de sidra natural
que, sin saber que se vendía por “botella”, no me había podido beber (porque ya
estaba bolinga). “Si eso te lo bebes
sola de una sentada…”. Sí, 70 cl., con 6º de alcohol y nada en el estómago…
Me entero de que ella
también alquila habitaciones encima del bar.
Me recomienda quedarme en el
albergue Aves de paso, en Pendueles,
con Javier, que acaba de abrirlo.
Thoreau estaría encantado en
Serdio. Enseguida sales del pueblo para perderte por “trochas y veredas”,
llenas de mariposas. Desde arriba, se ve el mar (San Vicente en la distancia),
a la izquierda, y las montañas, a la derecha. Me encuentro a dos familias que
están “a por moras” por los zarzales.
Serdio es como un refugio
recóndito. Junto a las casas de pueblo, pero de forma discreta e integrada en
el paisaje, se ven algunos chalés y adosados. Supongo que uno lo encontró y se
lo dijo a sus amistades…
A las 20.30 h., después de
cenar en La Gloria, me siento en el
último rayo de sol, en un poyo junto a la fuente. De fondo, las conversaciones mortecinas y el piar de los
pájaros junto a una música de rock que se escapa por alguna ventana. Pero todo
es tranquilidad en la tarde anaranjada. Y yo, viendo pasar la vida, sin más.
Miércoles,
4 de septiembre. Percarreterina.
A las 7. 45 h., en marcha.
Hace un poco de sur. Voy acompañada por las esquilas de ganado, el ladrido de
los perros y el graznido de los cuervos, para mí, desde [la isla de] Mull, los
pájaros más mañaneros o, al menos, los más visibles/audibles.
En El Corralucu, Luis Jesús, exjugador de bolos (hay muchos trofeos en
vitrinas en el comedor) me ha puesto el desayuno y dado un poquito de
conversación.
Me gusta llevar el sol a mi
espalda, calentándome: me recuerda a Nueva York en diciembre. Por la tarde, trataba
siempre de andar por las calles o avenidas donde daba aún el sol.
La imaginación, y la
obsesión por no perderme, ya me hace ver flechas amarillas por todas partes: en
los líquenes, en las hojas otoñales…
El río, llegando a
Muñorrodero, encantaría a [Ota] Pável para pescar. En cambio, un poco más
adelante, llegando a un puente y a un
túnel, el paisaje está destrozado. Da dolor físico ver las raíces en el aire y
las cicatrices sobre el terreno. Es el paisaje, torturado.
A las 9 h, llego a Pesués,
4´8 km. Luego, las flechas me introducen en un eucaliptal que cada vez se
cierra más. Sola, me dejo llevar por mi intuición y mi experiencia montañera de
más de treinta años.
Por fin, encuentro una
flecha de cartón amarilla clavada sobre un tocón. Menos mal. Tan solo espero no
haber cogido garrapatas…Las odio.
A las 10.30 h. voy caminando
por el Arboretum de entrada a Unquera, entre abedules y majuelos. 2´9 km más.
En Bustio, primer pueblo de
Asturias, tras cruzar el puente de Unquera, nos han hecho una entrada peatonal
subiendo junto a una casa indiana de nombre Delfina,
en el número 2.
“Nos han alquitranado el
prau”- pienso, mientras ando los dos últimos kilómetros de mi jornada de hoy
entre Bustio y Colombres. Más que una peregrina (de “per ager”, “ir por el
campo”) me siento una “percarreterina”.
En la distancia, me
acompañan, los trabajos y ruidos de la autovía en construcción, que durarán
unos cuantos kilómetros.
A mi izquierda, dejo una
instalación, que parece abandonada; una especie de parque aéreo con cuerdas y
tirolinas, incluso un rocódromo, en lo que me recuerda un patrimonio industrial
obsoleto.
Colombres
Subiendo por la cuesta del
Cantu surge, de repente, una mansión azul que resulta ser la Quinta Guadalupe,
desde 1987 el Archivo de Indianos.
Tras ducharme, hacer la colada
y dejar la mochila y el saco desplegado en el albergue rural El Cantu, me tomo el menú del día en La Barata: ensalada mixta y huevos con
patatas y jamón. 10 euros.
Luego, esperando a que abra
a las 16 h. el Museo de la Emigración, extiendo mi pañuelo multiusos sobre la
hierba en el jardín, debajo de un tilo, a hacer tiempo. Esto es la gloria.
Difuminadas, oigo las voces de los niños en una piscina cercana y el sonido de
la brisa entre las hojas.
Me tapo la tripa con la Guía
y, de almohada, me pongo mi bolsa de “imprescindibles”. Pienso en las máximas
del Camino: “Aceptar lo que este te dé” e “Ir al ritmo que tu cuerpo te pide”.
