jueves, 12 de mayo de 2016

DIARIO DE UNA VIAJERA EN AUTOBÚS (11). SELAYA

Martes, 10 de mayo de 2016

Hoy decido ir al final de trayecto del autobús que el otro día cogí hasta Villacarriedo: Selaya.

18º C a las 8.18 h. El primer autobús del día sale a las 8.30 h.

Tres paisanos esperan con sus bolsas frente a la dársena 12 a Selaya por Sarón. Uno lleva plantitas de huerta, con su cepellón, en una caja. Se les suma una joven que conozco del día que estuve en Villacarriedo (no pasaremos de 12 pasajer@s en el momento de más pasaje). El billete me cuesta 2´70 euros (ida) con la tarjeta transporte.

Hay atasco en la glorieta de Valdecilla Sur. “Algo ha pasado…Está la policía…”. Han impactado un coche y una moto y la moto está tirada en el pavimento, pero todos parecen estar bien y de pie.

Más tarde, nos detiene un camión que no acaba de entrar en Frigoríficos Ortiz. En Maliaño, como en el autobús voy más alta, me doy cuenta de que la casa de “los dorados”, que fotografié el otro día, tiene dos estatuas egipcias a la puerta de entrada, también doradas…

En el autobús hace calor (no llevamos puesto el aire acondicionado). “Agustín, ¿qué pasa con las cortinas:..? No hay…”- le dicen al conductor.

Pasamos ante los “faros en tierra”, que me encantan, y dejamos atrás también el puente de piedra de Solía. En Villaescusa han hecho rotondas “a esgalla”.

El conductor es un chico joven que conduce rápido y frena brusco (yo soy de conducción más sostenida y sosegada…). En la carretera advierten de que este es un tramo con ciclistas y hay que respetar la distancia de 1´5 m al adelantarlos.

El eslavo sentado a mi lado se apea en Sarón: lleva un ordenador y una bolsa grande de viaje. El señor de las plantas se baja en Santa María de Cayón. La chica joven, por lo que comentan, trabaja en la hípica antes de llegar a Villacarriedo.


Las praderías lucen magníficas a la luz mortecina de las nubes de sur. ¡Qué diferencia el día de hoy de cuando vine a principios de marzo!: 6º C  a las cuatro y media de la tarde y un frío que pelaba…

A las 9.38 h continúan los 18 grados de Santander. Nada más apearme, veo una pintada contra el fracking. Aquí, en Cantabria, nadie lo quiere. Lo igualan al cáncer…


Como siempre, voy hasta el final del pueblo  por el extremo más lejano. Huele  a leña frente al palacio de Donadío. Han vuelto a florecer las camelias – enloquecidas con este tiempo- con el viento sur. La temperatura es suave y agradable.


Llego hasta el río Pisueña y la desviación a San Roque de Riomiera, a 18 kilómetros (Villacarriedo está solo a kilómetro y medio), y me vuelvo.

En Casa El Macho (sobaos y quesadas), compro la quesada más pequeña (de 600 gramos, envasada al vacío) para que me quepa en la mochila y no me pese mucho, y un sobao (todo por 7´20 euros).

Tras tomar un delicioso café (1´10 euros), con galletita, cortesía de la casa, en el bar El Macho, cojo el camino que rodea el palacio de Donadío hasta el barrio El Riviro. Frente al palacio, por el lateral, un horror arquitectónico…

Selaya, a mi parecer, ha crecido un poco desordenado: junto a casas de dos alturas, en hilera, otras que las sobrepasan y acogotan. ¡La escala, la escala- que decía aquel…


De vez en cuando, algunas portaladas y escudos me dejan sin aliento.

A las diez y media empieza a apretar el calor, así que me dejo llevar por los caminos…, pero por los de sombra (Cada vez llevo peor el calor. Siempre digo que -si llego- me voy a jubilar en Suecia…).

El centro cultural Casona del Patriarca, de 2006, donde también está la biblioteca municipal Ricardo León, es un lugar “regio”. Según el panel informativo, la casona perteneció – en el siglo XVII- a José Arce Rebollar, “Patriarca de las Indias”, de ahí su nombre.


Voy a la sombra de las tapias que, al menos, tienen dos metros de altura. Cada vez que veo (en el palacio de Miera), y huelo, glicinias, me recuerdan a las de la escuela de Solvay, que se entrelazaban entre los barrotes de la verja de cierre. 


Muy cerca, el restaurante-albergue Valvanuz ofrece un menú por 9´90 euros.

La brisa se ha transformado en viento, pero yo casi lo agradezco. Poco a poco se van acumulando nubes en el horizonte: llevan la tripa un poco negra, de lluvia. El aire empieza a notarse más frío y húmedo. “Igual, a la tarde…”- me dice un paisano.

Como me queda un poco de tiempo hasta la llegada del autobús a las 11.45 h, decido ir a Villacarriedo andando. (Si hubiera dispuesto de algo más, me hubiera acercado al Santuario de Valvanuz, a 2´5 km, y al Museo de Amas de Cría Pasiegas...).

En la desviación a Tezanos, dejo el cartel de “Quesería artesana La jarradilla”. Luego, en el kilómetro 26, me sorprende una casa hipermoderna en acero corten y, sobre un asubiadero (dedicado a “Nuestra Señora de Valvanuz”) una calavera como la los barcos piratas. Frente a éste, ya en la linde Villacarriedo/Selaya, una ristra de casas a medio construir, producto de la crisis.


En la parada del autobús charlo con un paisano sobre los alimentos de antes y de ahora, las calefacciones y las ropas.

Me he ahorrado 5 céntimos en el billete, gracias al kilómetro que he desandado (2´65 euros). A las 12.50 h se nubla definitivamente. En los campos, siegan  y recogen la primera hierba de la primavera ???

El autobús lleva ahora el aire acondicionado (que odio porque, en el pasado, me ha dejado sorda y afónica). Me pongo el forro polar por encima y me ato con un nudo en la cabeza el pañuelo multiusos para taparme las orejas.

Las nubes vienen corriendo hacia Santander como los 4 jinetes del Apocalipsis…



No hay comentarios:

Publicar un comentario