viernes, 2 de agosto de 2024

VIAJE A AGUILAR Y HERRERA. El Canal de Castilla (2). Esclusas 2 y 3; 4, 5 y 6

Lunes, 22 de julio de 2024

A las 7.45 h estoy en Reinosa. Hay niebla densa y 10 grados. Aparco para atrás por primera vez (desde la autoescuela, allá por los años 1980s).

Tras hacer mi segundo desayuno, con dos pastelitos incluidos, prosigo hasta Aguilar. Aparco cerca del hotel y voy, lo primero, a ver mi huerta en el paseo del Monasterio. Me asombra la cantidad de ¿qué…?, de girasoles que  la rodean: una inmensidad. Eusebio no está: a ver si lo veo luego.

Yo es que, en Aguilar, revivo: entre ver esa horizontalidad de 180 grados y la luz, tan potente (es como enchufarme a la Red Eléctrica), vuelvo renovada.

Asisto a la presentación del XVI Taller didáctico, en el patio del claustro del monasterio (y saludo a mis antiguos compañeros de los últimos diez años: Sita, Carlos…). A la vuelta al centro, Eusebio está cortando cuerda para atar los tomates: le han puesto un marcapasos y ahora ayuda al que se ha quedado con la huerta. Me dice que los corzos se comen las lechugas. “Solo las lechugas”… Nos hacemos un selfi de recuerdo.

Luego, voy a la charcutería de Fernando, que ya no es de Fernando porque se jubiló. Pero tampoco está Agustín, el joven que retomó el negocio el año pasado. “Soy Paco” -me dice el nuevo. Sigue llevando el género con maestría y, Fernando, lo “tutoriza”. Compro un cuarto de cerezas, gordas, dulces y trisconas y dos peras para el día. “Ya vendré a la vuelta a llevar un kilo para casa” -le digo. También cojo ya el quilo de queso curado y envasado que gusta a mi padre: uno de leche cruda de oveja churra (queso artesano de oveja Villa de la Nava), de Fuentes de Nava.

Después, saco del coche las cosas de la piscina y, como ya no tengo fascitis, recorro andando el kilómetro hasta las instalaciones deportivas. Hace una solana… En el campo hay amapolas, cardos, viborera, gordolobos, acianos, malvas… Creo que tocan a muerto en Las Clarisas (no, que es en la parroquia de San Miguel).

El socorrista me dice que el agua de la piscina está a 25 grados. “¡Y una M…!”. Mis deditos de las manos me indican que está a menos. Porque no me he tirado de cabeza que, si no, salgo andando sobre las aguas y protagonizo un milagro… Saco una par de avispas/abejas, pataleando, antes de que se ahoguen, empujando el agua hasta el sumidero. Las lavanderas y las mariposas cruzan alegremente sobre la mancha de agua. El cielo está todo azul; los chopos cabecean frente a la roca-águila y el calor seco me reconforta.

Vuelvo por el camino del río (El Camino del Loco). El río está lleno de mariposas que revolotean alrededor de las adelfillas. ¡Es maravilloso no tener fascitis!

A las 13.30 h, tras dejar la maleta en mi habitación, voy a comer el menú (15 euros) al restaurante Cortés: ensalada de garbanzos, ragú de ternera y melón. Todo muy bueno. Después, me recluyo en mi habitación con las persianas bajadas. Hoy dan de máxima 28 grados. Y mañana, martes, un arco desde los 12 hasta los 33 grados… Veo las noticias, las nacionales y las locales, y me aceporro un poco.

Pasadas las 17 h salgo a andar por la sombra y bendigo  a los soportales  (¡qué buena idea!, llueva o haga sol. Deberían ser obligatorios en todas las ciudades). Decido ir al cine (6´50 euros la entrada) a la sesión de las 18 h: este año me toca Del revés 2, esa peli sobre las emociones de una adolescente. Me encanta ir a los cines de pueblo en verano.

Al salir, ya no puedo tomarme un triángulo de pizza de champiñones en mi pizzería favorita: se traspasa… Me como una pera y el cuarto de cerezas, de cena.

Martes, 23 de julio

Hoy, como todos los martes, es día de mercado en Aguilar. El 37, mi cafetería favorita va a abrir, porque tiene el pan colgado a la puerta (el día anterior estaba cerrado y temí que fuera para siempre…). Abren a las 8.30 h.

