Jueves, 21 de enero de 2016
Tras
fotografiar un amanecer glorioso, salgo de casa a las 8.40 h.
En
la farmacia leo 10º C y yo, aquí, a cuerpo gentil, fiada del sol. Me pongo los
mitones porque se me van a caer los dedos y también el gorro de lana, que acabo
de cortarme el pelo y me van a salir sabañones en las orejas.
Creo
que he perdido el autobús de menos cuarto y hasta las 9 h no hay otro. Al
menos, los bancos son de madera y no de metal o de fría piedra…
Cojo
el S1 dirección Astillero. El conductor y una parroquiana no se ponen de
acuerdo en cuál es la mejor parada para hacer el circuito de las marismas: si
la del cuartel o la que marca el final de trayecto.
En
el bus, la gente sola por lo general va consultando el móvil. Una chica a mi
lado incluso logra ponerse el rímel sin embadurnarse. En el donuts de Valdecilla
Sur, un poco de retención. Es hora
punta.
Decido
que como recorrí las marismas negras hace años, hoy empezaré por las blancas,
las últimas recuperadas.
¿Para
quiénes diseñarán los asientos de autobús…? Son tan altos que, si apoyo la
espalda atrás, no puedo mantener las suelas horizontales sobre el suelo. Y me
duelen los muslos por detrás que creo que me va a dar un trombo. ¿Usarán ellos
los autobuses…? ¿Y serán bajitos, de 1´60 metros, como yo…?
A
las 9. 30 h bajo en la parada de la sidrería “Viento del Norte”. Cruzo y “para
abajo” [Avenida de Chiclana], como me dice el conductor.
Desde
la terraza de un edificio con ventanas azul marino, al que rodeo, ya distingo
una especie de “templete” central y gente paseando por los taludes.
A
las 9.45 h se oye el “chip-chip” de los pajarillos junto al ruido monótono del
tráfico. Es este un circuito circular con bancos de madera por el que los
habituales corren, andan en bicicleta, pasean al perro y ¡hasta esprintan!
Nada
más empezar, me da la bienvenida una gran extensión de carrizo seco. La
superficie del camino es de guijo (arrocillo). Estamos en marea baja. Esto me
hace pensar que no pueden ser las marismas blancas porque he leído que son más
una laguna. Pregunto a un paseante y me confirma que, efectivamente, son las
marismas negras pero que a las blancas se puede pasar a pesar de que haya obras
en el puente.
En
la cuneta, a pesar del frío, aún resisten las flores de margaritas,
aristoloquias, trébol blanco y rojo. Huele a lodo y a “cosas” en
descomposición. Con los prismáticos, me “acerco” una garcilla; no, una garceta, que tiene el
pico negro y largo.
Decido
recorrer primero el circuito pequeño
[1´6 km] hasta el “cenador” de madera, tirando luego a la derecha para
completar el círculo. En el “kiosko” paro a ponerme el forro ligero que llevo
atado a la cintura porque me estoy helando con la brisa que llega de frente.
También aprovecho para comerme el sándwich de tortilla de queso, a ver si así
entro en calor. ¡Qué bien me vendría un chocolate caliente…!
El
cenador está lleno de pintadas y los dos paneles son “marcos sin cuadro”,
vacíos. A la izquierda, las gaviotas campan a sus anchas por los fangos y los
posaderos artificiales parecen barcos encallados. Los trenes pasan
continuamente, de ida o de vuelta. Las
10 y 20 el sol empieza a calentarme la espalda. Lo agradezco infinito: estaba
al borde de la hipotermia.
Trato
de adivinar qué es una figura despelucada y como contrahecha de color gris en
mitad de la marisma. Busco a qué se parece en mi Guía de pájaros. Me parece
pequeña para ser una garza real, pero igual es que está encogida por el frío,
como yo…
Ando
más rápido que nunca en la vida para calentarme la sangre. En el cartel, veo
que hay un paso a las Marismas Blancas y pregunto al paseante más dubitativo
que podía encontrar: “Puede ir por ahí…”, y cuando voy a tomar el camino…, “pero
también puede ir por aquí”. Y al cambiar de opción: “Pero igual es mejor que vaya
por allí…”. Dios mío, me va a volver loca…
Cerca
de las vías del tren, una bandada de gorriones (declarada Ave del año 2016 por la
SEO) busca comida, todos juntos.
Frente
al Centro Riomar están haciendo un puente para que pasen las bicicletas. Una rampa
baja hacia un pantalán que -discurriendo bajo el puente de hierro del ferrocarril-
da acceso a las marismas blancas. El pantalán se mueve al andar y te deja un cierto
mareo de barco. Cuando el tren pasa sobre el puente de hierro casi me da un infarto.
Las Marismas Blancas son más como una laguna:
no tienen mareas y aquí el agua no sube y baja dejando ver los fangos. La senda
de arrocillo está flanqueada por robles, abedules y sauces. Se ve más nueva, con
los puentes de madera como recién lavados. Distingo fochas, cormoranes y cisnes.
Un
monitor de SEO/Birdlife me señala dónde están las nutrias. Me explica que los porrones
han emigrado, por miedo, a lugares más seguros, pero que aquí las nutrias tienen
mucha comida en forma de mules, anguilas, carpas…
Llego
hasta el cartel de la ampliación de las marismas y distingo -misteriosa- la isla
de Pedrosa, enfrente: el embarcadero, uno de los edificios centrales…
Aquí
lo dejo para el próximo día. Son las 11.30 horas, y me queda volver. A las 12 h,
en la calle Prosperidad, cojo el bus de vuelta tras tomarme un café (e ir al baño)
en el bar “La Robla” (1 euro).
https://www.youtube.com/watch?v=Ka65lKBOB6M. Las Marismas Negras
de Astillero.
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