miércoles, 30 de septiembre de 2015

MI CAMINO DE SANTIAGO DEL NORTE 2015. DE GIJÓN A LUARCA. NOTAS DE VIAJE

(En homenaje a José Luis Casado Soto a quien le iba a enviar mi Diario, pero murió).


Este año decido empezar en Gijón porque para mí –con el estado de mis caderas-  es imposible hacer el Camino Primitivo desde Oviedo. Será volver a la costa de nuevo…

31 de agosto. DÍA CERO. Noche en Gijón

El viajero Richard Ford dejó una estampa de Gijón en la lejanía en sus viajes por España durante el trienio liberal, de 1830 a 1833.


Nada iguala el contento de las vísperas” (Andrés Trapiello en El final de Sancho Panza y otras suertes).

En este año tan cervantino y tan teresiano, empiezo en Gijón mi tercera etapa del Camino de Santiago.

¿Qué mejor que partir de Gijón en el año de conmemoración de dos grandes andariegos: don Quijote, aunque fuera sobre Rocinante, y Teresa de Jesús, en mulo o en su carro entoldado…?

El miércoles pasado tenía una contractura en el hombro, se me había “abierto” el pie izquierdo,  y  las caderas, “al jerez”, las dos. Pero estoy segura de que será echar a andar y, aunque los dolores sean otros, mejoraré.

Decido ir a Gijón en autobús, En tren, tardaba seis horas -incluido un trasbordo en Oviedo-, y llegaba sobre las 3 de la tarde. En bus, la llegada es a mediodía y tengo tiempo para “situarme” y dar una vuelta por la ciudad.

El billete, comprado por internet, Torrelavega-Gijón, me cuesta 16´76 euros. Llevo dinero de bolsillo encima y la tarjeta del banco, además del DNI y la de la seguridad social.

EN LA DÁRSENA, Y DESPUÉS

Estoy nerviosa. En mi dársena, la 12 (siempre me sale “platform”, en inglés, supongo que es porque “dársena” me suena a algo marinero) se coloca el autobús que va a Irún. A su lado, el que va a Madrid. Y el mío…,¿dónde se va a poner…? Se coloca al lado, en la dársena 11 porque el otro no ha salido aún. Solo subimos tres: una chica, a Oviedo; yo, y otro.

Fuera hay 21 º C y, en el autobús, vamos congelados por el aire acondicionado. A mi lado llevo a uno vestido en plan Coronel Tapioca (pantalón corto y polo de manga corta), inmune al invierno polar. En estos casos, pienso que es gente con sangre de horchata, o de lagarto, a quienes no afectan los cambios de temperatura.

En la tele del autobús ponen dibujos animados mudos del Coyote y el Correcaminos y, en la radio, un programa de humor, “¡Anda ya!”.

Paramos en Cabezón para recoger a 5 jóvenes que van a San Vicente de la Barquera y, en San Vicente, se suben varias mochileras. ¿Irán también al Camino…? Se bajan en Unquera y las veo mirar el mapa en la estación de tren.

El cielo está negro pero, por ahora, no ha descargado. Empieza a llover al pasar a Asturias.
Llevo un rato pensando que la chica que se subió conmigo en Torrelavega pudiera ser una amiga de mi hermana y, un gesto típico, me lleva a preguntarle: ¿No serás…? Lo es. No nos veíamos desde que éramos niñas. Ahora lleva una academia en Oviedo y tiene una hija de nueve años. Nos pasamos el resto del trayecto hablando de los veranos en Suances y de nuestras vidas. El trayecto se hace muy corto hasta Oviedo.

EN GIJÓN, BENDITA LLUVIA

A mediodía estoy en Gijón. Tras salir de la estación de autobuses, busco el centro de información y turismo, para conseguir un plano callejero. Se oyen gaviotas frente a la iglesia de San José (de 1954).

El centro está en el puerto, cerca de la plaza mayor y la península -como un alvéolo pulmonar- que llaman Cimadevilla.

Decido llamar a una compañera de los cursos de románico en Aguilar que acaba de mudarse desde Tarragona y que nos ha encarecido llamarla y visitarla si venimos por Gijón. Me dice que me quede en su casa, así que esta noche no he de pernoctar en el camping de Deva, a las afueras  (la pretendida Casa Paquet, en el centro, no está aún en uso).


Por la tarde, doy un paseo desde el parque de Isabel la Católica, a lo largo de la playa de San Lorenzo (solo sombrillas mojadas, alumn@s de surf y unas maris disfrazadas de bañistas de los años 20 para una sesión fotográfica) hasta la parte más antigua. En el paseo de la playa hay obras por recuperación de los temporales, y los locales a pie de calle parecen de cosas efímeras, de temporada.

A las 17.30 estoy sentada en la parte vieja, en las escaleras delante de “El siete”. A estas horas no  hay casi nadie por la calle, solo una excursión guiada ante la Torre del Reloj, una reconstrucción pintada de rosa, hoy sede del archivo municipal; cerca de la casa natal y museo Jovellanos, cerrada porque es lunes.

Solo se oyen los pajarillos y el rumor de conversaciones en la sidrería “Plaza Mayor”. ¡Qué paz en este ratito sin lluvia, y qué descanso para las plantas de los pies…!

En un panel leo que Gijón viene del asentamiento romano de “Gigio”, donde terminaba la Vía de la Plata que unía el sur de la península con el mar Cantábrico.

MARTES, 1 DE SEPTIEMBRE. A AVILÉS. PRIMERA JORNADA

“Nunca se es tan dueño del mundo como cuando te levantas el primero” (Asa Larsson en la novela Cuando pase tu ira).

Qué gran verdad, aunque los noctámbul@s jamás puedan comprenderlo…

Salgo a las 7.45 horas. Cielo gris.

17 º C a las 8 y 11. De momento, no llueve. Aquí, como en Pola de Siero, ponen el nombre de la calle en una manzana y en diez, no.


¡Menos mal! En la calle Pedro Duro veo una vieira dorada incrustada en la acera. Voy bien.
La gente me toma por inglesa: “Can I help you?” -me pregunta un señor muy amable viéndome consultar el plano. “Gracias, pero sé a dónde voy”- contesto, dejándole estupefacto en mi correcto castellano sin acento.

La primera flecha amarilla está junto al carril bici antes del hotel La Polar en la calle Mariano Pola. Me adelanta un señor con mochila, que he visto antes, en playeras. No saluda.

Salgo, más por intuición que por las indicaciones de mi guía, o la señalización, bastante escasa. Salir de Gijón me lleva más de una hora (dos, in fact, de 8 a 10).

En el parque de Moreda, el de “Comisaría”, pregunto a dos maris que me dejan encaminada y me acompañan mientras van a comprar al Día. “A mí también me gustaría hacer el Camino”- dice una de ellas. Luego comentan que “ya es tarde” y que solo andan una hora diaria.

A mí me parece que volviéramos a Gijón. “No, que vamos bien”- me aseguran. Luego, hablando con otros peregrinos, me dirán que han tenido la misma sensación: que no salían nunca de Gijón y que tardaban un congo en abandonar la ciudad.

En un momento dado, veo la señalización de “parque arqueológico Campa de Torres” y, en lo que queda de una farola, la señal blanca y roja que indica un sendero de Gran Recorrido, un GR. Parece que por fin voy a salir al campo…


En “El camionero”, antes de entrar “en la naturaleza”, tomo un último café y aprovecho para ir al baño. Luego, ya veo una flecha amarilla, de frente, por la acera de la derecha, antes de llegar a la gasolinera. Aún por la acera, corto mis primeras zarzas. Me imagino que hago un trabajo comunitario, eso que en Palencia llaman la “huebra”, cuando los vecinos se reunían para hacer alguna obra en el pueblo que afectara al “bien común”. Yo, como voy tan despacio, me puedo permitir el lujo de ir “mejorando” el Camino.

No voy al castro de la Campa de Torres, así que sigo recto. Más tarde, veo una desviación a la derecha, hacia las vías del tren y, en un pilar de la luz, la flecha parece estar borrada, pero el monolito tiene la vieira con piedrecillas encima y, más adelante, creo distinguir un poste de madera con el símbolo amarillo. Hay que cruzar la vía. Detrás de mí viene una pareja que parece consultar el móvil y está más perdida que yo (por lo visto, hay mucha gente que lleva la aplicación en el móvil, pero yo prefiero seguir las flechas amarillas: me parece más entretenido y aventurero.

Ya me duelen las plantas de los pies, y acabo de salir de la ciudad. Como he tardado tanto…

En un cartel de carretera, leo: Avilés 18. Voy por el “Camin” de la Estación, una carretera cortada. Junto a la vía del tren, una estación eléctrica, un hórreo y un Club? de nombre “Clásico”, abandonado. Pero, ¿quién iba a venir hasta aquí…?