Voy a hacer tiempo paseando por los alrededores. El centro de salud, en obras el año pasado, aún no está en marcha. Y descubro un nuevo hotel (al menos, para mí), el Marqués de Aguilar, de 3 estrellas. Además del cercano a la plaza, un “Hotel con historia”…

Tras tomarme un chocolate “al tiramisú” y medio sándwich vegetal (y llevarme para el camino una pulguita de jamón) en El 37, cojo el coche en dirección a Alar de Rey, para retomar en la primera esclusa (el barrio de San Vicente) mi siguiente etapa del Canal de Castilla (hasta la esclusa 2, San Quirce).

He cogido la N-611 desde Aguilar a Alar (en vez de la autovía). Es una experiencia, y la carretera es buena.

Hacia la segunda esclusa, San Quirce de Río Pisuerga

A las 10 h, tras hablar con una pareja que ya viene de vuelta, inicio en el barrio de San Vicente mi jornada del Canal este año.

La cuneta está plagada de achicoria silvestre. Es una pista de tierra entre chopos. Más cerca del agua, adelfillas y salicaria. Se ven huellas de bicicleta en el polvo (muchos ciclistas hacen el Canal -me ha informado la pareja de mañaneros).

Huele cálido y dulce: no me extraña que me acompañen un montón de mariposas. Solo se oye el aire entre las hojas y algunos piares de pajarines.

Aspersores riegan los campos de girasoles. Me topo con una conducción de agua (toma de acequia) del canal a los campos de trigo y girasoles.

A las 10.30 h estoy en la segunda esclusa (solo es un kilómetro y medio): es demasiado pronto para volver. Voy a ir un poco más allá. Este segundo tramo, la senda tiene más badenes y se ven marcas de tractor, que han producido hundimientos. Veo maíz en regadío.

Y la tercera esclusa, sin puente

Junto a la tercera esclusa (sin puente, a 800 metros) hay otro desvío de canalización. Como decía la pareja, no hay puente, pero se puede cruzar al otro lado por la presa/esclusa.

Son casi las 11 h y en los sitios donde hay solana…, ¡hay solana! Así que aquí me vuelvo por el otro sentido, tras descansar 5 minutos en un banco de madera junto a la caseta derruida del técnico (la vivienda del encargado del mantenimiento y manejo de las compuertas. De una sola planta -leo en mi guía- con un claro predominio del ladrillo, se dividía en tres partes: vivienda, patio, y cuadras y almacén).

Nada más salir por la otra margen, ¿una canalización, un aliviadero…? Parece que hay más sombra, o quizá sea la hora.

Pasa un señor en bici de ruedas gruesas y no contesta a mi saludo. ¡Peor para él…!

La naturaleza sana, claro que sí. Y disfrutar de 3 días para desconectar, para mí, es suficiente.

A las 11.30 h estoy de nuevo en la esclusa 2. Es un salto de agua rugiente.

Sobre las 12, en el caserío de San Vicente. Estoy cansada y acalorada. Mañana, más…

Hoy voy a la piscina municipal de Herrera (3 euros). Han dejado una calle para quienes quieren nadar (una buena idea). Así, en el resto, pueden jugar, hacer bombas, disparar con pistolas de agua…

En el restaurante de mi hostal, como de menú (15 euros): ensalada campera, bonito con tomate y melón. Está todo rico.

Luego, voy a descansar a la habitación, que da al río, con la persiana bajada, hasta que baje un poco el calor.

Salgo después de las 17 h y dejo el coche cerca de la piscina. Recorrer el kilómetro hasta el centro con ese calor, y sin sombras, me es imposible.

En verano muchas tiendas cierran por la tarde en Herrera: no me extraña. Hace un calooorrr… La iglesia (parroquia de Santa Ana) es el sitio más fresco: me meto un rato a descongestionarme y pongo unas velas por los vivos y por los muertos. Luego, recorro las calles en sombra del centro y voy señalándolas en el plano, para no repetirme.

Encuentro un escudazo (que no vi el año pasado) en la esquina de la calle Barquillo con ¿Doctor Abad…? “Manuel Cortés del Valle, natural de esta villa, hizo este escudo, año de 1727”. 

