viernes, 20 de septiembre de 2013

MI CAMINO DE SANTIAGO DEL NORTE 2013, DE COMILLAS A COLUNGA. NOTAS DE VIAJE


Acabo de terminar mis primeros 11 días, al ritmo de mi cadera. Ahí os dejo mis “notas camineras”.

Como no estoy segura de que algún día me desaparezca la trocanteritis y, viendo que hay gente de toda condición y estado (de salud) que lo emprende, este año, a mis 51, decido empezar en septiembre MI camino de Santiago particular.

El año pasado, para conmemorar haber llegado a los 50, quise iniciarlo en Suances el 3 de septiembre, en homenaje a mi hermano David, pero no me atreví a pesar de haberme comprado ya la mochila (nada que ver con la de lona verde de mis 18 años).



Tras leer opiniones varias y, aprovechando que el fin de semana estoy en Comillas, he decidido empezarlo allí. La etapa a partir de Santander es muy larga y con mucho cemento y alquitrán de por medio, que destrozan los pies.

Llevo un saco ligero, un “quita y pon”  de ropa, más otro juego, por si no se seca; los bastones; en vez de toalla, más gruesa y pesada, un foulard multiusos. Y más cosas esenciales. Así y todo, no sé cómo hacer para que quepa lo  imprescindible y que no pese más de los 6 kilos recomendados.

Voy a hacer el Camino del Norte, al menos, en principio. Según el cartel del albergue de Comillas, me quedan 455 km…Pero no sé si el de la Costa o el que llaman “Primitivo”, a partir de Oviedo. Veremos…

De preparación, dos semanas antes, me he hecho -con la mochila al hombro- el tramo de la Vía Verde del Besaya, Torrelavega-Suances, 12 km, y en el otro sentido, Torrelavega- Barros (Los Corrales de Buelna), parecido en distancia.

Me he dado cuenta de que tengo que poner una goma y/o cintas al gorro para que no se me vuele; que la vaselina entre los dedos de los pies es imprescindible para que no se te hagan ampollas…

Creo que salir en cuanto amanezca, sobre las 7. 30 h y caminar, con sus paradas, hasta las 12 del mediodía, es un buen logro en mi estado. 10-12 km diarios, a ver qué tal.

Mis recomendaciones, al hilo de la experiencia: llevar pantalones “de gabardina”, que son ligeros, no dan calor y secan rápido. Entre las cosas que no pesan ni abultan, que pueden resolver un desayuno, una cena o un tentempié: bolsitas de té, varios sobres de sopinstant, caramelos pequeños y barritas de cereales y frutos secos.

Mi Credencial del Peregrino



Ya tengo dos sellos: de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Santander, del 2 de mayo de 2002, cuando íbamos a ir mi hermana Bea y yo (que se truncó), y del albergue de peregrinos La Peña, de Comillas, con fecha 2 de septiembre de 2013, que me sellan en Turismo.

La siguiente certificación y sello de paso será San Vicente de la Barquera, a 12 kilómetros.

De mi segunda etapa de preparación (Torrelavega-Barros en la Vía Verde del Besaya), llevo a mano la vaselina para dármela cuantas veces sea necesario, en cuanto empiece el más ligero resquemor. De ello depende la salud de mis pies y que pueda continuar el Camino sin demasiado sufrimiento.

La podóloga me dijo que algunos peregrinos le habían comentado que ellos se echaban vicks vaporub en los pies. Me llevo un tarro, pero decido probarlo cuando descanse, ya una vez duchada, en el albergue. Como tiene mentol, eucalipto, alcanfor y trementina, supongo que refresca y alivia. Voy a tener que prescindir de algunas medicinas y potingues…porque todo pesa.

Otra cosa que aprendo sobre la marcha: Hay que formar un todo con la mochila y las botas, como si fuera un centauro, sin partes diferenciadas. Somos uno, perfectamente ajustado y adaptado “la una a las otras”.

Lunes, 2 de septiembre de 2013. ¿Andar? Es vivir en la dicha.

7. 45 h: Salida de Comillas. 455 km. Según mi Guía, 474. Aún no ha aparecido el sol por el Miradoiro. Día claro y brisa suave. ¡Perfecto!

Llevo el sol a mi espalda. ¡Claro! Voy hacia el oeste.

En el camino a La Rabia me adelantan una asiática, que hace fotos a todo, y una pareja, que lleva los calcetines secándose por fuera de la mochila.

Olor a heno, sonido de campanos, el chip-chip de los pájaros y el graznido de los cuervos.
Parafraseando a Goethe: “¿Andar? [¿Viajar?]. Es vivir en la dicha”.

Me pierdo varias veces antes de encontrar el camino correcto. Empiezo a ser consciente de la importancia de descubrir la flecha amarilla, que puede estar en cualquier parte: en el suelo, en un poste de la luz, en un muro, en un quitamiedos, detrás de una señal de tráfico…

A las 10.15 h. estoy en el camino correcto: tras el puente de La Rabia, frente al primer aparcamiento, subida por una estrecha carretera con un transformador.


Subo oyendo el sonido de mi respiración, con la mochila encajada en la curva de mi espalda.

A las 10.45 h. llego, por fin, a la ermita de Santana, solitaria, con vistas al mar, un buen aparcamiento, campo de futbito, miniparque infantil y cementerio: un lugar para venir a comer.

Vuelvo a perderme y bendigo al alma/almas caritativas que se han dedicado a pintar flechas amarillas por doquier…aunque, a veces, sea hasta su alojamiento.

Me doy cuenta de que, a medida que estoy más cansada, necesito beber más a menudo.

Mientras bajo el cuestón que llega el puente de San Vicente, oigo el sonido de mis botas. Me duele un poco la rodilla izquierda.

Son las 14 h. Lo primero que hago, pedir una clara en el bar de la estación de autobuses. He hecho 11´3 km…si no sumo las veces que me he perdido y he tenido que dar marcha atrás.