Todos los caracoles están saliendo a la carretera, y eso que no hace sol. Menos mal que no hay tráfico o perecerían estrapallados.

En Veriña, paso bajo un “túnel” enorme de hojalata. Aceralia, creo que he leído. Ah, no. Es Arcelor (una siderúrgica). Un montón de palomas otean desde el tejadillo.

¡Vaya! He andado más de un kilómetro y ahora pone que a Avilés hay ¡19 kilómetros! Estos de carreteras…

Los camiones se van a pesar y el paisaje, un paisaje industrial con los pilares del túnel llenos de pintadas, es un destartale total. Menos mal que me mandan cruzar al otro lado de la carretera donde no hay tanto ruido ni polvo. Tampoco arcenes.

Acaba de adelantarme el señor de esta mañana. O se ha perdido o ha dado quince vueltas más para que yo le haya ganado. Ahora sí saluda e incluso sonríe un poco. Vamos por lo que parece una carretera de servicio (a la fábrica), fuera de la carretera general. En el río, alisos, sauces y budleias.

En el Parque Verde (de chatarra), en Poago, me ahogo con los humos de los alternadores. Estoy ya muy cansada. Me siento en un quitamiedos a comer una naranja frente al paisaje industrial apocalíptico. Espero que al final de la subida al monte de eucaliptos (¿el monte Areo?) vea los dólmenes (más de 30 -dice mi Guía).

Dejo atrás los barrios de Zarracina y de Padierna. Se oye un ruido fabril continuo y veo, abajo, todo el Gijón industrial. Me adelantan otros dos peregrinos.

Estoy en el Camino Real…¡y aún no he visto los más de 30 dólmenes de mi guía! Son las 12. No sé cuánto me falta, pero estoy reventada. Cada vez ando más despacio. Me siento en otro quitamiedos a comer un bocadillo de sardinas, a ver si me da energía. Echo un trago del aquarius que llevo en el termo. ¡Y  a seguir!


De repente, en una esquina del camino, un tejadillo con objetos varios: agua, naranjas… “Solo para peregrinos”- dice el cartel. También hay una caja para dejar mensajes. Amada González Álvarez es la “benefactora”. Otras veces son unas sillas de plástico o un banco en mitad de la nada.

A las 12 y 20 llego al área recreativa de Monte Areo, en realidad una mesa de madera con dos bancos adosados. Pero suficiente. Mientras me acerco, el señor de Gijón se levanta para irse. Me adelanta un peregrino francés, o belga (lo digo por la “g” gutural cuando saluda). Por fin, pista (forestal).Me estaba dejando en el asfalto la poca grasa “de la planta del pie” que me quedaba. Mis pies suspiran, aliviados: ¡Qué terreno tan mullido!

Mientras corto unas zarzas, me como unas cuantas moras. El sonido de las hojas de los eucaliptos con el viento, me embriaga y me recuerda un paseo por los atajos de Suances al pueblo, de niños. Por detrás vienen más peregrinos. ¿También me adelantarán…? Aún no he visto ningún dolmen; ni siquiera un menhir…

A las 13 horas repinto mi primera flecha. Me sale un poco temblorosa. Necesito practicar más.

Coincido con un polaco que lleva tres mil kilómetros a sus espaldas, más de 100 días andando desde su lugar de origen, y una austriaca, Julia (pronunciado Yulia), enamorada de España (“Ojalá pudiera venirme a trabajar aquí”). Con ella hago un trecho hasta la iglesia de Santa Eulalia en El Valle. Le digo que voy a intentar coger un autobús hasta Avilés porque ya no puedo más (mi guía dice que hay 23´9 kilómetros de Gijón a Avilés, muy lejos de los 10 o 12 que pretendía hacer, pero, a estas alturas, no he encontrado ningún lugar intermedio en el que pernoctar). Nos despedimos y ¡la parada de autobús en la carretera no lleva a Avilés! La señora de una casa me dice que me quedan unos 5 kilómetros hasta la carretera general y que no sabe si los autobuses a Avilés pasan cada hora y media. Así que… a seguir andando. Ha salido un poco de resol y veo al francés delante de mí. Al final, no he visto ningún dolmen porque había que desviarse de la ruta. Y ¡para desviaciones estoy yo!

Dejo atrás La Maquila (pueblo que no sale en mi guía) y Los Celleros (que tampoco). Ya solo pienso en poner un pie después de otro. “Ejercitar la paciencia. Aceptar lo que el Camino te dé. Concentrarte solo en poner un pie detrás de otro”- me repito como un mantra.

El señor de la pareja que me ha adelantado, los 70 ya no los cumple, así que ya debo de ser la última de todos los peregrinos que hoy vamos a Avilés. Son las 14. 30, y aún en ruta…El viento me empuja de popa. ¡Gracias, viento!


Creo que nunca me he alegrado más de oír los coches en una carretera general. Son las 15 horas, y sigo en el Camino. Ahora, cuando ya estamos muertos, nos viene hacer “el salto del pasiego”, en unos de esos pasos intrincados que encuentras de tanto en tanto. Y el anuncio de radio taxi Corvera -como un oasis- en cada quitamiedos.  Creo que ya ando tan despacio que ando casi parada.

Finalmente, en Tabaza (a 8 km de Avilés; ya llevo 16), salgo a la carretera general. Los camiones pueden ir  hasta 90 kilómetros por hora, así que voy por el arcén de la derecha, que es algo más ancho, Además, tiene quitamiedos y me siento de cuando en cuando. Creo que estoy limpiando y abrillantando todos los quitamiedos de Asturias…

Ya no me extrañan los cartelitos del taxista. Es que te juegas el tipo. Cada vez que pasa un camión, me paro y clavo los bastones en el alquitrán. Pero ganas me dan de abrazarme al quitamiedos a pesar de mis 80 kilitos. Cada camión que pasa, me vuela. Menos mal que es el fin de concentración de accidentes.

15.45 horas. Veo volver a la pareja mayor. Les pregunto si han perdido algo. Me dicen que buscan un sitio para comer que les han indicado. Les paso el teléfono del radiotaxi.

Km.14 AS-19. Siento como si las piernas se me fueran a separar del cuerpo. Para olvidar el dolor, canto o tarareo  todo lo que me sé, o recuerdo.

A las 16.30 horas, junto a un asador, logro coger un autobús municipal a Avilés. No sé, si no, si hubiera llegado.

Recomendación/Conclusión: Si usted no se siente muy segur@ de poder hacer los 24 kilómetros de Gijón a Avilés, mejor empezar en Avilés (si acabó, como yo, la anterior etapa en Oviedo, y quiere seguir por la costa). 


PASEO VESPERTINO POR AVILÉS Y NOCHE EN EL ALBERGUE

Frente al albergue Pedro Solís, una casita baja granate en la confluencia de la Avda. de Cervantes con la calle Rivero (el albergue, pintado de malva está atravesando la puerta), empieza la zona peatonal de Avilés. Tras una ducha reconfortante  y hacer la colada, sobre las 18 horas salgo a dar un paseo por la calle Rivero.

Lo primero, me tomo un helado en Los Valencianos, de crema catalana y café. Luego, busco una cabina porque tengo descargado el móvil. Encuentro una en la Plaza de España. Funciona, menos mal. Llamo a casa para avisar de que hoy ya estoy “establecida”. Después, en la plaza del Ayuntamiento veo el trenecito turístico de turno y decido cogerlo para descansar un poco los pies. El viaje de media hora cuesta 1´50 euros.


Avilés es muy diferente a como pensaba: tenía en mente las imágenes de cuando estudiaba el bachillerato, de zona industrial, humos, chimeneas…Pero el casco antiguo es muy bonito (la calle de la Galiana, la calle San Francisco, el palacio del marqués de Ferrera o de Camposagrado, las casas Valdecarzana y García Pumarino…).

Al terminar, me siento en Lizarran a tomarme una ensalada (tardan mucho en traerla y tardan mucho en cobrar…). Se oye el murmullo de la plaza mientras yo estoy beatíficamente sentada, levitando después de dos cañas.

A las 8, cuando regreso al albergue, hay un roncador inmenso en la habitación (55 plazas en una sola estancia). También huele un poco “a salchichurri”, a pesar de una puerta y una ventana abiertas. Una americana toca el ukelele sentada en su litera. Me temo que nos va a dar la brasa al menos hasta las 22 horas, momento de “cierre”. Hay gente que no es muy cuidadosa: habla en alto o se pone a oír vídeos o a hablar con la familia por el móvil. También se notan las edades. El polaco de nombre impronunciable y de los más de tres mil kilómetros a sus espaldas, se ha dormido vestido, con el gorro de tela sobre los ojos.

