viernes, 25 de diciembre de 2015

DIARIO DE UNA VIAJERA EN AUTOBÚS (7). DE SARÓN A OBREGÓN

Salgo de casa tarareando (no me la puedo sacar de la cabeza) una canción portuguesa, Ai Margarida, de Camané, que me encanta. https://www.youtube.com/watch?v=6SiCdSwHysc.

En mi “excursión” semanal, este es el único momento en que acepto -incluso con alegría- salir de casa de noche (aunque cuando empiezo a andar, siempre hay  ya luz del día).
15 º C a las 7.42 h. ¡Buena temperatura!

Esta vez sí que he leído en la wikipedia sobre el lugar, Sarón. Al parecer, proviene del apodo de su “fundador”, Juan Antonio de Saro y Galván a quien, por su corpulencia, apodaban “Sarón”. Hacia 1870/1876 construyó una venta, “La venta del cruce”, primer edificio de los que vendrían (farmacia, panadería…) y conformarían la localidad, a tono con el nuevo Plan de Carreteras de 1856.


DÍA 7. Miércoles, 23 de diciembre de 2015

Hoy sí que salimos a las 8 y 10 (el autobús llega a las 8 y 5). El billete hasta Sarón me cuesta 1´65 euros, con tarjeta.

“Ay, qué cachondeo llevo…- dice Julián, que va sentado detrás de mí. Hay que ser un poco feliz…”. Hasta el día 4 tiene vacaciones.

El tema de hoy: la lotería…y el fútbol. El conductor no es Miguel, pero igualmente bromea, y embroma, a los habituales. “¿Me has traído mi centollo…?”. La gente está alegre. Hoy les dan las vacaciones.

Me encantan los “faros en tierra” de las glorietas en Guarnizo.


A las 8.45 h estoy en la plaza de la estación, en Sarón, ya de día. Los niños esperan el autobús escolar para la última jornada de clase, algunos disfrazados.

En el centro de Sarón, hay un tráfico…Me tomo un café y un sobao (2 euros) en el bar Avenida, en el cruce (¿ocupará el lugar de la antigua venta de “Sarón”…? Desde luego, es una casa bajita y no parece de ahora, como el resto). Aprovecho para preguntar por la Vía Verde. Me indican la salida del pueblo y luego una desviación al llegar a Sobarzo…, pero son demasiados datos (y demasiadas voces), que no retengo. Haré lo que pueda…


Delante del mercado de 1929, veo la señalización de carreteras (2´5 km a Obregón), y por ahí tiro. En la panadería Acebo compro una corbata embolsada y unos chicles. “1 euro”. “¿Solo…?”. “A la corbata, te invito yo”- me dice la panadera. ¿Se habrá pensado que soy una peregrina…?

Voy por la acera de la carretera general hacia la salida del pueblo. Al inicio del puente (debajo, la autovía), una pantalla amarilla a todo lo largo. Debe ser una pantalla acústica, antirruido. Tras pasar el puente, estoy en Sobarzo, calle Morriones. 

La CA-142 a Obregón y Parque la Naturaleza de Cabárceno tiene un tráfico de mil demonios. Dejo atrás el mesón La Rioja y su menú de 8 euros y la panadería Saiper. Al rato, se acaba la acera, y me toca arcén. La Vía Verde aquí se ha desvirtuado del todo.

“Velocidad controlada por radar. Prohibido ir a más de 90”. Menos mal, porque van y vienen a toda flecha. Me encanta: Bicicletas (¿o será el dibujo de una motocicleta…?), recomendado ir a 60 kilómetros por hora (¿puede ir tan rápido una bici…? ¿iría yo así de rápido de tener una…?) y, en 5 kilómetros, puedes encontrarte ciervos cruzando la carretera. ¡Estupendo! En fin, que mientras no hagan una variante, mejor ahorrarse este tramo, porque te juegas el tipo. Ando lo más cerca posible del quitamiedos, pero ¡ ni por esas! se me quita el miedo…


A la izquierda veo una desviación sin señalizar, junto a una casa amarilla y el número 15 de la calle Morriones. ¿Será esta la que me decían los del bar…? Distingo a un paseante mañanero más arriba, que lleva un rato delante de mí, y decido seguirle. En dirección a Peña Cabarga, al menos, el camino va…