En El Galeón, con Luis, Sofía y Mónica, hospitaleros


En el albergue de San Vicente, El Galeón, al lado de la iglesia, en la calle Alta, nos recibe Pascal Berard, un voluntario francés que, durante 15 días, realiza la inscripción en el libro, asigna las literas y explica el funcionamiento. 13 € cama+ cena+ desayuno. ¡Nunca poner la mochila encima de la litera! Aunque sea nueva.

En el albergue me encuentro con la pareja que me adelantó a la salida de Comillas, y con dos alemanas a las que había visto regresar en busca de la Guía y las credenciales que se les habían caído en el camino entre Comillas y el golf de Santa Marina. De las 44 plazas, ocupamos 29, o 30.

Por la tarde, inicio una costumbre que llevaré a cabo todos los días. Como no ando más de 10-12 km. cada jornada, esta me ocupa medio día y el otro medio lo tengo para recorrer el pueblo en el que estoy y andar sus caminos.

A las 17.20 h., con un nordeste fuerte, casi hace frío en San Vicente. En el cielo, unas largas nubes blancas como lenguas gigantes. Voy  con mis sandalias de descanso y calcetines, una imagen nada glamurosa a decir de mi amiga Cristina, pero me da igual. En una tienda del pueblo, me compro una pulsera de cuero con mi nombre. ¡Qué macarra soy! ¡A mi edad!

Sobre las 20 h, en el albergue, cena “comunitaria”: los peregrinos ayudamos en la cocina; unos, a cortar las verduras; otros, luego, con el lavado y secado de platos. Una ensalada de garbanzos, con manzana, maíz, lechuga, tomate… y pasta con tomate y zanahoria. Todo delicioso.

Algunos van más como turistas que como peregrinos, esperando que les sirvan, como si estuvieran en un hotel.

En la cocina, coincido con Richard, de Londres, un británico que corta la lechuga con los dedos en trozos diminutos y la seca minuciosamente con el “quitaguas”, y con uno de Bilbao  que trabaja con marginados y en su tiempo libre hace cosas de cuero. Le gusta una húngara rubia y menuda con la que ha coincidido en el Camino.

En el albergue, sobre todo hay alemanes o  gente de habla germana. Por la noche, un ronquido no me deja dormir. Pensaba que era el chico de al lado pero, al levantarme al baño, descubrí que era Koiré, la estonia de piernas como columnas que va vestida como con una falda regional, corta.

Martes, 3 de septiembre. Siguiendo las flechas amarillas

Salgo al amanecer del albergue con Koiré, la estonia. Vamos por el camino largo en dirección a Unquera (otros han decidido ahorrarse 5 km yendo por la carretera general).

En inglés me cuenta que el día anterior había venido con unos “devorakilómetros” y que se quedó molida. Me habla de su trabajo actual, en una empresa noruega y del anterior, en IBM, donde había llegado al máximo y donde ya no podía crecer. Hablamos de más cosas: de chicos guapos en el Camino…lectores de la Biblia, y de que no le gustan las efusiones afectivas de B.
Al principio, me molestó no ir sola y que alguien se me “pegara”, pero siguiendo una de las reglas no escritas del Camino, “acepta lo que te venga”, hacemos un camino agradable “en busca de… las flechas amarillas”.

Al final, es lo mejor: pasar de las guías y poner los ojos y todos los sentidos en descubrir la flecha de turno.

Pasamos La Acebosa y, al llegar a Serdio, 8 km, me despido de ella a la salida del pueblo. No recuerdo si va a Colombres o a Llanes, porque camina mucho.

Nos damos un abrazo y yo vuelvo atrás a una hostería, El Corralucu, con “precios para peregrinos”. Marimar me dice que la habitación cuesta 20 euros, incluido el desayuno (lo habitual es 45 € la habitación doble).

Antes, me había acercado a ver la torre de los Estrada, cuyo lema era: “Yo soy la casa de Estrada, fundada en este peñasco, más antiguo que Velasco, y al rey no le debo nada”. ¡Toma!

Volviendo por otro camino encuentro la posada Fuente de las Anjanas. Pregunto el precio: Son 35 euros (para peregrinos). “Si no, serían 50”- me dicen.

El albergue municipal de Serdio, en las antiguas escuelas, está cerrado, aunque veo un “pasquín” donde se convoca la “licitación del albergue de Serdio hasta el 6 de septiembre”. Ojalá que alguien lo coja, porque el sitio es muy chulo.

En El Corralucu estoy encantada. Marimar me ha dado una habitación que mira a los maizales, y la mies es hermosísima. Veo unos jilgueros en una mata de cardos, moras en los bardales de la cuneta, y en el camino a Estrada, salvé a un ciervo volante de morir aplastado en la carretera. En uno de los caminos que salen del pueblo, me hago un bocadillo de sardinas de lata que me sabe a gloria. Por la tarde, ya iré a comer un menú a algún sitio.


En el bar La Gloria, con Marian

Tras el paseo vespertino recorriendo el pueblo y sus caminos, voy al bar restaurante La Gloria, del que sale una música estupenda.

Marian me prepara una ensalada de cecina deliciosa y en vez de una de las sartenes le pregunto si me puede hacer “solo un huevo con patatas fritas”. ¡Qué manos de ángel! Disfruto como una enana. De la mañana me había guardado media botella de sidra natural que, sin saber que se vendía por “botella”, no me había podido beber (porque ya estaba bolinga). “Si eso te lo bebes sola de una sentada…”. Sí, 70 cl., con 6º de alcohol y nada en el estómago…
Me entero de que ella también alquila habitaciones encima del bar.

Me recomienda quedarme en el albergue Aves de paso, en Pendueles, con Javier, que acaba de abrirlo.

Thoreau estaría encantado en Serdio. Enseguida sales del pueblo para perderte por “trochas y veredas”, llenas de mariposas. Desde arriba, se ve el mar (San Vicente en la distancia), a la izquierda, y las montañas, a la derecha. Me encuentro a dos familias que están “a por moras” por los zarzales.

