DÍA
6. Jueves, 17 de diciembre de 2015
7.30 h. Aún es de noche. En
la inmobiliaria de mi calle, a la puerta, han dejado una jaula, vacía, de
pájaro. El aire es cálido. Dicen que el sur durará hasta Navidad. En la calle
Rubio están poniendo las mesas altas de la terraza y el barrendero de mi barrio
arrastra con una cuerda su cubo de plástico.
17 ºC a las 7.40 h en el
luminoso de la farmacia de Jesús de Monasterio. Ya decía yo que hacía calor. No
recuerdo un diciembre tan caluroso. La gente
no sabe qué ponerse: unos van de traje, a cuerpo gentil; otras, con
chupa de cuero y cuello de pelo.
En el Pasaje de Peña,
delante de mí, una chiflada se pina primero en la barandilla y luego empieza a
andar marcha atrás. ¿Será una asurada…?
Al llegar a la estación de
autobuses, como Información está cerrada, pregunto en la ventanilla de ALSA de
qué dársena sale mi servicio: “Yo creo que es la 12, la de Sarón…”.
Un pasajero
me dice que el autobús suele llegar a las 8 y 10, pero hoy llega unos minutos
antes de las 8 y sale puntual. “¿A qué parada de Pomaluengo…?”. Por lo visto,
hay cuatro.
El billete, con tarjeta, me sale a 2´05 euros.
En el autobús, una pareja, a
mi lado, habla del “tortazo” a Rajoy: “Eso es una cosa muy grave, muy
gravísimo…Eso no se puede hacer”. Luego, pasan a cosas más personales: “El
virus le ha barrido todo y le ha quitado las ganas de comer…”.
Como he desayunado a las 4
de la mañana y tengo un poco de “gusa”, saco de la mochila la gloria que había
metido junto con el sanwich por si no encontraba durante la caminata un lugar
donde tomar algo.
El cielo, de sur, comienza a
clarear por encima de las lucecillas del arco de la bahía. De las chimeneas de
Ferroatlántica salen llamas naranjas.
En Guarnizo se baja el grupo
de discapacitados. ¿Irán a Ampros…? El conductor es el mismo del último día:
Miguel. En Sarón espera a un muchacho que viene corriendo, atento a los habituales
que faltan por si aparecen por una de las callejuelas. Es lo bueno de estar
vinculado a un trayecto repetido día tras día: que te conocen.
A las 8. 30 h ya hay luz del
día suficiente. En Villanueva se ha subido un joven escueto que casi gruñe,
comiéndose las letras cuando dice: “A Torrelavega”.
A las 9.45 h ya estoy en
Pomaluengo. Huele a calefacción de carbón. Me tomo un café en La torre y
retorno al punto donde lo dejé el otro día. No hay indicaciones, pero “Te manda
el río”- me dice una vecina. Una mirla cruza ante mí, despavorida y muda. Y un
mastín gigante que cuida de unas cabras, me ladra. En los prados, margaritas y
trébol rojo (según mi guía de plantas, florece entre junio y octubre), cerrajas
y malvas.
Efectivamente, es el río el
que manda al dejar atrás la última casa. Lo llevo a mi derecha. A la izquierda,
quedan la carretera general y la autovía. Me huele a quemado de incendio. El
aire es, a la vez, caliente y frío, a rachas, como al juntar el agua de dos
grifos. Un cuervo invisible grazna sobre las montañas y se oyen campanas en la
distancia, hacia adelante. En el cielo, planean un par de rapaces, no muy
grandes, pero no sé lo que son.
A las 9.15 h llego a un
cruce de caminos repleto de señales y de material sobrante de la autovía. Cruzo
la carretera general y, por el lado izquierdo, casi desdibujado, distingo una
senda roja descolorida, para peatones, invadida por la vegetación.