La impaciencia está de más.
En el supermercado, me han
orientado sobre lo que debo ver: “Esa casa roja que ves allí arriba es la de la
serie La señora y al lado está la
Casa de Cultura y la biblioteca…”. Leyendo allí los periódicos del día, me
encuentro con el titular: “El conjunto histórico de Colombres, declarado BIC”
[Bien de Interés Cultural] por la plaza [redonda, muy original], la residencia
Ulpiano Cuervo y la red de abastecimiento de aguas que le permitió en 1900 –
solo con 700 habitantes- disponer de un servicio que entonces solo existía en
los grandes núcleos urbanos”.
Paseando por el pueblo, doy
con varias casas indianas: villa Las
Palmeras, Buena Vista, la Casa de
los Leones,…y veo en un letrero que la piscina es municipal. Me acerco a
preguntar si se puede sacar un pase del día… y vuelvo corriendo al albergue a
por el traje de baño. Media hora relajante para las piernas y los pies antes de
que empiece a meterse la niebla.
En la habitación del
albergue coincido con una pareja andaluza que viene haciendo el Camino desde el
aeropuerto de Parayas, en Santander. Él es la tercera vez que lo hace. Dice que
se pone “esparatrapo”, en vivo, sobre las ampollas. Y ronca, ¡cómo ronca! Ella
le susurra en la noche: “Menganito, ponte de lado”.
Jueves,
5 de septiembre. El francés de ojos garzos
Salida, a las 7.45 h.
Nublado y niebla espesa. Ojalá aguante sin llover hasta la hora de la comida.
Voy por un camino carretero.
Ahora sí me siento peregrina, aunque la rodilla izquierda empieza a dolerme
antes.
He tenido que parar a
“coserme” la tercera ampolla en el mismo dedo (el pequeño del pie derecho.
Parece un acerico con tantos hilos, pero en saliendo el agüilla de la ampolla,
se quita el dolor).
He cogido el sendero GR E-9,
de Gran Recorrido, a Pendueles. Estaba harta de ir por carretera, y el tramo es
peligroso. Al principio, era más purista
y quería hacer el Camino de Santiago verdadero,
fuera por donde fuera, pero me he dado cuenta de que lo que yo busco es la sensación de un peregrino medieval yendo
por el monte, aunque el camino sea más largo y más duro.
Todo el rato se oye el
martilleo de las obras de la autovía. Es como si te estuvieran haciendo un
escáner de cabeza permanente. ¡Qué incómodo el tap-tap-tap!
Cruzo la autovía en
construcción y bajo por un camino de polvo. No hay señalización hasta 100 metros
más allá.
A las 10 h en La Franca, por
una carretera paralela a la general. ¡Solo llevo 3 kilómetros…! Suspiro, como
Carlitos.
A las 11.30 h, en Buelna.
Estoy fundida. ¡Cómo me duelen las plantas de los pies! Me quedan 2 km a
Pendueles. A ver si llego…
El camino por la costa a
Pendueles es muy bonito.
En la playa de Buelna, que
está con marea baja, decido descalzarme y pasear un rato para descansar los
pies, dejando sobre una roca mochila, botas y bastones. ¡Qué alivio!
Sopla [viento] gallego húmedo y voy hacia lo
oscuro, hacia Mordor.
Haciendo
vida en Pendueles
Me tomo el menú en el bar El Rubinu (sopa de pescado y pollo a la
sidra, 9 euros), y voy al albergue Aves
de Paso, abierto por Javier este mismo año. Es luminoso y alegre. Te lavan
la ropa y la cena es comunitaria a las 20 h. El precio, el donativo que tú
dejes en una caja a la entrada. Soy la única española y le pregunto a Javier:
¿Y esto del donativo funciona…? El me dice que la gente es muy generosa.
A las 15 h, en el cielo, las
nubes pequeñitas que dicen traen el frío. En el bar donde como, oigo hablar de
la autovía: los paisanos están hasta los “webs” de las obras y los desvíos.
“Pero tienen que acabarla para 2014”- comenta un parroquiano que parece tener
información privilegiada. Más tarde, leeré en un periódico de la zona: “La
ministra de Fomento confirma que la autovía Unquera-Llanes estará completada en
2014”. ¡A ver si es verdad!
Pendueles también tiene
muchos caminitos y casas que ver. Enfrente del bar donde me tomo una cerveza
está el Palacio de Mendoza Cortina, en ruinas. Era tan impresionante…Me lo
enseña en una revista antigua la dueña del ultramarinos. “Una pareja quiso
comprarlo para rehabilitarlo y hacer apartamentos por dentro”. Pero, al parecer
rompieron peras, y ahí sigue,
deteriorándose.
