sábado, 11 de noviembre de 2017

RELATOS DEL ASILO (1). OBDULIA, LA BEATITUD

No he conocido nunca a nadie más “bondadoso”, que diría su antigua patrona. Su cara irradia tal sosiego que desarma y te da ganas de darle besos a todas horas. Además, huele tan bien...


Yo la conocí de pequeña. Entonces, en las meriendas, nos untaba con mantequilla, a pares, un montón de galletas María Fontaneda. Luego, le perdí la pista durante muchos años para encontrármela aquí, en la Residencia, con 99, y más feliz de vivir que nada- aunque expresado de forma pacífica y no ruidosa como doña Terremoto.

Toda esa tranquilidad, esa beatitud, se le refleja en la cara, y en la sonrisa. Así, cuando le dijeron que le podían operar de cataratas a su edad, dijo: ¡adelante! Y se preparó para ver mejor que en muchos años.

Por las tardes, no perdona su cafetito -acompañado de galletas o un bollo- en la cafetería del asilo. Me lo paga el señor -dice agradecida, y orgullosa, para quien quiera oírlo.

Eso sí: andar, lo que se dice andar, no anda nada. ¿Pues no llevaba allí más de un año y en un paseo la llevé yo a conocer la biblioteca, a tan sólo 50 metros de la sala común…? Por eso, la riñen y la acusan el resto de las residentes: “Ella y Julia no andan nada. Son las que menos andan de la Residencia...”.

Pero Obdulia está orgullosa de otras cosas, como de constar como una de las más viejas en la cartulina del corcho, o de aparecer en las fotos que han hecho para la revista del asilo. “Y el otro día salí en Vegavisión”- me cuenta.

Obdulia, a pesar de su edad, es aún muy coqueta. No se pinta, pero como tiene buen color y es de cara redonda, queda resultona aunque no se haga nada; sin embargo, el otro día, que iba a venir su sobrino para llevarla a Roiz, se fue después de comer a la peluquería a ponerse toda pinturera para la ocasión.

Es consciente de que el cariño hay que merecerlo: ¡Hay que ganárselo!- me dice, con mucha clarividencia. En ella se cumple a la perfección la máxima de que uno recoge en la vida lo que siembra. Obdulia sembró atenciones y ahora le devuelven besos a manta.

La existencia se compone de pequeños placeres: ella disfruta como una chiquilla comiendo gusanitos y patatas fritas. O chupando caramelos que le dejan en los bolsillos. A la tensión y a la diabetes, ¡que les den!

Sin embargo,  en su corazón guarda quién no le ha ido a ver todavía: “Dice que no tiene tiempo. Pero, ¿me va a decir que no saca diez minutos para venir a darme un beso...?". Y sigue esperando...

¿Tú crees que llegaré a los 100…? -me pregunta cuando apenas quedan cinco días para que sea santa Obdulia. ¡Ojalá estuviera yo igual cuando cumpla setenta! - le contesto.

Así, entre meriendas, pequeños paseos, grandes siestas (“me han dicho que después de comer, como se me hinchan las piernas, ponga los pies un poco en alto”), conversaciones telefónicas y visitas, se pasa el tiempo. Ya no queda nada para que sea centenaria y le preparen una gran fiesta. La verdad es que se lo merece...




1 comentario:

  1. Qué bonito, llegar a cien años y disfrutar de la vida como Obdulia. Seguro que tú llegas así de encantadora Aída.

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