Llego hasta la Puerta Nueva y veo la huerta de Herrera en lontananza. En la plaza, están poniendo los banderines para la fiesta del cangrejo el primer domingo de agosto.

Recorro La calle Estrecha, que me recuerda un libro de Josep Pla. Y, mientras paseo por otra de las calles centrales, oigo un ruido seco: es un vencejo que se ha esmorrao contra una ventana y ha caído al suelo. Al principio, pienso que está muerto, pero lo veo boquear. Y me parece que se ha roto el pico. Lo cojo con mi plano doblado y lo deposito en un alféizar. Luego, pido agua a unas vecinas que están sentadas a la fresca, pero no quieren hacer nada. Así que voy al bar Español y, enseguida, el gerente recorta el culo de una botella de leche y me lo llena de agua. Parece que el pájaro resucita: le echo unas gotas por la cabeza y consigo que beba algo. Luego llamo a un amigo pajarero y me aconseja que lo coja por las patas y le permita aletear hasta estar fuerte y que luego lo suelte desde un sitio alto (pero no demasiado). Como no veo donde subirme, elevo los brazos por encima de mi cabeza y lo suelto: parece que va a caer de nuevo al suelo, pero remonta y sale volando. ¡Hemos salvado a un vencejo!…


 Miércoles, 24 de julio

Los pajarillos empiezan a piar, tímidamente, a las 6.30 h. Ha sido una noche de calor. Y la lámpara central tenía una bombilla que parecía quedarse encendida, como si fuera una luz de emergencia. Además, al estar cerca del río, no me atrevía a abrir la ventana por si entraban mosquitos…

Tras desayunar a las 7 h, voy al Centro de Interpretación del Canal de Castilla, de donde sale el barco Marqués de la Ensenada (ya hice la excursión el año pasado), para hacer el camino al revés desde la esclusa 6 a la cuarta.

Como plan B, hacer un tramo del Camino Lebaniego desde Herrera a Santo Toribio (126´1 km. 36 h 2´ -dice un poste. Me encanta la precisión…). Pero no hay caso. Enseguida encuentro el cartel que me señala la dirección hacia Alar del Rey y, un poco antes de las 8 h, cruzo el puente colgante hacia las esclusas que me faltan, no sin antes cortar las primeras bardas. ¡Qué labor…!

Al otro lado de la pasarela, una señal del Camino Lebaniego indica “Alar 9´5 km. 2´23 h”. Supongo que la senda será común…

¡Qué frescura a estas horas entre las sombras y la humedad del canal!... La cuneta está plagada de gordolobos, agrimonia y hierba del peregrino.

Veo un coche en mitad de la senda. Tiene que haber llegado por ella… Me cruzo con dos andarines y veo a un señor con un caldero blanco por la orilla. ¿Pescando gamusinos…?

A las 8.10 h estoy en la esclusa 6, que juraría que es a la que llegamos el año pasado en barco. Recuerdo que no pudimos ascender a la quinta porque estaba estropeado el mecanismo y ahí nos dimos la vuelta.

Un poste muy borroso me indica que cambie de lado y otro poste del Camino Lebaniego me confirma que he de ir por esta margen. Nada más pasarlo, una canalización lleva las aguas a los campos.

A la derecha, un pequeño ¿pantalán?... ¿Será para bañarse…? Yo, ni loca… Los ríos y pantanos me dan un yuyu, con sus aguas turbias y sus fondos limosos…

Me cruzo con un señor con perro  que va a Ventosa desde Alar. “Con cuatro patas se anda bien, ¡¿eh?!” -dice, aludiendo a mis dos bastones. Me confirma que el edificio que veo a lo lejos es ya la esclusa quinta.

A las 8.40 h estoy en la 5ª esclusa. Podían convertir en albergues las casas de los escluseros rehabilitadas…

Aunque no hay puente, como en la tercera, puede pasarse al otro lado por la esclusa. Lo podo de ramas de saúco. He visto a un señor caminar por el otro lado, pero ver un coche venir por mi lado, y otros 2 caminantes, me convencen para seguir del lado en que estoy.

Me doy hasta las 10 h de plazo, llegue hasta donde llegue. Así tengo otras dos horas para volver e ir a la piscina como ayer, antes de comer.

