viernes, 22 de enero de 2016

DIARIO DE UNA VIAJERA EN AUTOBÚS (8). ASTILLERO. Las Marismas Negras

Jueves, 21 de enero de 2016


Tras fotografiar un amanecer glorioso, salgo de casa a las 8.40 h.

En la farmacia leo 10º C y yo, aquí, a cuerpo gentil, fiada del sol. Me pongo los mitones porque se me van a caer los dedos y también el gorro de lana, que acabo de cortarme el pelo y me van a salir sabañones en las orejas.

Creo que he perdido el autobús de menos cuarto y hasta las 9 h no hay otro. Al menos, los bancos son de madera y no de metal o de fría piedra…

Cojo el S1 dirección Astillero. El conductor y una parroquiana no se ponen de acuerdo en cuál es la mejor parada para hacer el circuito de las marismas: si la del cuartel o la que marca el final de trayecto.

En el bus, la gente sola por lo general va consultando el móvil. Una chica a mi lado incluso logra ponerse el rímel sin embadurnarse. En el donuts de Valdecilla Sur,  un poco de retención. Es hora punta.

Decido que como recorrí las marismas negras hace años, hoy empezaré por las blancas, las últimas recuperadas.

¿Para quiénes diseñarán los asientos de autobús…? Son tan altos que, si apoyo la espalda atrás, no puedo mantener las suelas horizontales sobre el suelo. Y me duelen los muslos por detrás que creo que me va a dar un trombo. ¿Usarán ellos los autobuses…? ¿Y serán bajitos, de 1´60 metros, como yo…?

A las 9. 30 h bajo en la parada de la sidrería “Viento del Norte”. Cruzo y “para abajo” [Avenida de Chiclana], como me dice el conductor.


Desde la terraza de un edificio con ventanas azul marino, al que rodeo, ya distingo una especie de “templete” central y gente paseando por los taludes.

A las 9.45 h se oye el “chip-chip” de los pajarillos junto al ruido monótono del tráfico. Es este un circuito circular con bancos de madera por el que los habituales corren, andan en bicicleta, pasean al perro y ¡hasta esprintan!


Nada más empezar, me da la bienvenida una gran extensión de carrizo seco. La superficie del camino es de guijo (arrocillo). Estamos en marea baja. Esto me hace pensar que no pueden ser las marismas blancas porque he leído que son más una laguna. Pregunto a un paseante y me confirma que, efectivamente, son las marismas negras pero que a las blancas se puede pasar a pesar de que haya obras en el puente.

En la cuneta, a pesar del frío, aún resisten las flores de margaritas, aristoloquias, trébol blanco y rojo. Huele a lodo y a “cosas” en descomposición. Con los prismáticos, me “acerco”  una garcilla; no, una garceta, que tiene el pico negro y largo.

Decido recorrer primero  el circuito pequeño [1´6 km] hasta el “cenador” de madera, tirando luego a la derecha para completar el círculo. En el “kiosko” paro a ponerme el forro ligero que llevo atado a la cintura porque me estoy helando con la brisa que llega de frente. También aprovecho para comerme el sándwich de tortilla de queso, a ver si así entro en calor. ¡Qué bien me vendría un chocolate caliente…!

El cenador está lleno de pintadas y los dos paneles son “marcos sin cuadro”, vacíos. A la izquierda, las gaviotas campan a sus anchas por los fangos y los posaderos artificiales parecen barcos encallados. Los trenes pasan continuamente, de ida o de vuelta.  Las 10 y 20 el sol empieza a calentarme la espalda. Lo agradezco infinito: estaba al borde de la hipotermia.

Trato de adivinar qué es una figura despelucada y como contrahecha de color gris en mitad de la marisma. Busco a qué se parece en mi Guía de pájaros. Me parece pequeña para ser una garza real, pero igual es que está encogida por el frío, como yo…

Ando más rápido que nunca en la vida para calentarme la sangre. En el cartel, veo que hay un paso a las Marismas Blancas y pregunto al paseante más dubitativo que podía encontrar: “Puede ir por ahí…”, y cuando voy a tomar el camino…, “pero también puede ir por aquí”. Y al cambiar de opción: “Pero igual es mejor que vaya por allí…”. Dios mío, me va a volver loca…

Cerca de las vías del tren, una bandada de gorriones (declarada Ave del año 2016 por la SEO) busca comida, todos juntos.


Frente al Centro Riomar están haciendo un puente para que pasen las bicicletas. Una rampa baja hacia un pantalán que -discurriendo bajo el puente de hierro del ferrocarril- da acceso a las marismas blancas. El pantalán se mueve al andar y te deja un cierto mareo de barco. Cuando el tren pasa sobre el puente de hierro casi me da un infarto.

Las Marismas Blancas son más como una laguna: no tienen mareas y aquí el agua no sube y baja dejando ver los fangos. La senda de arrocillo está flanqueada por robles, abedules y sauces. Se ve más nueva, con los puentes de madera como recién lavados. Distingo fochas, cormoranes y cisnes.


Un monitor de SEO/Birdlife me señala dónde están las nutrias. Me explica que los porrones han emigrado, por miedo, a lugares más seguros, pero que aquí las nutrias tienen mucha comida en forma de mules, anguilas, carpas…

Llego hasta el cartel de la ampliación de las marismas y distingo -misteriosa- la isla de Pedrosa, enfrente: el embarcadero, uno de los edificios centrales…


Aquí lo dejo para el próximo día. Son las 11.30 horas, y me queda volver. A las 12 h, en la calle Prosperidad, cojo el bus de vuelta tras tomarme un café (e ir al baño) en el bar “La Robla” (1 euro).

https://www.youtube.com/watch?v=Ka65lKBOB6M. Las Marismas Negras de Astillero.

http://www.eldiariomontanes.es/cantabria/201601/19/nutrias-regresan-bahia-20160119071934.html. Nutrias en la Marisma Blanca.


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