Es curioso cómo, en las reuniones, a pesar de estar en 2015, se siguen tocando y cantando las mismas canciones que cuando yo tenía veinte años: Let it be, La samba…Es increíble. Me he tomado un paracetamol porque imagino que hasta que no se me quite la tensión de los músculos y estos se relajen, no podré dormir. ¡Dios mío! El roncador va a levantar el techo. Como cierren por la noche todo, por la mañana va a haber una “tigrada”…

¡Qué nochecita!...Con sinfonía de roncadores… y dos pedos. A la una de la madrugada vino el grupo de los más jóvenes con sus linternas. ¡Qué pasión por llevar una luz! Yo dejo todo a mano y me conformo con las luces de la calle o las de seguridad.

De todas formas, hasta pasadas las tres de la mañana – en que mis músculos debieron relajarse, por fin- no pegué más que cabezaditas. Y a las 6 ya me levanté y saqué las cosas de la habitación para recoger sin hacer ruido.

Una cosa que siempre me pregunto: ¿Por qué los señores cuando van al baño no cierran la puerta y les da igual que se oigan todos sus sonidos mañaneros…? Podían ser más discretos…

Cuando tengo todo recogido y, mientras espero a que se haga de día, me leo todos los anuncios de otros albergues y alojamientos que encontraré en mi ruta. Siempre hay algo de interés. El hospitalero del Pedro Solís me ha dicho que en Asturias este año todos los albergues municipales cuestan 5 euros y, en Galicia, seis. Leo que Pedro Solís fue el fundador, en 1513, de un albergue-hospital (la denominación “hospitalero” viene precisamente de esa concepción) en el que se daba a los peregrinos “cubierto, cama y fuego”.

DÍA 2. Miércoles, 2 de septiembre. DESTINO: SALINAS

El que mucho anda y mucho lee, ve mucho y sabe mucho” (Don Quijote, 2ª parte, capítulo XXV).

He descubierto que padezco el “wanderlust”, “la pasión por vagar”- que no es hacer el vago…
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/04/23/babelia/1429787966_065744.html. Wanderlust, una historia del caminar. Ensayo de Rebecca Solnit.

Thoreau publicó su ensayo “Walking” en 1862. Yo nací cien años después, en 1962. ¿Tendrá eso algo que ver en mi pasión por los caminos, mi wanderlust…?

Nunca he dejado de estar agradecida a Paco y a Ángel, los montañeros que crearon ASPAZ cuando yo estaba en COU y me descubrieron el placer de andar. Andar en el campo o en la ciudad, sola o acompañada. Andar para minimizar/relativizar los problemas, para sanear/sanar/curar la mente (y el cuerpo)…Andar para disfrutar.

A las 7.40 horas apagan las luces de la calle en Avilés, aunque aún estamos casi en penumbra. El cielo está negro de nubes, lo cual no ayuda. Pero, al menos, no llueve. La peatonal calle Rivero está en silencio absoluto. Mientras desayuno en la plaza del Ayuntamiento, leo en La nueva España: “El sobrepeso a los 50 años está ligado a la aparición de alzheimer”. ¡Ay, madre! También cuenta que este verano ha habido 45.000 bañistas menos en la playa de Salinas por la falta de arena…

A las 8 voy por la calle Ferrería. Me duelen los hombros -más bien, las sisas- de los correajes de la mochila. Con los días, me dejarán una rozadura rosácea.

Paso ante la iglesia de los Padres Franciscanos, el edificio más antiguo de Avilés (la nave central es del siglo XII). Contiene los restos de don Pedro Menéndez de Avilés, fundador en 1565 (8 de septiembre) de San Agustín de Florida, la ciudad más antigua de estados Unidos (entonces no sabía que los reyes de España iban a celebrar allí el 450 aniversario…). Por cierto, que leo en la wikipedia que el “Adelantado” murió en Santander el 16 de septiembre de 1574, con tan solo 51 años.

Después, me encuentro con la iglesia vieja de Sabugo, el barrio de pescadores, extramuros de la ciudad. Conserva la mesa de piedra alrededor de la cual se reunían los mareantes para hacer los planes de pesca.


Cerca, una escultura que me llama la atención: Eugenia Martínez Vallejo, “la monstrua”. (Ya de vuelta a  casa, leo que nació hacia 1674 en Bárcena, Cantabria, en plena misa; que con un año pesaba 25 kilos y, con seis, 70. Sus padres la llevaron  a la corte de Carlos II el Hechizado, como una rareza, y allí la pintó, desnuda y vestida, el pintor Juan Carreño, en quien luego se habría inspirado el escultor Favila para realizar su obra en bronce en 1997).


Tras la plaza del Carbayo, cojo la Avenida de Alemania, ya en la salida, recto hacia San Cristóbal. El día anterior me decía una señora en una tienda de suvenirs: “Pero, ¿para qué subir San Cristóbal para volver a bajar…?”.

Muchas vieiras están deslucidas por el sol. Yo veo más práctica la flecha, que siempre puede repintarse de amarillo fosforito, más visible.

Me adelanta la pareja de ayer: Blanca y Luis, de Vitoria y Alicante. También van despacio, pero creo que no tanto como yo. Me dejan podando unas zarzas.

Cerca de Salinas (está solo a 5 kilómetros de Avilés), a los caminantes nos mandan por una pista resbalosa de piedra y hojas. Bajo con cierta prevención, apoyándome en los bastones. Saliendo del monte, cruzo la carretera y tomo la Avenida de Raíces. Cuando ando un poco despistada, perdida la última flecha, un parroquiano sentado a la puerta de casa, me encamina de nuevo. La verdad es que la gente es muy amable. Siempre que he tenido dudas o que voy mal, alguien me ha vuelto a poner en la senda correcta.

Mientras estoy hablando con el señor, oigo que alguien me llama por mi nombre. Pero, ¿quién me conoce aquí…? Son unos amigos de mis padres a quienes mi madre ha avisado de que ando por sus lares. Me invitan a su casa y, esta noche,  dormiré sin dolores, como una bendita (empiezo a pensar si el colchón/los colchones pueden tener algo que ver…).

DÍA 3. SAN ESTEBAN DE PRAVIA, EL DESCUBRIMIENTO DE ESTE AÑO

Lo que falta es el callar y el obrar, no el escribir o el hablar”. (El tercer abecedario, de Francisco de Osuna).

Jueves, 3 de septiembre

8 h. Ha llovido toda la noche, pero, de momento, solo chispea.

En la subida a San Martín de Laspra solo oigo mi respiración y las gotitas de agua sobre el chubasquero.

En la cuesta me adelantan 5 personas; se supone que habrán dormido en Salinas. He visto, al menos, un par de alojamientos (A no ser que vengan de Avilés, hayan salido aún de noche y vengan a toda flecha…).

Paro a ver la iglesia. Mi guía dice que posee una ventana geminada (“ventana prerrománica bífora”, o sea, gemela) perteneciente al templo mozárabe primitivo. Protegida con un metacrilato churretoso, no se aprecia bien.

A las 9.30 h, en el Barrio de la Cruz. Estoy tan calada como el día de San Esteban de Leces, la vez que recuerdo más lluviosa junto con el día de hoy.

Me acaba de adelantar un holandés de Utrech -o eso le he entendido- que viene andando desde Viena??? A pesar de sus 70 años bien cumplidos, va como un bólido y me dice adiós, sin pararse, tras preguntarme de dónde soy. Suele ser la pregunta más habitual este año, junto a la de “¿dónde has empezado el Camino?”. Nadie  me ha preguntado aún si voy sola…

A las 10 estoy en El Cordel. Me empieza a doler la rodilla derecha. Voy por un tramo del Camino Real y los cuervos me acompañan con sus graznidos. Los estimo desde mi estancia en la isla de Mull. Son pájaros madrugadores, a pesar de su voz desagradable.
Sobre las 10.45 h veo un cartel en mitad del campo que anuncia: “Apartamentos El peregrino. Dormir, cenar y desayunar, 20 euros”. No especifica en qué pueblo se encuentran, pero supongo que sea cerca (más tarde, alguien me comenta que están en Soto del Barco). Llamo al móvil que aparece, para preguntar, pero una voz prefabricada me dice que ese número tiene restringidas las llamadas y que no se puede realizar la conexión. ¡Pues vaya móvil…!

A las 11 llego a la ermita de Los Remedios en el pueblo de La Ventaniella. He hecho 7´5 kilómetros ¡en 3 horas! A 2´5 kilómetros por hora, ¡de récord! Me gusta el sitio, pero no hay lugares para quedarse a dormir. Un paisano me dice: ¡Hombre, si fuera de noche, mi yerno en el restaurante…! Así que, en el pórtico de otra iglesita me siento un rato a descansar y me como mi bocadillo de jamón de cebo que me había preparado el día anterior (quiero decir, hace dos días, en Avilés. Como los amigos de mis padres en Salinas me habían invitado a comer y a cenar…). Unos pocos frutos rojos y unos sorbos de aquarius me restauran un poco.