La paisana de la casa amarilla me dice  que tengo la desviación más adelante, por la carretera general, pero que por aquí salgo al mismo sitio. Y yo prefiero evadirme del tráfico. Al menos, se oyen pajaricos y, por momentos, me parece estar en una égloga de Garcilaso o en una novela pastoril. Una cabra (¿o será un cabrón…?) me mira con fijeza. Espero que no me moche…Tiene amarradas las patas…

Veo frente a mí la nave de los Hermanos Borbolla, azulejos y grifería, y, tras el breve asueto, vuelvo a salir a la carretera general. En la bajada, una invasión de vincapervinca (que florece entre abril y mayo). El tiempo está, sí, loco, loco, loco…

Por el cruce junto a una marquesina de bus y un cartel que pone Sobarzo y Cabárceno, veo salir una bici. Debe ser la desviación que me decía la paisana de la casa amarilla. En la casa granate, un letrero, en azul y blanco, con el nombre de “Sobarzo”. De frente, en la carretera general, un letrero advierte de que el tramo  es frecuentado por ciclistas, pero ni por esas. Lo dicho: peatones y ciclistas somos “el último mono” -que diría Manolito Gafotas.


Son las 10 y solo he hecho un kilómetro desde Sarón. A pesar de la temperatura, hay mucha humedad en el ambiente. Ya no es la sequedad del sur de días anteriores. Me pongo el gorro de lana antes de que se me caigan las orejas.

Paso un puente sobre un río colmatado de vegetación frente a la calle El Dueso (atrás, antes del puente, he dejado un camino a la izquierda, de gravilla…). Los cuervos campan a sus anchas por los prados.


Empieza una subida pronunciada y me apoyo un ratito en el quitamiedos donde señala a “La Yerbita”. Veo bajar una bici, así que supongo que voy bien. Oigo al chatarrero por la carretera que rodea la montaña, más arriba, paralela a la mía. En un árbol, distingo garcillas bueyeras. ¿Habrán venido desde sus posaderos en el zoo de Santillana…?

Llegando a Sobarzo, conviven las casas de pueblo, a mi izquierda, con los adosados, tras una escollera, a mi derecha. En el bar Gandarillas me explican que “su tramo” (de la Vía Verde) no está hecho todavía, y me mandan para abajo. Decido coger, de bajada, la carretera por la que ha salido el chatarrero, junto a la marquesina (calle Cutiro). Así veo un paisaje diferente.

No sé si, en el futuro, pensarán hacer la Vía Verde por aquí, pero ya han empezado a cargarse árboles de uno de los lados de la carretera, donde conviven robles y encinas. Hemos “encarreterado” el campo: continuamente me topo con desviaciones alquitranadas.
Un estornino, en una chimenea, trata de aclarar su voz, sin éxito, para que le salga más melodiosa. A las 11 estoy de nuevo cerca de la casa granate con el letrero de Sobarzo en fondo azul.

La Vía, según me ha dicho el chico del bar Gandarillas, va por una pista de gravilla antes del puente (la había visto, a mi izquierda, cuando cogí la desviación de la carretera general, pero pensé que esa no era. No hay ninguna indicación).


De momento, va paralela a la carretera general, a su derecha. Espero que por aquí no pasen coches porque si no me van a dejar blanca de polvo. Se ven huellas de tractor y de bicicleta de montaña. Un corredor en mallas me adelanta dejando una nubecilla de polvo.

Si la señalización que he visto hasta ahora es válida, me quedan 1´5 kilómetros hasta Obregón y tengo dos horas hasta que pase el bus sobre la 1. Decido comerme mi tortilla de atún (dejando casi todo el pan) mientras contemplo a unas vacas rubias pastando junto a garcillas bueyeras.

Por fin, en una intersección de caminos, veo un cartel de carril-bici (era una bici, no una motocicleta el dibujo que vi en la carretera general). Van paralelos un camino de tierra junto a otro de alquitrán y decido coger por el primero, que es más blando (incluso voy por el centro donde quedan unos mechones de hierba. Ya me duelen las plantas de los pies).


Por la carretera general veo bicis que se arriesgan. Yo, no tendría dudas: por aquí, en paz y armonía. Igual no saben del camino…Al rato, se me acaba el “momio” y el camino confluye en la pista de macadán. Unos pivotes indican que no pueden pasar vehículos (más que nada, porque no caben).