En mi paseo vespertino, a la
entrada del cementerio de Pendueles, leo: “Con llanto regué mi cuna;/tormento
mi vida fue;/aquí, por fin, descansé”. ¡Qué truculento!
Sobre las 17.30 h, tras
oírse truenos, empieza a llover con ganas. Llegan los últimos peregrinos de
hoy: Son todos franceses o belgas. En la cena (lentejas con arroz y ensalada de
pasta) conversación internacional. Los hay que intentan chapurrear castellano;
con otros hablamos en inglés, y se traduce a quien no entiende. Un guirigay.
Por la noche, al chico
francés de ojos garzos, le acribillan los mosquitos. “Ahora entiendo por qué
estabas tapada hasta los ojos dentro del saco”- me dice, en inglés, en el
desayuno.
Por la noche, ha habido otro
roncador. Creo que era el hombre de una pareja de franceses. Me acuerdo del
anuncio, publicitado por doquier en el camino, del albergue de Santa Marina, en
Buelna: “Habitación de 12 plazas para “roncadores”. El caso es: ¿Habrá algún
roncador/ora que lo reconozca y esté dispuest@
a irse al gheto…?
Viernes,
6 de septiembre. Andando bajo la lluvia
Salida a las 8 h, lloviendo.
En el sendero GR E-9 a Llanes, las arañas han tejido sus telas de lado a lado
por la noche y me las voy llevando todas.
A las 10 h., en el bufón de
Arenillas, a 5 km de Pendueles. Un paseante local me explica que hoy solo
“respira” porque la mar no está brava.
A las 13 h. llego a Llanes,
calada hasta las “cuecas” o “bombachas”. Andrín, además de una subida pindia,
para mí, no vale la pena.
Me quedo en el albergue La Estación. Dormir cuesta 13 euros, y
el desayuno, que se sirve a partir de las 6.30 de la mañana, 2´50 euros más.
Al llegar, me doy de bruces
con unos italianos que salen en ese momento. “¿Tan tarde?”. “Es que olvidamos
un cargador y hemos vuelto desde Ribadesella”. (Ribadesella está a 29
kilómetros…).
En el comedor me encuentro
con una de las parejas de franceses de Pendueles (¿el roncador…?). Estaban tan
mojados que han decidido acortar la jornada y quedarse en Llanes. Menos mal que
se alojan en la habitación 4 y yo en la 2…
Pregunto un sitio casero y
cercano para ir a comer y la limpiadora del albergue me recomienda La Galería. Menú: 11 euros. Pido una
sopa de pescado calentita. ¡Deliciosa! Y unas judías verdes con ajitos y aceite
de oliva que están de muerte.
A la vuelta, Maribel me
ayuda a poner la lavadora, con monedas (3 euros). Luego meto todo en la
secadora (2 euros, también con monedas). Es la primera vez que veo y utilizo
una secadora en mi vida. La ropa sale caliente, crujiente como el caramelo y
con una electricidad estática que ilumino la estancia, pero da gusto.
Cuando miro la planta de las
botas para ver el barro que tienen, descubro que la derecha está rajada, por la
goma, de lado a lado. Así que me parecía a mí que oía un sonido como si llevara una pata de palo…En
una de las dos tiendas de deportes de Llanes me dicen que “no hay nada que hacer”.
A veces les pasa: las botas colapsan
y se parten.
Al final, encuentro unas que
no me hacen daño, de color magenta. También aprovecho para cambiar de
chubasquero. El mío, ya con un montón de años, hacía aguas. Supongo que ha
dejado de ser “impermeable”.
En la habitación, coincido
con un chico delgadito de Ermua que está dos veces operado de espalda, y espera
una tercera. Ya ha hecho el Camino Francés y este año ha empezado desde Irún el
Camino del Norte. Hoy venía desde San Vicente, que está a más de 40 kilómetros.
¡Hay gente muy loca!
Sábado,
7 de septiembre. ¿Uno de los pueblos con más encanto…?
Salgo del albergue a las 8
de la mañana, siguiendo el azulejo azul con la vieira amarilla (Por cierto, que
aquí, en Asturias, lo que marca la dirección no son los “radios” de la vieira
sino el nudo donde se juntan todos. En Galicia, es al revés. Espero que todas
las guías extranjeras lo cuenten porque si no va a ser un pifostio…). De momento, no llueve, aunque el cielo está encapotado.