Serdio es como un refugio recóndito. Junto a las casas de pueblo, pero de forma discreta e integrada en el paisaje, se ven algunos chalés y adosados. Supongo que uno lo encontró y se lo dijo a sus amistades…

A las 20.30 h., después de cenar en La Gloria, me siento en el último rayo de sol, en un poyo junto a la fuente. De fondo,  las conversaciones mortecinas y el piar de los pájaros junto a una música de rock que se escapa por alguna ventana. Pero todo es tranquilidad en la tarde anaranjada. Y yo, viendo pasar la vida, sin más.

Miércoles, 4 de septiembre. Percarreterina.

A las 7. 45 h., en marcha. Hace un poco de sur. Voy acompañada por las esquilas de ganado, el ladrido de los perros y el graznido de los cuervos, para mí, desde [la isla de] Mull, los pájaros más mañaneros o, al menos, los más visibles/audibles.

En El Corralucu, Luis Jesús, exjugador de bolos (hay muchos trofeos en vitrinas en el comedor) me ha puesto el desayuno y dado un poquito de conversación.

Me gusta llevar el sol a mi espalda, calentándome: me recuerda a Nueva York en diciembre. Por la tarde, trataba siempre de andar por las calles o avenidas donde daba aún el sol.

La imaginación, y la obsesión por no perderme, ya me hace ver flechas amarillas por todas partes: en los líquenes, en las hojas otoñales…

El río, llegando a Muñorrodero, encantaría a [Ota] Pável para pescar. En cambio, un poco más adelante, llegando a un  puente y a un túnel, el paisaje está destrozado. Da dolor físico ver las raíces en el aire y las cicatrices sobre el terreno. Es el paisaje, torturado.

A las 9 h, llego a Pesués, 4´8 km. Luego, las flechas me introducen en un eucaliptal que cada vez se cierra más. Sola, me dejo llevar por mi intuición y mi experiencia montañera de más de treinta años.

Por fin, encuentro una flecha de cartón amarilla clavada sobre un tocón. Menos mal. Tan solo espero no haber cogido garrapatas…Las odio.

A las 10.30 h. voy caminando por el Arboretum de entrada a Unquera, entre abedules y majuelos. 2´9 km más.

En Bustio, primer pueblo de Asturias, tras cruzar el puente de Unquera, nos han hecho una entrada peatonal subiendo junto a una casa indiana de nombre Delfina, en el número 2.

“Nos han alquitranado el prau”- pienso, mientras ando los dos últimos kilómetros de mi jornada de hoy entre Bustio y Colombres. Más que una peregrina (de “per ager”, “ir por el campo”) me siento una “percarreterina”.


En la distancia, me acompañan, los trabajos y ruidos de la autovía en construcción, que durarán unos cuantos kilómetros.

A mi izquierda, dejo una instalación, que parece abandonada; una especie de parque aéreo con cuerdas y tirolinas, incluso un rocódromo, en lo que me recuerda un patrimonio industrial obsoleto.

Colombres

Subiendo por la cuesta del Cantu surge, de repente, una mansión azul que resulta ser la Quinta Guadalupe, desde 1987 el Archivo de Indianos.

Tras ducharme, hacer la colada y dejar la mochila y el saco desplegado en el albergue rural El Cantu, me tomo el menú del día en La Barata: ensalada mixta y huevos con patatas y jamón. 10 euros.

Luego, esperando a que abra a las 16 h. el Museo de la Emigración, extiendo mi pañuelo multiusos sobre la hierba en el jardín, debajo de un tilo, a hacer tiempo. Esto es la gloria. Difuminadas, oigo las voces de los niños en una piscina cercana y el sonido de la brisa entre las hojas.

Me tapo la tripa con la Guía y, de almohada, me pongo mi bolsa de “imprescindibles”. Pienso en las máximas del Camino: “Aceptar lo que este te dé” e “Ir al ritmo que tu cuerpo te pide”. La impaciencia está de más.


En el supermercado, me han orientado sobre lo que debo ver: “Esa casa roja que ves allí arriba es la de la serie La señora y al lado está la Casa de Cultura y la biblioteca…”. Leyendo allí los periódicos del día, me encuentro con el titular: “El conjunto histórico de Colombres, declarado BIC” [Bien de Interés Cultural] por la plaza [redonda, muy original], la residencia Ulpiano Cuervo y la red de abastecimiento de aguas que le permitió en 1900 – solo con 700 habitantes- disponer de un servicio que entonces solo existía en los grandes núcleos urbanos”.

Paseando por el pueblo, doy con varias casas indianas: villa Las Palmeras, Buena Vista, la Casa de los Leones,…y veo en un letrero que la piscina es municipal. Me acerco a preguntar si se puede sacar un pase del día… y vuelvo corriendo al albergue a por el traje de baño. Media hora relajante para las piernas y los pies antes de que empiece a meterse la niebla.

En la habitación del albergue coincido con una pareja andaluza que viene haciendo el Camino desde el aeropuerto de Parayas, en Santander. Él es la tercera vez que lo hace. Dice que se pone “esparatrapo”, en vivo, sobre las ampollas. Y ronca, ¡cómo ronca! Ella le susurra en la noche: “Menganito, ponte de lado”.

Jueves, 5 de septiembre. El francés de ojos garzos

Salida, a las 7.45 h. Nublado y niebla espesa. Ojalá aguante sin llover hasta la hora de la comida.

Voy por un camino carretero. Ahora sí me siento peregrina, aunque la rodilla izquierda empieza a dolerme antes.

He tenido que parar a “coserme” la tercera ampolla en el mismo dedo (el pequeño del pie derecho. Parece un acerico con tantos hilos, pero en saliendo el agüilla de la ampolla, se quita el dolor).

He cogido el sendero GR E-9, de Gran Recorrido, a Pendueles. Estaba harta de ir por carretera, y el tramo es peligroso. Al principio, era más purista y quería hacer el Camino de Santiago verdadero, fuera por donde fuera, pero me he dado cuenta de que lo que yo busco es la sensación de un peregrino medieval yendo por el monte, aunque el camino sea más largo y más duro.