Tras dejar el carril bici enmarcado por una empalizada, salgo a la carretera junto a un paseo de adoquines rojos con bancos de hierro. Estoy en El pino. Al fondo, a la derecha, me parece divisar la marquesina en la que acabé la vez que venía por la Vía Verde desde Astillero. Efectivamente: ahí están el restaurante El Moderno  y la taberna Mary. Fin de jornada, y de vía. Son las 11.50 horas. Decido callejear un poco antes de sentarme a esperar al bus en la terraza del Mary, lo único abierto. Huele a leña, lo que me recuerda que estamos en diciembre, pese a estos días de sur.

A las 12 y 20, mientras saboreo un té con limón y consulto mi libro de plantas, oigo pitar a un bus. Salgo escopetada hacia la marquesina. “Pero yo pensaba que pasaba a la 1…”. “Soy otro…”. “Pues lo cojo. ¿Puede esperar a que recoja mi mochila…?”. El billete de vuelta me cuesta 1´40 euros.




viernes, 18 de diciembre de 2015

DIARIO DE UNA VIAJERA EN AUTOBÚS (6). DE POMALUENGO A SARÓN

DÍA 6. Jueves, 17 de diciembre de 2015


7.30 h. Aún es de noche. En la inmobiliaria de mi calle, a la puerta, han dejado una jaula, vacía, de pájaro. El aire es cálido. Dicen que el sur durará hasta Navidad. En la calle Rubio están poniendo las mesas altas de la terraza y el barrendero de mi barrio arrastra con una cuerda su cubo de plástico.

17 ºC a las 7.40 h en el luminoso de la farmacia de Jesús de Monasterio. Ya decía yo que hacía calor. No recuerdo un diciembre tan caluroso. La gente  no sabe qué ponerse: unos van de traje, a cuerpo gentil; otras, con chupa de cuero y cuello de pelo.

En el Pasaje de Peña, delante de mí, una chiflada se pina primero en la barandilla y luego empieza a andar marcha atrás. ¿Será una asurada…?

Al llegar a la estación de autobuses, como Información está cerrada, pregunto en la ventanilla de ALSA de qué dársena sale mi servicio: “Yo creo que es la 12, la de Sarón…”. 

Un pasajero me dice que el autobús suele llegar a las 8 y 10, pero hoy llega unos minutos antes de las 8 y sale puntual. “¿A qué parada de Pomaluengo…?”. Por lo visto, hay cuatro. 
El billete, con tarjeta, me sale a 2´05 euros.

En el autobús, una pareja, a mi lado, habla del “tortazo” a Rajoy: “Eso es una cosa muy grave, muy gravísimo…Eso no se puede hacer”. Luego, pasan a cosas más personales: “El virus le ha barrido todo y le ha quitado las ganas de comer…”.

Como he desayunado a las 4 de la mañana y tengo un poco de “gusa”, saco de la mochila la gloria que había metido junto con el sanwich por si no encontraba durante la caminata un lugar donde tomar algo.

El cielo, de sur, comienza a clarear por encima de las lucecillas del arco de la bahía. De las chimeneas de Ferroatlántica salen llamas naranjas.

En Guarnizo se baja el grupo de discapacitados. ¿Irán a Ampros…? El conductor es el mismo del último día: Miguel. En Sarón espera a un muchacho que viene corriendo, atento a los habituales que faltan por si aparecen por una de las callejuelas. Es lo bueno de estar vinculado a un trayecto repetido día tras día: que te conocen.

A las 8. 30 h ya hay luz del día suficiente. En Villanueva se ha subido un joven escueto que casi gruñe, comiéndose las letras cuando dice: “A Torrelavega”.

A las 9.45 h ya estoy en Pomaluengo. Huele a calefacción de carbón. Me tomo un café en La torre y retorno al punto donde lo dejé el otro día. No hay indicaciones, pero “Te manda el río”- me dice una vecina. Una mirla cruza ante mí, despavorida y muda. Y un mastín gigante que cuida de unas cabras, me ladra. En los prados, margaritas y trébol rojo (según mi guía de plantas, florece entre junio y octubre), cerrajas y malvas.