Voy feliz con mi nueva capa
naranja y mis botas magenta. He cogido la costumbre de ir limpiando los hitos
de hiedras, zarzas y otras hierbas. Dando palazos, he perdido uno de los tacos
de mis bastones. El año que viene, me traeré mi podadera. Hasta he pensado (en
vista del abandono de muchas señales, no sé si hasta el próximo Xacobeo) en
añadir un rotulador amarillo, grueso,
reflectante y permanente, y un bote de pintura amarilla a mi equipaje…
A las 9 h, cruzando Poo (a
2´5 km de Llanes) y a las 10 h, en Celorio. Chirimiri todo el rato (aquí,
orvallo). Paro a desayunar por segunda
vez en La tertulia, frente a la
playa: una pulga de tortilla de
patatas mientras escucho a Eddie Gorme y Los Panchos.
A las 11.30 h estoy en
Barro. Tengo un calambre en la planta del pie derecho y también noto rozado el
talón. Decido quedarme en Niembro, que mi guía dice que es “uno de los pueblos
con más encanto del concejo de Llanes”.
Pregunto por alojamiento y
en el teléfono me dicen que no alquilan para solo un día, así que decido darme
un homenaje e ir al hotel La Portilla,
de tres estrellas, en lo alto del pueblo, con vistas a la playa de Toronda.
Sobre lugares para comer,
tengo tres opciones: “uno de diseño, otro más casero, y uno más, si quiero
degustar pescado”. Opto por el casero, que barato, no es (luego leo en mi plato
“restaurante marisquería”. Algo era ello). No tienen nada caliente, así que me
tomo una ensalada y unos gambones a la plancha. Como son demasiados, pido que
me empaqueten la mitad para hacerme el bocadillo del día siguiente. Al menos,
comeré de lujo.
Por la tarde, ya sin
chirimiri, me doy un paseo por los caminitos
que veo desde el ventanal del hotel.
De los pueblos que conozco
en escalera, lo cierto es que a mí me gusta más Cudillero. Y de lo que he visto
hasta ahora, prefiero Colombres o Pendueles. ¿No dicen que para gustos están
los colores…?
Domingo,
8 de septiembre. Naves, un lugar para volver
Salgo a las 8.15 h.
Esperando a que venga el del hotel (hacía el esfuerzo de venir antes, a las 8,
porque sirven el desayuno a partir de las 9 h) decido autogestionarme (poniendo un té a calentar en el microondas y
cogiendo una magdalena y un sobao plastificados). Un control de alcoholemia le
ha retrasado. Me pide disculpas.
Hace sol. Menos mal.
A las 9.30 h., primera
vuelta atrás. En la carretera, había visto una doble señalización: “CTA”. Y
“PISTA”. Luego lo veo claro, CTA es “carretera”. Yo pensaba: completa, cuesta,
cinta… De todo, menos carretera. Y los extranjeros, ya ni te digo.
Una señora en coche intenta
explicarles a unos franceses que van delante de mí -y deben de llevar la ruta
en el móvil- el camino verdadero, pero no le entienden ni jota. Yo se lo
explico en inglés, y ahí les dejo dirimiendo con su GPS mientras yo me vuelvo a
la pista.
A las 10.30 h, en la playa
de San Antolín.
A las 11 h, en Naves, ante
la iglesia. 5´7 km ya, y empiezan a dolerme las plantas de los pies. Esto de
que se me haya adelgazado la grasa del pie, que me dijo la podóloga…Ya podía
haber adelgazado la grasa de cualquier otro sitio, que hay de donde.
Naves parece un pueblo
agradable para quedarse. Leo que es famoso por sus sidrerías. Paso ante el
Llagar Cabañón que, en este momento,
tiene una fabada al fuego que huele deliciosa, pero es demasiado pronto para
parar y no sirven comidas hasta las 13 h. Me lo apunto para regresar en otra
ocasión a comer, tranquilamente. Conserva, además, un tramo del camino real
original que es bastante llano, para andarlo después de comer y hacerse la
ilusión de andar un poquito del Camino de Santiago.
Al pasar por Güergu, me doy
con un camión de compra-venta de ganados. Las vacas mugen y no quieren subir,
no sé si a que las vendan o al matadero.
Fiestas
de La Blanca en Nueva
Al llegar, y tras dejar las
cosas en la pensión San Jorge (15 euros con saco y 18 con sábanas), me
encuentro con las fiestas de La (virgen) Blanca. Van a ofrecerle ramos; y
panes, que simbolizan ramos- según me cuenta un chaval al que pregunto.
En el primer sitio donde
quiero comer me dicen que tienen todo reservado, aunque las mesas sobre las 13
h estén aún vacías; y me despiden rasposamente, así que pregunto en el bar
Bogo, donde todo son facilidades. De nuevo, la norma del Camino: Acepta lo que
este te dé. Si en un sitio no te quieren, no te enfades, y vete a otro.
Del menú, pido unas verdinas
que me hacen levitar. A la chica que
me sirve le digo que dé la enhorabuena a quien las haya hecho. “Ha sido el
chico de la barra”. “Pues tiene manos de ángel”. Cuando se acerca, me comenta
que sigue una receta de su abuela.