Todo el rato se oye el martilleo de las obras de la autovía. Es como si te estuvieran haciendo un escáner de cabeza permanente. ¡Qué incómodo el tap-tap-tap!

Cruzo la autovía en construcción y bajo por un camino de polvo. No hay señalización hasta 100 metros más allá.

A las 10 h en La Franca, por una carretera paralela a la general. ¡Solo llevo 3 kilómetros…! Suspiro, como Carlitos.

A las 11.30 h, en Buelna. Estoy fundida. ¡Cómo me duelen las plantas de los pies! Me quedan 2 km a Pendueles. A ver si llego…

El camino por la costa a Pendueles es muy bonito.


En la playa de Buelna, que está con marea baja, decido descalzarme y pasear un rato para descansar los pies, dejando sobre una roca mochila, botas y bastones. ¡Qué alivio!
Sopla  [viento] gallego húmedo y voy hacia lo oscuro, hacia Mordor.

Haciendo vida en Pendueles

Me tomo el menú en el bar El Rubinu (sopa de pescado y pollo a la sidra, 9 euros), y voy al albergue Aves de Paso, abierto por Javier este mismo año. Es luminoso y alegre. Te lavan la ropa y la cena es comunitaria a las 20 h. El precio, el donativo que tú dejes en una caja a la entrada. Soy la única española y le pregunto a Javier: ¿Y esto del donativo funciona…? El me dice que la gente es muy generosa.


A las 15 h, en el cielo, las nubes pequeñitas que dicen traen el frío. En el bar donde como, oigo hablar de la autovía: los paisanos están hasta los “webs” de las obras y los desvíos. “Pero tienen que acabarla para 2014”- comenta un parroquiano que parece tener información privilegiada. Más tarde, leeré en un periódico de la zona: “La ministra de Fomento confirma que la autovía Unquera-Llanes estará completada en 2014”. ¡A ver si es verdad!

Pendueles también tiene muchos caminitos y casas que ver. Enfrente del bar donde me tomo una cerveza está el Palacio de Mendoza Cortina, en ruinas. Era tan impresionante…Me lo enseña en una revista antigua la dueña del ultramarinos. “Una pareja quiso comprarlo para rehabilitarlo y hacer apartamentos por dentro”. Pero, al parecer rompieron peras, y ahí sigue, deteriorándose.

En mi paseo vespertino, a la entrada del cementerio de Pendueles, leo: “Con llanto regué mi cuna;/tormento mi vida fue;/aquí, por fin, descansé”. ¡Qué truculento!

Sobre las 17.30 h, tras oírse truenos, empieza a llover con ganas. Llegan los últimos peregrinos de hoy: Son todos franceses o belgas. En la cena (lentejas con arroz y ensalada de pasta) conversación internacional. Los hay que intentan chapurrear castellano; con otros hablamos en inglés, y se traduce a quien no entiende. Un guirigay.

Por la noche, al chico francés de ojos garzos, le acribillan los mosquitos. “Ahora entiendo por qué estabas tapada hasta los ojos dentro del saco”- me dice, en inglés, en el desayuno.

Por la noche, ha habido otro roncador. Creo que era el hombre de una pareja de franceses. Me acuerdo del anuncio, publicitado por doquier en el camino, del albergue de Santa Marina, en Buelna: “Habitación de 12 plazas para “roncadores”. El caso es: ¿Habrá algún roncador/ora que lo reconozca y esté dispuest@  a irse al gheto…?

Viernes, 6 de septiembre. Andando bajo la lluvia

Salida a las 8 h, lloviendo. En el sendero GR E-9 a Llanes, las arañas han tejido sus telas de lado a lado por la noche y me las voy llevando todas.

A las 10 h., en el bufón de Arenillas, a 5 km de Pendueles. Un paseante local me explica que hoy solo “respira” porque la mar  no está brava.

A las 13 h. llego a Llanes, calada hasta las “cuecas” o “bombachas”. Andrín, además de una subida pindia, para mí, no vale la pena.

Me quedo en el albergue La Estación. Dormir cuesta 13 euros, y el desayuno, que se sirve a partir de las 6.30 de la mañana, 2´50 euros más.


Al llegar, me doy de bruces con unos italianos que salen en ese momento. “¿Tan tarde?”. “Es que olvidamos un cargador y hemos vuelto desde Ribadesella”. (Ribadesella está a 29 kilómetros…).

En el comedor me encuentro con una de las parejas de franceses de Pendueles (¿el roncador…?). Estaban tan mojados que han decidido acortar la jornada y quedarse en Llanes. Menos mal que se alojan en la habitación 4 y yo en la 2…

Pregunto un sitio casero y cercano para ir a comer y la limpiadora del albergue me recomienda La Galería. Menú: 11 euros. Pido una sopa de pescado calentita. ¡Deliciosa! Y unas judías verdes con ajitos y aceite de oliva que están de muerte.

A la vuelta, Maribel me ayuda a poner la lavadora, con monedas (3 euros). Luego meto todo en la secadora (2 euros, también con monedas). Es la primera vez que veo y utilizo una secadora en mi vida. La ropa sale caliente, crujiente como el caramelo y con una electricidad estática que ilumino la estancia, pero da gusto.

Cuando miro la planta de las botas para ver el barro que tienen, descubro que la derecha está rajada, por la goma, de lado a lado. Así que me parecía a mí que oía  un sonido como si llevara una pata de palo…En una de las dos tiendas de deportes de Llanes me dicen que “no hay nada que hacer”. A veces les pasa: las botas colapsan y se parten.

Al final, encuentro unas que no me hacen daño, de color magenta. También aprovecho para cambiar de chubasquero. El mío, ya con un montón de años, hacía aguas. Supongo que ha dejado de ser “impermeable”.