Por fin, un cartel: Tramo
Pomaluengo-Socobio. 1´6 km. Pero al llegar a una casa con dos “cochinos
jabalíes” a la entrada, de repente ¡se
acabó el carril!, y por el arcén…Los peatones somos el último mono. Luego,
quieren que andemos…Pero si han destrozado la Vía Verde y nadie se preocupa de
repararla. Menos mal que con la nueva autovía, por la carretera no hay mucho
tráfico…
A las 9.40 h me cruzo con el
primer ciclista en el paso bajo la autovía. No sé si estará haciendo la Vía
Verde del Pas, o no. Un poco más allá, veo una carreterita que sube, paralela a
la general. No hay carteles, pero, por salir del arcén, decido tomarla. Tenía
que haber traído mi espray caminero…
Algo más arriba, las brasas
de hojas recién quemadas se extienden sobre el asfalto. Las cenizas aún humean.
Un cura joven con alzacuellos, en coche, no se atreve a pasar, pero le
demuestro que no hay peligro, apartando alguna pequeña brasa con los bastones,
y cruza. ¿Irá a dar misa de 10 a la iglesia de donde salía el sonido de las
campanas…? Enfrente, un cementerio blanco, enmarcado por mimosas, de 1889.
Desde la iglesia, bajo en
dirección a la carretera general (una parroquiana me ha dado indicaciones, pero
no me ha quedado muy claro) y cojo la paralela más cercana a ésta. Entro en una
pista de hierba que no sé si será la entrada a una finca…Llego ante una puerta
metálica: por aquí no puede ser. Podían haber puesto “Carretera cortada”…Doy la
vuelta a coger la “cuarta” paralela a la autovía, a continuación de la bajada
de la iglesia. Entre la nueva autovía y los adosados han ido desfigurando lo que
antes era la Vía verde. El crecimiento, para mi gusto, ha sido, en la zona, un
poco desordenado: una casa indiana junto a una de pueblo, un chalé, más adosados…
A las 10.15 h… ¡Hombre! La
furgoneta del chatarrero “recogiendo toda clase de chatarra…”. El hombre me
saluda con un gesto de cabeza mientras los labios forman un “hola” mudo (como
la cinta es grabada…).
Salgo al barrio Villasante y
un señor me reconduce cruzando la
carretera general por su lado derecho. Me dice que he hecho bien, aunque podía hacer ido por
el lado del río en el cruce de la autovía (donde me desvié hacia la iglesia).
Vaya: que si hubiera venido por el arcén en vez de subir, hubiera reencontrado
el camino rojo (que, de repente, sale de la nada) justo al final de La Cueva, o
al principio – según se mire.
Empiezo a cojear porque el
talón izquierdo no ha dejado de dolerme desde que empezó hace semanas. No sé si
es una talalgia, u otra “algia”, pero a pesar de la talonera no he conseguido quitarlo.
Como veo a una señora de pueblo que
camina con bastón “en plan Fraga”, me consuelo. La sensación es como si se me
fuera poniendo rígida la planta del pie. ¿Me estaré empezando a paralizar por
los talones en plan estatua de sal…?
Junto a un macizo de
ortigas, nueva señalización: “Sarón, 5 km, 1h 15 minutos”. Esto es: el tiempo
canónico: a 4 kilómetros por hora, uno cada quince minutos. Son las 10.45 h.
Pero estoy segura de que, a mi ritmo (suelo tardar el doble, por lo menos), no
estaré a las 12 en Sarón.
En la autovía distingo el cartel que indica la salida a La Penilla y Argomilla a 1 kilómetro. La Vía verde va entre la carretera general y la autovía. Ummmm. Empieza a oler al chocolate de la Nestle. Estoy en el tramo “La Cueva, 1´1 km”. Aquí la vía se estrecha y al alquitrán sucede una pista de grijillo (arrocillo???). En el aire, sigue oliendo a quemado. La gente, con el sur, aprovecha para quemar hojas secas, rastrojos y vegetación de las cunetas. A veces, con consecuencias indeseadas…
En la autovía distingo el cartel que indica la salida a La Penilla y Argomilla a 1 kilómetro. La Vía verde va entre la carretera general y la autovía. Ummmm. Empieza a oler al chocolate de la Nestle. Estoy en el tramo “La Cueva, 1´1 km”. Aquí la vía se estrecha y al alquitrán sucede una pista de grijillo (arrocillo???). En el aire, sigue oliendo a quemado. La gente, con el sur, aprovecha para quemar hojas secas, rastrojos y vegetación de las cunetas. A veces, con consecuencias indeseadas…
http://www.eldiariomontanes.es/cantabria/201512/27/cantabria-pide-refuerzos-estado-20151227000134-v.html.