El pueblo es muy agradable:
tienen farmacia, consultorio médico, estanco, buzón, ultramarinos, casa de
cultura, un banco (para sacar dinero con la tarjeta) y parada de
tren.
Por la tarde, cuando baja un
poco el sol, salgo a dar mi paseo habitual. Camino moviendo las caderas a lo
John Wayne (a quien no sé si también le dolían los pies). Me acompaña un
dálmata que anda solo por ahí, con collar. Hay maizales por doquier.
Según el cartel de fiestas,
a las 20 h empieza la orquesta (que es de esas de cien mil decibelios). “El día
anterior acabó a las 6 de la mañana”- me anticipa el chico del Bogo. ¡Horror!
Menos mal que yo estoy en las afueras, cruzando las vías del tren. Los del
hotel Cuevas del Mar van a flipar.
La orquesta es un camión
gigante que se convierte en escenario, y hay dos, uno enfrente del otro.
Durante la noche, en un duermevela intranquilo, oiré cómo se relevan de
madrugada.
Me retiro más tarde de lo
habitual, ya casi de noche. Antes, he acudido a ver los bailes folklóricos
alrededor de “la hoguera”, un eucalipto gigante que levantaron ayer los mozos
en la plaza (lo llaman “plantar la
hoguera”, no sé por qué). Me quedo fascinada con los trajes femeninos: los
pasacintas de las blusas, las chaquetillas cruzadas sobre el hombro y, sobre
todo, el pañuelo. “¿Se venden así o hay que hacerles los pliegues cada vez?”.
Me explican que hay mujeres especialistas en ponerlos con todos esos picos y
dobleces.
Un niño de unos diez años,
hijo de feriantes, transporta una puerta con orgullo: “Este año, ya puedo”- les
dice, feliz, a sus padres.
Lunes,
9 de septiembre. Primera semana cumplida
Salgo a las 8 h, dirección
Ribadesella. En el cartel por carretera pone 10 km. Según mi guía, son 11´7.
Eso, suponiendo que no me pierda…
Hoy va ser un día glorioso.
Creo que, en general, los
peregrinos somos bien mirados: de alguna forma, la gente nos admira (al vernos
cargar con nuestras mochilas y nuestros dolores) o nos envidia (la posibilidad
de poder coger unos días y dejarlo todo). Decido en este momento que yo hago el camino “por
todos los que lo quieren hacer, y no lo hacen”.
En Piñeres de Pría, leo: “A
Santiago, 405 kilómetros”.
A las 9. 30 h. consigo
llegar a la iglesia de Pría, en un alto,
después de equivocar la pista, ir campo a través hasta un pastor eléctrico,
atravesar bardas… y regresar atrás en busca de otro camino. Era ya una cuestión
de amor propio.
A la entrada del cementerio,
otro mensaje “lleno de ánimo”: “Cuida, pecador, de ti./Que tu existencia es
fugaz./Mira tus obras ahí./ Que, cuando vengas aquí,/ya fuiste a la eternidad”.
Que no decaiga.
En la aldea de Cuerres paso
ante el albergue familiar Casa Belén,
que llevan Manfred y Birgitta. Está un poco aislado, pero tiene buena pinta.
Aún me quedan 6 kilómetros a
Ribadesella, 4 según un poste. Me gusta más esta segunda opción.
Ya se van cayendo las
avellanas. El día de hoy es brillante. En los campos, se ven manzanos, ¿de
sidra? Es una manzana roja y chiquita. “Pumaradas”- leo luego.
No sé cuántas veces he
cruzado hoy las vías de FEVE. Mientras descanso sentada en un quitamiedos, me
encuentro a uno de Tanos con unas ganas de parlar…”Que no se diga que un
cántabro no llega o abandona”. “Sí, sí – pienso. Tú a tu paso y yo al mío”. Va
con un francés y les digo que continúen y no se preocupen por mí. Que llegaré.
Cómo me duelen las plantas
de los pies, y los hombros. Siento como si se me fueran aplastando las
vértebras, como si me comprimieran en una prensa. No sé si ya habré descendido
algún centímetro.
A las 13. 15 h, el cartel de
Ribadesella, por fin. No me lo puedo creer…
En
Ribadesella
El albergue juvenil
Ribadesella está al lado de la playa, cruzando el puente. El de peregrinos está
en San Esteban de Leces, a 5 kilómetros monte arriba. Pero eso será mañana.
Siempre quise quedarme en
este albergue cada vez que veníamos a pasar el día a Ribadesella. Está en el
llamado chalé Piñán. Por lo visto, tras hacer su fortuna como almacenista en
Cuba, decide, a su vuelta, construir el
edificio.