En Santiago del Monte, un cartel señala el aeropuerto a un kilómetro. Así saludé yo de buena mañana a un avión, una figurita naranja levantando ambos bastones hacia el pájaro volador.

En una desviación en que mandan a los de bici por la carretera, veo un cartel que anuncia un albergue a 3 km desviándote a los 500 metros. Yo decido ir por el monte, por donde vamos “los de a pie”. Encuentro el primer cartel de los muchos que veré promocionando el albergue nuevo (de 2014) abierto en el centro de Luarca. Lo cierto es que publicitado, está bien publicitado. Y de las maneras más ingeniosas…


Yendo por el medio del monte, a veces pienso: Y si, por ejemplo, me saliera un oso (estamos en Asturias), ¿qué haría…? Ahora mismo, echarle los arándanos y una naranja, que es lo único que tengo para comer, y salir corriendo en dirección contraria.


De repente, un charco ocupa todo el camino…¡y yo sin mi piragua! Mientras decido qué hacer, oigo detrás de mí, ¿a un vasco?: “¡Ay va, la hostia! Son tres. Uno ha decidido metros atrás coger por la tangente e ir monte a través, entre tojos y helechos gigantes. ¡Ay, uy…! Le grito: ¡Cuidado con las garrapatas! (Va en pantalón corto…). Al final, había un paso elevado para salvar la poza sin mojarnos los pies.

Con tanta lluvia (ya van tres días seguidos), me alegro de llevar las polainas. Una de ellas me aprieta un montón por encima de la pantorrilla y me causa dolor, ¿será una variz o es que me estoy gangrenando la pierna…?

Llego a un cruce y, ni monolito, ni flecha en un árbol, ni nada, así que – cual indio- miro las pisadas de botas en el suelo, y por ahí voy. Ocurre de vez en cuando: abren una nueva pista, mueven los terrenos y nadie se preocupa de volver a señalizar el camino.


A las 14 horas estoy en El castillo, otro sitio precioso sobre la ría del Nalón, pero sin alojamientos. “El albergue, en San Esteban”- me aclara un mozo. Está a  unos tres kilómetros, así que decido comer en Soto del Barco, en la cafetería Bulevar, en la misma rotonda de entrada. Elijo la recomendación de la camarera: “El chosco (lomo con pimentón) es de Tineo, mi tierra”. El menú se compone, pues, de ensalada, un pincho de tortilla de patatas recién hecha, el chosco, una cerveza (con unos cacahuetes de los de pelar, mientras espero) y un café bombón. Me sabe todo a gloria.

Me recomiendan Casa Carmina. “Son dos euros más que el albergue de San Esteban, pero merece la pena…”.

Con nuevas fuerzas, inicio el camino hacia Muros de Nalón. Los castaños están preciosos, llenos de “trufas” verdes de pinchitos y, en la cuneta, se asoman los “anises”. En la ría, un cormorán con las olas desplegadas, parece una estatua de sal.


Y llega una encrucijada, y el dilema: subir 800 metros (ya serán más) por una pista forestal a Casa Carmina o descender 1´5 km al puerto de  San Esteban. A las 15.30 de la tarde, no tengo ninguna duda: bajar ¡y que sea lo que Dios quiera! En buena hora, el sitio me encantará, tanto como Villaviciosa el año pasado. Me quedo prendada...


El albergue y el pueblo

El albergue me recuerda a los albergues juveniles (youth hostels) de veraneo y trote. Es un poco destartalado (no funcionan los estores y las maderas del suelo de la habitación se levantan), pero el sitio en el que está es tan bonito….Amalia, la guardiana, es un poco bardal, pero me deja pasar por la cocina al tendedero de ropa (sin que se entere “el jefe”).

El pueblo se asienta a lo largo de la Avenida Fierro (banquero, armador y consignatario de buques). En los paneles informativos leo que San Esteban fue un puerto carbonero y un centro exportador de carbón de la cuenca de Aller. (Fernando Casado de Torres canalizó el río Nalón para llevar el carbón de las minas de Langreo hasta San Esteban en chalanas).


A finales del siglo XVIII, San Esteban fue el lugar elegido para exportar la madera de Muniellos, el carbón de Langreo y los cañones de la fábrica de Trubia. Pero la competencia de El Musel, en Gijón, en el siglo XIX, hace decaer el puerto.

A principios del siglo XX hay un nuevo resurgir cuando se lleva carbón para la siderurgia vasca, pero el auge del petróleo a partir de los años 60 provoca su caída definitiva. Hoy está declarado puerto de interés histórico industrial y conserva los cargaderos de mineral y las grúas de carga. La vía férrea de FEVE termina aquí uno de sus ramales (San Esteban-Oviedo).

Tras recorrer el pueblo de punta a punta en sentido longitudinal, me siento en un banco del parque infantil “a ver pasar la vida” mientras se encienden las farolas con su luz anaranjada y empiezan a acribillarme los mosquitos. La tranquilidad y el ambiente sereno me traen a la mente Villaviciosa el año pasado. De repente, uno de los niños se esmorra con la bici contra el bordillo. “¿Estás bien?” “Sí, es que todavía no controlo bien la bici”. Se llama Jesús. En los barcos, con la brisa, suena el sonido metálico de los obenques contra el palo. Siempre me recuerdan mis cursos de vela en el pantano de Valmayor.


El reloj da las 21 horas cuando decido retirarme abrasada por los  mosquitos. Lástima no haberme dado cuenta antes  de los paseos en barco por la ría en “La Carmela”. El último ha sido a las 19.30 horas…

DÍA 4. EL PITO

“Tener pocas cosas ayuda a partir” (Fernando Marías en Cielo abajo).

Viernes, 4 de septiembre

Cuando abandono el albergue, son las 8 y 25, algo más tarde que otros días, pero no importa. Me siento un rato en mi banco junto al parque infantil como hiciera en Villaviciosa el año pasado en la plaza José Caveda y Nava.

He dejado a Emmanuel, de Ecuador, que hace el Camino en bici, acaldando sus cosas. Le pregunto si ha sido consciente del silencio absoluto por la noche: ni campanas de iglesia ni coches circulando por la carretera…Además de compartir habitación, mantuvimos una animada conversación nocturna sobre la “cuestión catalana”: él vivía en Barcelona y tenía varios amigos que defendían la independencia. Para él, el sentimiento inexpresado -pero latente, y dolorido- era que “se sentían la última colonia de España”…

En el desayuno, he coincidido con un grupo que me había adelantado el día anterior – todos camuflados con capas y chubasqueros- por una pista de barro. “De Santander, ¿no?”. Es el valenciano de un grupo “internacional” integrado por una australiana, una americana, un madrileño…, y más nacionalidades. El valenciano- también cincuentañero, como yo, me confía que la experiencia le está siendo valiosísima. Que él, que se encuentra un poco desclasado en su ciudad, donde sigue siendo “el raro”, aquí se siente “a gusto y en paz”.

Mientras subo hacia Muros por la carretera, me empieza a doler el talón de Aquiles del pie derecho. Y hoy no es la arruga del calcetín. También tengo un poco de tortícolis, o un tirón, o una contractura, en el cuello. Y una ampolla en mi dedo pequeño favorito.

Mientras asciendo, oigo las campanadas de las 9 de la mañana. Creo que la última vez que las escuché fue ayer a las 9 de la noche. Así que, de 9 a 9, deben permanecer silenciosas. Pensaba que la subida iba a ser más dura, pero es bastante sostenida. Eso sí: sigo limpiando los quitamiedos de Asturias…

Despejo de correhuelas la flecha que nos introduce en Muros de Nalón junto al paso elevado de la carretera. A las bicis las mandan por el asfalto. “Me presta” haberme quedado en San Esteban, que dirían los asturianos.


En Muros, me paro ante la portada del palacio de Valdecarzana. Como no la  liberen de tanto peso (de las hiedras), no tardará en caer al suelo. Dicen que en la Guerra de la Independencia fue el cuartel del mariscal francés Ney, quien ordenó el incendio y saqueo de Muros.

Hay que salir del pueblo rodeando el muro del palacio para encontrar una flecha amarilla en la calle Francisco C…- junto a una mercería- bazar- , y tirar a la derecha e ir en paralelo a la línea de ferrocarril de la FEVE.