En la habitación, coincido con un chico delgadito de Ermua que está dos veces operado de espalda, y espera una tercera. Ya ha hecho el Camino Francés y este año ha empezado desde Irún el Camino del Norte. Hoy venía desde San Vicente, que está a más de 40 kilómetros. ¡Hay gente muy loca!

Sábado, 7 de septiembre. ¿Uno de los pueblos con más encanto…?

Salgo del albergue a las 8 de la mañana, siguiendo el azulejo azul con la vieira amarilla (Por cierto, que aquí, en Asturias, lo que marca la dirección no son los “radios” de la vieira sino el nudo donde se juntan todos. En Galicia, es al revés. Espero que todas las guías extranjeras lo cuenten porque si no va a ser un pifostio…). De momento, no llueve, aunque el cielo está encapotado.


Voy feliz con mi nueva capa naranja y mis botas magenta. He cogido la costumbre de ir limpiando los hitos de hiedras, zarzas y otras hierbas. Dando palazos, he perdido uno de los tacos de mis bastones. El año que viene, me traeré mi podadera. Hasta he pensado (en vista del abandono de muchas señales, no sé si hasta el próximo Xacobeo) en añadir un rotulador amarillo, grueso,  reflectante y permanente, y un bote de pintura amarilla a mi equipaje…

A las 9 h, cruzando Poo (a 2´5 km de Llanes) y a las 10 h, en Celorio. Chirimiri todo el rato (aquí, orvallo). Paro a desayunar  por segunda vez en La tertulia, frente a la playa: una pulga de tortilla de patatas mientras escucho a Eddie Gorme y Los Panchos.

A las 11.30 h estoy en Barro. Tengo un calambre en la planta del pie derecho y también noto rozado el talón. Decido quedarme en Niembro, que mi guía dice que es “uno de los pueblos con más encanto del concejo de Llanes”.

Pregunto por alojamiento y en el teléfono me dicen que no alquilan para solo un día, así que decido darme un homenaje e ir al hotel La Portilla, de tres estrellas, en lo alto del pueblo, con vistas a la playa de Toronda.

Sobre lugares para comer, tengo tres opciones: “uno de diseño, otro más casero, y uno más, si quiero degustar pescado”. Opto por el casero, que barato, no es (luego leo en mi plato “restaurante marisquería”. Algo era ello). No tienen nada caliente, así que me tomo una ensalada y unos gambones a la plancha. Como son demasiados, pido que me empaqueten la mitad para hacerme el bocadillo del día siguiente. Al menos, comeré de lujo.

Por la tarde, ya sin chirimiri, me doy un paseo por los caminitos  que veo desde el ventanal del hotel.

De los pueblos que conozco en escalera, lo cierto es que a mí me gusta más Cudillero. Y de lo que he visto hasta ahora, prefiero Colombres o Pendueles. ¿No dicen que para gustos están los colores…?

Domingo, 8 de septiembre. Naves, un lugar para volver

Salgo a las 8.15 h. Esperando a que venga el del hotel (hacía el esfuerzo de venir antes, a las 8, porque sirven el desayuno a partir de las 9 h) decido autogestionarme (poniendo un té a calentar en el microondas y cogiendo una magdalena y un sobao plastificados). Un control de alcoholemia le ha retrasado. Me pide disculpas.

Hace sol. Menos mal.

A las 9.30 h., primera vuelta atrás. En la carretera, había visto una doble señalización: “CTA”. Y “PISTA”. Luego lo veo claro, CTA es “carretera”. Yo pensaba: completa, cuesta, cinta… De todo, menos carretera. Y los extranjeros, ya ni te digo.

Una señora en coche intenta explicarles a unos franceses que van delante de mí -y deben de llevar la ruta en el móvil- el camino verdadero, pero no le entienden ni jota. Yo se lo explico en inglés, y ahí les dejo dirimiendo con su GPS mientras yo me vuelvo a la pista.

A las 10.30 h, en la playa de San Antolín.

A las 11 h, en Naves, ante la iglesia. 5´7 km ya, y empiezan a dolerme las plantas de los pies. Esto de que se me haya adelgazado la grasa del pie, que me dijo la podóloga…Ya podía haber adelgazado la grasa de cualquier otro sitio, que hay de donde.


Naves parece un pueblo agradable para quedarse. Leo que es famoso por sus sidrerías. Paso ante el Llagar Cabañón que, en este momento, tiene una fabada al fuego que huele deliciosa, pero es demasiado pronto para parar y no sirven comidas hasta las 13 h. Me lo apunto para regresar en otra ocasión a comer, tranquilamente. Conserva, además, un tramo del camino real original que es bastante llano, para andarlo después de comer y hacerse la ilusión de andar un poquito del Camino de Santiago.

Al pasar por Güergu, me doy con un camión de compra-venta de ganados. Las vacas mugen y no quieren subir, no sé si a que las vendan o al matadero.

Fiestas de La Blanca en Nueva

Al llegar, y tras dejar las cosas en la pensión San Jorge (15 euros con saco y 18 con sábanas), me encuentro con las fiestas de La (virgen) Blanca. Van a ofrecerle ramos; y panes, que simbolizan ramos- según me cuenta un chaval al que pregunto.

En el primer sitio donde quiero comer me dicen que tienen todo reservado, aunque las mesas sobre las 13 h estén aún vacías; y me despiden rasposamente, así que pregunto en el bar Bogo, donde todo son facilidades. De nuevo, la norma del Camino: Acepta lo que este te dé. Si en un sitio no te quieren, no te enfades, y vete a otro.

Del menú, pido unas verdinas que me hacen levitar. A la chica que me sirve le digo que dé la enhorabuena a quien las haya hecho. “Ha sido el chico de la barra”. “Pues tiene manos de ángel”. Cuando se acerca, me comenta que sigue una receta de su abuela.

El pueblo es muy agradable: tienen farmacia, consultorio médico, estanco, buzón, ultramarinos, casa de cultura, un banco (para sacar dinero con la tarjeta) y parada de tren.