Tras pagar (14´50 euros)
y dejar los trastos, voy a comer el menú
en la sidrería El regreso, que he
visto al dirigirme al albergue: fabada, ensalada de cangrejo y arroz con leche.
Todo riquísimo por 10 euros.
A pesar de ser lunes, es
fiesta en Ribadesella y solo hay unas pocas tiendas abiertas. Como mañana dicen
que va a llover, en la farmacia pregunto si siguen existiendo las “bragas de
papel”, por si no se me seca la ropa. “Claro, mujer. Las siguen haciendo para
cuando las mamás van al hospital a dar a luz”- me explica la farmacéutica. Por
lo visto, no hacen “calzoncillos de papel”.
Para descansar los pies, y
porque casi todo está cerrado, voy a coger el trenecillo turístico. Como soy la
única pasajera hasta que lleguen los miembros de una excursión de jubilados de
Elche, paso el rato hablando en un banco con una pareja del lugar. También
compro existencias para el día siguiente: Aquarius para llenar el termo, algo
de fruta, pan y condumio para rellenarlo.
El sol está picón mientras vamos en el tren, y el
cielo se va poniendo cada vez más negro.
Sobre las 20 h. hago un
picnic en el paseo marítimo mientras veo las evoluciones de los surfistas con
mis pies balanceándose sobre la arena.
Me acuesto temprano y, desde
la litera, charlo con Miguel de todo lo divino y humano hasta que oscurece. Es
un extremeño de 66 años que hoy se ha hecho ¡43 kilómetros! Dice que este año
ha empezado con artrosis en los pies y que quiere hacer el Camino antes de que
los dolores no se lo permitan.
Tuvo una infancia dura, de
posguerra. Pero su resumen de vida es: “Se necesita algo de tiempo para uno
mismo”.
Martes,
10 de septiembre. Lentejas sin aceite y sin sal
Hoy no tengo prisa en salir.
Voy a San Esteban de Leces, tan solo a 5 kilómetros de Ribadesella. El
siguiente albergue era el de La Isla, pero está a 16 kilómetros, muchos para mí
en una jornada.
Además, quiero aprovechar para
comprar un termo nuevo, de los sencillos de toda la vida (el que me han
regalado, o se me bloquea y no puedo abrirlo, o se me descuajaringa y empiezan a salirle piezas por ahí); y también
necesito una nueva tarjeta para la máquina de fotos, que la que tengo se me ha
llenado.
Así y todo, a las 8 estoy
desayunando en el pueblo un opíparo desayuno
en la cafetería Capri, la
primera que he visto abierta.
A las 9.15h, 17 º C,
mientras espero en un banco a que abran Estudios Queña, veo cómo se va
cubriendo el cielo.
A las 10.30 h salgo del
albergue, por segunda vez, en dirección a Leces. Cuando estoy por la zona de
chalés y adosados, tengo que parar a ponerme la capa.
Sobre las 12 h llego al
albergue de peregrinos, calada hasta los huesos. En un cartel pone que abren a
las 16 h. ¡Vaya! Menos mal que Dolores, la hospitalera que vive encima, está
haciendo la limpieza con su nieto Bruno, y me abre.
Pongo a secar la ropa en un
tendedero interior y, mientras ella acaba, entretengo al nieto hasta que llega
otra pareja de Rentería, también calada.
Según nuestras guías, en
Leces no había cocina y había que subirse la comida de Ribadesella, pero no
solo tiene microondas para calentar agua y hacerse un té o una sopa de polvos,
sino que tiene ¡cocina vitrocerámica! Dolores nos indica que, en la nevera,
otros peregrinos han dejado cosas para no llevarse peso. Hay: un bote de
lentejas ya cocidas y un tomate y una cebolla con buen aspecto. No tenemos
aceite ni sal, pero eso no es un obstáculo. Yo me apresto a hacer las lentejas
con media cebolla y medio tomate y Ramona? dice que ella prepara pasta por la
noche con la otra mitad de las verduras. Le añadimos a cada cosa medio sobre de
sopinstan y…¡listo!
Poco a poco van llegando más
peregrinos hasta llenar las dos habitaciones: una canadiense, una polaca, una
pareja de franceses, dos australianas, otros dos españoles…Compartimos lo que
tenemos en la merienda-cena y ¡aquello es un festín!: una empanada de carne,
chorizo y queso a esgalla, lentejas y
pasta…Otra vez conversación multilingüe. Carlos, una especie de santón hindú,
nos cuenta que cogió chinches en un albergue del País Vasco y tuvo que ir a que
le pusieran cortisona de las ronchas que le salieron. También compartimos
nuestros remedios para las ampollas, algo habitual en las reuniones de caminantes.