Efectivamente, es el río el que manda al dejar atrás la última casa. Lo llevo a mi derecha. A la izquierda, quedan la carretera general y la autovía. Me huele a quemado de incendio. El aire es, a la vez, caliente y frío, a rachas, como al juntar el agua de dos grifos. Un cuervo invisible grazna sobre las montañas y se oyen campanas en la distancia, hacia adelante. En el cielo, planean un par de rapaces, no muy grandes, pero no sé lo que son.

A las 9.15 h llego a un cruce de caminos repleto de señales y de material sobrante de la autovía. Cruzo la carretera general y, por el lado izquierdo, casi desdibujado, distingo una senda roja descolorida, para peatones, invadida por la vegetación.


Por fin, un cartel: Tramo Pomaluengo-Socobio. 1´6 km. Pero al llegar a una casa con dos “cochinos jabalíes” a la entrada,  de repente ¡se acabó el carril!, y por el arcén…Los peatones somos el último mono. Luego, quieren que andemos…Pero si han destrozado la Vía Verde y nadie se preocupa de repararla. Menos mal que con la nueva autovía, por la carretera no hay mucho tráfico…

A las 9.40 h me cruzo con el primer ciclista en el paso bajo la autovía. No sé si estará haciendo la Vía Verde del Pas, o no. Un poco más allá, veo una carreterita que sube, paralela a la general. No hay carteles, pero, por salir del arcén, decido tomarla. Tenía que haber traído mi espray caminero…

Algo más arriba, las brasas de hojas recién quemadas se extienden sobre el asfalto. Las cenizas aún humean. Un cura joven con alzacuellos, en coche, no se atreve a pasar, pero le demuestro que no hay peligro, apartando alguna pequeña brasa con los bastones, y cruza. ¿Irá a dar misa de 10 a la iglesia de donde salía el sonido de las campanas…? Enfrente, un cementerio blanco, enmarcado por mimosas, de 1889.


Desde la iglesia, bajo en dirección a la carretera general (una parroquiana me ha dado indicaciones, pero no me ha quedado muy claro) y cojo la paralela más cercana a ésta. Entro en una pista de hierba que no sé si será la entrada a una finca…Llego ante una puerta metálica: por aquí no puede ser. Podían haber puesto “Carretera cortada”…Doy la vuelta a coger la “cuarta” paralela a la autovía, a continuación de la bajada de la iglesia. Entre la nueva autovía y los adosados han ido desfigurando lo que antes era la Vía verde. El crecimiento, para mi gusto, ha sido, en la zona, un poco desordenado: una casa indiana junto a una de pueblo, un chalé, más adosados…

A las 10.15 h… ¡Hombre! La furgoneta del chatarrero “recogiendo toda clase de chatarra…”. El hombre me saluda con un gesto de cabeza mientras los labios forman un “hola” mudo (como la cinta es grabada…).



Salgo al barrio Villasante y un señor me reconduce  cruzando la carretera general por su lado derecho. Me dice  que he hecho bien, aunque podía hacer ido por el lado del río en el cruce de la autovía (donde me desvié hacia la iglesia). Vaya: que si hubiera venido por el arcén en vez de subir, hubiera reencontrado el camino rojo (que, de repente, sale de la nada) justo al final de La Cueva, o al principio – según se mire.

Empiezo a cojear porque el talón izquierdo no ha dejado de dolerme desde que empezó hace semanas. No sé si es una talalgia, u otra “algia”, pero a pesar de la talonera no he conseguido quitarlo. Como veo a una señora de pueblo  que camina con bastón “en plan Fraga”, me consuelo. La sensación es como si se me fuera poniendo rígida la planta del pie. ¿Me estaré empezando a paralizar por los talones en plan estatua de sal…?

Junto a un macizo de ortigas, nueva señalización: “Sarón, 5 km, 1h 15 minutos”. Esto es: el tiempo canónico: a 4 kilómetros por hora, uno cada quince minutos. Son las 10.45 h. Pero estoy segura de que, a mi ritmo (suelo tardar el doble, por lo menos), no estaré a las 12 en Sarón.

