viernes, 18 de diciembre de 2015

DIARIO DE UNA VIAJERA EN AUTOBÚS (6). DE POMALUENGO A SARÓN

DÍA 6. Jueves, 17 de diciembre de 2015


7.30 h. Aún es de noche. En la inmobiliaria de mi calle, a la puerta, han dejado una jaula, vacía, de pájaro. El aire es cálido. Dicen que el sur durará hasta Navidad. En la calle Rubio están poniendo las mesas altas de la terraza y el barrendero de mi barrio arrastra con una cuerda su cubo de plástico.

17 ºC a las 7.40 h en el luminoso de la farmacia de Jesús de Monasterio. Ya decía yo que hacía calor. No recuerdo un diciembre tan caluroso. La gente  no sabe qué ponerse: unos van de traje, a cuerpo gentil; otras, con chupa de cuero y cuello de pelo.

En el Pasaje de Peña, delante de mí, una chiflada se pina primero en la barandilla y luego empieza a andar marcha atrás. ¿Será una asurada…?

Al llegar a la estación de autobuses, como Información está cerrada, pregunto en la ventanilla de ALSA de qué dársena sale mi servicio: “Yo creo que es la 12, la de Sarón…”. 

Un pasajero me dice que el autobús suele llegar a las 8 y 10, pero hoy llega unos minutos antes de las 8 y sale puntual. “¿A qué parada de Pomaluengo…?”. Por lo visto, hay cuatro. 
El billete, con tarjeta, me sale a 2´05 euros.

En el autobús, una pareja, a mi lado, habla del “tortazo” a Rajoy: “Eso es una cosa muy grave, muy gravísimo…Eso no se puede hacer”. Luego, pasan a cosas más personales: “El virus le ha barrido todo y le ha quitado las ganas de comer…”.

Como he desayunado a las 4 de la mañana y tengo un poco de “gusa”, saco de la mochila la gloria que había metido junto con el sanwich por si no encontraba durante la caminata un lugar donde tomar algo.

El cielo, de sur, comienza a clarear por encima de las lucecillas del arco de la bahía. De las chimeneas de Ferroatlántica salen llamas naranjas.

En Guarnizo se baja el grupo de discapacitados. ¿Irán a Ampros…? El conductor es el mismo del último día: Miguel. En Sarón espera a un muchacho que viene corriendo, atento a los habituales que faltan por si aparecen por una de las callejuelas. Es lo bueno de estar vinculado a un trayecto repetido día tras día: que te conocen.

A las 8. 30 h ya hay luz del día suficiente. En Villanueva se ha subido un joven escueto que casi gruñe, comiéndose las letras cuando dice: “A Torrelavega”.

A las 9.45 h ya estoy en Pomaluengo. Huele a calefacción de carbón. Me tomo un café en La torre y retorno al punto donde lo dejé el otro día. No hay indicaciones, pero “Te manda el río”- me dice una vecina. Una mirla cruza ante mí, despavorida y muda. Y un mastín gigante que cuida de unas cabras, me ladra. En los prados, margaritas y trébol rojo (según mi guía de plantas, florece entre junio y octubre), cerrajas y malvas.


Efectivamente, es el río el que manda al dejar atrás la última casa. Lo llevo a mi derecha. A la izquierda, quedan la carretera general y la autovía. Me huele a quemado de incendio. El aire es, a la vez, caliente y frío, a rachas, como al juntar el agua de dos grifos. Un cuervo invisible grazna sobre las montañas y se oyen campanas en la distancia, hacia adelante. En el cielo, planean un par de rapaces, no muy grandes, pero no sé lo que son.

A las 9.15 h llego a un cruce de caminos repleto de señales y de material sobrante de la autovía. Cruzo la carretera general y, por el lado izquierdo, casi desdibujado, distingo una senda roja descolorida, para peatones, invadida por la vegetación.


Por fin, un cartel: Tramo Pomaluengo-Socobio. 1´6 km. Pero al llegar a una casa con dos “cochinos jabalíes” a la entrada,  de repente ¡se acabó el carril!, y por el arcén…Los peatones somos el último mono. Luego, quieren que andemos…Pero si han destrozado la Vía Verde y nadie se preocupa de repararla. Menos mal que con la nueva autovía, por la carretera no hay mucho tráfico…

A las 9.40 h me cruzo con el primer ciclista en el paso bajo la autovía. No sé si estará haciendo la Vía Verde del Pas, o no. Un poco más allá, veo una carreterita que sube, paralela a la general. No hay carteles, pero, por salir del arcén, decido tomarla. Tenía que haber traído mi espray caminero…

Algo más arriba, las brasas de hojas recién quemadas se extienden sobre el asfalto. Las cenizas aún humean. Un cura joven con alzacuellos, en coche, no se atreve a pasar, pero le demuestro que no hay peligro, apartando alguna pequeña brasa con los bastones, y cruza. ¿Irá a dar misa de 10 a la iglesia de donde salía el sonido de las campanas…? Enfrente, un cementerio blanco, enmarcado por mimosas, de 1889.


Desde la iglesia, bajo en dirección a la carretera general (una parroquiana me ha dado indicaciones, pero no me ha quedado muy claro) y cojo la paralela más cercana a ésta. Entro en una pista de hierba que no sé si será la entrada a una finca…Llego ante una puerta metálica: por aquí no puede ser. Podían haber puesto “Carretera cortada”…Doy la vuelta a coger la “cuarta” paralela a la autovía, a continuación de la bajada de la iglesia. Entre la nueva autovía y los adosados han ido desfigurando lo que antes era la Vía verde. El crecimiento, para mi gusto, ha sido, en la zona, un poco desordenado: una casa indiana junto a una de pueblo, un chalé, más adosados…

A las 10.15 h… ¡Hombre! La furgoneta del chatarrero “recogiendo toda clase de chatarra…”. El hombre me saluda con un gesto de cabeza mientras los labios forman un “hola” mudo (como la cinta es grabada…).



