Cuando éramos
pequeños, siempre nos clavaba una barba al besarnos. Ahora, con más de 80 años,
dice que la memoria “se le va a puñaos”.
A Dorita le
gusta jugar a la brisca y al bingo con las amigas, sea aquí o en Benidorm.
Antes, sufría con las telenovelas todas las tardes, pero ya se ha hartado de
sufrir y ha decidido que es más ameno jugar la partida en el club de jubilados.
Dorita
trabajó mucho en la tienda cuando aún el teléfono público era de clavija. Y de
tanto estar de pie, se le arquearon las piernas como a John Wayne. Pero una de
esas operaciones maravillosas se las puso de nuevo rectas y ahora parece talmente una Marilyn [Monroe].
Cuando íbamos
a verla, siempre nos ponía una copita de quina Santa Catalina, que entonces
decían que abría el apetito, y claro, nos volvíamos a casa más contentos que
unas Pascuas, y mi madre, bolinga del
todo.
Un día nos
contó que a ella lo que más le gustaba en este mundo era dormir, y que cuando
iba a la trastienda a buscar algo, se apoyaba contra una balda y, de pie,
echaba un sueñecito... de unos segundos, claro.
Allí, en la
bodega, un poco lúgubre y oscura, nos cebaba a comer, fuera una tortilla de
patatas, un bocadillo de queso o un café con leche y bizcochos. Y que no le
dijeras que no, que te ponía una “cruz y raya” en su agenda del corazón.
Fuera, en la
huerta, pastaban los conejos y se comían todos los árboles jóvenes que la
familia le regalaba. La hierba era de lo más mullida y estaba llena de bolitas negras como las de las
cabras.
Dorita,, siempre que íbamos, estaba trabajando:
despachaba en la tienda de ultramarinos, ventilaba sábanas y mantas o ponía una
conferencia dándole a una ruedecilla como las de las máquinas de coser.
Ahora, a los
ochenta y tantos, dice que ya está cansada de la vida, que se le hace muy larga
y pesada, y que todo le aburre. Pero nosotros no queremos verle así, y la pinchamos para que nos cuente cosas y
saque su aguijón a relucir.
Su marido,
Fernando, vive a su vera, preocupado porque no pasea, porque no sale..., como
un perro guardián a la puerta de casa. Su hija, Mari Carmen, los trae y los
lleva: de Benidorm a Torrelavega, de Torrelavega a Ruiloba. Intentando que no
se quiebren...
[Publicado en la revista MH. Noviembre 2003]
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