En la autovía distingo el cartel que indica la salida a La Penilla y Argomilla a 1 kilómetro. La Vía verde va entre la carretera general y la autovía. Ummmm. Empieza a oler al chocolate de la Nestle. Estoy en el tramo “La Cueva, 1´1 km”. Aquí la vía  se estrecha y al alquitrán sucede una pista de grijillo (arrocillo???). En el aire, sigue oliendo a quemado. La gente, con el sur, aprovecha para quemar hojas secas, rastrojos y vegetación de las cunetas. A veces, con consecuencias indeseadas…



De nuevo, en la vía, farolas “desalambradas”. Yo, visto lo visto, no me empeñaría en iluminar las vías verdes. Que se anden de día o que, quien quiera, se lleve una  (linterna) frontal…

Me embriaga el olor a chocolate. Me tomaría uno bien caliente ahora mismo, a pesar del viento sur.

He llegado al “Circuito de Sarón- La Penilla”. La señalización es cada una de su padre y de su madre; quizá habría que unificarla un poco (he visto, al menos, tres diferentes: Paseo del ferrocarril, Tramo..., Senda verde...). A mí, me gusta que pongan en qué kilómetro estoy, de cuando en cuando.

Otra idea: Podrían colocar una caseta  de la Nestle al filo de la vía y regalar un bombón a cada caminante (en plan publicidad). Incluso podrían hacer una serie especial de minibombones para los cafés de la zona, aunque lo cobraran un poco más caro. Yo entro en uno de los bares de La Penilla para ir al baño,y tengo que tomarme ¡otro café! porque no dan chocolate…

A la salida del pueblo, un poste de madera indica, en direcciones opuestas, la senda verde y un parque público junto al río. Este último, serpenteando, va en dirección a la fábrica, que he dejado detrás. Me siento en un banco y me como mi sanwich-polvorón de fuagrás con frutos rojos. No sé si llegaré a La Encina a tiempo para el autobús.


Cuando reanudo el camino, voy justo un escalón por debajo de la carretera general, a la vera del río. Llegando a la población, la vía está flanqueada por sauces llorones en su lado derecho.

Llego a un cruce frente a una gasolinera y veo una marquesina de parada de autobús. Pregunto a dos parroquianos si me queda mucho a Sarón y si es cierto que la senda está cortada a 150 metros, como leo en un cartel. “Quiá, eso es que se han olvidado de quitar el letrero”. Los de carreteras deberían buscarse un buen script que, como en las películas, les recordaran las cosas importantes…


No sé cuánto me queda a Sarón. Ya son más de las 12 y el autobús sale a las 12.45 horas. Un peatón que marcha a toda prisa me dice, sin pararse, que me quedan unos 2 kilómetros. Hago mis cálculos y, si no me paro mucho haciendo fotos o tomando notas -como me dicen tres chicas con chándal fucsia que me adelantan- llegaré a tiempo.

Aún me paro ante lo que me parece un antiguo molino de río abandonado y cubierto de hiedra junto a un gran magnolio, y la entrada a una finca que, en su día, debió de ser impresionante. Pero llego a la estación de autobuses con tiempo aún para sentarme y descansar. A unos pasos, en sentido contrario, comienza el Paseo del Ferrocarril, luego Senda Verde, Pasillo Verde y Vía Verde. 


Entre pitos y flautas me he hecho los 9 kilómetros entre Pomaluengo y Sarón. Tan “solo” he utilizado ¡4 horas! (de 9 a 1, algo más de 2 kilómetros a la hora). Y andando 9 kilómetros, me he ahorrado… ¡40 céntimos! (el billete de vuelta me cuesta 1´65 euros).


Siendo una purista, y para enlazar con el tramo que realicé el “Diario” pasado, de Astillero a Obregón (http://ficcionesdeloreal.blogspot.com.es/2015/07/diario-de-una-viajera-en-tren-de.html), me quedarían los 2´5 kilómetros entre las dos localidades. Quizá la semana que viene, antes de Navidad, para cerrar este trimestre y comenzar en enero con un nuevo recorrido…



sábado, 5 de diciembre de 2015

DIARIO DE UNA VIAJERA EN AUTOBÚS (5). DE PUENTE VIESGO A POMALUENGO

8.05 h. Al salir de casa,  echo un rayo a una chica que va oscilando de derecha a izquierda mientras lee el móvil por la acera…

13 º C a las 8.13 h en la farmacia cercana a la estación. Iba tan ensimismada que me he olvidado de mirar el luminoso en Jesús de Monasterio antes de cruzar hacia el Pasaje. Ya había notado que no hacía mucho frío (ni la mitad que los últimos días). Hoy dan 20 grados de máxima.