Salgo al barrio Villasante y un señor me reconduce  cruzando la carretera general por su lado derecho. Me dice  que he hecho bien, aunque podía hacer ido por el lado del río en el cruce de la autovía (donde me desvié hacia la iglesia). Vaya: que si hubiera venido por el arcén en vez de subir, hubiera reencontrado el camino rojo (que, de repente, sale de la nada) justo al final de La Cueva, o al principio – según se mire.

Empiezo a cojear porque el talón izquierdo no ha dejado de dolerme desde que empezó hace semanas. No sé si es una talalgia, u otra “algia”, pero a pesar de la talonera no he conseguido quitarlo. Como veo a una señora de pueblo  que camina con bastón “en plan Fraga”, me consuelo. La sensación es como si se me fuera poniendo rígida la planta del pie. ¿Me estaré empezando a paralizar por los talones en plan estatua de sal…?

Junto a un macizo de ortigas, nueva señalización: “Sarón, 5 km, 1h 15 minutos”. Esto es: el tiempo canónico: a 4 kilómetros por hora, uno cada quince minutos. Son las 10.45 h. Pero estoy segura de que, a mi ritmo (suelo tardar el doble, por lo menos), no estaré a las 12 en Sarón.

En la autovía distingo el cartel que indica la salida a La Penilla y Argomilla a 1 kilómetro. La Vía verde va entre la carretera general y la autovía. Ummmm. Empieza a oler al chocolate de la Nestle. Estoy en el tramo “La Cueva, 1´1 km”. Aquí la vía  se estrecha y al alquitrán sucede una pista de grijillo (arrocillo???). En el aire, sigue oliendo a quemado. La gente, con el sur, aprovecha para quemar hojas secas, rastrojos y vegetación de las cunetas. A veces, con consecuencias indeseadas…



De nuevo, en la vía, farolas “desalambradas”. Yo, visto lo visto, no me empeñaría en iluminar las vías verdes. Que se anden de día o que, quien quiera, se lleve una  (linterna) frontal…

Me embriaga el olor a chocolate. Me tomaría uno bien caliente ahora mismo, a pesar del viento sur.

He llegado al “Circuito de Sarón- La Penilla”. La señalización es cada una de su padre y de su madre; quizá habría que unificarla un poco (he visto, al menos, tres diferentes: Paseo del ferrocarril, Tramo..., Senda verde...). A mí, me gusta que pongan en qué kilómetro estoy, de cuando en cuando.

Otra idea: Podrían colocar una caseta  de la Nestle al filo de la vía y regalar un bombón a cada caminante (en plan publicidad). Incluso podrían hacer una serie especial de minibombones para los cafés de la zona, aunque lo cobraran un poco más caro. Yo entro en uno de los bares de La Penilla para ir al baño,y tengo que tomarme ¡otro café! porque no dan chocolate…

A la salida del pueblo, un poste de madera indica, en direcciones opuestas, la senda verde y un parque público junto al río. Este último, serpenteando, va en dirección a la fábrica, que he dejado detrás. Me siento en un banco y me como mi sanwich-polvorón de fuagrás con frutos rojos. No sé si llegaré a La Encina a tiempo para el autobús.


Cuando reanudo el camino, voy justo un escalón por debajo de la carretera general, a la vera del río. Llegando a la población, la vía está flanqueada por sauces llorones en su lado derecho.

Llego a un cruce frente a una gasolinera y veo una marquesina de parada de autobús. Pregunto a dos parroquianos si me queda mucho a Sarón y si es cierto que la senda está cortada a 150 metros, como leo en un cartel. “Quiá, eso es que se han olvidado de quitar el letrero”. Los de carreteras deberían buscarse un buen script que, como en las películas, les recordaran las cosas importantes…


No sé cuánto me queda a Sarón. Ya son más de las 12 y el autobús sale a las 12.45 horas. Un peatón que marcha a toda prisa me dice, sin pararse, que me quedan unos 2 kilómetros. Hago mis cálculos y, si no me paro mucho haciendo fotos o tomando notas -como me dicen tres chicas con chándal fucsia que me adelantan- llegaré a tiempo.

Aún me paro ante lo que me parece un antiguo molino de río abandonado y cubierto de hiedra junto a un gran magnolio, y la entrada a una finca que, en su día, debió de ser impresionante. Pero llego a la estación de autobuses con tiempo aún para sentarme y descansar. A unos pasos, en sentido contrario, comienza el Paseo del Ferrocarril, luego Senda Verde, Pasillo Verde y Vía Verde. 


Entre pitos y flautas me he hecho los 9 kilómetros entre Pomaluengo y Sarón. Tan “solo” he utilizado ¡4 horas! (de 9 a 1, algo más de 2 kilómetros a la hora). Y andando 9 kilómetros, me he ahorrado… ¡40 céntimos! (el billete de vuelta me cuesta 1´65 euros).


Siendo una purista, y para enlazar con el tramo que realicé el “Diario” pasado, de Astillero a Obregón (http://ficcionesdeloreal.blogspot.com.es/2015/07/diario-de-una-viajera-en-tren-de.html), me quedarían los 2´5 kilómetros entre las dos localidades. Quizá la semana que viene, antes de Navidad, para cerrar este trimestre y comenzar en enero con un nuevo recorrido…



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