Por la tarde, cuando baja un poco el sol, salgo a dar mi paseo habitual. Camino moviendo las caderas a lo John Wayne (a quien no sé si también le dolían los pies). Me acompaña un dálmata que anda solo por ahí, con collar. Hay maizales por doquier.

Según el cartel de fiestas, a las 20 h empieza la orquesta (que es de esas de cien mil decibelios). “El día anterior acabó a las 6 de la mañana”- me anticipa el chico del Bogo. ¡Horror! Menos mal que yo estoy en las afueras, cruzando las vías del tren. Los del hotel Cuevas del Mar van a flipar.

La orquesta es un camión gigante que se convierte en escenario, y hay dos, uno enfrente del otro. Durante la noche, en un duermevela intranquilo, oiré cómo se relevan de madrugada.

Me retiro más tarde de lo habitual, ya casi de noche. Antes, he acudido a ver los bailes folklóricos alrededor de “la hoguera”, un eucalipto gigante que levantaron ayer los mozos en la plaza (lo llaman “plantar la hoguera”, no sé por qué). Me quedo fascinada con los trajes femeninos: los pasacintas de las blusas, las chaquetillas cruzadas sobre el hombro y, sobre todo, el pañuelo. “¿Se venden así o hay que hacerles los pliegues cada vez?”. Me explican que hay mujeres especialistas en ponerlos con todos esos picos y dobleces.



Un niño de unos diez años, hijo de feriantes, transporta una puerta con orgullo: “Este año, ya puedo”- les dice, feliz, a sus padres.

Lunes, 9 de septiembre. Primera semana cumplida

Salgo a las 8 h, dirección Ribadesella. En el cartel por carretera pone 10 km. Según mi guía, son 11´7. Eso, suponiendo que no me pierda…

Hoy va ser un día glorioso.

Creo que, en general, los peregrinos somos bien mirados: de alguna forma, la gente nos admira (al vernos cargar con nuestras mochilas y nuestros dolores) o nos envidia (la posibilidad de poder coger unos días y dejarlo todo). Decido  en este momento que yo hago el camino “por todos los que lo quieren hacer, y no lo hacen”.

En Piñeres de Pría, leo: “A Santiago, 405 kilómetros”.

A las 9. 30 h. consigo llegar  a la iglesia de Pría, en un alto, después de equivocar la pista, ir campo a través hasta un pastor eléctrico, atravesar bardas… y regresar atrás en busca de otro camino. Era ya una cuestión de amor propio.


A la entrada del cementerio, otro mensaje “lleno de ánimo”: “Cuida, pecador, de ti./Que tu existencia es fugaz./Mira tus obras ahí./ Que, cuando vengas aquí,/ya fuiste a la eternidad”. Que no decaiga.

En la aldea de Cuerres paso ante el albergue familiar Casa Belén, que llevan Manfred y Birgitta. Está un poco aislado, pero tiene buena pinta.

Aún me quedan 6 kilómetros a Ribadesella, 4 según un poste. Me gusta más esta segunda opción.

Ya se van cayendo las avellanas. El día de hoy es brillante. En los campos, se ven manzanos, ¿de sidra? Es una manzana roja y chiquita. “Pumaradas”- leo luego.

No sé cuántas veces he cruzado hoy las vías de FEVE. Mientras descanso sentada en un quitamiedos, me encuentro a uno de Tanos con unas ganas de parlar…”Que no se diga que un cántabro no llega o abandona”. “Sí, sí – pienso. Tú a tu paso y yo al mío”. Va con un francés y les digo que continúen y no se preocupen por mí. Que llegaré.

Cómo me duelen las plantas de los pies, y los hombros. Siento como si se me fueran aplastando las vértebras, como si me comprimieran en una prensa. No sé si ya habré descendido algún centímetro.

A las 13. 15 h, el cartel de Ribadesella, por fin. No me lo puedo creer…

En Ribadesella

El albergue juvenil Ribadesella está al lado de la playa, cruzando el puente. El de peregrinos está en San Esteban de Leces, a 5 kilómetros monte arriba. Pero eso será mañana.

Siempre quise quedarme en este albergue cada vez que veníamos a pasar el día a Ribadesella. Está en el llamado chalé Piñán. Por lo visto, tras hacer su fortuna como almacenista en Cuba, decide, a su vuelta,  construir el edificio.


Tras pagar (14´50 euros) y  dejar los trastos, voy a comer el menú en la sidrería El regreso, que he visto al dirigirme al albergue: fabada, ensalada de cangrejo y arroz con leche. Todo riquísimo por 10 euros.

A pesar de ser lunes, es fiesta en Ribadesella y solo hay unas pocas tiendas abiertas. Como mañana dicen que va a llover, en la farmacia pregunto si siguen existiendo las “bragas de papel”, por si no se me seca la ropa. “Claro, mujer. Las siguen haciendo para cuando las mamás van al hospital a dar a luz”- me explica la farmacéutica. Por lo visto, no hacen “calzoncillos de papel”.

Para descansar los pies, y porque casi todo está cerrado, voy a coger el trenecillo turístico. Como soy la única pasajera hasta que lleguen los miembros de una excursión de jubilados de Elche, paso el rato hablando en un banco con una pareja del lugar. También compro existencias para el día siguiente: Aquarius para llenar el termo, algo de fruta, pan y condumio para rellenarlo.

El sol está picón mientras vamos en el tren, y el cielo se va poniendo cada vez más negro.

Sobre las 20 h. hago un picnic en el paseo marítimo mientras veo las evoluciones de los surfistas con mis pies balanceándose sobre la arena.

Me acuesto temprano y, desde la litera, charlo con Miguel de todo lo divino y humano hasta que oscurece. Es un extremeño de 66 años que hoy se ha hecho ¡43 kilómetros! Dice que este año ha empezado con artrosis en los pies y que quiere hacer el Camino antes de que los dolores no se lo permitan.

Tuvo una infancia dura, de posguerra. Pero su resumen de vida es: “Se necesita algo de tiempo para uno mismo”.

