domingo, 7 de abril de 2024

SENDA COSTERA PONTEJOS-PEDREÑA. Día 2. Desde ELECHAS

 

Cojo el bus de las 9 h en la dársena 8. El de las 7.15 h, aunque ya estuviera levantada, me parecía demasiado…

El conductor me dice que, en Elechas, hay varias paradas y que la mía, antes de la subida al centro del pueblo, es la primera. Hace un día estupendo, aunque hay nubes.

En el café-bar D´paso, en la estación, he desayunado por segunda vez (un cortado y una pulguita de lechuga y atún, junto a un kínder bueno para el camino, 4´80 euros). El billete ida a Elechas, en el bus, cuesta 1´95 euros.

Ya han empezado en los prados las siegas de primavera (la primera siega del año).

Como ya me lo conozco, a las 9.30 h cojo por el barrio El Espino hasta el centro de Elechas, para llegar al punto donde lo dejé en febrero.

https://ficcionesdeloreal.blogspot.com/2024/02/a-la-marisma-de-engoa-o-pedrosa-en.html. La marisma de Engoa y el camino costero desde Pontejos hasta Elechas.

Un cuervo y una garcilla salen volando de un campo en el barrio El Escajal. Dejo atrás el barrio La torre (¿por la torre de la iglesia…?) y El Cueto. Va a ser un día de calor porque ya pega el sol…

En la bajada hacia la costa, paso el barrio Cardiro y el barrio Hontañón.

Antes de empezar la jornada de hoy, me anudo el pañuelo en lo alto de la cabeza. Solo se oyen piares y ladridos, el tráfico -de fondo- y, en una nave agrícola, el trasteo con los aperos. De momento, el sol me da en la espalda.

A pocos pasos del cementerio, el camino se desvía a la derecha. No hay otra opción: de frente, está cerrado por una puerta y una valla metálica. En unos postes, las marcas blanca y roja de los senderos de largo recorrido (de hecho, el tramo Elechas-Pedreña es el GRL26). Hay un pequeño lavadero  con las lajas despegadas.

Mosquitos, o moscas, muy pequeñitos, me siguen mientras asciendo; ahora, de cara al sol. Son las 10 h. Bufff. Yo pensaba que sería más bordear la costa, en llano… Me siento a descansar en un banco muy a propósito a ver “las vistas”… En la papelera, un brik de vino y una botella de verdejo. Un ternero me mira con curiosidad mientras su madre rumia, indiferente, dándome la espalda.

Arriba de todo estoy en el barrio La maza. La indicación, hacia la izquierda, me manda por una carreterita. En el barrio El urro, un casoplón, o dos, o tres…, sin terminar y vandalizados.

Hay casas muy raras: una parece tener un rocódromo en una de las paredes. Otras, parecen cerradas, con las persianas bajadas. En el tejado de una han crecido helechos y ombligos de Venus.

Son las 10.30 h y me parece que casi estoy donde empecé. ¡Mira qué listos…! Dos indicaciones al mismo sitio. ¿Y qué camino cojo…? Tomo la que me parece más senda, de frente, en vez de la carretera de asfalto. Creo que son paralelos… Dos docenas de garcillas picotean en el prado entre ambas.

Subo el camino de guijo en paralelo a los tubos de Dynasol y las garcillas salen volando, como unas manchas blancas y grises. Desde arriba, veo… ¡el mundo!... Y es redondo.  Desde Peña Cabarga, a mi izquierda (y el monte Vizmaya, pintado por Galdós, aún más a la izquierda) hasta la isla de Mouro y Pedreña, a mi derecha.

He visto como tres o cuatro granjas de vacas en el transcurso. ¡Ya pueden dar buena leche con las vistas que tienen, o buena carne, con la tranquilidad zen…!

Abajo hay una islita diminuta con una construcción a medias. Es la isla de los conejos, la casa era la del guarda de los viveros (de almejas).

Bajo por un empedrado de cemento, imitando lajas. “Luego, a la derecha y llegas a Pedreña…”. El camino está bordeado de lechetrezna y ranúnculos.

“Ahora la tierra está apelmazada y ya no se saca nada…”- se une a mí un paisano de la zona. “Desde que lo dejaron para los mariscadores,  ahora solo hay muergos… Mi hermana, hace cuarenta años, salía con un saco de 20 kilos de almejas en la cabeza. Entonces había dos mil o tres mil personas aquí trabajando”.

Son las 11 h y aún me queda un trecho, pero no sé cuánto… Pregunto a un chico con un perro: “Pues no sabría decirte… ¿tres kilómetros…?”.

La marea está muy baja y se ve gente mariscando en la lejanía. La verdad, no sé por qué han tenido que “cementar“ el monte. En Inglaterra las sendas costeras son naturales

Llego a un puentito de madera con un poco de sombra. ¡Qué solana…! Y aún no son las 11.30 h…

Los aros están a punto de florecer. Acabo de llegar al golf de Pedreña (luego una amiga me aclara que es el municipal de La Junquera): espero que no me dé una bola… El camino de lajas de cemento lo bordea, separado de la gente por un seto de pitosporo. A la sombra hay una brisa marina muy agradable (después del calorazo anterior).

La marea está muy baja: espero que salga el barco de Pedreña a Santander. Me voy sentando en cada círculo de piedras (¿descansadero?). Me duelen las plantas de los pies y estoy cansada. Tengo ganas de llegar al embarcadero.

Al final del golf, una señal indica: Pontejos 7´2 km. 1 h 55 ´. ¡Ja! La pista, ahora de arrocillo, a la derecha, lleva a los dos edificios irregulares del fondo: Pedreña.

Con la marea baja, se ve bastante basura: cascotes, trozos de ladrillo, plásticos… Parte del seto de laurel está quemado. Junto a la iglesia, una máquina “trepanadora” me está volviendo loca. Son las 12 h.

Llego a un aparcamiento, cerca de los –para mí- horribles edificios. El camino acaba aquí y tengo que tirar a la derecha en el número 96. Al doblar el recodo, de frente tengo a la iglesia. Pero yo tengo que ir hacia la izquierda en algún momento… Me arriesgo con un camino herbáceo (¿una servidumbre de paso…?), pero se cierra y he de volver atrás.  Podían poner “camino cortado”, o algo… Vuelvo a la carretera de alquitrán hasta ver una señal que indica senda costera a la izquierda. ¡Menos mal!...

Hay un cable de la luz caído en mitad de la calle: espero que no dé calambre… Estoy en el barrio El rostro. No llego nunca…

De repente, veo el barco: no sé si llega o se va. No puedo correr, así que alargo la zancada. Solo veo su parte superior, pero es mi guía. Ni veo la caseta de sacar los billetes ni nada. En el barco, la chica me pregunta: ¿su billete…? Me ve tan agotada que me dice: “No importa. Lo saca en Santander al bajarse”. Se lo agradezco. Efectivamente, no hay calado para llegar a Somo. Tengo que esperar casi media hora, hasta las 12.55 h, pero me siento al sol, dentro, y me como unos bizcochos. ¡Qué paz…!



 

 

 

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