Salgo de casa tarareando (no me la puedo sacar de la
cabeza) una canción portuguesa, Ai Margarida, de Camané, que me encanta. https://www.youtube.com/watch?v=6SiCdSwHysc.
En mi “excursión” semanal,
este es el único momento en que acepto -incluso con alegría- salir de casa de noche
(aunque cuando empiezo a andar, siempre hay ya luz del día).
15 º C a las 7.42 h. ¡Buena
temperatura!
Esta vez sí que he leído en
la wikipedia sobre el lugar, Sarón. Al parecer, proviene del apodo de su
“fundador”, Juan Antonio de Saro y Galván a quien, por su corpulencia, apodaban
“Sarón”. Hacia 1870/1876 construyó una venta, “La venta del cruce”, primer
edificio de los que vendrían (farmacia, panadería…) y conformarían la localidad,
a tono con el nuevo Plan de Carreteras de 1856.
DÍA
7. Miércoles, 23 de diciembre de 2015
Hoy sí que salimos a las 8 y
10 (el autobús llega a las 8 y 5). El billete hasta Sarón me cuesta 1´65 euros,
con tarjeta.
“Ay, qué cachondeo llevo…-
dice Julián, que va sentado detrás de mí. Hay que ser un poco feliz…”. Hasta el
día 4 tiene vacaciones.
El tema de hoy: la lotería…y
el fútbol. El conductor no es Miguel, pero igualmente bromea, y embroma, a los
habituales. “¿Me has traído mi centollo…?”. La gente está alegre. Hoy les dan
las vacaciones.
Me encantan los “faros en
tierra” de las glorietas en Guarnizo.
A las 8.45 h estoy en la
plaza de la estación, en Sarón, ya de día. Los niños esperan el autobús escolar
para la última jornada de clase, algunos disfrazados.
En el centro de Sarón, hay
un tráfico…Me tomo un café y un sobao (2 euros) en el bar Avenida, en el cruce
(¿ocupará el lugar de la antigua venta de “Sarón”…? Desde luego, es una casa
bajita y no parece de ahora, como el resto). Aprovecho para preguntar por la
Vía Verde. Me indican la salida del pueblo y luego una desviación al llegar a
Sobarzo…, pero son demasiados datos (y demasiadas voces), que no retengo. Haré
lo que pueda…
Delante del mercado de 1929,
veo la señalización de carreteras (2´5 km a Obregón), y por ahí tiro. En la
panadería Acebo compro una corbata embolsada y unos chicles. “1 euro”.
“¿Solo…?”. “A la corbata, te invito yo”- me dice la panadera. ¿Se habrá pensado
que soy una peregrina…?
Voy por la acera de la
carretera general hacia la salida del pueblo. Al inicio del puente (debajo, la
autovía), una pantalla amarilla a todo lo largo. Debe ser una pantalla
acústica, antirruido. Tras pasar el puente, estoy en Sobarzo, calle Morriones.
La CA-142 a Obregón y Parque
la Naturaleza de Cabárceno tiene un tráfico de mil demonios. Dejo atrás el
mesón La Rioja y su menú de 8 euros y la panadería Saiper. Al rato, se acaba la acera, y me toca arcén. La Vía Verde aquí se ha desvirtuado del todo.
“Velocidad controlada por
radar. Prohibido ir a más de 90”. Menos mal, porque van y vienen a toda flecha.
Me encanta: Bicicletas (¿o será el dibujo de una motocicleta…?), recomendado ir
a 60 kilómetros por hora (¿puede ir tan rápido una bici…? ¿iría yo así de
rápido de tener una…?) y, en 5 kilómetros, puedes encontrarte ciervos cruzando
la carretera. ¡Estupendo! En fin, que mientras no hagan una variante, mejor
ahorrarse este tramo, porque te juegas el tipo. Ando lo más cerca posible del
quitamiedos, pero ¡ ni por esas! se me quita el miedo…
A la izquierda veo una
desviación sin señalizar, junto a una casa amarilla y el número 15 de la calle
Morriones. ¿Será esta la que me decían los del bar…? Distingo a un paseante
mañanero más arriba, que lleva un rato delante de mí, y decido seguirle. En
dirección a Peña Cabarga, al menos, el camino va…
La paisana de la casa
amarilla me dice que tengo la desviación
más adelante, por la carretera general, pero que por aquí salgo al mismo sitio.
Y yo prefiero evadirme del tráfico. Al menos, se oyen pajaricos y, por
momentos, me parece estar en una égloga de Garcilaso o en una novela pastoril.
Una cabra (¿o será un cabrón…?) me mira con fijeza. Espero que no me moche…Tiene
amarradas las patas…
Veo frente a mí la nave de
los Hermanos Borbolla, azulejos y grifería, y, tras el breve asueto, vuelvo a
salir a la carretera general. En la bajada, una invasión de vincapervinca
(que florece entre abril y mayo). El tiempo está, sí, loco, loco, loco…
Por el cruce junto a una
marquesina de bus y un cartel que pone Sobarzo y Cabárceno, veo salir una bici.