Martes, 10 de septiembre. Lentejas sin aceite y sin sal

Hoy no tengo prisa en salir. Voy a San Esteban de Leces, tan solo a 5 kilómetros de Ribadesella. El siguiente albergue era el de La Isla, pero está a 16 kilómetros, muchos para mí en una jornada.

Además, quiero aprovechar para comprar un termo nuevo, de los sencillos de toda la vida (el que me han regalado, o se me bloquea y no puedo abrirlo, o se me descuajaringa y empiezan a salirle piezas por ahí); y también necesito una nueva tarjeta para la máquina de fotos, que la que tengo se me ha llenado.

Así y todo, a las 8 estoy desayunando en el pueblo un opíparo desayuno  en la cafetería Capri, la primera que he visto abierta.

A las 9.15h, 17 º C, mientras espero en un banco a que abran Estudios Queña, veo cómo se va cubriendo el cielo.

A las 10.30 h salgo del albergue, por segunda vez, en dirección a Leces. Cuando estoy por la zona de chalés y adosados, tengo que parar a ponerme la capa.

Sobre las 12 h llego al albergue de peregrinos, calada hasta los huesos. En un cartel pone que abren a las 16 h. ¡Vaya! Menos mal que Dolores, la hospitalera que vive encima, está haciendo la limpieza con su nieto Bruno, y me abre.


Pongo a secar la ropa en un tendedero interior y, mientras ella acaba, entretengo al nieto hasta que llega otra pareja de Rentería, también calada.

Según nuestras guías, en Leces no había cocina y había que subirse la comida de Ribadesella, pero no solo tiene microondas para calentar agua y hacerse un té o una sopa de polvos, sino que tiene ¡cocina vitrocerámica! Dolores nos indica que, en la nevera, otros peregrinos han dejado cosas para no llevarse peso. Hay: un bote de lentejas ya cocidas y un tomate y una cebolla con buen aspecto. No tenemos aceite ni sal, pero eso no es un obstáculo. Yo me apresto a hacer las lentejas con media cebolla y medio tomate y Ramona? dice que ella prepara pasta por la noche con la otra mitad de las verduras. Le añadimos a cada cosa medio sobre de sopinstan y…¡listo!

Poco a poco van llegando más peregrinos hasta llenar las dos habitaciones: una canadiense, una polaca, una pareja de franceses, dos australianas, otros dos españoles…Compartimos lo que tenemos en la merienda-cena y ¡aquello es un festín!: una empanada de carne, chorizo y queso a esgalla, lentejas y pasta…Otra vez conversación multilingüe. Carlos, una especie de santón hindú, nos cuenta que cogió chinches en un albergue del País Vasco y tuvo que ir a que le pusieran cortisona de las ronchas que le salieron. También compartimos nuestros remedios para las ampollas, algo habitual en las reuniones de caminantes.

Miércoles, 11 de septiembre. Me gustan las personas y los caminos

Parto a las 7. 45 h, con nubes amenazantes y el graznido de los cuervos como único sonido. Hoy hay un 30 % de posibilidades de lluvia. A ver si tenemos suerte.

El camino a La Vega está encementado  y adoquinado. ¿Por qué no dejarán natural la cambera…?

Poco a poco, me van adelantando los durmientes del albergue de Leces. Cuando pasa Kerry, la australiana, cuyo 32 cumpleaños es hoy, recuerdo que llevo en la mochila un emblema -un timón marinero en azul marino- que había metido por si tenía que hacer algún regalo a alguien (siempre cosas que no pesen ni abulten). Se emociona y nos hacemos una foto juntas para el recuerdo.

Después de Berbes, en un alto, me como, sobre las 10.30 h, un restaurador bocadillo de sardinas antes de bajar un camino de herradura lleno de barro resbaladizo y helechos que espero no tengan garrapatas.

A las 11, ya empiezan a dolerme las plantas de los pies, como todos los días.

Yendo por el camino real, leo en una de las barricadas: “¡Dejen el camino real libre!”. Me uno, mentalmente, con quien lo haya escrito. Todo el rato venga a quitarme y a ponerme la mochila, con lo que cuesta. Y los que van en bici, ni te cuento. A arrojarlas, cada vez, por encima de las traviesas…


A las 12. 15 h ya estoy en la playa de La Espasa. Solo 2 km a La Isla. Menos mal.

En La Isla busco a Angelita, la hospitalera, una anciana estupenda. Dice que lleva “toda la vida”. Solo cobra 5 euros por dormir. “Pero Angelita, si ya en Leces (que es donde menos me han cobrado) cobran 6…”. Dice que ella no puede cobrar más de su mano mayor mientras no se reúna la comisión y se decida una subida pactada.

Lavar la ropa en la lavadora cuesta 1 euro, -por el jabón-, que se deja en una caja. Me instalo (de momento, solo estoy yo), dejo la lavadora haciendo la colada y me voy a la playa a darme un baño tonificante.


Cuando vuelvo, ya están unos franceses que me han sacado la ropa. La tiendo fuera  al sol y bajo a comer el menú del peregrino en el único restaurante que he visto. 8 ´50 euros por un plato de pasta con bonito, carne guisada y postre.

Todo es perfecto.


Noche toledana en La Isla

Me acosté cuando aún había luz: estaba muy cansada. En sordina, oía cantando a lo que luego me dijeron era, esencialmente, un grupo de alemanes, con uno que tocaba la guitarra al frente. A mí me parecía que entonaban bien y no desafinaban, pero Joana, que era una coincidente en otros albergues, no lo tenía tan claro y le oí decir, desde su litera, bruscamente, en inglés, a uno de ellos que buscaba su aplauso: “Odio esa clase de música”- dejándole planchado. Y es que cuando ya has coincidido en varios albergues y siempre se repite el mismo programa, quizá ya resulte un poco cargante.