Cantabria, en alerta máxima por incendios.
De nuevo, en la vía, farolas
“desalambradas”. Yo, visto lo visto, no me empeñaría en iluminar las vías
verdes. Que se anden de día o que, quien quiera, se lleve una (linterna) frontal…
Me embriaga el olor a
chocolate. Me tomaría uno bien caliente ahora mismo, a pesar del viento sur.
He llegado al “Circuito de
Sarón- La Penilla”. La señalización es cada una de su padre y de su madre;
quizá habría que unificarla un poco (he visto, al menos, tres diferentes: Paseo del ferrocarril, Tramo..., Senda verde...). A mí, me gusta que pongan en qué kilómetro
estoy, de cuando en cuando.
Otra idea: Podrían colocar
una caseta de la Nestle al filo de la
vía y regalar un bombón a cada caminante (en plan publicidad). Incluso podrían
hacer una serie especial de minibombones para los cafés de la zona, aunque lo
cobraran un poco más caro. Yo entro en uno de los bares de La Penilla para ir
al baño,y tengo que tomarme ¡otro café! porque no dan chocolate…
A la salida del pueblo, un
poste de madera indica, en direcciones opuestas, la senda verde y un parque
público junto al río. Este último, serpenteando, va en dirección a la fábrica,
que he dejado detrás. Me siento en un banco y me como mi sanwich-polvorón de
fuagrás con frutos rojos. No sé si llegaré a La Encina a tiempo para el
autobús.
Cuando reanudo el camino, voy
justo un escalón por debajo de la carretera general, a la vera del río.
Llegando a la población, la vía está flanqueada por sauces llorones en su lado
derecho.
Llego a un cruce frente a
una gasolinera y veo una marquesina de parada de autobús. Pregunto a dos
parroquianos si me queda mucho a Sarón y si es cierto que la senda está cortada
a 150 metros, como leo en un cartel. “Quiá, eso es que se han olvidado de
quitar el letrero”. Los de carreteras deberían buscarse un buen script que, como en las películas, les
recordaran las cosas importantes…
No sé cuánto me queda a
Sarón. Ya son más de las 12 y el autobús sale a las 12.45 horas. Un peatón que
marcha a toda prisa me dice, sin pararse, que me quedan unos 2 kilómetros. Hago
mis cálculos y, si no me paro mucho haciendo fotos o tomando notas -como me
dicen tres chicas con chándal fucsia que me adelantan- llegaré a tiempo.
Aún me paro ante lo que me
parece un antiguo molino de río abandonado y cubierto de hiedra junto a un gran
magnolio, y la entrada a una finca que, en su día, debió de ser impresionante.
Pero llego a la estación de autobuses con tiempo aún para sentarme y descansar. A unos pasos, en sentido contrario, comienza el Paseo del Ferrocarril, luego Senda Verde, Pasillo Verde y Vía Verde.
Entre pitos y flautas me he hecho los 9 kilómetros entre Pomaluengo y Sarón. Tan “solo” he utilizado ¡4 horas! (de 9 a 1, algo más de 2 kilómetros a la hora). Y andando 9 kilómetros, me he ahorrado… ¡40 céntimos! (el billete de vuelta me cuesta 1´65 euros).
Entre pitos y flautas me he hecho los 9 kilómetros entre Pomaluengo y Sarón. Tan “solo” he utilizado ¡4 horas! (de 9 a 1, algo más de 2 kilómetros a la hora). Y andando 9 kilómetros, me he ahorrado… ¡40 céntimos! (el billete de vuelta me cuesta 1´65 euros).
Siendo una purista, y para
enlazar con el tramo que realicé el “Diario” pasado, de Astillero a Obregón (http://ficcionesdeloreal.blogspot.com.es/2015/07/diario-de-una-viajera-en-tren-de.html), me
quedarían los 2´5 kilómetros entre las dos localidades. Quizá la semana que
viene, antes de Navidad, para cerrar este trimestre y comenzar en enero con un
nuevo recorrido…
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