Cojo el bus de las 9 h en la
dársena 8. El de las 7.15 h, aunque ya estuviera levantada, me parecía
demasiado…
El conductor me dice que, en
Elechas, hay varias paradas y que la mía, antes de la subida al centro del
pueblo, es la primera. Hace un día estupendo, aunque hay nubes.
En el café-bar D´paso, en la
estación, he desayunado por segunda vez (un cortado y una pulguita de lechuga y
atún, junto a un kínder bueno para el camino, 4´80 euros). El billete ida a
Elechas, en el bus, cuesta 1´95 euros.
Ya han empezado en los
prados las siegas de primavera (la primera siega del año).
Como ya me lo conozco, a las
9.30 h cojo por el barrio El Espino hasta el centro de Elechas, para llegar al
punto donde lo dejé en febrero.
https://ficcionesdeloreal.blogspot.com/2024/02/a-la-marisma-de-engoa-o-pedrosa-en.html. La marisma de Engoa y el camino costero desde Pontejos hasta Elechas.
Un cuervo y una garcilla
salen volando de un campo en el barrio El Escajal. Dejo atrás el barrio La
torre (¿por la torre de la iglesia…?) y El Cueto. Va a ser un día de calor
porque ya pega el sol…
En la bajada hacia la costa,
paso el barrio Cardiro y el barrio Hontañón.
Antes de empezar la jornada
de hoy, me anudo el pañuelo en lo alto de la cabeza. Solo se oyen piares y
ladridos, el tráfico -de fondo- y, en una nave agrícola, el trasteo con los
aperos. De momento, el sol me da en la espalda.
A pocos pasos del
cementerio, el camino se desvía a la derecha. No hay otra opción: de frente,
está cerrado por una puerta y una valla metálica. En unos postes, las marcas blanca y roja de los senderos de
largo recorrido (de hecho, el tramo Elechas-Pedreña es el GRL26). Hay un
pequeño lavadero con las lajas
despegadas.
Mosquitos, o moscas, muy
pequeñitos, me siguen mientras asciendo; ahora, de cara al sol. Son las 10 h.
Bufff. Yo pensaba que sería más bordear la costa, en llano… Me siento a
descansar en un banco muy a propósito a ver “las vistas”… En la papelera, un
brik de vino y una botella de verdejo. Un ternero me mira con curiosidad
mientras su madre rumia, indiferente, dándome la espalda.
Arriba de todo estoy en el
barrio La maza. La indicación, hacia la izquierda, me manda por una
carreterita. En el barrio El urro, un casoplón, o dos, o tres…, sin terminar y
vandalizados.
Hay casas muy raras: una
parece tener un rocódromo en una de las paredes. Otras, parecen cerradas, con
las persianas bajadas. En el tejado de una han crecido helechos y ombligos de
Venus.
Son las 10.30 h y me parece
que casi estoy donde empecé. ¡Mira qué listos…! Dos indicaciones al mismo
sitio. ¿Y qué camino cojo…? Tomo la que me parece más senda, de frente, en vez
de la carretera de asfalto. Creo que son paralelos… Dos docenas de garcillas
picotean en el prado entre ambas.
Subo el camino de guijo en
paralelo a los tubos de Dynasol y las garcillas salen volando, como unas
manchas blancas y grises. Desde arriba, veo… ¡el mundo!... Y es redondo. Desde Peña Cabarga, a mi izquierda (y el
monte Vizmaya, pintado por Galdós, aún más a la izquierda) hasta la isla de Mouro
y Pedreña, a mi derecha.
He visto como tres o cuatro
granjas de vacas en el transcurso. ¡Ya pueden dar buena leche con las vistas
que tienen, o buena carne, con la tranquilidad zen…!
Abajo hay una islita
diminuta con una construcción a medias. Es la isla de los conejos, la casa era
la del guarda de los viveros (de almejas).
Bajo por un empedrado de
cemento, imitando lajas. “Luego, a la derecha y llegas a Pedreña…”. El camino
está bordeado de lechetrezna y ranúnculos.
“Ahora la tierra está
apelmazada y ya no se saca nada…”- se une a mí un paisano de la zona. “Desde
que lo dejaron para los mariscadores, ahora
solo hay muergos… Mi hermana, hace cuarenta años, salía con un saco de 20 kilos
de almejas en la cabeza. Entonces había dos mil o tres mil personas aquí
trabajando”.
Son las 11 h y aún me queda
un trecho, pero no sé cuánto… Pregunto a un chico con un perro: “Pues no sabría
decirte… ¿tres kilómetros…?”.
La marea está muy baja y se
ve gente mariscando en la lejanía. La verdad, no sé por qué han tenido que “cementar“
el monte. En Inglaterra las sendas costeras son naturales…
Llego a un puentito de
madera con un poco de sombra. ¡Qué solana…! Y aún no son las 11.30 h…
Los aros están a punto de
florecer. Acabo de llegar al golf de Pedreña (luego una amiga me aclara que es
el municipal de La Junquera): espero que no me dé una bola… El camino de lajas
de cemento lo bordea, separado de la gente por un seto de pitosporo. A la
sombra hay una brisa marina muy agradable (después del calorazo anterior).
La marea está muy baja:
espero que salga el barco de Pedreña a Santander. Me voy sentando en cada círculo
de piedras (¿descansadero?). Me duelen las plantas de los pies y estoy cansada.
Tengo ganas de llegar al embarcadero.
Al final del golf, una señal
indica: Pontejos 7´2 km. 1 h 55 ´. ¡Ja! La pista, ahora de arrocillo, a la
derecha, lleva a los dos edificios irregulares del fondo: Pedreña.
Con la marea baja, se ve
bastante basura: cascotes, trozos de ladrillo, plásticos… Parte del seto de
laurel está quemado. Junto a la iglesia, una máquina “trepanadora” me está
volviendo loca. Son las 12 h.
Llego a un aparcamiento,
cerca de los –para mí- horribles edificios. El camino acaba aquí y tengo que
tirar a la derecha en el número 96. Al doblar el recodo, de frente tengo a la
iglesia. Pero yo tengo que ir hacia la izquierda en algún momento… Me arriesgo
con un camino herbáceo (¿una servidumbre de paso…?), pero se cierra y he de
volver atrás. Podían poner “camino
cortado”, o algo… Vuelvo a la carretera de alquitrán hasta ver una señal que
indica senda costera a la izquierda. ¡Menos mal!...
Hay un cable de la luz caído
en mitad de la calle: espero que no dé calambre… Estoy en el barrio El rostro.
No llego nunca…
De repente, veo el barco: no
sé si llega o se va. No puedo correr, así que alargo la zancada. Solo veo su
parte superior, pero es mi guía. Ni veo la caseta de sacar los billetes ni
nada. En el barco, la chica me pregunta: ¿su billete…? Me ve tan agotada que me
dice: “No importa. Lo saca en Santander al bajarse”. Se lo agradezco.
Efectivamente, no hay calado para llegar a Somo. Tengo que esperar casi media
hora, hasta las 12.55 h, pero me siento al sol, dentro, y me como unos
bizcochos. ¡Qué paz…!
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