Miércoles,
11 de septiembre. Me gustan las personas y los caminos
Parto a las 7. 45 h, con
nubes amenazantes y el graznido de los cuervos como único sonido. Hoy hay un 30
% de posibilidades de lluvia. A ver si tenemos suerte.
El camino a La Vega está
encementado y adoquinado. ¿Por qué no
dejarán natural la cambera…?
Poco a poco, me van
adelantando los durmientes del
albergue de Leces. Cuando pasa Kerry, la australiana, cuyo 32 cumpleaños es
hoy, recuerdo que llevo en la mochila un emblema -un timón marinero en azul
marino- que había metido por si tenía que hacer algún regalo a alguien (siempre
cosas que no pesen ni abulten). Se emociona y nos hacemos una foto juntas para
el recuerdo.
Después de Berbes, en un
alto, me como, sobre las 10.30 h, un restaurador bocadillo de sardinas antes de
bajar un camino de herradura lleno de barro resbaladizo y helechos que espero
no tengan garrapatas.
A las 11, ya empiezan a
dolerme las plantas de los pies, como todos los días.
Yendo por el camino real,
leo en una de las barricadas: “¡Dejen
el camino real libre!”. Me uno, mentalmente, con quien lo haya escrito. Todo el
rato venga a quitarme y a ponerme la mochila, con lo que cuesta. Y los que van
en bici, ni te cuento. A arrojarlas, cada vez, por encima de las traviesas…
A las 12. 15 h ya estoy en
la playa de La Espasa. Solo 2 km a La Isla. Menos mal.
En La Isla busco a Angelita,
la hospitalera, una anciana estupenda. Dice que lleva “toda la vida”. Solo
cobra 5 euros por dormir. “Pero Angelita, si ya en Leces (que es donde menos me
han cobrado) cobran 6…”. Dice que ella no puede cobrar más de su mano mayor
mientras no se reúna la comisión y se decida una subida pactada.
Lavar la ropa en la lavadora
cuesta 1 euro, -por el jabón-, que se deja en una caja. Me instalo (de momento,
solo estoy yo), dejo la lavadora haciendo la colada y me voy a la playa a darme
un baño tonificante.
Cuando vuelvo, ya están unos
franceses que me han sacado la ropa. La tiendo fuera al sol y bajo a comer el menú del peregrino
en el único restaurante que he visto. 8 ´50 euros por un plato de pasta con
bonito, carne guisada y postre.
Todo es perfecto.
Noche
toledana en La Isla
Me acosté cuando aún había
luz: estaba muy cansada. En sordina, oía cantando a lo que luego me dijeron
era, esencialmente, un grupo de alemanes, con uno que tocaba la guitarra al
frente. A mí me parecía que entonaban bien y no desafinaban, pero Joana, que
era una coincidente en otros
albergues, no lo tenía tan claro y le oí decir, desde su litera, bruscamente,
en inglés, a uno de ellos que buscaba su aplauso: “Odio esa clase de música”-
dejándole planchado. Y es que cuando ya has coincidido en varios albergues y
siempre se repite el mismo programa, quizá ya resulte un poco cargante.
Pero lo peor estaba aún por
llegar: el desfile de linternas como reflectantes en un campo de prisioneros,
que barrían la habitación de lado a lado, o quienes leían con luces de “xenon”
que deslumbraban, o los que aprendían en ese momento a utilizarla, fascinados
por todas sus opciones: luz blanca, luz roja, intermitente…
Y los portazos. ¡Qué
portazos!…El empeño por cerrar las puertas, que no calzaban bien, con lo fácil
que era dejarlas entornadas, si no tenían la paciencia de cerrar con cuidado.
En fin, que fue una noche de
horror, hasta el punto de que casi prefería los ronquidos.
Lo cierto es que yo no he
utilizado la linterna para nada, acostumbrada a levantarme al baño a oscuras y
“al tacto”. Además, siempre hay alguna farola de la calle que da algo de luz o,
si no, están las luces de emergencia obligatorias que permiten hacerse una
composición de la escena.
Solo las entiendo en
aquellos que salen aún con la oscuridad, para poder ver las señales amarillas.
Si yo me pierdo a la luz del día, no quiero pensar lo que puede ser perderse en
la noche lúgubre.
Jueves,
12 de septiembre
El sol sale a las 8.15 h
tras las montañas. Yo he salido del albergue a las 8 h con una polaca que se ha
venido de Polonia solo a hacer el Camino de Santiago, no habla ningún idioma
aparte del polaco y viene sola. ¡Hay gente con un coraje…!
A las 9 h sigo buscando las
señales. Una chica embarazada que pasea con un perro, me dice que mucha gente
se pierde por esa zona. “No han quitado los letreros y el terreno ha cambiado”.