El billete a Puente Viesgo con tarjeta monedero me cuesta 1´95 euros en lugar de 2´30. El conductor hoy es nuevo; un chico joven que llega a toda prisa cuando faltan pocos minutos para salir. Pero como somos tan pocos…El del Soto (el que se me parece a Paco Umbral), una chica que va a Ontaneda, otra chica y yo. Acabo de recordar que el conductor anterior comentó que cogía vacaciones el 1 de diciembre…

Día 5. Jueves, 3 de diciembre de 2015

Me desespero con el reposabrazos. No consigo bajarlo y sacarlo de su encaje. Odio que en esto haya diseño. ¿Por qué no dejarán los de toda la vida, que funcionaban…?

El sol comienza a asomar tras las montañas por detrás de Valdecilla. Los enamorados de Muriedas siguen enamorados. “¿Me recuerda?” -pregunta la chica al conductor. “Sí, sois poquitos…”. Más adelante, ya han echado el cemento en la acera, Creo que solo falta poner las baldosas. Ah, no. Ya han empezado: son blancas y rojas.

Un turismo nos adelanta en un cambio de rasante con línea continua. Es un coche oscuro. ¿El del otro día…? Lástima no haber visto la matrícula. Como no conozco los modelos a simple vista como mi sobrino…

He pensado que hoy al menos tendré que llegar hasta Vargas porque el bus no pasa por Castañeda y sus barrios.

Sobre las 9 y 10 estoy en Puente Viesgo. Antes de empezar, me tomo un café y un sobao en “La Terraza” (no hay chocolate ni churros hasta la tarde). Pregunto por dónde sigue la vía verde tras llegar al balneario,  pero no saben decirme.

Como el tren no tiene demasiada capacidad de maniobra, imagino que la vía sigue recta hacia el bosque junto al río  por el que hemos ido a pasear en ocasiones (en vez de rodeando la iglesia). Pregunto a un ciclista que viene en sentido contrario y me lo confirma. Aún hay dos kilómetros de carril. ¡Bien!


No hace tanto calor como pensaba porque sopla un vientecillo fresco que enfría los 14 º C del termómetro.

Dejo atrás el cartel de “Puente Viesgo, pueblo de Cantabria 2007” y con un viento cada vez más fuerte me adentro en las sombras de la montaña.


En un poste de la luz veo el símbolo amarillo y blanco que indica los senderos de pequeño recorrido. El ruido del viento en las hojas compite con el del río que, debido a una semana de lluvias, lleva más agua.

No sabía que por aquí podían venir coches…Voy por el asfalto pisando hojas secas, que me encanta. La carretera, al otro lado del río,  va paralela a la vía, de momento.

Encuentro un caseto en ruinas, ¿un antiguo humilladero, un depósito de herramientas…?. Huele rico: a tierra húmeda. Junto al río, un castaño colonizado por las hiedras, gruesas como mi muñeca. El río baja ahora despacio transportando hojas secas a millares. Enfrente, veo el bar restaurante “El Retiro”, donde tantas veces, de pequeños, vinimos a tomar chocolate con churros, y a jugar “a la rana”. El bosque está tan bonito, lleno de ocres (castaños, plátanos…), que me paro a cada rato a hacer fotografías.


Llego a un merendero (es el área recreativa de Covanchón), a la derecha, y por fin veo un cartel, eso sí, pintarrajeado: “PASILLO VERDE. CARRIL BICI. FF.CC. Astillero-Ontaneda. Tramo: Socobio-Villabáñez. 2´5 km. Ayto. de Castañeda”. Hay tal humedad que la carretera rezuma. A partir de aquí ya no pueden pasar coches; han puesto  bolardos. A los peatones nos dejan el lado izquierdo (como decía un cartel hace ya muchos años: “Peatón, en carretera, circula por tu izquierda”…). Estoy en el LIC (Lugar de Importancia Comunitaria) del río Pas. El cartel está tan sucio que no se lee nada.