A las 10 empieza el chirimiri u orballo. Voy por un camino precioso, un poco resbaladizo. Paso un puente de piedra sobre las vías. El camino está lleno de brezos, tojos y helechos. Tras un buen rato por el sendero embarrado, salgo a una pista forestal -para realizar entresacas de eucaliptos, supongo. ¡Qué bien salir un poco a cielo abierto!


Momento de duda: la pista forestal se desdobla hacia abajo. Y ahora, ¿por dónde…? Busco algún signo que me dé la clave y encuentro un monolito de piedras. A alguien –otro, otros peregrinos- se le ha ocurrido, y se lo agradezco. Añado una flecha amarilla flúor para que la dirección sea más visible. El paisaje, por ratos, está destrozado: raíces al aire, ramas y troncos secos, piedras desgajadas…

De nuevo, duda; en ausencia de señal alguna, me fijo en las huellas de pisadas y rodadas de bicicleta en el barro. Y pienso: “No hay que pintar flechas redundantes, pero sí necesarias”. A veces, hay hasta tres o cuatro en el mismo lugar y faltan, en cambio, donde puede  uno vacilar.


Así llego a El Pito (el barrio alto de Cudillero), al que llaman “el Versalles asturiano” por el palacio Selgas. De otro albergue, tenía la anotación de “el albergue Cudillero” y, menos mal que llamé antes y deshice el entuerto, porque está en El Pito. Cuando llamé, Marga me dijo que lo había dejado atrás, pasando el hotel Álvaro, entre la iglesia (de Jesús Nazareno) y la primera entrada al palacio. El albergue está justo detrás. Es una casita pequeña de 8 plazas en 2 habitaciones de 4, con baño dentro de la habitación. La entrada es a partir de las 14 horas, pero Marga me permite dejar la mochila en una taquilla y me indica un sitio cerca, La Arbichera (no La Archivera), donde ir a comer, y así hacer tiempo.

Por diez euros, como estupendamente; el menú: judías verdes con jamón, pollo rebozado y arroz con leche.


De vuelta al albergue, ya pasadas las dos, aún sola, tomo posesión de mi litera de abajo, me ducho y hago mi colada. Luego, decido bajar a Cudillero a dar una vuelta. Me han sugerido que, en vez de ir por la carretera, baje por una desviación a la derecha que pone “al cementerio y a la Atalaya”.


…La bajada es tan pindia que creo que en dos meses no volverán a crecerme las uñas de los pies… Cudillero, visto por segunda vez (estuvimos hace años, en invierno) no me resulta un pueblo “cómodo”: demasiados turistas, demasiados coches y un acceso complicado. Echo de menos San Esteban: amplio, llano y despejado.

Decido subir por la carretera. No me parece tan peligrosa. Hay acera en uno u otro lado, si bien a veces tengo que ir de perfil, como en un jeroglífico egipcio.


A mi llegada, veo que comparto habitación con un japonés de cerca de Kioto. Ha venido porque oyó a varios compatriotas hablar del Camino. Mientras escribo mis notas del día, un chico de la otra habitación me pregunta si podría pedirle -por teléfono- una pizza y un par de hamburguesas. Él y su novia son de Corea del Sur y no hablan palabra de español. Han salido de Avilés con la intención de llegar a Santiago.


La humedad empieza a notarse, aunque aún no son las 19.30. El japonés me pide permiso para sentarse a cenar en nuestro “porche”. Creo que está comiendo un bocata de fuet con sirope de chocolate. Yo me tomo un paracetamol, un melocotón y una pera porque aún estoy llena de la comida pantagruélica en La Arbichera. Tres cuervos graznan en un pino.

Tras un corto paseo por los alrededores, a las 20.45 h estoy sentada a la puerta del albergue observando el cielo. Me da pena meterme, pero ha enfriado mucho y se nota la humedad. Ya se van encendiendo las lucecitas naranjas en las casas de la ladera.

DÍA 5. A SOTO DE LUIÑA

“Escribo mientras camino” (Isaac Rosa).

Sábado, 5 de septiembre

7.30 horas. Hoy parece que va a salir el sol. No sé si ha sido por el colchón viscoelástico, pero he dormido sin dolores como una bendita. Este albergue –privado- ha sido un lujo: nuevo, limpio como una patena y con materiales de calidad, cuidados. He pagado con gusto los 15 euros (si pienso que en San Esteban me cobraron 13…).


Urracas y cuervos mañaneros me acompañan. Me ha empezado un calambre en la corva como en mis últimos “viajes en tren” y solo llevo una hora y media de camino. No sé qué se hace en esos casos: ¿es mejor parar?, ¿masajearse…? Me como el bocadillo de sardinas que me había preparado ayer en San Esteban ante la mirada horrorizada de las peregrinas extranjeras. “No, no me lo voy a desayunar ahora, tranquilas”. Pero hoy, sí, y aunque el pan está un poco chicloso, me sabe a gloria.

Voy por un camino paralelo a la autovía del Cantábrico y al mar, con el sol dándome en la espalda. Divino.…Me acaba de pasar un chico que ha salido de un cruce de caminos como un obús. Apenas me ha dado tiempo a decirle: “Buen Camino”.


En el hotel y restaurante Mariño, veo colgadas de un árbol unas originales casas de colores para pájaros. Cerca, el apeadero de La Magdalena, estación de la línea de FEVE entre Oviedo y Ferrol. Pasa, entre otras, por Soto de Luiña, Cadavedo, Luarca, Navia, Tapia de Casariego, Castropol…Sale de Oviedo a las siete y media de la mañana y llega a Ferrol casi a las tres de la tarde. En sentido contrario, sale de Ferrol a las ocho y veinte y llega a Oviedo a las tres y media.


A las 10 y 20 oigo cohetes sobre La Concha de Artedo. ¡Ya están de fiesta! Decido salirme del camino por unos instantes para andar la playa, que se ve hermosa desde arriba. Es una playa ¡de piedras! Mientras voy por una pasarela de madera hacia el restaurante que se ve al final, las oigo golpear unas contra otras como si fueran las maracas de Machín. Demasiado arriesgado andar con los pieses doloridos sobre ellas…

A las 11 estoy desayunando (por segunda vez) en Casa Miguel. ¡Cómo se puede ser tan feliz con algo tan sencillo: un poco de sol, un té y unas tostadas…! La chica que me lo sirve me asegura que cuando baja la marea hay muchas zonas de arena…, pero no me convence. Las mermeladas son deliciosas…


Merece la pena estar media hora mirando al mar aunque luego haya que volver atrás un kilómetro a recuperar la senda.

…Otro anuncio del albergue nuevo de Luarca. Yo, como Cervantes, me leo todos los papeles que encuentro. Leo: “Zona restringida por presencia de galipote”. ¿Qué será eso…? Me suena a “gamusinos”. Lo buscaré cuando llegue a casa (Menos mal que no lo sabía: es un monstruo (el galipote dominicano). En el contexto de aquí, creo que es lo que nosotros llamamos “chapapote” (el alquitrán que sueltan los barcos)…Los días 6, 7 y 8 son las fiestas de Soto de Luiña- leo en otro cartel.

Me adelanta la francesa que también ha desayunado en Casa Miguel, y en una duda del camino, me encuentro con Ester y Ana, que se quedan en el camping y han hecho el recorrido el día anterior. Ana -es menudita- me cuenta que había acometido el Camino francés con una mochila que pesaba más de 9 kilos y que se le habían resentido las tibias. Yo debo de llevar unos 7 kilos, incluido mi libro de plantas en el bolsillo del chaleco, que parece el baúl de la Piquer.

Me sobrepasa una pareja de alemanes mayores. Casi las 13 horas y aún caminando. A media distancia veo varios pueblillos. Supongo que alguno será mi destino. Cohetes, de nuevo. Estamos en las fiestas de la Virgen de septiembre.

El cielo se va cubriendo de nubes. Esperemos que aguante. 13.45 horas. Cartel de Soto de Luiña. ¡Por fin! El albergue (las antiguas escuelas) está frente a la sidrería As Luiñas. La primera entrada, frente a Caja Astur, a la derecha yendo por la carretera general. Hay que registrarse primero en el bar Ecus, en la plaza, frente a la iglesia de Santa María. Pepe, el hospitalero, dice que sobre las 7 vendrá a darnos una charla sobre el nuevo camino a Cadavedo, que ha pintado fuera del asfalto.


Tras una ducha y dejar tendida la ropa en el jardín, decido dar un paseo hasta la playa de San Pedro, a dos kilómetros; pero me sobresaltan dos perros enormes, que parecen salidos de un cenagal -sin amo a la vista y que buscan algo como locos-, y me doy la vuelta. A los metros, veo a un chico con un walkie talkie: “No hacen nada. Están a la caza del jabalí”. Ya, pues díselo a ellos…

Así que, a las 4, estoy comiéndome un bocadillo de tortilla y una cerveza en el bar Ecus. Cuando llegué, estaba tan cansada, que solo quería quitarme las botas y ducharme. Luego, la colada diaria, y ahora me daba cuenta de que tenía hambre – cuando la cocina estaba ya cerrada. Por la noche, tras la charla de Pepe, haré merienda-cena.

