Martes,
10 de mayo de 2016
Hoy decido ir al final de
trayecto del autobús que el otro día cogí hasta Villacarriedo: Selaya.
18º C a las 8.18 h. El
primer autobús del día sale a las 8.30 h.
Tres paisanos esperan con
sus bolsas frente a la dársena 12 a Selaya por Sarón. Uno lleva plantitas de
huerta, con su cepellón, en una caja. Se les suma una joven que conozco del día
que estuve en Villacarriedo (no pasaremos de 12 pasajer@s en el momento de más pasaje). El billete me cuesta 2´70 euros (ida) con la tarjeta transporte.
Hay atasco en la glorieta de
Valdecilla Sur. “Algo ha pasado…Está la policía…”. Han impactado un coche y una
moto y la moto está tirada en el pavimento, pero todos parecen estar bien y de
pie.
Más tarde, nos detiene un
camión que no acaba de entrar en Frigoríficos Ortiz. En Maliaño, como en el autobús
voy más alta, me doy cuenta de que la casa de “los dorados”, que fotografié el
otro día, tiene dos estatuas egipcias a la puerta de entrada, también doradas…
En el autobús hace calor (no
llevamos puesto el aire acondicionado). “Agustín, ¿qué pasa con las
cortinas:..? No hay…”- le dicen al conductor.
Pasamos ante los “faros en
tierra”, que me encantan, y dejamos atrás también el puente de piedra de Solía.
En Villaescusa han hecho rotondas “a esgalla”.
El conductor es un chico
joven que conduce rápido y frena brusco (yo soy de conducción más sostenida y
sosegada…). En la carretera advierten de que este es un tramo con ciclistas y
hay que respetar la distancia de 1´5 m al adelantarlos.
El eslavo sentado a mi lado
se apea en Sarón: lleva un ordenador y una bolsa grande de viaje. El señor de
las plantas se baja en Santa María de Cayón. La chica joven, por lo que
comentan, trabaja en la hípica antes de llegar a Villacarriedo.
Las praderías lucen
magníficas a la luz mortecina de las nubes de sur. ¡Qué diferencia el día de
hoy de cuando vine a principios de marzo!: 6º C
a las cuatro y media de la tarde y un frío que pelaba…
A las 9.38 h continúan los
18 grados de Santander. Nada más apearme, veo una pintada contra el fracking.
Aquí, en Cantabria, nadie lo quiere. Lo igualan al cáncer…
Como siempre, voy hasta el
final del pueblo por el extremo más
lejano. Huele a leña frente al palacio
de Donadío. Han vuelto a florecer las camelias – enloquecidas con este tiempo-
con el viento sur. La temperatura es suave y agradable.
Llego hasta el río Pisueña y
la desviación a San Roque de Riomiera, a 18 kilómetros (Villacarriedo está solo
a kilómetro y medio), y me vuelvo.
En Casa El Macho (sobaos y
quesadas), compro la quesada más pequeña (de 600 gramos, envasada al vacío) para
que me quepa en la mochila y no me pese mucho, y un sobao (todo por 7´20
euros).
Tras tomar un delicioso café
(1´10 euros), con galletita, cortesía de la casa, en el bar El Macho, cojo el
camino que rodea el palacio de Donadío hasta el barrio El Riviro. Frente al
palacio, por el lateral, un horror arquitectónico…
Selaya, a mi parecer, ha
crecido un poco desordenado: junto a casas de dos alturas, en hilera, otras que
las sobrepasan y acogotan. ¡La escala, la escala- que decía aquel…
De vez en cuando, algunas
portaladas y escudos me dejan sin aliento.
A las diez y media empieza a
apretar el calor, así que me dejo llevar por los caminos…, pero por los de
sombra (Cada vez llevo peor el calor. Siempre digo que -si llego- me voy a
jubilar en Suecia…).
El centro cultural Casona
del Patriarca, de 2006, donde también está la biblioteca municipal Ricardo
León, es un lugar “regio”. Según el panel informativo, la casona perteneció –
en el siglo XVII- a José Arce Rebollar, “Patriarca de las Indias”, de ahí su nombre.
Voy a la sombra de las
tapias que, al menos, tienen dos metros de altura. Cada vez que veo (en el
palacio de Miera), y huelo, glicinias, me recuerdan a las de la escuela de
Solvay, que se entrelazaban entre los barrotes de la verja de cierre.
Muy cerca,
el restaurante-albergue Valvanuz ofrece un menú por 9´90 euros.
La brisa se ha transformado
en viento, pero yo casi lo agradezco. Poco a poco se van acumulando nubes en el
horizonte: llevan la tripa un poco negra, de lluvia. El aire empieza a notarse
más frío y húmedo. “Igual, a la tarde…”- me dice un paisano.
Como me queda un poco de
tiempo hasta la llegada del autobús a las 11.45 h, decido ir a Villacarriedo
andando. (Si hubiera dispuesto de algo más, me hubiera acercado al Santuario de
Valvanuz, a 2´5 km, y al Museo de Amas de Cría Pasiegas...).
En la desviación a Tezanos,
dejo el cartel de “Quesería artesana La jarradilla”. Luego, en el kilómetro 26,
me sorprende una casa hipermoderna en acero corten y, sobre un asubiadero
(dedicado a “Nuestra Señora de Valvanuz”) una calavera como la los barcos
piratas. Frente a éste, ya en la linde Villacarriedo/Selaya, una ristra de
casas a medio construir, producto de la crisis.
En la parada del autobús
charlo con un paisano sobre los alimentos de antes y de ahora, las
calefacciones y las ropas.
Me he ahorrado 5 céntimos en
el billete, gracias al kilómetro que he desandado (2´65 euros). A las 12.50 h
se nubla definitivamente. En los campos, siegan
y recogen la primera hierba de la primavera ???
El autobús lleva ahora el
aire acondicionado (que odio porque, en el pasado, me ha dejado sorda y
afónica). Me pongo el forro polar por encima y me ato con un nudo en la cabeza el pañuelo
multiusos para taparme las orejas.
Las nubes vienen corriendo
hacia Santander como los 4 jinetes del Apocalipsis…
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