Otra pareja de locales me recomienda ir por el sendero de la costa o por la
carretera, directamente. “Las nuevas construcciones han ido desvirtuando el camino”.
Así que voy a Colunga por un
sendero PR (de pequeño recorrido) precioso.
A las 11.30 h me como una
naranja en un lugar que llaman Los
Miradores. Enfrente, a lo lejos, tengo lo que yo pienso que es Colunga, y
resulta ser Lastres (Llastres), el pueblo de la serie Doctor Mateo.
Cuando llego a la playa de
Colunga, decido darme un baño antes de subir al pueblo, que está en el interior
a kilómetro y pico.
Les pido a dos señoras
mayores que me vigilen la mochila, en una roca, porque está subiendo la marea,
y me meto a refrescarme un rato. Mientras me dejo flotar en la charca que se ha
formado (no debe de cubrirme más arriba del muslo) veo que las señoras, en vez
de mirar la mochila, me vigilan a mí, para que no me pase nada, como unas
madres. No saben que yo floto en un palmo de agua, incluso en vertical. Al
salir, se lo agradezco y me dicen que vienen en autobús, desde León, a pasar el
día.
Me calzo, tras ponerme,
generosamente, vicks vaporub en los pies, y subo a Colunga. Pregunto en la
oficina de información y turismo por una pensión y me recomiendan una enfrente
de la iglesia que a mí me recuerda a la de Nada,
de Carmen Laforet: con un pasillo muy largo, cortinones, escaleras de madera
sin barnizar y azulejos en la entrada.
El baño es compartido pero, después de andar en albergues, esto es lo de menos.
Además, no he visto a ningún otro pensionado.
Para comer comida casera, me
recomiendan “Casa Laureano”. El menú, paella y carrilleras, cuesta 9 euros.
Colunga es el lugar de
nacimiento del nutricionista Grande Covián. Todavía recuerdo hacerle oído decir
en los 80, en los cursos de la UIMP, que la comida del futuro sería “legumbres
y arroz” (porque no habría campos suficientes para alimentar vacas que dieran
carne para una población ingente) y que había que comer “de todo, pero en plato
de postre”.
Viernes,
13 de septiembre. De vuelta
Al dar mi paseo vespertino,
el día anterior, comienza a dolerme la ingle del lado de la cadera mala y
empiezo a cojear. Por la noche, me tomo un gelocatil y me doy una de esas
pomadas bálsamo de fierabrás, pero ¡nada! Así que decido que Colunga ha sido mi
fin de etapa por este año.
Hoy hace un día perfecto,
pero hay que aprender a retirarse. A las 8 h el termómetro marca 13 º C.
En el bar La Esquina, que abre desde las 7 h, he
visto desayunar a pescadores con caña, gente de reparto en furgonetas y hasta a
la Guardia Civil. Dando el último paseo, mientras espero el autobús que me
lleve a Ribadesella a las 9 y 10, veo partir el autobús del cole. ¡Claro!. Los
pequeños ya han empezado.
Paso ante la biblioteca de
Colunga, donde Eva, la bibliotecaria, me dejó mirar ayer el correo electrónico, por si tenía
alguna novedad acerca del trabajo. Recorro las calles mientras sale el sol
y, a las 9 en punto, compro una botella
de sidra natural para llevar a mi padre,
a quien le gusta mucho. Luego, me siento en la parada del autobús, a esperar.
En Ribadesella, a las 11 h,
pasa un tren de FEVE que llega a San Vicente a las 12 y 20, o a Cabezón, a las
12.49 h. Tengo que llamar a mi hermana, que ya ha empezado en el Instituto, a
ver dónde le viene mejor recogerme. También había autobús, pero a mí me encanta
viajar en tren y nunca había hecho este trayecto antes.
Mientras espero en la
estación, entablo conversación con un habitual de los trenes. Retirado y
diabético, le hubiera encantado poder hacer el Camino, pero ha de conformarse
con trayectos más cortos. Me informa que el que yo llamo pájaro “tit-tit”, por
el canto, es una lavandera (o pisondera, que diría mi padre).Ya he aprendido un
pájaro más.
Me hubiera encantado traerme
mi libro de plantas, “lleno de cotilleos”, que dicen los otros senderistas,
pero pesaba demasiado. Así que, durante el camino, he tenido que conformarme
con recordar las que ya sabía.
En silencio, hago un
recuento de las cosas necesarias, que dejé, y de las innecesarias, que he de
sacar de la mochila la próxima vez. Uséase:
Dejar, la esterilla y el
paraguas. Ambos, inútiles. También, el chaleco reflectante: da mucho calor.
Incluir, las polainas; una sábana
bajera y usada de 4 puntos de ajuste; mi podadera. Y bandas reflectoras para
poner en los brazos y/o piernas.
- El año que viene, más.
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