Poco a poco, la habitación, de unas 25 plazas, se va llenando. Y los tendederos se van cubriendo de ropa mojada. Cada un@, como decía el valenciano de San Esteban, va a su aire y a su ritmo…: uno come o cena solo; otra está echando una siesta; el alemán lee un libro gordo al sol; un grupo de españoles se pone al día sobre la ruta; otras dos chicas comentan las peripecias del camino…Cada un@ es libre para hacer lo que desee y todo el mundo respeta al resto.

Cuando viene Pepe a contarnos el “nuevo camino abierto”, con mapas y planos, las 50 plazas del albergue casi están cubiertas. “Pues viene un grupo de alemanes…”- comenta la última incorporación. Por la noche, las botas de tod@s componen una foto peculiar a la entrada de las antiguas escuelas.


Unos cuantos decidimos ir a cenar el menú del peregrino (10 euros) en la sidrería. La ensalada de pasta que pide el chico alemán está mejor que mi sopa…Tras un corto paseo intentando descubrir -infructuosamente- la desviación que decía Pepe, me voy pronto a la cama.

DÍA 6. A SANTA MARINA

 “Si el mundo tiene futuro, este ha de ser ascético(Los trazos de la canción, Bruce Chatwin).Nada de más”. “Lo bastante es suficiente”.

Domingo 6 de septiembre

Salgo a las 7. 30. Ya hay luz porque hoy está todo despejado. Unos cuantos, bien abrigados, hemos desayunado en la mesa de madera de la entrada. Se ponía en común lo que cada uno tenía: galletas, chocolate, fruta, yogures, empanada…

A la derecha, veo una desviación entre eucaliptos, pindia-pindia, que imagino que es la que Pepe dijo que NO había que tomar.

Al llegar a la primera rotonda, unos cuantos la rodeamos buscando la desviación -un camino desbrozado, según Pepe-, pero nada. Me he juntado con José, un valenciano, y hacemos una parte del trayecto juntos. Tiene un hijo que acaba de terminar arquitectura y está buscando trabajo fuera de España. “Cuando era pequeño, yo trabajaba doce horas: le daba un beso a las 9 de la mañana, cuando salía, y otro a las 9 de la noche, cuando regresaba”. Ahora, sus prioridades son otras: ha sobrevivido a un cáncer y le encanta tenderse sobre los arroyos del camino a sentir el agua fresca.

Por fin, pasado Albuerne, a unos 3 kilómetros por la carretera, creemos encontrar el camino desbrozado de Pepe -casi una autopista. Al menos, vamos por el monte y no por el asfalto.
Hablando, el camino se hace sin sentir. A las 9.30 h, casi sin darme cuenta, estoy en Novellana. “Ni es nueva, ni es llana”- me dice una lugareña. 6´3 kilómetros en dos horas. No está mal. Es demasiado poco camino para quedarme. Intentaré llegar a Santa Marina. ¡Qué bien huele el monte: a hoja mojada, a fresco, a musgo, a eucalipto…!

A las 10.30 h estoy en Castañeras. De nuevo, el mar. Sopla nordeste refrescante que agita los banderines  festivos con la bandera de Asturias. Mi guía cita la playa del Silencio. ¡Qué bonito nombre! Decido bajar a verla.

Este es el kilómetro (según los carteles, está a 1 kilómetro) más largo del mundo: el de la bajada a la playa del Silencio. Las 11.15 horas, y todavía, nada. Con el viento, me acaba de dar  un bellotazo un eucalipto que casi me desnuca. A ver si salgo pronto de este entorno. Solo falta que me caiga encima una rama o un tronco gimiente.

A las 11.30 salgo del bosque a la carretera, ya en Santa Marina. Me temo que ver a un chico, delante de mí, seguir las flechas amarillas, me ha hecho perder la carretera hacia la playa. Pues no pienso volver atrás. ¡Adiós a la playa del Silencio! Otra vez será…

Pregunto por alojamiento y me indican la pensión Prada. Charo me da la llave – en el bar Gayo- y me dice que ya le pagaré después, cuando vaya a cenar. Me recomienda su playa, la de Gairúa, menos conocida que la del Silencio (que me queda a tres kilómetros de ida y otros tres de vuelta, bufff).

Tras sacar el traje de baño de la mochila, y meter algo de comida y bebida en una bolsa, me dispongo a seguir las instrucciones de un paisano: “Todo  p´abajo, sin mirar a derecha o izquierda”. La playa y la bajada (junto a un chalé pintado de amarillo), no están indicadas, a pesar de que me dicen que es una de las más fotografiadas de Asturias (y que siga desconocida, por favor, solo para quienes peregrinen con esfuerzo). Voy con sandalias de descanso (de lo cual me arrepentiré porque la pista es más de bajar con botas o, al menos, playeras de suela gruesa).

Es una senda de alrededor de un kilómetro con un final de 180 escalones hasta la playa (creo que tendré que subirla parándome como en las estaciones del Vía Crucis). Al final, incluso tengo que hacer un poco de  rápel por una cuerda… (Los temporales han movido los últimos escalones y alguien ha instalado una cuerda de nudos para ayudarse a bajar o subir, circunstancia que no me desanima). El esfuerzo merece la pena. Estoy sola en un paisaje increíble (luego llega una pareja que, discreta, se aleja en busca de su propio espacio), una cala tranquila de aguas limpias y frescas.


Tras un baño relajante de diez minutos, me como un trozo de empanada del día anterior y bebo agua con azúcar y limón del termo mientras me seco al sol. Estoy en la gloria. Luego, inicio la “escalada”.

De 16 a 18 horas me quedo aceporrada en la cama de la pensión, a pesar de su blandura. Es como si todo el cansancio hubiera caído, de repente, sobre mí. Al despertar, estoy un poco destemplada, pero hay que sacudirse la pereza. Decido dar un paseo hasta las 7, hora en que Charo me dará la merienda-cena. Voy primero hasta el final del pueblo y luego me dedico a callejear. Hace un nordeste fortísimo, pero el sol aún calienta.

Observo que la gente del lugar suele colocar los tomates, en hilera, pegando a la pared principal de la casa. En los campos, veo mucha salicaria y matas de hierba pejiguera, y menta en las cunetas. Mis amigos, los cuervos, graznan entre el cielo y el mar.

Pienso en cuanta buena gente me he encontrado en el Camino hasta ahora: el valenciano que ha sobrevivido al cáncer, a quien le gusta tumbarse sobre el agua de los arroyos; el japonés, que no es budista (como me insistía, no sé por qué) del  que no he conseguido saber a qué se dedica en su país; Julia, la austriaca amante de la cultura española, que me recomendaba hacerme hospitalera (tras verme cortar zarzas y pintar flechas); Enmanuel, el ecuatoriano de carácter conciliador en el asunto catalán…


La luz es hermosa, anaranjada, y la gente se dedica a sus tareas vespertinas: pasear con el perro, coger judías…Me siento en un banco junto a la carretera mientras se hace la hora.

En el comedor, coincido con Vita, una escocesa que anda algo “stiff”. “Yo no sabía que aquí había montañas…”. Ha venido sin bastones, y esto no es el Camino Francés por Castilla…Alberto, que viene en bici, me confiesa: “He tenido que bajarme más de una vez…”. 

DÍA 7. A CADAVEDO

“Soy un peatón, nada más” (Rimbaud).

Lunes, 7 de septiembre

Salida a las 8. Día espléndido, aunque a las 6 de la mañana había niebla. El viento me parece sur-sureste.

Un mosquito, o varios, no me han dejado dormir. Igual fue que dejé la ventana del baño abierta para que se secara la ropa, pero veo que a más inquilinos les ha sucedido lo mismo al constatar las manchas de mosquitos despachurrados en las paredes…

Con pan tierno procedente del desayuno, me he preparado un minibocata de fuagrás para el camino. Y tengo aún las dos mandarinas de El Pito, que se me van a pasar.

A las 9.15 h salgo del monte a un pueblo, ¿Ballota…? Está dormido como Brigadoon. Sí, es Ballota. Veo una estructura de ladrillo dedicada a Dionisio Fierros, pintor, nacido allí en 1827. Discípulo de Madrazo, fue retratista y pintor de costumbres populares y paisajes.
https://www.youtube.com/watch?v=A0HRiblCRII. Cuadros de Dionisio Fierros.