Debe ser la desviación que me decía la paisana de la casa amarilla. En la casa
granate, un letrero, en azul y blanco, con el nombre de “Sobarzo”. De frente,
en la carretera general, un letrero advierte de que el tramo es frecuentado por ciclistas, pero ni por
esas. Lo dicho: peatones y ciclistas somos “el último mono” -que diría Manolito
Gafotas.
Son las 10 y solo he hecho
un kilómetro desde Sarón. A pesar de la temperatura, hay mucha humedad en el
ambiente. Ya no es la sequedad del sur de días anteriores. Me pongo el gorro de
lana antes de que se me caigan las orejas.
Paso un puente sobre un río
colmatado de vegetación frente a la calle El Dueso (atrás, antes del puente, he
dejado un camino a la izquierda, de gravilla…). Los cuervos campan a sus anchas
por los prados.
Empieza una subida
pronunciada y me apoyo un ratito en el quitamiedos donde señala a “La Yerbita”.
Veo bajar una bici, así que supongo que voy bien. Oigo al chatarrero por la
carretera que rodea la montaña, más arriba, paralela a la mía. En un árbol,
distingo garcillas bueyeras. ¿Habrán venido desde sus posaderos en el zoo de
Santillana…?
Llegando a Sobarzo, conviven
las casas de pueblo, a mi izquierda, con los adosados, tras una escollera, a mi
derecha. En el bar Gandarillas me explican que “su tramo” (de la Vía Verde) no
está hecho todavía, y me mandan para abajo. Decido coger, de bajada, la
carretera por la que ha salido el chatarrero, junto a la marquesina (calle
Cutiro). Así veo un paisaje diferente.
No sé si, en el futuro,
pensarán hacer la Vía Verde por aquí, pero ya han empezado a cargarse árboles de uno de los lados de
la carretera, donde conviven robles y encinas. Hemos “encarreterado” el campo:
continuamente me topo con desviaciones alquitranadas.
Un estornino, en una
chimenea, trata de aclarar su voz, sin éxito, para que le salga más melodiosa.
A las 11 estoy de nuevo cerca de la casa granate con el letrero de Sobarzo en
fondo azul.
La Vía, según me ha dicho el
chico del bar Gandarillas, va por una pista de gravilla antes del puente (la
había visto, a mi izquierda, cuando cogí la desviación de la carretera general,
pero pensé que esa no era. No hay ninguna indicación).
De momento, va paralela a la
carretera general, a su derecha. Espero que por aquí no pasen coches porque si
no me van a dejar blanca de polvo. Se ven huellas de tractor y de bicicleta de
montaña. Un corredor en mallas me adelanta dejando una nubecilla de polvo.
Si la señalización que he
visto hasta ahora es válida, me quedan 1´5 kilómetros hasta Obregón y tengo dos
horas hasta que pase el bus sobre la 1. Decido comerme mi tortilla de atún
(dejando casi todo el pan) mientras contemplo a unas vacas rubias pastando
junto a garcillas bueyeras.
Por fin, en una intersección
de caminos, veo un cartel de carril-bici (era una bici, no una motocicleta el
dibujo que vi en la carretera general). Van paralelos un camino de tierra junto
a otro de alquitrán y decido coger por el primero, que es más blando (incluso
voy por el centro donde quedan unos mechones de hierba. Ya me duelen las
plantas de los pies).
Por la carretera general veo
bicis que se arriesgan. Yo, no tendría dudas: por aquí, en paz y armonía. Igual
no saben del camino…Al rato, se me acaba el “momio” y el camino confluye en la
pista de macadán. Unos pivotes indican que no pueden pasar vehículos (más que
nada, porque no caben).
Tras dejar el carril bici
enmarcado por una empalizada, salgo a la carretera junto a un paseo de
adoquines rojos con bancos de hierro. Estoy en El pino. Al fondo, a la derecha,
me parece divisar la marquesina en la que acabé la vez que venía por la Vía Verde
desde Astillero. Efectivamente: ahí están el restaurante El Moderno y la taberna Mary. Fin de jornada, y de vía. Son
las 11.50 horas. Decido callejear un poco antes de sentarme a esperar al bus en
la terraza del Mary, lo único abierto. Huele a leña, lo que me recuerda que estamos
en diciembre, pese a estos días de sur.
A las 12 y 20, mientras saboreo
un té con limón y consulto mi libro de plantas, oigo pitar a un bus. Salgo escopetada
hacia la marquesina. “Pero yo pensaba que pasaba a la 1…”. “Soy otro…”. “Pues lo
cojo. ¿Puede esperar a que recoja mi mochila…?”. El billete de vuelta me cuesta
1´40 euros.