Sobre las 9 h paso bajo el puente que va a Herrera (en la C-627 -dice el folleto). Desde el puente, Herrera de Pisuerga está a 1´5 kilómetros. Muchos caminantes salen por la desviación hacia la carretera. Esta ya es zona de solana, así que saco mi gorro peregrino de ala ancha.

Libero de zarzas otro poste con el símbolo lebaniego y, a las 9.20 h, estoy en la casa rural de la esclusa cuarta, llamada precisamente así: La Cuarta y El Canal. Tiene entre 4 y 14 plazas y es un molino-vivienda.

A Alar quedan 6´5 kilómetros. Veo que, hasta aquí, puede llegarse en coche. Me quedan 1´6 kilómetros hasta la esclusa 3, pero tendrá que ser ya el año que viene…

A las 9.45 h estoy volviendo por el otro lado del cauce. El bocadillo  de jamón con tomate que me han preparado esta mañana me sabe a gloria con unos sorbitos de agua.

En este lado, el puente de piedra a Aguilar se cruza por arriba. He visto ya dos ratones toperos, que corrieron a esconderse entre la hierba. Esta margen está más sombreada y se anda más fresquito.

A las 10.15 h, de nuevo en la esclusa 5. Me quedan unos 2 kilómetros hasta donde inicié el camino esta mañana.

Me cruzo con el señor que iba a Ventosa cerca de la esclusa 6. Ha salido de Alar a las 7 de la mañana (ida y vuelta, 30 kilómetros). Dice que anda 6 kilómetros a la hora. Así se conserva él…

El coche del señor del cubo ahí sigue a las 10.30 h. ¿Serán cangrejos lo que coja…?

¡Dios mío! Me adelantó una señora que iba hablando por el móvil como una cotorra. Y vuelve igual. ¿No se cansará…?

Pronto llego al puente colgante. Ahora, ¡a la piscina!, a relajarme.

Llego antes de las 11.30 h, en que abren, y me siento en el parque cercano a la sombra.

En la piscina, hay padres que son peor que los hijos: gritones, que se creen graciosillos… Bufff. Al salir, me tomo un granizado de limón junto al parque de las aves. No sé si es muy sano con las gripes aviares y demás…

En el restaurante del hostal hay muchos que son comedores cotidianos y los tratan por el nombre: "Carlos, puedes ir a tu mesa"… El bocadillo de jamón, al parecer, me lo hizo “el jefe”. Hoy como ensaladilla rusa, pollo a la pimienta y sandía.

Tras descansar un rato, por la tarde, decido ir a Melgar de Fernamental, a unos 30 kilómetros, para visitar el cementerio donde está enterrado el marido de mi vecina en Santander: quiero dejarle una flor de tela en memoria. La puerta está abierta, menos mal, aunque cuesta moverla porque está un poco caída. ¿Y cómo lo voy a encontrar…? Voy por los caminos más amplios mirando a derecha e izquierda hasta que sí, encuentro la lápida familiar.

Al regresar y tras perderme un poco, veo el pueblo de Hijosa de Boedo. Y paro a echar un ojo. Hijosa es el segundo apellido de mi padre. Destaca la iglesia que, en un primer momento, parece un mazacote pero, al ir rodeándola, el pórtico y el ábside llaman la atención.

En Herrera, me acerco a la farmacia. Algo me ha picado por la mañana en el canal, aunque no noté nada que me picara. Pero me he rascado y tengo el antebrazo inflamado. Cuando el farmacéutico lo ve, me manda a urgencias al centro de salud. “Pero, ¿no podía darme una pomadita?…”. “Están picando muchas abejas y avispas…”.  El médico, después de decirme si estoy huyendo de las fiestas de Santander, me da la receta de una pomada con antibiótico y corticoides. Algo era ello: sin receta, no hay pomada antibiótica…

Acabo el día tomándome un trozo de bizcocho y un mosto en el bar del hostal. Es demasiado pronto para que preparen nada y yo estoy fundida…

Jueves, 25 de julio. Santiago

Día de vuelta. ¡Qué pena! Han sido 3 días de desconexión total. Paro en un entrante para sacar una foto de las nubes que me esperan en Cantabria…

SABER MÁS

https://ficcionesdeloreal.blogspot.com/2023/09/el-canal-de-castilla-paso-de-caracol.html. El Canal de Castilla (1), a paso de caracol. Hasta la primera esclusa.

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