Al final del pueblo, Casa Fernando, hotel-restaurante. La habitación individual cuesta 20 euros (sin desayuno) y el menú del día, 7´50. Dejo atrás el tablero rotulado con tiza y, a la salida de Ballota, Ecus ha dejado su marca de bajada a una pista forestal.


Transitando por ella, hay una desviación de la pista hacia arriba. Dudo, pero mi guía, en un gráfico, señala que – topográficamente- bajamos hacia el “puente que tiembla”. Espero haber atinado. A los cien metros, veo una flecha. A veces, el sentido común, funciona. Hoy el campo huele dulce.

El aerosol nuevo que he comprado en una ferretería de Soto de Luiña es más difuso que el anterior y se desparrama con facilidad, pero me queda muy bien en una flecha que alguien ha excavado en la roca.

De repente, oigo un jadeo detrás de mí, como si llevara un dinosaurio en la chepa. ¡Qué susto! Es una inglesa que resopla, agotada. Casi me da un infarto. No la había sentido venir.

A las 10.45 h salgo a la luz en Tablizo, imagino. Vistas espectaculares del mar.

Ahora sí que tengo hambre. Saco las rebanadas que me unté con fuagrás en el desayuno y me las como frente al mar. ¡Qué ricas!

A partir de ahora el camino hasta Cadavedo es más suave, con una bajada final. En un campo de pomaradas (manzanas), las mariposas vuelan delante de mí.


A las 12, de nuevo el mar, esta vez con vacas rojas que se interponen en la mirada. ¡Qué vistas tienen…! Como para no dar buena carne, o leche… ¿Ribón, quizá…? Sí. Faltan 5 kilómetros a Cadavedo, creo. Toca bajar 3 km y subir 2. Ahora viene un tramo de carretera y voy limpiando los quitamiedos, “as usual”.

A las 13. 25 h estoy en Cadavedo, por fin. El albergue, muy pequeño (solo 10 plazas) está a la salida en dirección a Villademoros, dejando atrás la Caja Rural. Covadonga, la hospitalera, ha dejado una nota diciendo que nos registremos en el cuaderno al llegar y que ella vendrá sobre las 18. 15 horas.


Así que, tras ducharme (hay que tener cuidado al tirar de la cadena, de las de antes, y con la alcachofa de la ducha, que es como un aspersor) voy a comer a El Salón, el lugar más cercano. Me siento con dos polacas y una holandesa, y el menú de 8 euros a base de ensalada de pasta, carne guisada y arroz con leche, está muy rico.

Luego, para bajarlo, decido ir a la ermita de La Regalina, a un kilómetro y medio, más o menos. A las 4 de la tarde, como ayer, sopla un nordeste fortísimo. Llevo colgado del brazo, como si fuera un bolso, el traje de baño para ver si se me seca. La mies está llena de maizales.


Las vistas desde la ermita son apabullantes: acantilados y playas de piedras a derecha e izquierda. Solo en marea baja, en su punto más extremo de bajamar, hay algo de arena…mojada. Pero son playas de cantos rodados.

La ermita aún conserva las hortensias que le han puesto en su fiesta, el último domingo de agosto. Una placa, recoge: “Al padre Galo, inspirador de esta romería, enamorado de Cadavedo y gran devoto de La Regalina”. La campa es magnífica.


Al regresar al albergue, el viento ha volado la ropa colgada sin pinzas. Recupero todas las piezas excepto un par de calcetines. La hierba está alta y hay un regato cerca y no sé si se habrán caído ahí. Pregunto a ver si alguien los ha recogido, y me doy por vencida. Al rato, la muchacha polaca viene con ellos: había estado buscándolos hasta que los encontró. Le doy las gracias más efusivas: con tres pares y los días lluviosos que hemos tenido, perder un par es una tragedia.

A última hora de la tarde, cuando ya estamos casi completos (incluso dos colchones en el suelo y una pareja que se presta a apretujarse en una litera de abajo), llega un muchacho en bicicleta. Al saber que apenas quedan dos sitios, se los deja a dos peregrinos “andantes” para irse al próximo alojamiento.

Como en Soto de Luiña, donde al final éramos 50, aquí, aunque solo hay un baño, donde están la ducha y el váter, todos nos arreglamos para no interrumpirnos, no hacer colas y no tardar demasiado. Si se quiere, siempre se puede.

Nos reímos con las peripecias de dos hermanos novatos, que primero fueron tres, de un pueblo de Madrid, quienes habían decidido hacer el Camino juntos, y cuyo hermano mayor (“es que no estaba muy en forma”) tuvo que abandonar tras la primera etapa de ¡40 kilómetros con botas nuevas, sin estrenar!

“Tú es que haces el camino disfrutando…”- me dice. ¡Pues claro! Yo no tengo el apremio del tiempo, de terminarlo coincidiendo con el fin de mis vacaciones o de un presupuesto limitado. Recuerdo a uno de Irún que prefería llegar cuanto más tarde a los sitios -haciendo jornadas maratonianas- para no gastarse el dinero en cervezas en los bares. He visto a gente que camina vendada, “esparadrapada”, con rodilleras, con ampollas que dan miedo…

La chica holandesa cambia su litera de abajo con una moza que, al parecer es sonámbula y podría caerse de la litera superior y, a las 22 h, apagamos la luz.

DÍA 8. A LUARCA

“Los caminos lejanos -malva y pino-…” (verso del poema Crepúsculo, de JRJ).

Martes, 8 de septiembre. Día de Asturias

7.30 h. Cold outside. La chica polaca ha decidido coger un autobús hasta Luarca porque sufre mucho de las rodillas.

Para desayunar, me he tomado pan con chocolate (recuerdos de las meriendas de infancia) y dos yogures.

Llevo el mar a mi derecha todo el rato, y el día es un día naranja de septiembre, mis preferidos del calendario. Voy andando entre maizales con el sonido sordo de la autovía a mi izquierda. De repente, escucho: “Pescadilla, salmonetes, congrio…”. Es una furgoneta de esas que vende pescado por los pueblos.

Ante el obstáculo de un árbol caído en el camino, coincido con Emilio, un sevillano muy gracioso que, en el albergue de Luarca me dirá que, si ronca por la noche, le pegue una patada. Con tanta risa, se me olvida hacer una foto al árbol que nos cortaba el camino. Lo cierto es que este año la aventura ha estado garantizada: charcos inmensos, barrizales profundos, troncos inabarcables…A ratos, me he sentido como Lara Croft.

Antes de un puente, veo: 10 km a Luarca (he andado 4 desde Cadavedo). No he visto el pueblo de Querúas y creo que ya debo de haberlo pasado (pensaba quedarme en el hostal Canero), así que me veo en Luarca si antes no encuentro algo.

Entre la carretera y el río hay un camino un poco escorado a estribor, con el cual sufren los pies y los tobillos. Luego, ando entre traviesas de ferrocarril separadas por un metro de ancho, un camino de hierba paralelo a la carretera. Es parte de un sendero circular señalado con las marcas blanco y amarillo, que indican que es de corto recorrido. Son las 10.45 y me duelen la rodilla izquierda y las plantas de los pies.


Al final, descubro el hotel restaurante Canero, entre Querúas y Caroyas. Está aislado y solitario junto a la carretera, sin pueblo a la vista, así que decido seguir a Luarca, salvo que encuentre algo que me guste entre medias. Pero antes paro a tomarme un té con limón acompañado de un pedazo de bizcocho.

La publicidad, en acercándome a Luarca, se intensifica: ahora es el hotel de 3 estrellas Villa de Luarca, con precios -dice- “especiales para peregrinos”. La habitación individual cuesta 35 euros, y la doble, 40. Pero si estamos pagando 5 euros por un albergue municipal, y 15, máximo, en un albergue privado…

…Tras salir de una ascensión “rompepiernas” por el monte, voy por una vía de servicio paralela a  la autovía y el mar.

A las 12.30 horas camino  a pleno sol entre campos y maizales, con una ligera brisa de fondo. ¡Qué bien huele el bosque!: a monte, a aguja de pino…

A las 13 h veo la desviación por La Rampla, a mi derecha, yendo por la carretera. Mi guía dice que es lo más directo para llegar a Luarca (a estas alturas, ya he decidido – en vistas de que no he encontrado nada intermedio para partir la etapa en dos- que esta sea mi final de recorrido por este año. Es un buen día: la fiesta de Asturias. Y el lugar tiene autobús y tren para regresar.

A las 13.30 h hace una solana que me tiraría al mar de cabeza. Una hora después, veo, por fin, Luarca, abajo. Suena “Bailemos un vals” tocado por una orquesta de las de antes. ¡Para valses estoy yo…! Y cómo desafina el cantante…


A las 15 h me registro en el albergue (cuesta 10 euros), en pleno centro. De 24 plazas, ya están ocupadas todas las literas de abajo (siempre elijo la cama de abajo que más cerca esté del baño porque suelo levantarme, por lo menos, una vez).Es un albergue nuevo, moderno, con lavadora y secadora, y una salita de entrada muy “cuqui”.