Pero lo peor estaba aún por llegar: el desfile de linternas como reflectantes en un campo de prisioneros, que barrían la habitación de lado a lado, o quienes leían con luces de “xenon” que deslumbraban, o los que aprendían en ese momento a utilizarla, fascinados por todas sus opciones: luz blanca, luz roja, intermitente…

Y los portazos. ¡Qué portazos!…El empeño por cerrar las puertas, que no calzaban bien, con lo fácil que era dejarlas entornadas, si no tenían la paciencia de cerrar con cuidado.

En fin, que fue una noche de horror, hasta el punto de que casi prefería los ronquidos.

Lo cierto es que yo no he utilizado la linterna para nada, acostumbrada a levantarme al baño a oscuras y “al tacto”. Además, siempre hay alguna farola de la calle que da algo de luz o, si no, están las luces de emergencia obligatorias que permiten hacerse una composición de la escena.

Solo las entiendo en aquellos que salen aún con la oscuridad, para poder ver las señales amarillas. Si yo me pierdo a la luz del día, no quiero pensar lo que puede ser perderse en la noche lúgubre.

Jueves, 12 de septiembre

El sol sale a las 8.15 h tras las montañas. Yo he salido del albergue a las 8 h con una polaca que se ha venido de Polonia solo a hacer el Camino de Santiago, no habla ningún idioma aparte del polaco y viene sola. ¡Hay gente con un coraje…!

A las 9 h sigo buscando las señales. Una chica embarazada que pasea con un perro, me dice que mucha gente se pierde por esa zona. “No han quitado los letreros y el terreno ha cambiado”. Otra pareja de locales me recomienda ir por el sendero de la costa o por la carretera, directamente. “Las nuevas construcciones han ido desvirtuando el camino”.

Así que voy a Colunga por un sendero PR (de pequeño recorrido) precioso.

A las 11.30 h me como una naranja en un lugar que llaman Los Miradores. Enfrente, a lo lejos, tengo lo que yo pienso que es Colunga, y resulta ser Lastres (Llastres), el pueblo de la serie Doctor Mateo.


Cuando llego a la playa de Colunga, decido darme un baño antes de subir al pueblo, que está en el interior a kilómetro y pico.

Les pido a dos señoras mayores que me vigilen la mochila, en una roca, porque está subiendo la marea, y me meto a refrescarme un rato. Mientras me dejo flotar en la charca que se ha formado (no debe de cubrirme más arriba del muslo) veo que las señoras, en vez de mirar la mochila, me vigilan a mí, para que no me pase nada, como unas madres. No saben que yo floto en un palmo de agua, incluso en vertical. Al salir, se lo agradezco y me dicen que vienen en autobús, desde León, a pasar el día.

Me calzo, tras ponerme, generosamente, vicks vaporub en los pies, y subo a Colunga. Pregunto en la oficina de información y turismo por una pensión y me recomiendan una enfrente de la iglesia que a mí me recuerda a la de Nada, de Carmen Laforet: con un pasillo muy largo, cortinones, escaleras de madera sin barnizar y azulejos  en la entrada. El baño es compartido pero, después de andar en albergues, esto es lo de menos. Además, no he visto a ningún otro pensionado.


Para comer comida casera, me recomiendan “Casa Laureano”. El menú, paella y carrilleras, cuesta 9 euros.

Colunga es el lugar de nacimiento del nutricionista Grande Covián. Todavía recuerdo hacerle oído decir en los 80, en los cursos de la UIMP, que la comida del futuro sería “legumbres y arroz” (porque no habría campos suficientes para alimentar vacas que dieran carne para una población ingente) y que había que comer “de todo, pero en plato de postre”.

Viernes, 13 de septiembre. De vuelta

Al dar mi paseo vespertino, el día anterior, comienza a dolerme la ingle del lado de la cadera mala y empiezo a cojear. Por la noche, me tomo un gelocatil y me doy una de esas pomadas bálsamo de fierabrás, pero ¡nada! Así que decido que Colunga ha sido mi fin de etapa por este año.

Hoy hace un día perfecto, pero hay que aprender a retirarse. A las 8 h el termómetro marca 13 º C.

En el bar La Esquina, que abre desde las 7 h, he visto desayunar a pescadores con caña, gente de reparto en furgonetas y hasta a la Guardia Civil. Dando el último paseo, mientras espero el autobús que me lleve a Ribadesella a las 9 y 10, veo partir el autobús del cole. ¡Claro!. Los pequeños ya han empezado.

Paso ante la biblioteca de Colunga, donde Eva, la bibliotecaria, me dejó mirar  ayer el correo electrónico, por si tenía alguna novedad acerca del trabajo. Recorro las calles mientras sale el sol y,  a las 9 en punto, compro una botella de  sidra natural para llevar a mi padre, a quien le gusta mucho. Luego, me siento en la parada del autobús, a esperar.

En Ribadesella, a las 11 h, pasa un tren de FEVE que llega a San Vicente a las 12 y 20, o a Cabezón, a las 12.49 h. Tengo que llamar a mi hermana, que ya ha empezado en el Instituto, a ver dónde le viene mejor recogerme. También había autobús, pero a mí me encanta viajar en tren y nunca había hecho este trayecto antes.


Mientras espero en la estación, entablo conversación con un habitual de los trenes. Retirado y diabético, le hubiera encantado poder hacer el Camino, pero ha de conformarse con trayectos más cortos. Me informa que el que yo llamo pájaro “tit-tit”, por el canto, es una lavandera (o pisondera, que diría mi padre).Ya he aprendido un pájaro más.

Me hubiera encantado traerme mi libro de plantas, “lleno de cotilleos”, que dicen los otros senderistas, pero pesaba demasiado. Así que, durante el camino, he tenido que conformarme con recordar las que ya sabía.

En silencio, hago un recuento de las cosas necesarias, que dejé, y de las innecesarias, que he de sacar de la mochila la próxima vez. Uséase:

Dejar, la esterilla y el paraguas. Ambos, inútiles. También, el chaleco reflectante: da mucho calor.

Incluir, las polainas; una sábana bajera y usada de 4 puntos de ajuste; mi podadera. Y bandas reflectoras para poner en los brazos y/o piernas.

-        El año que viene, más.

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