Este tramo de Vía Verde lo utiliza bastante gente, tanto ciclistas como peatones. Al voltear el monte, se sale a una zona más abierta y soleada, lo cual se agradece.

Junto a unas berzas gigantes, la imaginación popular ha creado un ¿anemómetro? casero con una botella de coca cola. Un poco más adelante, un rincón maravilloso protagonizado por un banco, un arce rojo, algunas tinajas y un ciervo de paja.


En el paseo, los cables de todas las farolas están cortados, y sin tapa los compartimentos de acceso al interior. Un manzano silvestre ha desparramado sus manzanas diminutas por la carretera. Cojo una para probarla en un receso.

En el talud ha florecido una centáuarea (según mi guía de plantas, lo normal es entre junio y octubre). También ortigas muertas, zanahorias y pelosillas de color amarillo. Incluso una prímula, que se considera la primera flor de la primavera, y margaritas a esgalla. Por si alguien no se ha enterado aún del cambio climático (En París sigue la Cumbre del Clima, http://www.eldiariomontanes.es/cantabria/201512/04/cantabria-preve-aprobar-segunda-20151204194003.html), solo hay que observar alrededor…


En la lejanía oigo ruido de maquinaria. En un monte a la izquierda, al otro lado de la autovía, dos excavadoras se afanan en rellenar de tierra cinco camiones que se suceden sin prisa ni pausa. Están desmontando la montaña de tierra como si fuera un pastel de nata.


Pasando bajo un pasadizo y subiendo por unas escaleras de rejilla salgo a una urbanización de chalés y adosados que conviven con casas de pueblo. Desde ahí veo mejor la parafernalia a un lado de la colegiata de Castañeda. Un señor me dice que, efectivamente, están desmontando la montaña porque “la corrieron 10 metros para la autovía, y ahora, con las lluvias, la tierra cubre a  menudo la carretera general”. También me confirma que la vía llega así, peatonal, a Pomaluengo, pero luego otras carreteras y edificaciones la han ido partiendo y desviando y que ya no se llega a Astillero fácilmente y sin peligro. Veremos…Lo dejo contemplando las obras, que siempre me ha parecido algo muy masculino. Es raro ver a un mujer parada: o bien no tienen tiempo, o no les  interesa en absoluto ver cómo ponen una piedra, y luego, otra.

A la derecha del talud por el que camino, montones de neumáticos en tres alineaciones cubren un plástico negro bajo el que hay paja o serrín, para que no se lo lleve el viento.

Más adelante, un parque infantil en un lugar insospechado: entre la autovía y un establecimiento de chatarra custodiado por dos perros poco amigables. ¿Qué niños van a venir aquí…? Un misterio.

Llego a una ermita y aquí, efectivamente, se quebró la linealidad de la vía (un muro y casas me cierran el paso y me desvían hacia su derecha). A la izquierda, una rotonda en la antigua carretera general que comunica con la nueva autovía. ¡Vaya pifostio! Hasta han tenido que señalizar el camino con un cartel que dice “camino”…A la derecha de la rotonda, la N-634 a Pomaluengo y San Román. Subiendo a la autovía y a Villabáñez (1´5 km), también por la N-634, Socobio y la colegiata románica de Castañeda.


Son las 11.30 h y decido pararme a tomar un té con limón y unas patatas fritas de bolsa (deliciosas, con aceite de oliva % y sal marina) en “La taberna de Amaya”. Luego, retorno por la desviación de la derecha. La mies se ha ido ocupando con edificios de dos o tres alturas.


18 ºC a las 12 y 20. El aire está ahora más templado. Sobre las 12.45 me han dicho que pasa un bus a Santander. La parada está junto a la estructura de una casa frente al centro cívico-cultural de Pomaluengo, donde hace unos años di varios talleres de lectura. Pensé que quizá me encontrara con alguna de  mis mujeres, pero no.

En el bus, todos parecen conocerse y las bromas van y vienen entre Miguel, el conductor, y l@s pasajer@s. Dejamos atrás La Cueva, La Penilla y la Nestle, La Encina, y Sarón con su mercado de 1929. El autobús pasa por un lugar que reconozco: es la parada de Obregón, a la salida del parque de Cabárceno, a donde llegué el año pasado desde Astillero. Ya solo me quedan 9 km entre Pomaluengo y Sarón. Quizás el próximo día…