Pregunto al “guardián” dónde puedo ir a comer cerca - tras ducharme y desembarazarme de las botas, son las 15. 30 horas, - y me recomienda dos sitios: La Farola (cerrado, hoy martes, no sé si por la fiesta) y Don Ángel. Así que, no hay duda: A Don Ángel. Como por 12 euros (hoy es festivo) un menú delicioso a base de arroz con almejas caldoso, merluza a la romana y flan.

En el paseo de vuelta al albergue, me fijo en que hay muchas pastelerías: he contado 4 en cien metros (Ancomar, La luz…). El centro de información y turismo está cerrado ¡porque es fiesta…!

Hacer la colada en el albergue (hasta 2 kilos) cuesta – lavar y secar- 6 euros. Y cada kilo más, otros 2 euros. Así que, decido hacérmela yo misma en el lavabo. Suelo remojarla bien mientras me ducho y la jabono y desjabono en el lavabo.

Después de comer, decido subir a la estación de FEVE para ver los horarios. En el albergue solo tienen los de bus. El “guardián” no es muy partidario de ir a Oviedo en tren: muchos túneles y, si no, encajonado entre montañas. “Sería distinto de Luarca a Ferrol, que va junto al mar”. Al parecer – me explica- que, en tiempos (supongo que cuando el auge de la minería del carbón y los cañones de Trubia), el tramo Luarca-Oviedo era “estratégico” y no debía verse desde el mar, para no ser bombardeado. Pero no sabe que yo soy una “fan” de los viajes en tren…

El primero es a las 12.55 h, así que tengo toda la mañana para ver bien Luarca.

Luego, decido ir a la playa a remojarme un poco los pies. A las 18 h estoy sentada sobre la arena negra, con la espalda contra el muro, y el pantalón y el forro polar puestos a secar al último sol de la tarde. El albergue (24 plazas)  está completo.


Por la noche, soy consciente de que estar en el centro lo hace tremendamente ruidoso (por el tráfico). Las linternas de marras son también un martirio cuando con la luz de la calle yo puedo hasta leer la hora en mi reloj. Una señora se pone a colocar la ropa en las bolsas de plástico con su “cris-cras” interminable (yo, por eso, traigo bolsas de las de guardar los bañadores húmedos, de tela impermeabilizada, que no hacen ruido) cuando todo el mundo está dormido, y a las 21.30 h ¡ponen una lavadora…! En fin, noche toledana. Y yo, basta que esta vez esté en la litera de arriba, más incontinente que nunca, bajando y subiendo por la escalerilla cada hora a hacer pis…(Si fuera un señor, diría que estoy de la próstata…).

DÍA 9. DE VUELTA A CASA

Miércoles, 9 de septiembre

Lo que no se escribe se pierde sin remedio(L. Landero. El balcón en invierno).

8 h. 14º C. Salgo a mi paseo mañanero para no perder las buenas costumbres. A las 9 h comienza en el albergue la “limpieza y ventilación”, y  a las 10 h, todo el mundo debe haberlo abandonado. He preguntado si puedo dejar la mochila recogida en alguna esquina donde no moleste –para poder caminar con mayor libertad y sin peso.

En Luarca, los pasos de cebra son, definitivamente,…para los coches. Me dirijo hacia el muelle, y el restaurante Miramar (edificio de usos múltiples, lo llaman),  para mí, no pega ni con cola en mitad del puerto.

Lo que yo pensaba que es el cementerio, es la capilla de San Roque. Menos mal que he preguntado. “Cementerio, solo hay uno…”, y es el que está junto al faro al lado de la carpa donde ayer tocaba la charanga festiva.



Es mejor ir por la carretera del faro (rampa) que por las escaleras. “Capilla de La Atalaya, Faro y Cementerio” – pone en un cartel. Había leído,  o me habían dicho, que era uno de los cementerios más bonitos de España por su cercanía al mar. Pero también hay cementerios marinos en Suances, Comillas o el de Ciriego, en Santander, que no desmerecen. En este, esté enterrado el premio Nobel Severo Ochoa y destacan panteones como el del indiano Ramón García o el de Vicente  Trelles, creador – con otros- de lo que luego será la compañía de autobuses ALSA, en origen “Automóviles Luarca S.A.”.

De vuelta al puerto, callejeando, donde ayer estaba la carpa, me doy con la mesa de mareantes y con su historia contada en azulejos ilustrados, una idea muy original.


En el periódico “La Nueva España” (mientras tomo un refrigerio, recogida ya  la mochila) leo que Alberto Polledo, librero jubilado y escritor, y “andador” del Camino jacobeo, prepara su tercer libro (“De Oviedo a Castropol”), tras “Buen Camino”, sobre el trayecto primitivo, y “Camino de San Salvador”. Hace cada día 12 o 13 kilómetros. “Caminar es vivir”- dice. “Vas andando y vas meditando…”.


A las 11.45 h estoy en la estación. Ya no tenía más cosas que quisiera  ver en Luarca y amenazaba salir un sol de justicia para subir  “el Alpe d´Huez” (a mí me suena a “Alpe Diem”, pero no lo encuentro escrito así).

La sala de espera está cerrada con llave y el jefe (en este caso, la jefa) de estación ha puesto un posit en el cristal: Horario de oficina, de 12.25 a 19.30. Así que, mientras, me haré un bocadillo de queso.


Ha empezado a chispear otra vez y creo que soy la única pasajera. Espero que no sea un tren fantasma…En silencio absoluto, oyendo a los pájaros y a un cuervo en un tendido de alta tensión. Estado: contemplativo-catatónico.

En Navia (donde el tren pasaba a las 12 y 25), solo traía 5 minutos de retraso, así que a las 13 horas debería de estar aquí. El billete de Luarca a Oviedo me ha costado 7´40 euros.

La vía es única y vamos bamboleándonos. La señora que compra en Luarca cada miércoles, para llevar la compra a Cadavedo (allí es más caro), me cuenta que hace 40 años se derrumbó un túnel y que ella estuvo 40 días con collarín. A mí me parece apasionante ir encajados entre la vegetación. Vamos en un convoy de dos vagones, a paso mosca, traqueteando entre túneles. Arrullada por el traqueteo, voy cabeceando de sueño. La pasada noche no he dormido mucho entre los ronquidos y los descensos de la litera para ir al baño.

Esta excursión es una belleza. Vamos entre taludes rozando los tojos y las ramas de avellanos. Yo creo que no circulamos ni a 50 kilómetros por hora…

En La Magdalena se sube una pandilla de adolescentes con sacos y colchonetas, ¿de un campamento de surf…? Tod@s ven “Mujeres y hombres y viceversa”. Se bajan en Pravia, gracias a Dios, quizá para trasbordar a Gijón/Avilés.

Las estaciones están bastante destartaladas y la mujer de Luarca me dijo que habían quitado el tren de la mañana. Me gusta más la parte hasta Pravia que de ahí a Oviedo. Sobre las 15. 30 h llego a la capital. Fin de etapa por este año.

He gastado en total 350 euros en 10 días (8 de camino y 2 de viaje), incluidos billetes de ida y vuelta y “miniregalos” (cosas que ni pesan ni abultan).


PEREGRICONSEJOS Y LECCIONES PARA NOVATOS

Si en las pendientes tienes que dar pasos de 20 centímetros, o de diez, dalos (no es un desdoro). Tu paso es aquel que no te hace jadear en las cuestas.

Si la bajada es muy empinada, bajar en zigzag, haciendo una zeta (como la del Zorro).

Una cruz (dos aspas cruzadas) significa que por ahí No es el camino.

Llevar dos bastones, y si no, al menos, un buen palo. En el Camino del Norte hay que subir y bajar mucho.

En los pasos complicados, tener siempre tres puntos de apoyo (dos manos y un pie, o dos pies y una mano).

Llevar las manos libres, sin bolsas ni otros objetos (para apoyar en caso de caída y no partiros los dientes).

La ropa pesa…Aunque sea poca y la más ligera que puedas encontrar. Intenta recortar.

Mis bolsas estancas (desterrar las de plástico, que hacen un ruido…):

1.    Artículos de aseo (gel/champú/jabón de lavar: el mismo; desodorante y pasta de dientes).
2.    Para dormir (“pijama”, sábana de 4 puntos de ajuste y funda de almohada).
3.    Ropa limpia y seca (3 de todo excepto de pantalones, 2).

4.    Ropa húmeda y mojada (cuando llueve tres días seguidos y no se seca nada).

     ¡Ultreia! ¡Buen Camino!